NarradorCharlotte fue llevada a una habitación para recuperarse y, al recostarse en la camilla, abrazó con delicadeza las imágenes de la ecografía contra su pecho. Cerró los ojos y suspiró profundamente, sintiendo una mezcla de emociones. Estaba siendo doblemente bendecida después de la pérdida de su hija, un dolor tan grande que aún la atormentaba. Recordarlo era como revivir aquel momento desgarrador. Y ni hablar de lo que ocurrió después, cuando ella decidió regresar a la mansión de los Maclovin. Ese paso, ese regreso, resultó ser aún más cruel.Cinco años antes, Federick llegó a la mansión después de un día agotador de trabajo. Estaba aturdido por la confrontación con Joanne, las constantes demandas de la mujer, exigiéndole que pidiera el divorcio a su esposa, ya se habían convertido en una rutina insoportable.—Hola, Federick, mi amor, ¿cómo estás? —Charlotte le saludó mientras preparaba la cena. Se acercó a él, levantándose sobre las puntas de los pies para llegar a su mejilla
NarradorEn contra de su voluntad, Dora tomó la mano de su esposo y se acercó a su hija. Le dio un beso en la mejilla y, susurrándole al oído, le dijo: —Charlotte, hija, vamos a estar afuera. Si necesitas algo, dime y llamo a la policía, por favor. Charlotte soltó una pequeña carcajada y besó a su madre de vuelta. —Claro que no, mamita, no te preocupes. Federick no me hará daño, no físicamente, y en cuanto al corazón… bueno, me pregunto, ¿qué más podría dañarse? Dora suspiró resignada, angustiada por el sufrimiento de su hija. —Está bien, mi amor, confío en ti, pero prométeme que, si pasa algo, vas a gritar, ¿entendido? —Sí, mamá, está bien. George, más tranquilo con la situación y con que su hija hablara con Federick, le sonrió y le dio un beso. —Te amamos, hija —le recordó. Los padres de Charlotte salieron de la habitación, y Federick entró lentamente, visiblemente nervioso. Cuando estuvo más cerca, sus mejillas se sonrojaron y, con suavidad, acarició la mano de Charlotte.
NarradorAl día siguiente, Charlotte despertó lentamente, y lo primero que se encontró, fue a aquel hombre. —¡Buenos días! —La voz de Federick se filtró en la habitación a primera hora de la mañana. Apenas podía abrir los ojos cuando un ramo de flores apareció por el umbral de la puerta. Se estiró, abriendo los ojos con lentitud. La noche anterior había sido difícil, las enfermeras no dejaron de ir de un lado a otro monitoreándola, y sus pensamientos, un caos de preocupaciones, no la dejaron descansar. —¡Hola! —Respondió con voz aún adormilada. —¿Has podido dormir algo? —Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla, luego colocó el ramo en la mesita de noche y acarició su frente con ternura. —No mucho, la verdad. La estadía en un hospital es tan tediosa... Me duele todo el cuerpo, quiero regresar a casa y ocuparme de todo otra vez. Por cierto, las flores están hermosas. Federick suspiró con una sonrisa. —Espero que no las vayas a tirar como las últimas que te llevé. Charl
NarradorCharlotte asintió, sus ojos se suavizaron al mirarlo. Había algo en su voz, en su mirada, que le transmitía tranquilidad, como si pudiera confiar en él nuevamente, a pesar de todo lo que habían pasado.—Está bien, Federick. No te preocupes por mí, yo estaré bien —le sonrió, apretando suavemente su mano.Federick le devolvió la sonrisa, aunque en su rostro se dibujaba una sombra de preocupación. Sabía que el camino por recorrer no iba a ser fácil, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que había una oportunidad real de reparar lo roto entre ellos.—Te prometo que volveré, y que mientras no esté, estaré pensando en ti, en los gemelos, en todo lo que tenemos por delante —le susurró, sin soltar su mano.Charlotte no pudo evitar sonrojarse ante esas palabras, el sonido de su voz lleno de promesas que tocaban su corazón. El amor seguía allí, latente, aunque todavía frágil.—Lo sé —dijo ella en un susurro, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y temor.Federick le dio
—Dora, calma, por favor —le dijo, sujetando su brazo—. Lo que vimos no significa necesariamente lo que crees. Helen y Federick son amigos, y Charlotte… Charlotte tiene sus propios sentimientos. Si estamos tan convencidos de que todo está mal, más vale que hablemos con ella primero, antes de sacar conclusiones precipitadas.Pero Dora no parecía dispuesta a escuchar. Su furia era evidente, y sus ojos brillaban con determinación.—¡No voy a quedarme de brazos cruzados mientras ese hombre vuelve a jugar con los sentimientos de nuestra hija! No lo voy a permitir, George. Ya me hizo daño una vez, y no voy a dejar que lo haga otra vez.George suspiró profundamente, con el rostro surcado por una mezcla de tristeza y frustración. Sabía que Dora tenía razón en que Federick había sido el causante de un dolor muy grande en el pasado, pero también confiaba en que su hija era lo suficientemente madura para tomar sus propias decisiones.—Lo que no puedes hacer es decidir por ella —respondió suavemen
Narrador En el aeropuerto de California, un avión privado despegaba con rumbo desconocido. Dentro, Charlotte ajustaba su cinturón de seguridad con una expresión de profunda tristeza y una frustración que le oprimía el pecho. Entre sus manos apretaba las imágenes de la ecografía de sus hijos, y un nudo amargo se le atravesaba en la garganta: sería madre soltera, y era una decisión que había tomado por sí misma.—Hija, no me gusta verte así —Dora le tomó la mano y la acarició suavemente.—Mamá, no pasa nada. Es normal sentirse mal... Tengo tantos sentimientos encontrados que ni siquiera puedo explicarlos, pero sé que el tiempo curará las heridas, y eso también depende de mí.—Mi amor, entiendo por lo que estás pasando, pero no creo que tus hijos deban crecer sin su padre. Frederick podrá estar con otra mujer, pero sigue teniendo una responsabilidad tanto económica como emocional en la crianza de los pequeños.—¿Obligación? —replicó Charlotte, con amargura—. Mamá, las cosas se hacen de
NARRADORLas luces parpadeantes del pasillo iluminaron los ojos de Dorian, quien despertó sobresaltado cuando uno de los guardias golpeó con su macana los barrotes de la celda. —¡Evans! Levántese, tiene una visita. Dorian se incorporó lentamente; moverse con agilidad aún era un desafío. Las secuelas de la herida de bala seguían haciendo estragos en su cuerpo. —¿Visita? Ya les dije que, si es mi familia, no quiero verlos. —Sí, sí, ya sabemos. Pero esta vez no es tu familia. Es una señorita... bastante atractiva, por cierto. Encendiendo un cigarrillo, Dorian siguió al guardia con pasos pausados hasta la sala destinada a las visitas. Apenas cruzó el umbral, un perfume embriagador lo envolvió, llenando sus sentidos. —No pensé que volverías —comentó mientras recorría con la mirada a la mujer, llevándose el cigarrillo a los labios para dar una larga calada. —Bueno, he pensado mucho en tu propuesta y, por dinero... ¡por dinero todo es posible, querido Dorian! —¿Sabes algo de Charlott
Charlotte. Charlotte miró su teléfono, su dedo flotaba sobre el número de Frederick. Lo pensó una y otra vez, pero el deseo de estar cerca de él fue más fuerte que sus dudas. Su corazón estaba atormentado por la culpa y la necesidad de reconciliarse, y sabía que el primer paso era admitir sus errores.El tono de la llamada comenzó a sonar, marcando el ritmo frenético de su corazón, que parecía a punto de romper su pecho.Al otro lado de la línea, Frederick estaba sumido en su mundo, mirando el teléfono que parpadeaba sobre su escritorio, mientras sus ojos seguían empañados de lágrimas. Sin siquiera mirar quién lo llamaba, rechazó la llamada, absorto en su propio caos. No tenía fuerzas para enfrentar nada.El sonido del buzón de voz golpeó a Charlotte como una bofetada, su cuerpo tembló y el teléfono se apretó contra su pecho en un impulso desesperado. Sin vacilar, marcó de nuevo, sabiendo que no podía dar marcha atrás.—¿Pero ¿quién diablos…? —Frederick levantó el teléfono, mirando e