NarradorEn la mansión Feldman, aunque la tensión había disminuido en los últimos días, Charlotte se sentía cada vez más confundida por los malestares que la aquejaban. Era evidente que necesitaba atención médica, pero Dorian no permitiría que la buscara.Ambos estaban sentados en la sala, disfrutando de una taza de té, cuando de repente Charlotte sintió que el mundo giraba a su alrededor y una ola de náuseas invadió su estómago. Su rostro se tornó pálido ante los ojos de Dorian.—¿Qué te pasa, Charlotte? —preguntó preocupado.—No... no sé... —respondió ella, levantándose rápidamente y corriendo hacia el baño, justo a tiempo para vaciar su estómago en el inodoro.Dorian la siguió, disgustado por lo que veía.—¿Qué demonios está pasando aquí? —murmuró, y una idea fugaz cruzó su mente—. Charlotte... ¿Estás embarazada?Ella se desplomó en el suelo del baño, mirándolo con temor, sin saber qué esperar de él, lo que le causaba una creciente ansiedad.—No, seguro que estoy enferma, Dorian —c
CharlotteMientras Dorian me abrazaba con fuerza, sentí como si sus brazos me aplastaran, como si estuviera a punto de quebrarme. La vida que crecía dentro de mí no me parecía un milagro, sino más bien una condena, un calvario de tormentos. No era por la criatura que esperaba, sino porque estar embarazada en esta casa, junto a él, me resultaba más peligroso de lo que podía soportar.Me solté de sus brazos de golpe, sin poder contener la desesperación que me embargaba.—¿Qué pasa, mi amor? ¿No estás feliz con la noticia de que vamos a ser padres? —me dijo Dorian, con una mirada desquiciada, mientras volvía a sujetarme con fuerza por los brazos.Lo miré fijamente, mi corazón estaba acelerado, pero con una determinación que no había sentido antes.—Sí, estoy feliz, pero no quiero estar embarazada en estas condiciones. Quiero que liberes a mi madre y a mí, quiero que me dejes ir. Quiero pasar este embarazo en paz.La valentía surgió dentro de mí con más fuerza de la que jamás imaginé ten
Charlotte Mi respiración comenzó a volverse errática, y sentí que mis piernas flaqueaban. Tuve que correr hasta una silla y sentarme, el pálido de mi rostro era evidente mientras negaba con la cabeza en un intento desesperado de entender lo que estaba pasando.—¡Esto no puede ser cierto! ¡Debe ser una broma de mal gusto! ¿Cómo se fue la policía así, sin más? ¿Acaso no vieron nuestras caras? No puede ser que todo se vea tan... normal.Mi corazón latía con fuerza, y mi mente no lograba procesar lo que estaba ocurriendo. Mi madre, al ver mi desesperación, se acercó rápidamente y me tomó las manos con firmeza, como si pudiera darme algo de calma.—¡Cálmate, mi amor! ¡Por favor, cálmate, Charlotte! Este hombre es capaz de lo peor, y ya ves... ni siquiera la policía pudo ayudarnos. ¡No lo provoques más!Mi angustia crecía mientras sentía que me ahogaba en mis propias palabras. No podía creer que estuviéramos en las manos de este monstruo, de este hombre al que llamábamos Dorian.—Es increí
NARRADORDorian, cada vez más ansioso por los preparativos, comenzaba a sentirse algo más tranquilo respecto al secuestro de Charlotte. La situación era clara: ella estaba secuestrada, y esa era la naturaleza exacta de su relación, aunque no dejaba de vigilarla ni un instante. Había un guardaespaldas dedicado a Charlotte y otro para Dora, asegurándose de que todo estuviera bajo control.La mansión Feldman había sido transformada en un verdadero espectáculo de colores. El jardín, tal como Charlotte lo había solicitado, estaba adornado con una variedad de flores blancas, las mesas estaban cubiertas con manteles igualmente blancos, y cientos de globos flotaban, asegurados con helio para mantenerse en su lugar.La entrada de la mansión también había sido decorada con meticulosidad. La carretera se encontraba bordeada por cintas blancas, y se había creado un sendero que conducía directamente al altar, flanqueado por flores blancas y delicados velos.—Me hubiera encantado celebrar nuestra b
NarradorFinalmente, Charlotte se levantó del lugar donde la estaban preparando para el día tormentoso que la aguardaba. Estaba radiante, con un maquillaje delicado que acentuaba sus ojos claros. Aunque carecían de su brillo habitual, en lo más profundo aún conservaban un destello de esperanza.El vestido que había elegido era blanco, adornado con diamantes plateados en el pecho que formaban un escote en forma de corazón, profundo y elegante. La cola del vestido se extendía hasta el suelo, arrastrándose tras ella con cada paso que daba. Estaba deslumbrante, casi irreconocible, pero en ese momento deseaba sentirse así, como si pudiera celebrar el día en que finalmente se liberaría de su condena, cuando revelaría al mundo lo que realmente estaba sucediendo, sin importar el costo.Aunque su corazón estaba lleno de angustia, solo deseaba que llegara el instante en que Dorian no pudiera frenar su avance. Las palmas de sus manos estaban húmedas, y su corazón latía tan fuerte que parecía que
—¡Alto ahí! ¡Suelte el arma! —gritó un policía, apuntando a Dorian desde su espalda. En ese instante, la mano de Dorian tembló y el disparo erró, rozando solo el hombro de Federick en lugar de acertar en su objetivo. —¡Maldita sea! —Federick cayó al suelo, sintiendo el ardor de la herida. Dorian soltó el arma y levantó las manos, girándose lentamente hacia el policía. Con una mirada fría y desafiante, le dijo: —¡Bueno, creo que esto ha terminado! —Le dio una patada en la ingle al policía y se agachó para recoger su arma. En ese momento, Federick, a pesar de su herida, se lanzó sobre Dorian y comenzó a forcejear con él. —¡Suelta el arma, maldito loco! ¿Qué te pasa? —Federick apenas lograba gritar, debilitado por el dolor. Dorian apretó el hombro de Federick, justo donde la sangre comenzaba a brotar, causando más dolor. —¡Suéltala tú, asistente! —gritó Dorian mientras continuaban forcejeando. En ese instante, un disparo resonó, dejando a todos los presentes en suspenso, incluido
NarradorCharlotte fue llevada a una habitación para recuperarse y, al recostarse en la camilla, abrazó con delicadeza las imágenes de la ecografía contra su pecho. Cerró los ojos y suspiró profundamente, sintiendo una mezcla de emociones. Estaba siendo doblemente bendecida después de la pérdida de su hija, un dolor tan grande que aún la atormentaba. Recordarlo era como revivir aquel momento desgarrador. Y ni hablar de lo que ocurrió después, cuando ella decidió regresar a la mansión de los Maclovin. Ese paso, ese regreso, resultó ser aún más cruel.Cinco años antes, Federick llegó a la mansión después de un día agotador de trabajo. Estaba aturdido por la confrontación con Joanne, las constantes demandas de la mujer, exigiéndole que pidiera el divorcio a su esposa, ya se habían convertido en una rutina insoportable.—Hola, Federick, mi amor, ¿cómo estás? —Charlotte le saludó mientras preparaba la cena. Se acercó a él, levantándose sobre las puntas de los pies para llegar a su mejilla
NarradorEn contra de su voluntad, Dora tomó la mano de su esposo y se acercó a su hija. Le dio un beso en la mejilla y, susurrándole al oído, le dijo: —Charlotte, hija, vamos a estar afuera. Si necesitas algo, dime y llamo a la policía, por favor. Charlotte soltó una pequeña carcajada y besó a su madre de vuelta. —Claro que no, mamita, no te preocupes. Federick no me hará daño, no físicamente, y en cuanto al corazón… bueno, me pregunto, ¿qué más podría dañarse? Dora suspiró resignada, angustiada por el sufrimiento de su hija. —Está bien, mi amor, confío en ti, pero prométeme que, si pasa algo, vas a gritar, ¿entendido? —Sí, mamá, está bien. George, más tranquilo con la situación y con que su hija hablara con Federick, le sonrió y le dio un beso. —Te amamos, hija —le recordó. Los padres de Charlotte salieron de la habitación, y Federick entró lentamente, visiblemente nervioso. Cuando estuvo más cerca, sus mejillas se sonrojaron y, con suavidad, acarició la mano de Charlotte.