Enamorándome del jefe, y somos padres solteros
Enamorándome del jefe, y somos padres solteros
Por: Malena de la Luna
Capítulo 1

«Es imposible que mi hija mordiera a otro niño, por favor, ¡qué ridículo!», pensó por décima vez Alessia en menos de un minuto. Se repetía la misma frase una y otra vez mientras conducía por las lluviosas y transitadas calles de Nueva York.

Echó un vistazo en el espejo retrovisor y sonrió a su hija de cuatro años que se distraía con una muñeca que le regaló en navidad.

«Pero si es un ángel, ¿cómo pueden creer que mordería a otro niño?».

—Pero me van a escuchar —siseó Alessia mientras le cerraba el paso a una camioneta y rebasaba por un espacio diminuto en el que casi pierde uno de los espejos laterales.

Esa era ella, un peligro al volante, pero especialista en llegar a tiempo a su trabajo sin importar las imposibles calles de Manhattan, aunque esa mañana sería la excepción. No podía saltarse la plática con las maestras del preescolar porque aquello era una terrible confusión, estaba completamente convencida, y les diría hasta de lo que se iban a morir por culpar a su hija y hacerla llegar tarde al trabajo en un día tan importante.

La junta de bienvenida para el nuevo C.E.O. de la editorial era importante. La empresa se encontraba en crisis y habían realizado recorte de personal que afortunadamente no llegó a ella. Por esa razón, se decidió elegir a un nuevo C.E.O., alguien de la familia de los dueños, y Alessia esperaba que aquello hiciera emerger de nuevo a la editorial porque no sabía si podría encontrar otro empleo con un sueldo tan bueno y horario cómodo, pues era madre soltera y a veces necesitaba dividirse en mil partes para cumplir con todo.

—Me van a escuchar —repitió en un susurro y se estacionó mal en dos cubículos del reducido estacionamiento de la exclusiva guardería donde se quedaba su pequeña mientras ella trabajaba—. Ponte el impermeable, Lea.

La pequeña asintió y comenzó a colocarse el impermeable rosa de Barbie mientras su madre la miraba.

«O sea, ella mordía, pero eso está en el pasado, y ni lo hacía fuerte, era despacito», recordó Alessia sin apartar la mirada de su hija, «lo hacía cuando tenía menos de dos años, es ridículo que volviera a hacerlo ahora».

—¿Lista? —preguntó a su hija.

—Sí, mami —contestó la niña con una sonrisa—. ¿Estás molesta?

—Sí, cariño, pero no contigo, sino con otras personas.

Lea asintió dudosa y bajó la mirada.

—¿Las que dijeron que mordí a Emery?

Alessia contuvo la respiración. Sabía que Lea escuchó la conversación por accidente, ¡ella no sabía que la estaban llamando para eso!, pero estaba muy segura de no mencionar a ningún Emery.

—Sí, pero yo sé que es mentira porque que no harías algo así, yo te creo, Lea.

La niña hizo otro asentimiento.

—Gracias, mami…

Alessia igual asintió. Era incondicional de su hija, siempre le creería, siempre, y también la apoyaría, hasta cuando no tuviera la razón, hasta cuando necesitara mentir para protegerla porque esa era su misión de madre. No tenía una pareja en la cual apoyarse, todo caía sobre sus hombros, y a veces el peso era tanto que doblaba sus rodillas; sin embargo, se mantenía firme porque era el ejemplo que quería dar a su hija.

Alessia era una mujer fuerte hasta cuando internamente temblaba más que una gelatina.

—No agradezcas, Lea. Vamos.

La madre tomó el paraguas, abrió la puerta del automóvil, extendió el paraguas y se apresuró a rodear el vehículo para ayudar a su hija a bajar.

Pronto corrieron por el reducido estacionamiento, subieron la escalinata y llegaron al refugio del techo. Reían por la carrera y bromeaban sobre los charcos que más parecían lagunas mientras la madre ayudaba a su hija a cambiarse las botas de lluvia por sus zapatos y a quitarse el impermeable.

Alessia guardó todo en el casillero asignado para Lea que tenía muchas calcomanías de Barbie. Tomó de la mano a su hija y caminaron por los coloridos pasillos hasta el aula donde una profesora aguardaba en la puerta por los niños que iban llegando.

—Diviértete, cariño —se despidió Alessia.

Su hija casi la ignoró porque estaba más emocionada por jugar con sus amigos que triste por despedirse de su madre. Lea siempre fue una niña sociable, Alessia estaba convencida de que había un error o… simplemente se defendió.

«Sí, es eso», se convenció. Si su hija mordió a un niño fue en defensa personal, así de simple.

—Ya la espera la directora —señaló la maestra hacia el final del pasillo—. El padre del niño todavía no ha llegado.

—Impuntual, un clásico —se quejó Alessia y consultó la hora en su celular—. Sólo tengo quince minutos porque tengo que llegar al trabajo, sino llega pues… lo lamento mucho.

La maestra quiso decir algo más, pero Alessia se marchó hacia la dirección sin darle oportunidad.

♥︎

¡Hola!

Bienvenidos a esta nueva historia.

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