Capítulo 2

Alessia no llamó a la puerta. Hizo su entrada triunfal cuando la directora terminaba una llamada y tomó asiento frente al escritorio que era tan colorido como toda la habitación y los pasillos del preescolar.

—Buenos días, estoy aquí por el malentendido con Lea —avisó Alessia—. Mi hija no mordió a ningún niño, ¿ya puedo marcharme?

La directora se quedó unos segundos perpleja. Estudió a Alessia de pies a cabeza y reconoció que se notaba que era una mujer de carácter fuerte acostumbrada a trabajar bajo estrés; no estaba nada equivocada.

—Sí, buenos días —titubeó la directora—. Señora Regil, me encantaría que fuera un malentendido, pero…

—¿Está insinuando que mi hija va por allá como hiena mordiendo niños? —atacó Alessia con determinación—. ¿Es en serio?

—Yo nunca dije eso, sólo que…

—¿Y entonces qué quiere decir? —interrumpió nuevamente—.  Explíquese, porque usted ya está en su trabajo, pero yo debo llegar al mío.

Alessia procedió a relajar la espalda en el asiento y a cruzar las piernas sin apartar la mirada de jugadora de póker.

Esa mañana había elegido el traje marrón de falda y saco, con la blusa en tono crema; así hacía resaltar sus ojos avellana, el cabello castaño y la piel aceitunada. Era ropa adecuada para la bienvenida a su nuevo jefe y enfrentar a un ejército de educadoras con tal de defender a su «hiena».

«Hija», se corrigió con un movimiento incómodo.

La directora suspiró muy hondo. No respondió de inmediato, sino que movió los dedos sobre el teclado de la computadora que tenía enfrente, luego giró el monitor hacia Alessia y reprodujo el video que estaba en la pantalla.

Y sí. Lea mordió a un niño de su misma edad, era evidente.

Alessia no cambió su expresión mientras miraba cómo estaban jugando ambos niños, luego Lea, en un momento de felicidad, tomó su mano y lo mordió.

Sí. Lea mordía como muestra de cariño, ¡pero eso estaba en el pasado! Habían corregido aquello y fue cuando todavía le estaban saliendo algunos dientes.

Pero… igual unas noches atrás, Lea orinó la cama cuando ya no hacía eso.

«Todo sería más fácil si tuviera a alguien con quien hablar de estas cosas», pensó Alessia al tiempo en que suspiró.

—¿Y qué le hizo el niño para que mi hija reaccione así? Retroceda todo el video y encontrará la respuesta.

La directora negó.

—El niño no hizo nada, es su amigo.

—¿Entonces está insinuando que mi hija es una hiena amigable? ¡No lo puedo creer!

Alessia se incorporó con una profunda indignación fingida.

—¡Yo no he dicho eso, señora Regil!

—¡Pues no me quedaré aquí a escuchar todas estas mentiras cuando el padre del niño ni se presentó! ¡Esos valores deben darle en casa a ese pobre niño!

—Señora Regil, el padre acababa de llamarme cuando usted entró, está estacionándose y…

La puerta se abrió y Alessia escuchó una agradable voz ronca decir:

—Lamento la demora, pero alguien se estacionó mal y ocupó dos lugares, no quedaba ningún sitio libre en todo el estacionamiento y tuve que buscar un lugar en la calle.

La madre giró el rostro para buscar al dueño de esa voz y, por unos segundos, se quedó perpleja porque pensó que se había teletransportado a una alfombra roja con actores de Hollywood. Bueno, estaba en Nueva York, habían muchos actores por ahí, quizá uno se confundió y llegó hasta la dirección con su perfecta cabellera castaña clara —casi rubia—, ojos azules y enfundado en un traje sastre color azul marino que no podía esconder por completo que ese cuerpo estaba profundamente relacionado con largas horas en el gimnasio.

—Buenos días, señor Lambert. Me permito presentarle a la señora Regil, es la madre de Lea.

El hombre esbozó una sonrisa amigable, se acercó a Alessia y la saludó con un suave apretón de manos que llenó de cosquillas la piel de la mujer.

—Oh, la madre de la pequeña mordelona —rio él.

Alessia frunció el entrecejo.

La directora rezó un padre nuestro en silencio.

El señor Lambert no tenía ni la más remota idea del tornado que se iba a desatar en esa reducida dirección colorida.

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