FederickEl rayo de sol se coló con fuerza a través de la ventana de la habitación de huéspedes de Helen, y la resaca me azotaba con tal intensidad que mi cabeza parecía a punto de estallar. Todo daba vueltas. Entreabrí los ojos y me estiré, tratando de juntar los fragmentos de la noche anterior. Apenas lograba una imagen confusa de Charlotte debajo de mí. No tenía claro dónde me encontraba, pero cuando estiré el brazo y sentí el cuerpo de una mujer junto a mí, una breve sensación de satisfacción me atravesó, como si estuviera en la cima de una caída inevitable.—¡Buenos días, Charlotte! —me giré para mirarla, sin comprender por qué mi subconsciente había decidido traicionarme de esa manera.Helen ya estaba despierta, observándome en silencio. Al oírme llamarla de esa forma, se levantó de la cama de un salto y me lanzó una mirada penetrante.—¿Charlotte? ¿De verdad piensas que me parezco a Charlotte? —reclamó, con las manos en la cintura y no oculto absolutamente nada,Apreté los ojos
CharlotteEn la mansión, solo sentía un aura de desolación. Estaba tan triste con todo lo que estaba sucediendo que comenzaba a resignarme al sufrimiento. Recostada en mi cama, miraba al vacío mientras las lágrimas escurrían por mis mejillas. A mi madre la tenían en otra habitación vigilada; ambas éramos víctimas de un secuestro en nuestra propia casa.—Quiero que dejes de llorar, Charlotte. Odio verte todo el día así; quiero que estés feliz a mi lado —Dorian se sentó a mi lado en la cama y comenzó a acariciar mi mejilla.—Si realmente quieres verme feliz, lo mejor que puedes hacer ahora es largarte de mi casa, devolverme el poder de mi compañía y dejarme en paz. Te juro que en un instante sería la mujer más feliz.—¡Ay, Charlotte! Por supuesto que no. Eres mi mujer a partir de este momento. Solo me gustaría que mostraras un poco más de felicidad, aunque sea fingida. Estar todo el día haciendo malos gestos es agotador.Me enderecé en la cama y sequé mis lágrimas.—¿Qué quieres? ¿Que
Charlotte Busqué entre todas las cosas en mi habitación las copias de las llaves de la puerta, algo que me ayudara a salir de la mansión. La única opción que tenía disponible era la ventana, pero sabía que la caída sería fría y seca; podía morir en el intento. Si no me mataba el golpe, tal vez lo harían algunos de los guardaespaldas de Dorian, ya que, a donde quiera que me asomara, había uno de ellos acechando.Sin embargo, ninguna de esas posibilidades me disuadió de la idea de hacerlo. Sentía mi corazón agitado por los nervios mientras abría la ventana de par en par, colocaba una silla y me asomaba. Mis manos apenas sudaban, así que tuve que frotarlas con mi ropa para secarlas.Miré a mi alrededor, observando hacia abajo para ver dónde podía apoyarme para no caer. Saqué una pierna, elevé todas mis oraciones, porque necesitaba escapar.De repente, la puerta de la habitación se abrió de un golpe y Dorian entró, mirándome con enojo.—¡Hija de la gran pu**! ¿Ibas a saltar? ¿Estás loca
FederickMientras tanto, en occidente, me quedé de una sola pieza, acostumbrado a leer el periódico de la mañana. En la página principal, los anuncios de farándula me hicieron querer desfallecer; un gran letrero proclamaba el fin de mi existencia.“El gran empresario Dorian Evans anuncia su compromiso con la magnate Charlotte Feldman; esta será la boda del año”.Tomé el periódico y lo arrugué, desmenuzándolo de la misma manera en que sentía que mi corazón también se quebraba.Tomé mi teléfono y marqué el número de Charlotte, pero estaba apagado. Necesitaba hablar con ella una última vez, decirle cuánto la amaba y preguntarle si de verdad estaba lista para dar ese paso con Dorian; esto no podía quedarse así.Al notar que Charlotte no respondía mis llamadas, pensé en la única persona en quien podía confiar: Diane, su hermana, que trabajaba en la empresa de ella y me daría información precisa sobre su paradero. Afortunadamente, seguía en Industrias Feldman.—¡Federick! Hermanito, ¿a qué
NARRADORDiane cerró su suéter y comenzó a avanzar por el sendero de la mansión de Charlotte. Sin embargo, a cada paso su corazón se aceleraba, ya que las miradas amenazadoras de los guardias que patrullaban la zona le infundían temor. Con la cabeza agachada, continuó su camino hasta la entrada.Presionó el timbre dos veces, alertando a Charlotte y Dorian, quienes estaban en la sala de estar disfrutando de un café. —¿Quién demonios será? —Dorian lanzó una mirada furiosa a Charlotte. —Querido, te juro que no tengo idea. Se supone que estoy de viaje. El timbre sonó nuevamente. Dorian, irritado, se levantó y miró a través del ojo de la cerradura, encontrando la pequeña y delicada figura de Diane, que ya había tomado precauciones y traía consigo unas carpetas con documentos. —Es una de tus asistentes —comentó Dorian—. Pero, ¿qué demonios hace aquí esa mujer? Charlotte se levantó rápidamente y corrió hacia la puerta, pero Dorian la detuvo con un empujón y la amenazó. —¿Qué piensas ha
Federick—Diane, gracias al cielo me llamaste. Te intenté contactar varias veces, pero no atendiste. —Federick, hice lo que me pediste, pero hay algo que no está bien. Diane parecía tan nerviosa que no sabía cómo explicarme lo que había sucedido. —Sea lo que sea que esté ocurriendo, no me dejes en la incertidumbre, por favor. Necesito saber cómo está Charlotte. Diane suspiró. —No lo sé, porque actuó de manera muy extraña desde que llegué. Para empezar, quien abrió la puerta fue ese hombre, Dorian, y tenía una expresión poco amigable, ya sabes. —No entiendo nada, Diane. ¿Qué quieres decir con eso? —Ya comenzaba a desesperarme. —Bueno, Federick, cuando llegué, ella estaba muy nerviosa y parecía demasiado agotada. Ni siquiera cuando vivió con nosotros la vi así. Tenía el cabello recogido en una coleta, el rostro pálido y unas ojeras enormes. —¿Le preguntaste si estaba enferma? —pregunté con ansiedad. —Déjame continuar, por favor. Tuve que mentir sobre el motivo de mi visita. A pe
Federick Esa noche, recostado en mi cama, el sueño fue esquivo. Mi mente no podía apartarse de Charlotte ni del mensaje tan sugerente que le había dado a Diane. Los avisos en los periódicos confirmaban que la boda sería en apenas unos días, menos de una semana. Aunque lamentaba que Helen no me hubiera permitido seguir en el proyecto, por primera vez en mi vida estaba poniendo por delante lo que realmente importaba: mi amor por Charlotte. Ella era lo más importante para mí en ese momento, y debía asegurarme de que fuera feliz, ya fuera conmigo o con otro hombre.En cuanto vi la primera luz del día, tomé la maleta y, con la reserva hecha desde el día anterior y un nudo en la garganta, abordé el primer vuelo a California. Necesitaba ver con mis propios ojos la nota que ella dejó.Al tocar el timbre en el departamento, fue mi madre, quien me abrió la puerta. Sorprendida y feliz, me recibió con una gran sonrisa, sin esperar mi visita.—¡Federick! Hijo, ¿qué haces aquí? —se abalanzó sobre
NarradorEn la mansión Feldman, aunque la tensión había disminuido en los últimos días, Charlotte se sentía cada vez más confundida por los malestares que la aquejaban. Era evidente que necesitaba atención médica, pero Dorian no permitiría que la buscara.Ambos estaban sentados en la sala, disfrutando de una taza de té, cuando de repente Charlotte sintió que el mundo giraba a su alrededor y una ola de náuseas invadió su estómago. Su rostro se tornó pálido ante los ojos de Dorian.—¿Qué te pasa, Charlotte? —preguntó preocupado.—No... no sé... —respondió ella, levantándose rápidamente y corriendo hacia el baño, justo a tiempo para vaciar su estómago en el inodoro.Dorian la siguió, disgustado por lo que veía.—¿Qué demonios está pasando aquí? —murmuró, y una idea fugaz cruzó su mente—. Charlotte... ¿Estás embarazada?Ella se desplomó en el suelo del baño, mirándolo con temor, sin saber qué esperar de él, lo que le causaba una creciente ansiedad.—No, seguro que estoy enferma, Dorian —c