«Es imposible que mi hija mordiera a otro niño, por favor, ¡qué ridículo!», pensó por décima vez Alessia en menos de un minuto. Se repetía la misma frase una y otra vez mientras conducía por las lluviosas y transitadas calles de Nueva York.
Echó un vistazo en el espejo retrovisor y sonrió a su hija de cuatro años que se distraía con una muñeca que le regaló en navidad.
«Pero si es un ángel, ¿cómo pueden creer que mordería a otro niño?».
—Pero me van a escuchar —siseó Alessia mientras le cerraba el paso a una camioneta y rebasaba por un espacio diminuto en el que casi pierde uno de los espejos laterales.
Esa era ella, un peligro al volante, pero especialista en llegar a tiempo a su trabajo sin importar las imposibles calles de Manhattan, aunque esa mañana sería la excepción. No podía saltarse la plática con las maestras del preescolar porque aquello era una terrible confusión, estaba completamente convencida, y les diría hasta de lo que se iban a morir por culpar a su hija y hacerla llegar tarde al trabajo en un día tan importante.
La junta de bienvenida para el nuevo C.E.O. de la editorial era importante. La empresa se encontraba en crisis y habían realizado recorte de personal que afortunadamente no llegó a ella. Por esa razón, se decidió elegir a un nuevo C.E.O., alguien de la familia de los dueños, y Alessia esperaba que aquello hiciera emerger de nuevo a la editorial porque no sabía si podría encontrar otro empleo con un sueldo tan bueno y horario cómodo, pues era madre soltera y a veces necesitaba dividirse en mil partes para cumplir con todo.
—Me van a escuchar —repitió en un susurro y se estacionó mal en dos cubículos del reducido estacionamiento de la exclusiva guardería donde se quedaba su pequeña mientras ella trabajaba—. Ponte el impermeable, Lea.
La pequeña asintió y comenzó a colocarse el impermeable rosa de Barbie mientras su madre la miraba.
«O sea, ella mordía, pero eso está en el pasado, y ni lo hacía fuerte, era despacito», recordó Alessia sin apartar la mirada de su hija, «lo hacía cuando tenía menos de dos años, es ridículo que volviera a hacerlo ahora».
—¿Lista? —preguntó a su hija.
—Sí, mami —contestó la niña con una sonrisa—. ¿Estás molesta?
—Sí, cariño, pero no contigo, sino con otras personas.
Lea asintió dudosa y bajó la mirada.
—¿Las que dijeron que mordí a Emery?
Alessia contuvo la respiración. Sabía que Lea escuchó la conversación por accidente, ¡ella no sabía que la estaban llamando para eso!, pero estaba muy segura de no mencionar a ningún Emery.
—Sí, pero yo sé que es mentira porque que no harías algo así, yo te creo, Lea.
La niña hizo otro asentimiento.
—Gracias, mami…
Alessia igual asintió. Era incondicional de su hija, siempre le creería, siempre, y también la apoyaría, hasta cuando no tuviera la razón, hasta cuando necesitara mentir para protegerla porque esa era su misión de madre. No tenía una pareja en la cual apoyarse, todo caía sobre sus hombros, y a veces el peso era tanto que doblaba sus rodillas; sin embargo, se mantenía firme porque era el ejemplo que quería dar a su hija.
Alessia era una mujer fuerte hasta cuando internamente temblaba más que una gelatina.
—No agradezcas, Lea. Vamos.
La madre tomó el paraguas, abrió la puerta del automóvil, extendió el paraguas y se apresuró a rodear el vehículo para ayudar a su hija a bajar.
Pronto corrieron por el reducido estacionamiento, subieron la escalinata y llegaron al refugio del techo. Reían por la carrera y bromeaban sobre los charcos que más parecían lagunas mientras la madre ayudaba a su hija a cambiarse las botas de lluvia por sus zapatos y a quitarse el impermeable.
Alessia guardó todo en el casillero asignado para Lea que tenía muchas calcomanías de Barbie. Tomó de la mano a su hija y caminaron por los coloridos pasillos hasta el aula donde una profesora aguardaba en la puerta por los niños que iban llegando.
—Diviértete, cariño —se despidió Alessia.
Su hija casi la ignoró porque estaba más emocionada por jugar con sus amigos que triste por despedirse de su madre. Lea siempre fue una niña sociable, Alessia estaba convencida de que había un error o… simplemente se defendió.
«Sí, es eso», se convenció. Si su hija mordió a un niño fue en defensa personal, así de simple.
—Ya la espera la directora —señaló la maestra hacia el final del pasillo—. El padre del niño todavía no ha llegado.
—Impuntual, un clásico —se quejó Alessia y consultó la hora en su celular—. Sólo tengo quince minutos porque tengo que llegar al trabajo, sino llega pues… lo lamento mucho.
La maestra quiso decir algo más, pero Alessia se marchó hacia la dirección sin darle oportunidad.
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¡Hola!
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Alessia no llamó a la puerta. Hizo su entrada triunfal cuando la directora terminaba una llamada y tomó asiento frente al escritorio que era tan colorido como toda la habitación y los pasillos del preescolar.—Buenos días, estoy aquí por el malentendido con Lea —avisó Alessia—. Mi hija no mordió a ningún niño, ¿ya puedo marcharme?La directora se quedó unos segundos perpleja. Estudió a Alessia de pies a cabeza y reconoció que se notaba que era una mujer de carácter fuerte acostumbrada a trabajar bajo estrés; no estaba nada equivocada.—Sí, buenos días —titubeó la directora—. Señora Regil, me encantaría que fuera un malentendido, pero…—¿Está insinuando que mi hija va por allá como hiena mordiendo niños? —atacó Alessia con determinación—. ¿Es en serio?—Yo nunca dije eso, sólo que…—¿Y entonces qué quiere decir? —interrumpió nuevamente—. Explíquese, porque usted ya está en su trabajo, pero yo debo llegar al mío.Alessia procedió a relajar la espalda en el asiento y a cruzar las pierna
—Ahora todo tiene sentido —espetó Alessia y apartó la mano—. ¿Lo ve? Haciendo bromas de mal gusto sobre mi hija, de seguro el hijo es igual.—Señora Regil…—No, no, no estoy dispuesta a escuchar estas ofensas, mucho menos que mi hija esté obligada a convivir con un niño que debe tener los mismos malos modales que el padre.El hombre enarcó una ceja, por un momento creyó que no hablaba de él, pero Alessia lo señaló de forma acusadora y comprendió que sí, en efecto él era el de los «malos modales».—Señora Regil, ¿está hablando de mí? —cuestionó el señor Lambert sin evitar señalarse a sí mismo.Alessia puso los ojos en blanco y espetó:—¿Ve? El padre obviamente no es muy listo.La directora se puso de todos los colores. Si el padre del niño explotaba en ira, tendría toda la razón. —Disculpe, no estoy entendiendo… —musitó él. La situación le parecía inaudita—. ¿Su hija muerde a mi hijo y nosotros somos los maleducados?Alessia se incorporó, levantó la barbilla y lució amenazadora con su
Alessia sintió que Nueva York entero temblaba. Las rodillas le flaquearon, empezó a hiperventilar y poco faltó para que llamara al 911; no obstante, su patatús se detuvo cuando vio al señor Lambert apresurarse a abrir la puerta trasera para un hombre mayor de cabello canoso y con un elegante traje negro.El tal Matthew era el chofer del nuevo C.E.O., bueno, no era lo mejor, pero al menos no era el C.E.O. como creyó segundos antes.Matthew reía por algo que le decía el C.E.O., pero su sonrisa flaqueó al ver a Alessia en la puerta de los ascensores… y luego sonrío con más ganas.—Buenos días —saludó Alessia al C.E.O. cuando se detuvieron a su lado.El hombre miró a Matthew, luego a Alessia y respondió de la misma forma.Y procedieron a aguardar en silencio por los ascensores.Alessia suspiró aliviada cuando las puertas se abrieron y entraron. Quería decir algo elocuente, pero la presencia risueña de Matthew la incomodaba.¿Por qué sonreía tanto si acababan de pelear? Trabajar en la mism
—Señor Lambert, adelante, por favor —saludó Celine y lo acompañó hasta la silla ejecutiva a la cabeza de la mesa—. Estamos listos para iniciar cuando lo indique.Alessia no se incorporó como los demás cuando su nuevo jefe entró, pero no por rebeldía, sino que la vergüenza la mantenía con la mirada en su regazo y las piernas congeladas. —Ale —susurró Lisa—. Levántate.La joven madre inhaló hondo, enderezó los hombros, dirigió la mirada a Matthew y se incorporó junto con los demás.«El mundo no está hecho para los débiles», se recordó.—Bienvenido, señor Lambert —dijo de último Alessia—. Alessia Regil, un placer conocerlo.Y esperó que Matthew tuviera misericordia y olvidara el pequeñísimo o, bueno, los pequeñísimos incidentes de esa mañana. Pero Matthew amplió su sonrisa al verla y Alessia casi pudo escuchar los engranes del cerebro de su nuevo jefe poniéndose en marcha.—Señora Regil, claro, creo recordarla… —sonrió él mientras frotaba su barbilla y fingía una clara expresión pensat
—No creo que sea una buena idea, señor Lambert —contradijo Alessia con voz firme y escuchó cómo la mesa entera contuvo un suspiro. Nunca era buena idea llevarle la contraria al jefe, menos en su primer día—. Esas obras suelen ser escritas por aficionados que ni siquiera son lectores, no conocen las pautas básicas de ortografía y gramática y las tramas se repiten hasta el cansancio…—Pero ahí podemos encontrar ideas originales… —continuó Matthew—. No conocen el mundo editorial, no tienen la presión de un editor y…—Hasta los títulos tienen faltas de ortografía, invertiríamos muchísimos recursos en la edición de los manuscritos…—Pero las ideas son las que importan, si nosotros contamos con el equipo para pulir esas obras, entonces…—Casi todas las novelas hablan de lo mismo, son las mismas tramas genéricas con diferentes nombres, ahí no encontrará un «Harry Potter» —insistió Alessia—. Quizá en Europa podría funcionar, pero aquí no.Los presentes en la sala de juntas contuvieron la resp
Alessia respiró hondo para calmar sus nervios mientras se estacionaba afuera del preescolar; procuró ocupar sólo un sitio.Esa mañana lloviznaba. Primero bajó ella para ayudar con el paraguas a su hija. No habían ni avanzado cinco pasos hacia las escaleras de entrada cuando llegó Matthew en su lujosa camioneta.El señor que ella creyó que era el C.E.O. en realidad era el chofer. Esa mañana descendió del asiento del conductor y abrió la puerta para Matthew y su hijo.—Vamos, Lea —dijo Alessia cuando la mirada de Matthew cayó en ellas. Lea continuó caminando de la mano de su mamá. Estaba muy apenada, porque sabía que hizo algo mal.La noche anterior Alessia habló con ella para explicarle que no existía justificación para lastimar a otra persona. Y Lea estaba tan avergonzada porque sabía que era verdad. El pequeño Emery le agradaba, nunca quiso hacerle daño, pero a veces se sentía tan ignorada por todo su entorno que empezaba a notar que cuando hacía cosas extrañas lograba tener esa ate
—He hablado con Lea —dijo Alessia con voz fría—. Ella se disculpará hoy con Emery y prometió no volver a hacer algo parecido; sino se disculpa, puede decirme para que le llame la atención.Matthew metió las manos en los bolsillos del pantalón y se giró a mirarla, pese a que su empleada continuaba mirando el pasillo que ya se encontraba vacío.—Se lo agradezco mucho, señora Regil —agradeció Matthew y dejó entrever un suave acento francés que causó un terrible hormigueo en la piel de Alessia—. Entiendo que Emery quiere mucho a Lea, son buenos amigos.—Eso me dijo Lea, que sólo… se dejó llevar y que no lo volverá a hacer —Entonces Alessia giró hacia su jefe y, sin titubear, le sostuvo la mirada a esos profundos ojos azules que le hacían preguntarse muchas cosas que preferiría ignorar—. Lo lamentamos mucho, señor Lambert, por todo.Alessia esperaba que eso fuera suficiente y que no tuviera que disculparse por cada cosa que hizo mal el día anterior. Todos los acontecimientos de esa mañana n
—No sabía que eras fan de Taylor Swift —dijo Lisa a espaldas de Alessia.La madre soltera se retiró el único audífono inalámbrico que portaba y encogió los hombros.—Digamos que hoy me enteré.Un manotazo en la parte superior del cubículo las sobresaltó. Era Celine, la persona menos favorita de Alessia, así que no pudo controlar la expresión de hastío.—Mi tío quiere verte en su oficina, Alessia, muévete.Sin agregar más, se marchó.—¿Por qué el jefe parece tan atento contigo? —inquirió su compañera de trabajo con profunda curiosidad—. Te juro que tengo sospechas.Alessia apagó la música en su celular, recogió su tableta electrónica y se incorporó. Era un poco más alta que Lisa que seguía pareciendo una chiquilla de no más de veinte años cuando tenían exactamente la misma edad, pero Lisa amaba portar coletas y vestir con ropa en colores pastel y con dibujos animados. Lisa había intentado por años pasar al área de marketing, pero la tenían confinada con Alessia en el área más aburrida