NarradorMientras tanto, al otro lado de California, Federick no tenía idea de lo que estaba ocurriendo, hasta que recibió una llamada inesperada de su hermana.—¡Diane! ¡Qué alegría escucharte! ¿Cómo estás? —Yo bien, pero las cosas por aquí están un poco complicadas. ¿Ya te enteraste de lo que pasó en estos últimos días? Federick sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, imaginando lo peor. —No, ¿qué sucedió? ¿La familia está bien? —Nuestra familia, sí, por suerte están bien. Pero Jordan... Jordan está muerto, Federick. Estaba cerca de la empresa de Charlotte cuando un hombre lo atacó a quemarropa. Lo mató en el acto.Federick se quedó paralizado, entendiendo al instante que la muerte de Jordan no era una simple coincidencia. Charlotte tenía que estar involucrada de alguna forma.—¿Cuándo pasó? No he sabido nada por parte de Helen. —Fue muy reciente, pero por favor, no pienses en venir. Tengo un mal presentimiento, hermanito, podrías ser el próximo.—¿Qué estás diciendo, Diane? ¿
CharlotteSentí que el mundo se me venía encima cuando vi a Frederick irse de la mano con Helen. Tragando saliva, respiré profundo.—Quiero que regresemos a casa, Dorian. Necesito saber cómo está mi madre.Dorian se giró hacia mí. Era mucho más alto y apenas podía verle la cara por encima de su hombro.—Si Dora se porta bien, mis chicos la tratarán muy bien.—Mi padre debe estar por llegar, Dorian. No quiero que le pase nada por tus malditos caprichos.—Es tu obligación decirle que no venga. Toma mi teléfono y llámalo, dile que no venga a la mansión, que ustedes no están.—¡No voy a hacer eso, cabrón! —le respondí desafiante.Dorian se acercó y me apretó el brazo con fuerza, logrando que sintiera dolor.—Mira, Charlotte, no quiero que me sigas tratando como se te dé la gana. A partir de ahora, para ti soy tu amor. Si no me tratas así, tu vida se volverá una tortura. El simple hecho de respirar será costoso. ¿Me escuchaste?—Es que no quiero, maldita sea, ¡No quiero! —comencé a llorar.
FederickEl rayo de sol se coló con fuerza a través de la ventana de la habitación de huéspedes de Helen, y la resaca me azotaba con tal intensidad que mi cabeza parecía a punto de estallar. Todo daba vueltas. Entreabrí los ojos y me estiré, tratando de juntar los fragmentos de la noche anterior. Apenas lograba una imagen confusa de Charlotte debajo de mí. No tenía claro dónde me encontraba, pero cuando estiré el brazo y sentí el cuerpo de una mujer junto a mí, una breve sensación de satisfacción me atravesó, como si estuviera en la cima de una caída inevitable.—¡Buenos días, Charlotte! —me giré para mirarla, sin comprender por qué mi subconsciente había decidido traicionarme de esa manera.Helen ya estaba despierta, observándome en silencio. Al oírme llamarla de esa forma, se levantó de la cama de un salto y me lanzó una mirada penetrante.—¿Charlotte? ¿De verdad piensas que me parezco a Charlotte? —reclamó, con las manos en la cintura y no oculto absolutamente nada,Apreté los ojos
CharlotteEn la mansión, solo sentía un aura de desolación. Estaba tan triste con todo lo que estaba sucediendo que comenzaba a resignarme al sufrimiento. Recostada en mi cama, miraba al vacío mientras las lágrimas escurrían por mis mejillas. A mi madre la tenían en otra habitación vigilada; ambas éramos víctimas de un secuestro en nuestra propia casa.—Quiero que dejes de llorar, Charlotte. Odio verte todo el día así; quiero que estés feliz a mi lado —Dorian se sentó a mi lado en la cama y comenzó a acariciar mi mejilla.—Si realmente quieres verme feliz, lo mejor que puedes hacer ahora es largarte de mi casa, devolverme el poder de mi compañía y dejarme en paz. Te juro que en un instante sería la mujer más feliz.—¡Ay, Charlotte! Por supuesto que no. Eres mi mujer a partir de este momento. Solo me gustaría que mostraras un poco más de felicidad, aunque sea fingida. Estar todo el día haciendo malos gestos es agotador.Me enderecé en la cama y sequé mis lágrimas.—¿Qué quieres? ¿Que
Charlotte Busqué entre todas las cosas en mi habitación las copias de las llaves de la puerta, algo que me ayudara a salir de la mansión. La única opción que tenía disponible era la ventana, pero sabía que la caída sería fría y seca; podía morir en el intento. Si no me mataba el golpe, tal vez lo harían algunos de los guardaespaldas de Dorian, ya que, a donde quiera que me asomara, había uno de ellos acechando.Sin embargo, ninguna de esas posibilidades me disuadió de la idea de hacerlo. Sentía mi corazón agitado por los nervios mientras abría la ventana de par en par, colocaba una silla y me asomaba. Mis manos apenas sudaban, así que tuve que frotarlas con mi ropa para secarlas.Miré a mi alrededor, observando hacia abajo para ver dónde podía apoyarme para no caer. Saqué una pierna, elevé todas mis oraciones, porque necesitaba escapar.De repente, la puerta de la habitación se abrió de un golpe y Dorian entró, mirándome con enojo.—¡Hija de la gran pu**! ¿Ibas a saltar? ¿Estás loca
FederickMientras tanto, en occidente, me quedé de una sola pieza, acostumbrado a leer el periódico de la mañana. En la página principal, los anuncios de farándula me hicieron querer desfallecer; un gran letrero proclamaba el fin de mi existencia.“El gran empresario Dorian Evans anuncia su compromiso con la magnate Charlotte Feldman; esta será la boda del año”.Tomé el periódico y lo arrugué, desmenuzándolo de la misma manera en que sentía que mi corazón también se quebraba.Tomé mi teléfono y marqué el número de Charlotte, pero estaba apagado. Necesitaba hablar con ella una última vez, decirle cuánto la amaba y preguntarle si de verdad estaba lista para dar ese paso con Dorian; esto no podía quedarse así.Al notar que Charlotte no respondía mis llamadas, pensé en la única persona en quien podía confiar: Diane, su hermana, que trabajaba en la empresa de ella y me daría información precisa sobre su paradero. Afortunadamente, seguía en Industrias Feldman.—¡Federick! Hermanito, ¿a qué
NARRADORDiane cerró su suéter y comenzó a avanzar por el sendero de la mansión de Charlotte. Sin embargo, a cada paso su corazón se aceleraba, ya que las miradas amenazadoras de los guardias que patrullaban la zona le infundían temor. Con la cabeza agachada, continuó su camino hasta la entrada.Presionó el timbre dos veces, alertando a Charlotte y Dorian, quienes estaban en la sala de estar disfrutando de un café. —¿Quién demonios será? —Dorian lanzó una mirada furiosa a Charlotte. —Querido, te juro que no tengo idea. Se supone que estoy de viaje. El timbre sonó nuevamente. Dorian, irritado, se levantó y miró a través del ojo de la cerradura, encontrando la pequeña y delicada figura de Diane, que ya había tomado precauciones y traía consigo unas carpetas con documentos. —Es una de tus asistentes —comentó Dorian—. Pero, ¿qué demonios hace aquí esa mujer? Charlotte se levantó rápidamente y corrió hacia la puerta, pero Dorian la detuvo con un empujón y la amenazó. —¿Qué piensas ha
Federick—Diane, gracias al cielo me llamaste. Te intenté contactar varias veces, pero no atendiste. —Federick, hice lo que me pediste, pero hay algo que no está bien. Diane parecía tan nerviosa que no sabía cómo explicarme lo que había sucedido. —Sea lo que sea que esté ocurriendo, no me dejes en la incertidumbre, por favor. Necesito saber cómo está Charlotte. Diane suspiró. —No lo sé, porque actuó de manera muy extraña desde que llegué. Para empezar, quien abrió la puerta fue ese hombre, Dorian, y tenía una expresión poco amigable, ya sabes. —No entiendo nada, Diane. ¿Qué quieres decir con eso? —Ya comenzaba a desesperarme. —Bueno, Federick, cuando llegué, ella estaba muy nerviosa y parecía demasiado agotada. Ni siquiera cuando vivió con nosotros la vi así. Tenía el cabello recogido en una coleta, el rostro pálido y unas ojeras enormes. —¿Le preguntaste si estaba enferma? —pregunté con ansiedad. —Déjame continuar, por favor. Tuve que mentir sobre el motivo de mi visita. A pe