NarradorCharlotte asintió, sus ojos se suavizaron al mirarlo. Había algo en su voz, en su mirada, que le transmitía tranquilidad, como si pudiera confiar en él nuevamente, a pesar de todo lo que habían pasado.—Está bien, Federick. No te preocupes por mí, yo estaré bien —le sonrió, apretando suavemente su mano.Federick le devolvió la sonrisa, aunque en su rostro se dibujaba una sombra de preocupación. Sabía que el camino por recorrer no iba a ser fácil, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que había una oportunidad real de reparar lo roto entre ellos.—Te prometo que volveré, y que mientras no esté, estaré pensando en ti, en los gemelos, en todo lo que tenemos por delante —le susurró, sin soltar su mano.Charlotte no pudo evitar sonrojarse ante esas palabras, el sonido de su voz lleno de promesas que tocaban su corazón. El amor seguía allí, latente, aunque todavía frágil.—Lo sé —dijo ella en un susurro, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y temor.Federick le dio
—Dora, calma, por favor —le dijo, sujetando su brazo—. Lo que vimos no significa necesariamente lo que crees. Helen y Federick son amigos, y Charlotte… Charlotte tiene sus propios sentimientos. Si estamos tan convencidos de que todo está mal, más vale que hablemos con ella primero, antes de sacar conclusiones precipitadas.Pero Dora no parecía dispuesta a escuchar. Su furia era evidente, y sus ojos brillaban con determinación.—¡No voy a quedarme de brazos cruzados mientras ese hombre vuelve a jugar con los sentimientos de nuestra hija! No lo voy a permitir, George. Ya me hizo daño una vez, y no voy a dejar que lo haga otra vez.George suspiró profundamente, con el rostro surcado por una mezcla de tristeza y frustración. Sabía que Dora tenía razón en que Federick había sido el causante de un dolor muy grande en el pasado, pero también confiaba en que su hija era lo suficientemente madura para tomar sus propias decisiones.—Lo que no puedes hacer es decidir por ella —respondió suavemen
Narrador En el aeropuerto de California, un avión privado despegaba con rumbo desconocido. Dentro, Charlotte ajustaba su cinturón de seguridad con una expresión de profunda tristeza y una frustración que le oprimía el pecho. Entre sus manos apretaba las imágenes de la ecografía de sus hijos, y un nudo amargo se le atravesaba en la garganta: sería madre soltera, y era una decisión que había tomado por sí misma.—Hija, no me gusta verte así —Dora le tomó la mano y la acarició suavemente.—Mamá, no pasa nada. Es normal sentirse mal... Tengo tantos sentimientos encontrados que ni siquiera puedo explicarlos, pero sé que el tiempo curará las heridas, y eso también depende de mí.—Mi amor, entiendo por lo que estás pasando, pero no creo que tus hijos deban crecer sin su padre. Frederick podrá estar con otra mujer, pero sigue teniendo una responsabilidad tanto económica como emocional en la crianza de los pequeños.—¿Obligación? —replicó Charlotte, con amargura—. Mamá, las cosas se hacen de
NARRADORLas luces parpadeantes del pasillo iluminaron los ojos de Dorian, quien despertó sobresaltado cuando uno de los guardias golpeó con su macana los barrotes de la celda. —¡Evans! Levántese, tiene una visita. Dorian se incorporó lentamente; moverse con agilidad aún era un desafío. Las secuelas de la herida de bala seguían haciendo estragos en su cuerpo. —¿Visita? Ya les dije que, si es mi familia, no quiero verlos. —Sí, sí, ya sabemos. Pero esta vez no es tu familia. Es una señorita... bastante atractiva, por cierto. Encendiendo un cigarrillo, Dorian siguió al guardia con pasos pausados hasta la sala destinada a las visitas. Apenas cruzó el umbral, un perfume embriagador lo envolvió, llenando sus sentidos. —No pensé que volverías —comentó mientras recorría con la mirada a la mujer, llevándose el cigarrillo a los labios para dar una larga calada. —Bueno, he pensado mucho en tu propuesta y, por dinero... ¡por dinero todo es posible, querido Dorian! —¿Sabes algo de Charlott
Charlotte. Charlotte miró su teléfono, su dedo flotaba sobre el número de Frederick. Lo pensó una y otra vez, pero el deseo de estar cerca de él fue más fuerte que sus dudas. Su corazón estaba atormentado por la culpa y la necesidad de reconciliarse, y sabía que el primer paso era admitir sus errores.El tono de la llamada comenzó a sonar, marcando el ritmo frenético de su corazón, que parecía a punto de romper su pecho.Al otro lado de la línea, Frederick estaba sumido en su mundo, mirando el teléfono que parpadeaba sobre su escritorio, mientras sus ojos seguían empañados de lágrimas. Sin siquiera mirar quién lo llamaba, rechazó la llamada, absorto en su propio caos. No tenía fuerzas para enfrentar nada.El sonido del buzón de voz golpeó a Charlotte como una bofetada, su cuerpo tembló y el teléfono se apretó contra su pecho en un impulso desesperado. Sin vacilar, marcó de nuevo, sabiendo que no podía dar marcha atrás.—¿Pero ¿quién diablos…? —Frederick levantó el teléfono, mirando e
NARRADORFrederick la abrazó con fuerza, sintiendo que, en el momento en que sus brazos se entrelazaron, algo dentro de él despertaba. Era como si le hubieran devuelto el aire, como si el pesado nudo que oprimía su pecho se deshiciera poco a poco. Ambos lloraron desconsolados, como si sus lágrimas fueran una mezcla de tristeza y felicidad, un torrente de emociones que se desbordaba sin control. Lo único que importaba en ese momento era estar juntos, sin importar nada más.—Gracias por querer hablar conmigo —Federick rompió el silencio, su voz quebrada.Charlotte se separó ligeramente de él, sus rostros quedaron tan cerca que casi podían sentir el suspiro del otro. Ella apretó los labios y negó con la cabeza, como si no pudiera encontrar las palabras adecuadas.—Gracias por buscarme —dijo con suavidad—. No sé qué decirte ahora mismo porque muchas cosas aún no están claras, pero quiero que sepas que esta vez estoy dispuesta.—¿Qué? —Frederick la miró, los ojos llenos de esperanza.—Sí,
NarradorFederick la besó con tal fuerza que Charlotte sintió como si le faltara el aire, pero a pesar de la intensidad, no dudó en corresponderle, inundándolo también con besos llenos de deseo. Las hormonas del embarazo la hacían vibrar internamente, una sensación eléctrica recorría su cuerpo, especialmente entre sus piernas, donde el placer comenzaba a intensificarse.—Federick, no tienes idea de cuánto te he echado de menos —susurró Charlotte, respirando con rapidez. Al escucharla, él, movido por un impulso, se deshizo de su camisa, y frente a él se revelaron sus senos, más grandes y sensibles por el embarazo. Sus pezones, duros y erguidos, llamaban la atención de Federick, despertando en él un deseo insaciable de explorar cada rincón de su cuerpo.Lo miró directamente a los ojos, luego sus labios se encontraron en un beso profundo y ferviente. Él descendió por su cuello, dejándose llevar por la pasión, y con una mano comenzó a desabotonar su sostén. Al liberarse, sus senos quedaro
NarradorCharlotte permanecía acurrucada sobre los brazos de Federick, mientras él, fascinado, deslizaba los dedos entre su cabello, formando suaves ondas como si quisiera grabar cada hebra en su memoria. El silencio entre ellos no necesitaba palabras, porque las caricias hablaban más fuerte que cualquier declaración. Su conexión, tras el éxtasis compartido, era tan íntima que el mundo exterior parecía inexistente.Pero Joanne no compartía esa calma. Frustrada por no encontrar una solución más sutil para cumplir con las órdenes de Dorian, decidió recurrir a medidas extremas. Observó la vieja alarma de incendios en el pasillo y, sin pensarlo dos veces, sacó el encendedor de su bolsillo. Encendió un fuego improvisado en una caneca de basura junto a la puerta de la habitación donde estaban Charlotte y Federick.Con el humo empezando a esparcirse, Joanne activó la alarma de incendios y salió corriendo hacia un lugar seguro. El grito ensordecedor de la sirena se propagó por el motel, desen