Alessia se tomó unos segundos más para calmarse antes de responder:—No creo que encontremos un «Harry Potter», sólo hay uno y los demás son copias. No queremos una novela que sea acusada de plagio por una base de admiradores tan grande.—No, claro que no —concordó el—, pero necesitamos algo tan fuerte como «Harry Potter» o sabe en qué acabará esto.Se miraron en silencio.La editorial tenía los ingresos en números rojos, sino hacían algo, se irían a la quiebra. Era la crónica de una muerte anunciada, al menos que lograran encontrar ese diamante en bruto que los hiciera emerger de nuevo.—Yo me limito a elegir los manuscritos que cumplen con los criterios que me han entregado y…—Y olvídese de eso —interrumpió—. No está funcionado, así que ahora está en sus manos.—¿Sólo en mis manos?—Y las mías —dijo y extendió sus manos—. ¿No cree que sea suficiente?Sus manos tenían cayos, los notó a simple vista y sabía que eso era por levantar pesas; su ex esposo tenía algunos aunque el ejercicio
Alessia no podía creer que aceptaron la quisquillosa lista de requisitos para su futura oficina. Lisa se había emocionado con eso de la libertad creativa, así parecía que tendrían un sitio digno de compartir en redes sociales; bueno, esa era la intención de Lisa.—Crearemos expectación en redes sociales —dijo ella mientras terminaba de anotar las luces LED en color fucsia con las que decorarían las paredes de la oficina—. Será increíble, te lo prometo.Alessia no estaba tan convencida. Nunca le gustaron mucho las redes sociales y no sentía que tuviera lo que se necesitaba para triunfar en estas. No se sentía fea, mas tampoco una belleza que las personas quisieran ver una y otra vez. Además, su ex esposo era especialista en redes sociales, era muy popular ahí; ella no sabía de esas cosas.Quizá por eso, cuando llegó a su cubículo y encontró a Matthew y Lisa conversando, se sorprendió. —Iremos por sus escritorios —dijo él. —Pero le comentaba que tengo toneladas de trabajo por dejar li
Un edificio que ocupaba una cuadra entera en Brooklyn se alzaba frente a ella con sus grandes escaparates que mostraban todo tipo de muebles con diseños vanguardistas. —Ahí está Nathan —señaló Matthew mientras bajaba de la camioneta. Alessia demoró un poco más en ver porque el señor Thomas, el chofer, se empeñó en permitir que le abriera la puerta y la ayudara a bajar, cuando lo hizo encontró a Matthew conversando con un chico sumamente parecido a él, pero con el cabello un poco largo y algunos años menor; quizá de la misma edad que ella. —Mira, Nathan, ella es la señora Regil, será una de las salvadoras de la editorial —presentó Matthew. El joven estrechó con firmeza la mano de ella. —Mucho gusto —saludó Alessia. No pudo disimular su contrariedad al verlos tan parecidos. —Es mi hermanito —explicó Matthew—, pero nunca se relacionó con la empresa familia. Él tiene su propio imperio. —Nathan Lambert —reflexionó ella—. ¿No eres el C.E.O. de «Muzzix»? —¡Me conoce! —exclamó el jo
Matthew miró hacia atrás y algo aleteó en el interior su pecho. El asiento trasero no había llevado a una mujer en años; producía una calidez inexplicable encontrar a Alessia al lado de Emery. La mujer estaba ahí en compañía de su hija que jugaba con Emery y unos cubos de colores. La joven madre lo descubrió mirándola y le regaló una sonrisa. Matthew respondió igual y regresó la atención al camino. —¿Todo bien, señor? —preguntó Thomas en ese tono servicial que a Matthew le desesperaba tanto. Lo había acompañado desde Londres, era la persona más leal que conocía y lo consideraba un amigo, no simplemente su chofer. —Sí, Thomas, todo perfecto. —¿Desea que vaya por el médico después de dejarlos en casa? —No, así está bien… Dijo que iría en un rato. Thomas hizo un asentimiento y continuó conduciendo en silencio. Matthew volvió a mirar a su hijo, sabía que mintió sobre sentirse mal y sólo quería ir a casa; luego hablaría con él. Lo alegraba ver que volvía a ser amigo de Lea, siempre l
Matthew se frotó el rostro sin apartar la vista del camino. Era mala idea pensar en tu empleada guapa que además va en el asiento trasero de la camioneta camino a tu casa. —Maldición —musitó, incómodo. —¿Sucede algo, señor? —¿Papi? —preguntó Emery. Matthew se giró hacia su hijo y le revolvió el cabello. —Recordé unos pendientes —mintió el C.E.O. Pronto llegaron al imponente edificio de departamentos que estaba a tan sólo diez minutos del centro de Manhattan. Era una torre de cristal que resplandecía con los brillos del sol que resbalaban sobre los cristales polarizados. Matthew y sus hijos estaban enamorados de ese lugar; sólo le bastó una mirada curiosa a Alessia para saber que ella igual pensaba que era un sitio hermoso. Probablemente lo había visto antes, eran de los departamentos más codiciados en la ciudad. El chofer se detuvo frente a la entrada principal. Matthew bajó por sí solo, pero Thomas se apresuró a abrir la puerta para Alessia y los niños. —Vaya, vives en un si
—Joanne —reaccionó Matthew y colocó todos los vasos de agua sobre la mesa del centro—. Joanne, ella es Alessia, una compañera de la empresa…Su hija examinó a Alessia de pies a cabeza.Alessia lamentó decidir usar ese día los zapatos más viejos que tenía, pero eran los más cómodos y sus favoritos.»Alessia, mi hija mayor, Joanne.—Mucho gusto —se adelantó Alessia a saludar y extendió la mano.Joanne miró la mano de la joven, luego a su padre, después a los niños que seguían jugando en la sala y, por último, a la cara de Alessia.—Ajá, como sea.Y, sin estrechar su mano, se giró para dirigirse a la cocina.»Papá, ¿puedo ir a casa de Melanie?La pequeña trigueña desapareció en la cocina. Su padre se apresuró a seguirla.Alessia inhaló hondo, bajó la mano y tomó asiento en el sofá para ver a Lea jugar con Emery. Intentó sonreír mientras su hija le mostraba algunos de los juguetes de Emery, eran caros y probablemente a ella le costaría mucho comprar unos iguales, pero podía hacerlo. Era un
Alessia reconoció el esfuerzo de su jefe con el almuerzo. No era un banquete digno de un restaurante cinco estrellas, pero el filete de carne con sus respectivas guarniciones de puré de papá y verduras estaban bastante bien. Lea comía feliz y sin quejarse, lo que ya era mucho porque era melindrosa.—No sé cocinar muchas cosas —admitió Matthew apenado mientras Alessia servía un poco más de puré a Lea—. Una disculpa.—Está delicioso, señor Lambert —dijo Alessia con sinceridad—. Tiene buen sazón.—¿En serio? —se sonrojó—. Gracias… Y puedes decirme Matthew.—Oh, está bien, Matthew…E intercambiaron una sonrisa que no pasó desapercibida para Lea.—A mi mami le dicen Ale —informó la pequeña.—¡Ale! —repitió Emery con su cuchara en alto—. ¡Es bonito!Matthew ayudó a su hijo a cortar un poco más de carne y dijo:—Es verdad, es bonito. Lea y Ale, se escucha bien.—Gracias —musitó Alessia y le dirigió una mirada curiosa a su hija quien se limitó a hacer una sonrisa que mostraba todos sus dientes
Lea se giró hacia Emery y negó.—Mi mamá se enoja cuando le hablo y no me contesta.—¿Y si te contesta?Lea negó.—Nunca contesta.Emery cruzó los bracitos y meditó con un sonoro «mmmm».—Si yo pudiera llamaría a mi mamá, pero papá perdió su número.—Lo siento…Entre pláticas ambos niños habían confesado que extrañaban a su madre y padre, respectivamente, y que les gustaría verlos más seguido. Emery no la recordaba mucho, pero poseía un recuerdo muy vívido de su madre mirándolo con amor en la cuna. Joanne le decía que era imposible porque era muy pequeñito cuando su mamá se marchó, pero él la recordaba. —No importa —minimizó el niño y se levantó—. Llama a tu papá.Emery corrió por el teléfono inalámbrico que estaba en la mesa del fondo y se lo entregó a Lea.Lea se sintió culpable por memorizar el número de su papá. No entendía por completo las cantidades que representaban cada uno de éstos, pero sí encontrarlos en los botones grandes del teléfono que sostenía. Lo aprendió sin querer,