Alessia no llamó a la puerta. Hizo su entrada triunfal cuando la directora terminaba una llamada y tomó asiento frente al escritorio que era tan colorido como toda la habitación y los pasillos del preescolar.
—Buenos días, estoy aquí por el malentendido con Lea —avisó Alessia—. Mi hija no mordió a ningún niño, ¿ya puedo marcharme?
La directora se quedó unos segundos perpleja. Estudió a Alessia de pies a cabeza y reconoció que se notaba que era una mujer de carácter fuerte acostumbrada a trabajar bajo estrés; no estaba nada equivocada.
—Sí, buenos días —titubeó la directora—. Señora Regil, me encantaría que fuera un malentendido, pero…
—¿Está insinuando que mi hija va por allá como hiena mordiendo niños? —atacó Alessia con determinación—. ¿Es en serio?
—Yo nunca dije eso, sólo que…
—¿Y entonces qué quiere decir? —interrumpió nuevamente—. Explíquese, porque usted ya está en su trabajo, pero yo debo llegar al mío.
Alessia procedió a relajar la espalda en el asiento y a cruzar las piernas sin apartar la mirada de jugadora de póker.
Esa mañana había elegido el traje marrón de falda y saco, con la blusa en tono crema; así hacía resaltar sus ojos avellana, el cabello castaño y la piel aceitunada. Era ropa adecuada para la bienvenida a su nuevo jefe y enfrentar a un ejército de educadoras con tal de defender a su «hiena».
«Hija», se corrigió con un movimiento incómodo.
La directora suspiró muy hondo. No respondió de inmediato, sino que movió los dedos sobre el teclado de la computadora que tenía enfrente, luego giró el monitor hacia Alessia y reprodujo el video que estaba en la pantalla.
Y sí. Lea mordió a un niño de su misma edad, era evidente.
Alessia no cambió su expresión mientras miraba cómo estaban jugando ambos niños, luego Lea, en un momento de felicidad, tomó su mano y lo mordió.
Sí. Lea mordía como muestra de cariño, ¡pero eso estaba en el pasado! Habían corregido aquello y fue cuando todavía le estaban saliendo algunos dientes.
Pero… igual unas noches atrás, Lea orinó la cama cuando ya no hacía eso.
«Todo sería más fácil si tuviera a alguien con quien hablar de estas cosas», pensó Alessia al tiempo en que suspiró.
—¿Y qué le hizo el niño para que mi hija reaccione así? Retroceda todo el video y encontrará la respuesta.
La directora negó.
—El niño no hizo nada, es su amigo.
—¿Entonces está insinuando que mi hija es una hiena amigable? ¡No lo puedo creer!
Alessia se incorporó con una profunda indignación fingida.
—¡Yo no he dicho eso, señora Regil!
—¡Pues no me quedaré aquí a escuchar todas estas mentiras cuando el padre del niño ni se presentó! ¡Esos valores deben darle en casa a ese pobre niño!
—Señora Regil, el padre acababa de llamarme cuando usted entró, está estacionándose y…
La puerta se abrió y Alessia escuchó una agradable voz ronca decir:
—Lamento la demora, pero alguien se estacionó mal y ocupó dos lugares, no quedaba ningún sitio libre en todo el estacionamiento y tuve que buscar un lugar en la calle.
La madre giró el rostro para buscar al dueño de esa voz y, por unos segundos, se quedó perpleja porque pensó que se había teletransportado a una alfombra roja con actores de Hollywood. Bueno, estaba en Nueva York, habían muchos actores por ahí, quizá uno se confundió y llegó hasta la dirección con su perfecta cabellera castaña clara —casi rubia—, ojos azules y enfundado en un traje sastre color azul marino que no podía esconder por completo que ese cuerpo estaba profundamente relacionado con largas horas en el gimnasio.
—Buenos días, señor Lambert. Me permito presentarle a la señora Regil, es la madre de Lea.
El hombre esbozó una sonrisa amigable, se acercó a Alessia y la saludó con un suave apretón de manos que llenó de cosquillas la piel de la mujer.
—Oh, la madre de la pequeña mordelona —rio él.
Alessia frunció el entrecejo.
La directora rezó un padre nuestro en silencio.
El señor Lambert no tenía ni la más remota idea del tornado que se iba a desatar en esa reducida dirección colorida.
—Ahora todo tiene sentido —espetó Alessia y apartó la mano—. ¿Lo ve? Haciendo bromas de mal gusto sobre mi hija, de seguro el hijo es igual.—Señora Regil…—No, no, no estoy dispuesta a escuchar estas ofensas, mucho menos que mi hija esté obligada a convivir con un niño que debe tener los mismos malos modales que el padre.El hombre enarcó una ceja, por un momento creyó que no hablaba de él, pero Alessia lo señaló de forma acusadora y comprendió que sí, en efecto él era el de los «malos modales».—Señora Regil, ¿está hablando de mí? —cuestionó el señor Lambert sin evitar señalarse a sí mismo.Alessia puso los ojos en blanco y espetó:—¿Ve? El padre obviamente no es muy listo.La directora se puso de todos los colores. Si el padre del niño explotaba en ira, tendría toda la razón. —Disculpe, no estoy entendiendo… —musitó él. La situación le parecía inaudita—. ¿Su hija muerde a mi hijo y nosotros somos los maleducados?Alessia se incorporó, levantó la barbilla y lució amenazadora con su
Alessia sintió que Nueva York entero temblaba. Las rodillas le flaquearon, empezó a hiperventilar y poco faltó para que llamara al 911; no obstante, su patatús se detuvo cuando vio al señor Lambert apresurarse a abrir la puerta trasera para un hombre mayor de cabello canoso y con un elegante traje negro.El tal Matthew era el chofer del nuevo C.E.O., bueno, no era lo mejor, pero al menos no era el C.E.O. como creyó segundos antes.Matthew reía por algo que le decía el C.E.O., pero su sonrisa flaqueó al ver a Alessia en la puerta de los ascensores… y luego sonrío con más ganas.—Buenos días —saludó Alessia al C.E.O. cuando se detuvieron a su lado.El hombre miró a Matthew, luego a Alessia y respondió de la misma forma.Y procedieron a aguardar en silencio por los ascensores.Alessia suspiró aliviada cuando las puertas se abrieron y entraron. Quería decir algo elocuente, pero la presencia risueña de Matthew la incomodaba.¿Por qué sonreía tanto si acababan de pelear? Trabajar en la mism
—Señor Lambert, adelante, por favor —saludó Celine y lo acompañó hasta la silla ejecutiva a la cabeza de la mesa—. Estamos listos para iniciar cuando lo indique.Alessia no se incorporó como los demás cuando su nuevo jefe entró, pero no por rebeldía, sino que la vergüenza la mantenía con la mirada en su regazo y las piernas congeladas. —Ale —susurró Lisa—. Levántate.La joven madre inhaló hondo, enderezó los hombros, dirigió la mirada a Matthew y se incorporó junto con los demás.«El mundo no está hecho para los débiles», se recordó.—Bienvenido, señor Lambert —dijo de último Alessia—. Alessia Regil, un placer conocerlo.Y esperó que Matthew tuviera misericordia y olvidara el pequeñísimo o, bueno, los pequeñísimos incidentes de esa mañana. Pero Matthew amplió su sonrisa al verla y Alessia casi pudo escuchar los engranes del cerebro de su nuevo jefe poniéndose en marcha.—Señora Regil, claro, creo recordarla… —sonrió él mientras frotaba su barbilla y fingía una clara expresión pensat
—No creo que sea una buena idea, señor Lambert —contradijo Alessia con voz firme y escuchó cómo la mesa entera contuvo un suspiro. Nunca era buena idea llevarle la contraria al jefe, menos en su primer día—. Esas obras suelen ser escritas por aficionados que ni siquiera son lectores, no conocen las pautas básicas de ortografía y gramática y las tramas se repiten hasta el cansancio…—Pero ahí podemos encontrar ideas originales… —continuó Matthew—. No conocen el mundo editorial, no tienen la presión de un editor y…—Hasta los títulos tienen faltas de ortografía, invertiríamos muchísimos recursos en la edición de los manuscritos…—Pero las ideas son las que importan, si nosotros contamos con el equipo para pulir esas obras, entonces…—Casi todas las novelas hablan de lo mismo, son las mismas tramas genéricas con diferentes nombres, ahí no encontrará un «Harry Potter» —insistió Alessia—. Quizá en Europa podría funcionar, pero aquí no.Los presentes en la sala de juntas contuvieron la resp
Alessia respiró hondo para calmar sus nervios mientras se estacionaba afuera del preescolar; procuró ocupar sólo un sitio.Esa mañana lloviznaba. Primero bajó ella para ayudar con el paraguas a su hija. No habían ni avanzado cinco pasos hacia las escaleras de entrada cuando llegó Matthew en su lujosa camioneta.El señor que ella creyó que era el C.E.O. en realidad era el chofer. Esa mañana descendió del asiento del conductor y abrió la puerta para Matthew y su hijo.—Vamos, Lea —dijo Alessia cuando la mirada de Matthew cayó en ellas. Lea continuó caminando de la mano de su mamá. Estaba muy apenada, porque sabía que hizo algo mal.La noche anterior Alessia habló con ella para explicarle que no existía justificación para lastimar a otra persona. Y Lea estaba tan avergonzada porque sabía que era verdad. El pequeño Emery le agradaba, nunca quiso hacerle daño, pero a veces se sentía tan ignorada por todo su entorno que empezaba a notar que cuando hacía cosas extrañas lograba tener esa ate
—He hablado con Lea —dijo Alessia con voz fría—. Ella se disculpará hoy con Emery y prometió no volver a hacer algo parecido; sino se disculpa, puede decirme para que le llame la atención.Matthew metió las manos en los bolsillos del pantalón y se giró a mirarla, pese a que su empleada continuaba mirando el pasillo que ya se encontraba vacío.—Se lo agradezco mucho, señora Regil —agradeció Matthew y dejó entrever un suave acento francés que causó un terrible hormigueo en la piel de Alessia—. Entiendo que Emery quiere mucho a Lea, son buenos amigos.—Eso me dijo Lea, que sólo… se dejó llevar y que no lo volverá a hacer —Entonces Alessia giró hacia su jefe y, sin titubear, le sostuvo la mirada a esos profundos ojos azules que le hacían preguntarse muchas cosas que preferiría ignorar—. Lo lamentamos mucho, señor Lambert, por todo.Alessia esperaba que eso fuera suficiente y que no tuviera que disculparse por cada cosa que hizo mal el día anterior. Todos los acontecimientos de esa mañana n
—No sabía que eras fan de Taylor Swift —dijo Lisa a espaldas de Alessia.La madre soltera se retiró el único audífono inalámbrico que portaba y encogió los hombros.—Digamos que hoy me enteré.Un manotazo en la parte superior del cubículo las sobresaltó. Era Celine, la persona menos favorita de Alessia, así que no pudo controlar la expresión de hastío.—Mi tío quiere verte en su oficina, Alessia, muévete.Sin agregar más, se marchó.—¿Por qué el jefe parece tan atento contigo? —inquirió su compañera de trabajo con profunda curiosidad—. Te juro que tengo sospechas.Alessia apagó la música en su celular, recogió su tableta electrónica y se incorporó. Era un poco más alta que Lisa que seguía pareciendo una chiquilla de no más de veinte años cuando tenían exactamente la misma edad, pero Lisa amaba portar coletas y vestir con ropa en colores pastel y con dibujos animados. Lisa había intentado por años pasar al área de marketing, pero la tenían confinada con Alessia en el área más aburrida
Alessia se tomó unos segundos más para calmarse antes de responder:—No creo que encontremos un «Harry Potter», sólo hay uno y los demás son copias. No queremos una novela que sea acusada de plagio por una base de admiradores tan grande.—No, claro que no —concordó el—, pero necesitamos algo tan fuerte como «Harry Potter» o sabe en qué acabará esto.Se miraron en silencio.La editorial tenía los ingresos en números rojos, sino hacían algo, se irían a la quiebra. Era la crónica de una muerte anunciada, al menos que lograran encontrar ese diamante en bruto que los hiciera emerger de nuevo.—Yo me limito a elegir los manuscritos que cumplen con los criterios que me han entregado y…—Y olvídese de eso —interrumpió—. No está funcionado, así que ahora está en sus manos.—¿Sólo en mis manos?—Y las mías —dijo y extendió sus manos—. ¿No cree que sea suficiente?Sus manos tenían cayos, los notó a simple vista y sabía que eso era por levantar pesas; su ex esposo tenía algunos aunque el ejercicio