NARRADORDorian, cada vez más ansioso por los preparativos, comenzaba a sentirse algo más tranquilo respecto al secuestro de Charlotte. La situación era clara: ella estaba secuestrada, y esa era la naturaleza exacta de su relación, aunque no dejaba de vigilarla ni un instante. Había un guardaespaldas dedicado a Charlotte y otro para Dora, asegurándose de que todo estuviera bajo control.La mansión Feldman había sido transformada en un verdadero espectáculo de colores. El jardín, tal como Charlotte lo había solicitado, estaba adornado con una variedad de flores blancas, las mesas estaban cubiertas con manteles igualmente blancos, y cientos de globos flotaban, asegurados con helio para mantenerse en su lugar.La entrada de la mansión también había sido decorada con meticulosidad. La carretera se encontraba bordeada por cintas blancas, y se había creado un sendero que conducía directamente al altar, flanqueado por flores blancas y delicados velos.—Me hubiera encantado celebrar nuestra b
NarradorFinalmente, Charlotte se levantó del lugar donde la estaban preparando para el día tormentoso que la aguardaba. Estaba radiante, con un maquillaje delicado que acentuaba sus ojos claros. Aunque carecían de su brillo habitual, en lo más profundo aún conservaban un destello de esperanza.El vestido que había elegido era blanco, adornado con diamantes plateados en el pecho que formaban un escote en forma de corazón, profundo y elegante. La cola del vestido se extendía hasta el suelo, arrastrándose tras ella con cada paso que daba. Estaba deslumbrante, casi irreconocible, pero en ese momento deseaba sentirse así, como si pudiera celebrar el día en que finalmente se liberaría de su condena, cuando revelaría al mundo lo que realmente estaba sucediendo, sin importar el costo.Aunque su corazón estaba lleno de angustia, solo deseaba que llegara el instante en que Dorian no pudiera frenar su avance. Las palmas de sus manos estaban húmedas, y su corazón latía tan fuerte que parecía que
—¡Alto ahí! ¡Suelte el arma! —gritó un policía, apuntando a Dorian desde su espalda. En ese instante, la mano de Dorian tembló y el disparo erró, rozando solo el hombro de Federick en lugar de acertar en su objetivo. —¡Maldita sea! —Federick cayó al suelo, sintiendo el ardor de la herida. Dorian soltó el arma y levantó las manos, girándose lentamente hacia el policía. Con una mirada fría y desafiante, le dijo: —¡Bueno, creo que esto ha terminado! —Le dio una patada en la ingle al policía y se agachó para recoger su arma. En ese momento, Federick, a pesar de su herida, se lanzó sobre Dorian y comenzó a forcejear con él. —¡Suelta el arma, maldito loco! ¿Qué te pasa? —Federick apenas lograba gritar, debilitado por el dolor. Dorian apretó el hombro de Federick, justo donde la sangre comenzaba a brotar, causando más dolor. —¡Suéltala tú, asistente! —gritó Dorian mientras continuaban forcejeando. En ese instante, un disparo resonó, dejando a todos los presentes en suspenso, incluido
NarradorCharlotte fue llevada a una habitación para recuperarse y, al recostarse en la camilla, abrazó con delicadeza las imágenes de la ecografía contra su pecho. Cerró los ojos y suspiró profundamente, sintiendo una mezcla de emociones. Estaba siendo doblemente bendecida después de la pérdida de su hija, un dolor tan grande que aún la atormentaba. Recordarlo era como revivir aquel momento desgarrador. Y ni hablar de lo que ocurrió después, cuando ella decidió regresar a la mansión de los Maclovin. Ese paso, ese regreso, resultó ser aún más cruel.Cinco años antes, Federick llegó a la mansión después de un día agotador de trabajo. Estaba aturdido por la confrontación con Joanne, las constantes demandas de la mujer, exigiéndole que pidiera el divorcio a su esposa, ya se habían convertido en una rutina insoportable.—Hola, Federick, mi amor, ¿cómo estás? —Charlotte le saludó mientras preparaba la cena. Se acercó a él, levantándose sobre las puntas de los pies para llegar a su mejilla
NarradorEn contra de su voluntad, Dora tomó la mano de su esposo y se acercó a su hija. Le dio un beso en la mejilla y, susurrándole al oído, le dijo: —Charlotte, hija, vamos a estar afuera. Si necesitas algo, dime y llamo a la policía, por favor. Charlotte soltó una pequeña carcajada y besó a su madre de vuelta. —Claro que no, mamita, no te preocupes. Federick no me hará daño, no físicamente, y en cuanto al corazón… bueno, me pregunto, ¿qué más podría dañarse? Dora suspiró resignada, angustiada por el sufrimiento de su hija. —Está bien, mi amor, confío en ti, pero prométeme que, si pasa algo, vas a gritar, ¿entendido? —Sí, mamá, está bien. George, más tranquilo con la situación y con que su hija hablara con Federick, le sonrió y le dio un beso. —Te amamos, hija —le recordó. Los padres de Charlotte salieron de la habitación, y Federick entró lentamente, visiblemente nervioso. Cuando estuvo más cerca, sus mejillas se sonrojaron y, con suavidad, acarició la mano de Charlotte.
NarradorAl día siguiente, Charlotte despertó lentamente, y lo primero que se encontró, fue a aquel hombre. —¡Buenos días! —La voz de Federick se filtró en la habitación a primera hora de la mañana. Apenas podía abrir los ojos cuando un ramo de flores apareció por el umbral de la puerta. Se estiró, abriendo los ojos con lentitud. La noche anterior había sido difícil, las enfermeras no dejaron de ir de un lado a otro monitoreándola, y sus pensamientos, un caos de preocupaciones, no la dejaron descansar. —¡Hola! —Respondió con voz aún adormilada. —¿Has podido dormir algo? —Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla, luego colocó el ramo en la mesita de noche y acarició su frente con ternura. —No mucho, la verdad. La estadía en un hospital es tan tediosa... Me duele todo el cuerpo, quiero regresar a casa y ocuparme de todo otra vez. Por cierto, las flores están hermosas. Federick suspiró con una sonrisa. —Espero que no las vayas a tirar como las últimas que te llevé. Charl
NarradorCharlotte asintió, sus ojos se suavizaron al mirarlo. Había algo en su voz, en su mirada, que le transmitía tranquilidad, como si pudiera confiar en él nuevamente, a pesar de todo lo que habían pasado.—Está bien, Federick. No te preocupes por mí, yo estaré bien —le sonrió, apretando suavemente su mano.Federick le devolvió la sonrisa, aunque en su rostro se dibujaba una sombra de preocupación. Sabía que el camino por recorrer no iba a ser fácil, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que había una oportunidad real de reparar lo roto entre ellos.—Te prometo que volveré, y que mientras no esté, estaré pensando en ti, en los gemelos, en todo lo que tenemos por delante —le susurró, sin soltar su mano.Charlotte no pudo evitar sonrojarse ante esas palabras, el sonido de su voz lleno de promesas que tocaban su corazón. El amor seguía allí, latente, aunque todavía frágil.—Lo sé —dijo ella en un susurro, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y temor.Federick le dio
—Dora, calma, por favor —le dijo, sujetando su brazo—. Lo que vimos no significa necesariamente lo que crees. Helen y Federick son amigos, y Charlotte… Charlotte tiene sus propios sentimientos. Si estamos tan convencidos de que todo está mal, más vale que hablemos con ella primero, antes de sacar conclusiones precipitadas.Pero Dora no parecía dispuesta a escuchar. Su furia era evidente, y sus ojos brillaban con determinación.—¡No voy a quedarme de brazos cruzados mientras ese hombre vuelve a jugar con los sentimientos de nuestra hija! No lo voy a permitir, George. Ya me hizo daño una vez, y no voy a dejar que lo haga otra vez.George suspiró profundamente, con el rostro surcado por una mezcla de tristeza y frustración. Sabía que Dora tenía razón en que Federick había sido el causante de un dolor muy grande en el pasado, pero también confiaba en que su hija era lo suficientemente madura para tomar sus propias decisiones.—Lo que no puedes hacer es decidir por ella —respondió suavemen