Renata abrió los ojos y contempló el techo blanco. Por unos segundos, no supo en dónde estaba ni qué pasó, pero al girar un poco el rostro encontró a Matthew durmiendo en el sofá y recordó en un segundo a su pequeño hijo luchando por entregarle un dibujo mientras un automóvil se acercaba a toda velocidad.—¡Emery! —gritó al tiempo en que se sentó.Matthew brincó por la sorpresa.—¿Qué? ¿Qué pasa?—¡¿En dónde está Emery?! —chilló Renata con las lágrimas cayendo por su rostro—. ¡¿Está bien?!Matthew espabiló y trató de contener a Renata, quien ya trataba de incorporarse. —Te vas a lastimar —advirtió el hombre—. Y Emery está bien, no tiene ni un solo golpe y está durmiendo en casa, tranquila…Renata al instante se relajó y las dolencias de su maltrecho cuerpo se manifestaron. Su brazo dolía, no podía moverlo por el cabestrillo, y tenía hinchado el ojo derecho; ella no podía verse, pero lucía morado. También su abdomen dolía, lo palpó y encontró una superficie irregular.»Tuviste una hemo
Alessia todavía sentía vértigo cuando miraba desde el balcón hacia las calles de Manhattan. Llevaban ya un par de meses en el nuevo departamento, en el mismo edificio, pero se encontraba varios pisos arriba y a veces, cuando había neblina, ni era posible ver el suelo de la ciudad. El anterior, en opinión de Matthew, resultaba pequeño para todos.Esa mañana de Navidad era fría. Los dedos de la mujer estaban enfundados en guantes gruesos, tenía un gorro de lana, bufanda y el abrigo más pesado que encontró en el armario. Lo más coherente era no poner un pie en el balcón a esa altura y a esas horas, pero era una costumbre de Alessia. Todas las mañanas de Navidad salía a tomarse un café. No importaba en dónde estuviera, era su ritual privado y eso no cambió ni al formar su nueva familia. Bebía su café, reflexionaba sobre el año que se iba y se ilusionaba con la reacción de Lea al ver sus regalos nuevos; ya podía emocionarse pensando también en las caras felices de Emery y Joanne.Y había
—La letra de santa se parece a la de mami —observó Lea, aunque no comprendía todas las palabras, sólo su nombre.Alessia rio y revolvió el cabello de su hija.—Santa tiene bonita letra, como yo.Lea encogió los hombros y tomó la caja de regalo.—¡Es muy grande! —exclamó la niña—. ¡¿Qué es?!—Tendrás que abrirlo, sólo santa sabe eso —respondió Matthew.Los niños procedieron a sentarse en el suelo y comenzar a desenvolver los regalos.Mahika se acercó primero a Ale, luego a Matthew para felicitarlos.—Tu regalo es ese —dijo Matthew y le señaló una caja pequeña—. Espero que te guste, Ale eligió el color.—Gracias, señor. Yo igual le tengo un regalo.Mahika tomó la caja que era suya y luego los dos regalos que eran para Ale y Matthew. A él le regaló una corbata psicodélica en color rojo que decía «The boss», y a ella un hermoso vestido hindú en color amarillo. Alessia estaba fascinada y no paró de repetir que lo amaba.El regalo para Mahika era un celular dorado con la última tecnología,
Alessia retiró el moño con cuidado, levantó la tapa de la caja y observó una caja chiquitita en el fondo. Ale tenía que meter casi medio cuerpo para alcanzar la cajita, así que no notó todo el movimiento a su alrededor.Mahika apartó la atención de su flamante celular y fue a posicionar mejor la videocámara para capturar bien toda la escena. Emery sacó su dibujo de debajo de un sofá, lo puso en alto, y al lado Joanne y Lea sostuvieron una manta muy bien extendida. Matthew estaba más cerca de Ale y era un manojo de nervios, sintió que escupiría el corazón cuando Alessia se incorporó con la pequeña caja en sus manos.—No entiendo —musitó ella—. ¿Qué es?Abrió la caja sin levantar la mirada y encontró su respuesta:Un anillo.Alessia dejó caer la quijada y, antes de que pudiera hablar, Matthew se arrodilló frente a ella.Entonces la mujer notó el dibujo de Emery y la manta. Su corazón latió más rápido que nunca.—Alessia Regil… —llamó Matthew con la voz temblorosa mientras las primeras l
«Es imposible que mi hija mordiera a otro niño, por favor, ¡qué ridículo!», pensó por décima vez Alessia en menos de un minuto. Se repetía la misma frase una y otra vez mientras conducía por las lluviosas y transitadas calles de Nueva York. Echó un vistazo en el espejo retrovisor y sonrió a su hija de cuatro años que se distraía con una muñeca que le regaló en navidad. «Pero si es un ángel, ¿cómo pueden creer que mordería a otro niño?».—Pero me van a escuchar —siseó Alessia mientras le cerraba el paso a una camioneta y rebasaba por un espacio diminuto en el que casi pierde uno de los espejos laterales. Esa era ella, un peligro al volante, pero especialista en llegar a tiempo a su trabajo sin importar las imposibles calles de Manhattan, aunque esa mañana sería la excepción. No podía saltarse la plática con las maestras del preescolar porque aquello era una terrible confusión, estaba completamente convencida, y les diría hasta de lo que se iban a morir por culpar a su hija y hacerla
Alessia no llamó a la puerta. Hizo su entrada triunfal cuando la directora terminaba una llamada y tomó asiento frente al escritorio que era tan colorido como toda la habitación y los pasillos del preescolar.—Buenos días, estoy aquí por el malentendido con Lea —avisó Alessia—. Mi hija no mordió a ningún niño, ¿ya puedo marcharme?La directora se quedó unos segundos perpleja. Estudió a Alessia de pies a cabeza y reconoció que se notaba que era una mujer de carácter fuerte acostumbrada a trabajar bajo estrés; no estaba nada equivocada.—Sí, buenos días —titubeó la directora—. Señora Regil, me encantaría que fuera un malentendido, pero…—¿Está insinuando que mi hija va por allá como hiena mordiendo niños? —atacó Alessia con determinación—. ¿Es en serio?—Yo nunca dije eso, sólo que…—¿Y entonces qué quiere decir? —interrumpió nuevamente—. Explíquese, porque usted ya está en su trabajo, pero yo debo llegar al mío.Alessia procedió a relajar la espalda en el asiento y a cruzar las pierna
—Ahora todo tiene sentido —espetó Alessia y apartó la mano—. ¿Lo ve? Haciendo bromas de mal gusto sobre mi hija, de seguro el hijo es igual.—Señora Regil…—No, no, no estoy dispuesta a escuchar estas ofensas, mucho menos que mi hija esté obligada a convivir con un niño que debe tener los mismos malos modales que el padre.El hombre enarcó una ceja, por un momento creyó que no hablaba de él, pero Alessia lo señaló de forma acusadora y comprendió que sí, en efecto él era el de los «malos modales».—Señora Regil, ¿está hablando de mí? —cuestionó el señor Lambert sin evitar señalarse a sí mismo.Alessia puso los ojos en blanco y espetó:—¿Ve? El padre obviamente no es muy listo.La directora se puso de todos los colores. Si el padre del niño explotaba en ira, tendría toda la razón. —Disculpe, no estoy entendiendo… —musitó él. La situación le parecía inaudita—. ¿Su hija muerde a mi hijo y nosotros somos los maleducados?Alessia se incorporó, levantó la barbilla y lució amenazadora con su
Alessia sintió que Nueva York entero temblaba. Las rodillas le flaquearon, empezó a hiperventilar y poco faltó para que llamara al 911; no obstante, su patatús se detuvo cuando vio al señor Lambert apresurarse a abrir la puerta trasera para un hombre mayor de cabello canoso y con un elegante traje negro.El tal Matthew era el chofer del nuevo C.E.O., bueno, no era lo mejor, pero al menos no era el C.E.O. como creyó segundos antes.Matthew reía por algo que le decía el C.E.O., pero su sonrisa flaqueó al ver a Alessia en la puerta de los ascensores… y luego sonrío con más ganas.—Buenos días —saludó Alessia al C.E.O. cuando se detuvieron a su lado.El hombre miró a Matthew, luego a Alessia y respondió de la misma forma.Y procedieron a aguardar en silencio por los ascensores.Alessia suspiró aliviada cuando las puertas se abrieron y entraron. Quería decir algo elocuente, pero la presencia risueña de Matthew la incomodaba.¿Por qué sonreía tanto si acababan de pelear? Trabajar en la mism