Segundo encuentro

Marcus estuvo toda la noche en la enfermería, su herida se estaba curando más rápido de lo previsto, lo cual era bueno. Bastante inusual, pero bueno a fin de cuentas. Antes de irse a dormir, una doctora pasó a verlo para explicarle lo que había pasado con él.

-Hola, mi nombre es Eliza, yo te atendí cuando llegaste aquí.

Su sonrisa y su voz eran bastante agradables, Marcus le devolvió la sonrisa y Eliza quedo casi rendida a sus encantos. Casi, pues tenía novio.

-Muchas gracias por haber cuidado de mí, espero no haber interferido con el cuidado de otros pacientes.

Eliza soltó una pequeña risa, era la primera vez que uno de sus pacientes se disculpaba con ella en lugar de solo darle las gracias. Eliza supo al instante que este chico era todo un caballero.

-No te preocupes, aunque no solo debes de agradecerme a mí. De no ser porque el General decidió donarte un poco de sangre, tal vez ni siquiera estaría hablando contigo ahora.

Marcus abrió los ojos en sorpresa, ¿estaría hablando del mismo general que conoció hace unas horas?

-¿Puedo saber quién es ese General? Me gustaría darle las gracias.

-El General Elsher.

La agradable chica habló un poco más, probablemente le dijo algo respecto a su condición pero él había dejado de ponerle atención.

Tardó bastante en conciliar el sueño, no dejaba de pensar en Craig.

Era obvio que él era un alfa, todo en su imagen lo gritaba, entonces, ¿por qué se arriesgó a hacer algo como eso? También era más que obvio que Marcus era un omega, así que no tenía sentido. Sus ojos veían la marca de la aguja por donde la sangre de Craig había pasado y ahora estaba dentro de él.

Al final decidió que era mejor dejar de pensar en eso. Necesitaba reponerse, ya después buscaría a Craig para darle las gracias personalmente.

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Marcus jamás fue una persona madrugadora, pero en vista del lugar en el que se encontraba, no tenía más remedio que levantarse.

Una enfermera lo guió a la que sería su habitación, la cual debía compartir con otras 2 personas y, al parecer esas 2 personas aún no llegaban, pues no había nadie. No le dio mucha importancia, tenía algo más importante en mente por hacer que presentarse con sus compañeros.

Se dirigió al baño y tomó una ducha lo más rápido que pudo. Ya que este sería su primer día de entrenamiento debía portar el uniforme que se le fue entregado esta mañana. Básicamente todos usaban los mismos pantalones y camisa negra, lo único que los diferenciaba, eran unas líneas en los bordes de sus mangas y alrededor del muslo derecho del pantalón.

Rojo para alfas.

Azul para betas.

Amarillo para omegas.

Marcus se miró en el espejo del baño y comenzó a peinar su cabello. No sabía porque, pero sentía una enorme necesidad por verse presentable. Después de todo, iría a ver a su general al mando, que al mismo tiempo era el hombre que le había salvado la vida. Era normal querer verse bien, ¿no?

Salió de su habitación y caminó al área donde decían que eran las oficinas. Al entrar, vio a una muchacha haciendo llamadas y escribiendo algo en una libreta. Asumió que era la secretaria.

-Hola, ¿puedo ayudarte en algo?—preguntó la chica una vez vio a Marcus parado en la puerta.

-Hola, si, vera yo… Amm…

-¿Está todo bien?

-Necesito ver al General Elsher—dijo por fin.

-Oh, claro. Es la oficina principal, esta al final del pasillo. Tiene su nombre en la puerta así que no creo que te pierdas —todas las indicaciones las dijo con una sonrisa que tranquilizó a Marcus un poco—Solo tendrás que esperar un momento, el General tuvo que salir pero no debe de tardar.

Marcus le dio las gracias y caminó en la dirección indicada. No hubo necesidad de tocar, pues no había nadie. Pero una vez adentro no supo que hacer. ¿Debería sentarse? ¿O sería mejor quedarse de pie y esperar? Optó por lo segundo, no quería darle una mala impresión a Craig.

La oficina era bastante acogedora, no era grande ni pequeña. No había cuadros como en la oficina de su padre, ni flores como en la de su madre. Solo un montón de papeles, carpetas y unas fotografías en el escritorio.

A pesar de que no estaba cerca de ese escritorio, Marcus pudo ver de quien era ese expediente abierto, era el suyo.

Caminó y cuando estuvo lo suficientemente cerca miró su fotografía y su nombre.

Craig había estado leyendo su expediente. Sus mejillas se tornaron rojas y decidió alejarse de ese escritorio. ¿Qué pensaría Craig después de haberlo leído? Marcus no tenía un entrenamiento militar, solo había practicado un poco de defensa personal cuando era un adolescente, pero fue durante menos de un año. Algo es algo, después de todo.

Mientras Marcus estaba hecho un manojo de nervios, Craig tampoco estaba teniendo la mejor de las mañanas. Acababa de enviar su primer reporte, en el que les explicaba a su padre y sus superiores como es que había perdido a 50 hombres en su primer día. Sabía que en cuanto su padre lo leyera, se le vendría el mundo encima. Apenas eran las 7 de la mañana y ya quería que terminara su tortura.

Entró en su edificio y hubiera continuado su camino de no ser porque su secretaria lo llamó.

-¿Sucede algo?—preguntó Craig.

-Acaba de llegar uno de los reclutas, dijo que necesitaba hablar con usted y está esperándolo en su oficina. 

-De acuerdo, gracias.

Craig terminó el recorrido hasta su oficina y al abrir la puerta, su cuerpo dejó de moverse. Marcus estaba en su oficina.

-Buenos días, General.

Tanto sus palabras como sus movimientos fueron torpes. Aunque Craig no lo vio así, “adorable” fue la palabra que brinco en su cabeza.

-Buenos días Marcus—era la primera vez que pronunciaba su nombre y nunca le había gustado tanto decir el nombre de alguien más— ¿puedo ayudarte en algo?

Decidió entrar a su oficina y caminar hasta su escritorio. Se colocó en la parte que le correspondía y al pasar a un lado de Marcus, se percató de su aroma. Un aroma que lo inundó hasta lo más profundo de su ser. No pudo identificar que era ese aroma, pero si le quedó más que claro que podía pasarse la vida entera rodeado de ese olor.

-Yo, amm, yo solo—el nerviosismo de Marcus le pareció tan tierno, que no pudo evitar sonreír—yo solo quería agradecerle por haberme salvado. Si usted no me hubiera dado algo de su sangre yo… yo no estaría aquí.

La sonrisa de Craig terminó por cubrir toda su boca y a Marcus le pareció aún más guapo.

-En primer lugar, puedes llamarme Craig, no hay necesidad de ser tan formales y en segundo—Craig caminó de regreso y se colocó enfrente de Marcus—no tienes que agradecerme, saber que estas bien es más que suficiente.

Marcus se percató de dos cosas: una, su corazón estaba latiendo increíblemente rápido y dos, Craig olía delicioso. Era un aroma mesclado a menta y el rocío de la mañana.

El silencio inundó la habitación, pero no era un silencio incómodo. Ambos se miraban con ganas de no dejar de mirarse; sus corazones les estaban indicando que se quedaran ahí, que estaba más que bien lo que sea que estaban sintiendo y sus cuerpos transmitían un calor que les provocó ganas de tocarse para saber que ninguno era producto de la imaginación del otro.

Y tal vez lo hubieran hecho, de no ser porque el teléfono sobre el escritorio de Craig comenzó a sonar. Ambos chicos dieron un pequeño salto que los trajo a la realidad y los obligó a dejar de mirarse.  

-Disculpa—dijo Craig al tiempo que descolgaba el teléfono—¿Diga?

-General, su padre está en la línea 2, le dije que estaba ocupado pero dejo muy en claro que era una orden. —La pobre chica sonaba asustada y nerviosa, lo cual significaba que su padre estaba más que molesto.

-No te preocupes, en seguida lo atiendo.

Craig volteó a ver a Marcus y antes de poder decir algo él le robo las palabras de la boca.

-Creo que debería irme, ya le he quitado mucho de su tiempo general.

-Ya te dije que no es necesario que me llames así

-Lo sé, pero creo que es lo más apropiado—los ojos de Marcus comenzaron a brillar con algo de… ¿picardía?—Pero si aún le molesta, puedo llamarlo Craig cuando estemos solos, General.

El énfasis en la última palabra encendió una pequeña chispa en el pecho de Craig.

-Que así sea entonces.

Marcus no pudo descifrar la mirada de Craig en ese momento, pero si supo que le gustó.

Se despidió cortésmente y Craig solo lo vio marcharse. Y aún después de la paliza telefónica que le dio su padre, una sonrisa coqueta seguía asomándose en la comisura de sus labios.

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