—Ahora todo tiene sentido —espetó Alessia y apartó la mano—. ¿Lo ve? Haciendo bromas de mal gusto sobre mi hija, de seguro el hijo es igual.
—Señora Regil…
—No, no, no estoy dispuesta a escuchar estas ofensas, mucho menos que mi hija esté obligada a convivir con un niño que debe tener los mismos malos modales que el padre.
El hombre enarcó una ceja, por un momento creyó que no hablaba de él, pero Alessia lo señaló de forma acusadora y comprendió que sí, en efecto él era el de los «malos modales».
—Señora Regil, ¿está hablando de mí? —cuestionó el señor Lambert sin evitar señalarse a sí mismo.
Alessia puso los ojos en blanco y espetó:
—¿Ve? El padre obviamente no es muy listo.
La directora se puso de todos los colores. Si el padre del niño explotaba en ira, tendría toda la razón.
—Disculpe, no estoy entendiendo… —musitó él. La situación le parecía inaudita—. ¿Su hija muerde a mi hijo y nosotros somos los maleducados?
Alessia se incorporó, levantó la barbilla y lució amenazadora con su metro y sesenta centímetros.
—Exactamente, eso he dicho, porque mi hija sólo se ha defendido de las agresiones de su hijo.
Él rio por lo bajo, meneó la cabeza y señaló la computadora.
—Directora, ¿le ha enseñado el video que me envió?
—Sí, señor Lambert, pero…
—Pueden llamarme Matthew —dijo él—. ¿Entonces? Ahí está muy claro que su hija mordió a mi hijo.
—Porque algo le hizo su hijo —insistió Alessia.
—¡No se ve eso en la grabación!
—Pues no grabó todo —resolvió la madre—. Y no tengo tiempo para esto, ¿qué hará, directora? Yo sugiero una expulsión porque es peligroso que su hijo se relacione con otros niños.
—¡¿Mi hijo peligroso?! —espetó Matthew, comenzaba a enojarse—. Señora Regil, nosotros nos conformamos con que le explique a su hija que morder a otros está mal, que ella se disculpe con mi hijo y usted como madre averigüe por qué ha hecho eso.
Alessia colocó ambas manos sobre la cintura y, con voz firme, bramó.
—¡Usted no me va a decir cómo debo educar a mi hija!
—No pretendo eso, es sólo que…
—¡Mejor cuide al suyo! —interrumpió ella—. Averigüe qué le hizo a mi hija, si se siente tan buen padre…
Alessia consultó la hora en su celular, llegaría tarde.
»Lo siento, debo irme. No tengo tiempo para estas tonterías.
—Señora Regil… —llamó la directora, enmudeció ante los ojos llenos de ira de Alessia.
—¿Cuál será su solución?
La directora paseó la mirada entre ambos padres, el más accesible era el señor Lambert que hizo un casi imperceptible asentimiento.
—Hablaremos más con los pequeños… —suspiró—. Los mantendremos informados y…
Alessia no terminó de escuchar, sino que recogió su bolso y salió a grandes pasos de la oficina.
Estaba indignada, profundamente indignada, pero también sabía que era ridículo estarlo porque su hija mordió al niño. Tendría que hablar con ella, ¿a qué hora? No tenía idea. Poseía dos empleos, era ama de casa y cuidaba de su hija sola; sus padres continuaban viviendo en México.
Sólo eran ellas dos contra el mundo.
Pasó frente al aula donde se encontraba Lea. La observó unos segundos jugando con algunos niños y, en el rincón, descubrió al hijo del señor Lambert, estaba temeroso.
Eso no era correcto.
«Hoy», se dijo en silencio. No podía postergar esa plática con su hija.
—¿Puedo pasar a darle un abrazo? —La voz del señor Lambert llegó por un costado, estaba hablando con una de las cuidadoras.
—Claro.
La chica se alejó hacia el pequeño en el rincón, entonces Matthew giró el rostro hacia Alessia y se miraron en silencio unos segundos.
Ella se mantuvo firme. El mundo no estaba hecho para los débiles, era su mantra personal.
Alessia emprendió la retirada. Tomó el paraguas que dejó a un costado del casillero de su hija, lo abrió y atravesó el estacionamiento saltando con gracia los charcos en sus tacones altos.
Se refugió en el interior del vehículo, encendió el motor y se marchó. Llegaría veinte minutos tarde, era peor que no llegar, ¿no?
Pisó a fondo el acelerador. Se mezcló entre los vehículos, casi pierde nuevamente un espejo, pero llegó en el tiempo esperado.
Se estacionó en su sitio asignado en el estacionamiento subterráneo de la empresa. Echó un vistazo al cajón asignado al C.E.O., estaba vacío, probablemente iba tarde y nadie notaría su atraso.
Apresuró el paso hasta los ascensores, presionó de forma maniaca el botón y aguardó.
Una elegante camioneta captó su atención; para su sorpresa, el vehículo se estacionó en el lugar del C.E.O.
—Maldito ascensor —masculló mientras volvía a presionar un millón de veces el botón.
La puerta del conductor se abrió y descendió nada más y nada menos que el señor Lambert.
Alessia sintió que Nueva York entero temblaba. Las rodillas le flaquearon, empezó a hiperventilar y poco faltó para que llamara al 911; no obstante, su patatús se detuvo cuando vio al señor Lambert apresurarse a abrir la puerta trasera para un hombre mayor de cabello canoso y con un elegante traje negro.El tal Matthew era el chofer del nuevo C.E.O., bueno, no era lo mejor, pero al menos no era el C.E.O. como creyó segundos antes.Matthew reía por algo que le decía el C.E.O., pero su sonrisa flaqueó al ver a Alessia en la puerta de los ascensores… y luego sonrío con más ganas.—Buenos días —saludó Alessia al C.E.O. cuando se detuvieron a su lado.El hombre miró a Matthew, luego a Alessia y respondió de la misma forma.Y procedieron a aguardar en silencio por los ascensores.Alessia suspiró aliviada cuando las puertas se abrieron y entraron. Quería decir algo elocuente, pero la presencia risueña de Matthew la incomodaba.¿Por qué sonreía tanto si acababan de pelear? Trabajar en la mism
—Señor Lambert, adelante, por favor —saludó Celine y lo acompañó hasta la silla ejecutiva a la cabeza de la mesa—. Estamos listos para iniciar cuando lo indique.Alessia no se incorporó como los demás cuando su nuevo jefe entró, pero no por rebeldía, sino que la vergüenza la mantenía con la mirada en su regazo y las piernas congeladas. —Ale —susurró Lisa—. Levántate.La joven madre inhaló hondo, enderezó los hombros, dirigió la mirada a Matthew y se incorporó junto con los demás.«El mundo no está hecho para los débiles», se recordó.—Bienvenido, señor Lambert —dijo de último Alessia—. Alessia Regil, un placer conocerlo.Y esperó que Matthew tuviera misericordia y olvidara el pequeñísimo o, bueno, los pequeñísimos incidentes de esa mañana. Pero Matthew amplió su sonrisa al verla y Alessia casi pudo escuchar los engranes del cerebro de su nuevo jefe poniéndose en marcha.—Señora Regil, claro, creo recordarla… —sonrió él mientras frotaba su barbilla y fingía una clara expresión pensat
—No creo que sea una buena idea, señor Lambert —contradijo Alessia con voz firme y escuchó cómo la mesa entera contuvo un suspiro. Nunca era buena idea llevarle la contraria al jefe, menos en su primer día—. Esas obras suelen ser escritas por aficionados que ni siquiera son lectores, no conocen las pautas básicas de ortografía y gramática y las tramas se repiten hasta el cansancio…—Pero ahí podemos encontrar ideas originales… —continuó Matthew—. No conocen el mundo editorial, no tienen la presión de un editor y…—Hasta los títulos tienen faltas de ortografía, invertiríamos muchísimos recursos en la edición de los manuscritos…—Pero las ideas son las que importan, si nosotros contamos con el equipo para pulir esas obras, entonces…—Casi todas las novelas hablan de lo mismo, son las mismas tramas genéricas con diferentes nombres, ahí no encontrará un «Harry Potter» —insistió Alessia—. Quizá en Europa podría funcionar, pero aquí no.Los presentes en la sala de juntas contuvieron la resp
Alessia respiró hondo para calmar sus nervios mientras se estacionaba afuera del preescolar; procuró ocupar sólo un sitio.Esa mañana lloviznaba. Primero bajó ella para ayudar con el paraguas a su hija. No habían ni avanzado cinco pasos hacia las escaleras de entrada cuando llegó Matthew en su lujosa camioneta.El señor que ella creyó que era el C.E.O. en realidad era el chofer. Esa mañana descendió del asiento del conductor y abrió la puerta para Matthew y su hijo.—Vamos, Lea —dijo Alessia cuando la mirada de Matthew cayó en ellas. Lea continuó caminando de la mano de su mamá. Estaba muy apenada, porque sabía que hizo algo mal.La noche anterior Alessia habló con ella para explicarle que no existía justificación para lastimar a otra persona. Y Lea estaba tan avergonzada porque sabía que era verdad. El pequeño Emery le agradaba, nunca quiso hacerle daño, pero a veces se sentía tan ignorada por todo su entorno que empezaba a notar que cuando hacía cosas extrañas lograba tener esa ate
—He hablado con Lea —dijo Alessia con voz fría—. Ella se disculpará hoy con Emery y prometió no volver a hacer algo parecido; sino se disculpa, puede decirme para que le llame la atención.Matthew metió las manos en los bolsillos del pantalón y se giró a mirarla, pese a que su empleada continuaba mirando el pasillo que ya se encontraba vacío.—Se lo agradezco mucho, señora Regil —agradeció Matthew y dejó entrever un suave acento francés que causó un terrible hormigueo en la piel de Alessia—. Entiendo que Emery quiere mucho a Lea, son buenos amigos.—Eso me dijo Lea, que sólo… se dejó llevar y que no lo volverá a hacer —Entonces Alessia giró hacia su jefe y, sin titubear, le sostuvo la mirada a esos profundos ojos azules que le hacían preguntarse muchas cosas que preferiría ignorar—. Lo lamentamos mucho, señor Lambert, por todo.Alessia esperaba que eso fuera suficiente y que no tuviera que disculparse por cada cosa que hizo mal el día anterior. Todos los acontecimientos de esa mañana n
—No sabía que eras fan de Taylor Swift —dijo Lisa a espaldas de Alessia.La madre soltera se retiró el único audífono inalámbrico que portaba y encogió los hombros.—Digamos que hoy me enteré.Un manotazo en la parte superior del cubículo las sobresaltó. Era Celine, la persona menos favorita de Alessia, así que no pudo controlar la expresión de hastío.—Mi tío quiere verte en su oficina, Alessia, muévete.Sin agregar más, se marchó.—¿Por qué el jefe parece tan atento contigo? —inquirió su compañera de trabajo con profunda curiosidad—. Te juro que tengo sospechas.Alessia apagó la música en su celular, recogió su tableta electrónica y se incorporó. Era un poco más alta que Lisa que seguía pareciendo una chiquilla de no más de veinte años cuando tenían exactamente la misma edad, pero Lisa amaba portar coletas y vestir con ropa en colores pastel y con dibujos animados. Lisa había intentado por años pasar al área de marketing, pero la tenían confinada con Alessia en el área más aburrida
Alessia se tomó unos segundos más para calmarse antes de responder:—No creo que encontremos un «Harry Potter», sólo hay uno y los demás son copias. No queremos una novela que sea acusada de plagio por una base de admiradores tan grande.—No, claro que no —concordó el—, pero necesitamos algo tan fuerte como «Harry Potter» o sabe en qué acabará esto.Se miraron en silencio.La editorial tenía los ingresos en números rojos, sino hacían algo, se irían a la quiebra. Era la crónica de una muerte anunciada, al menos que lograran encontrar ese diamante en bruto que los hiciera emerger de nuevo.—Yo me limito a elegir los manuscritos que cumplen con los criterios que me han entregado y…—Y olvídese de eso —interrumpió—. No está funcionado, así que ahora está en sus manos.—¿Sólo en mis manos?—Y las mías —dijo y extendió sus manos—. ¿No cree que sea suficiente?Sus manos tenían cayos, los notó a simple vista y sabía que eso era por levantar pesas; su ex esposo tenía algunos aunque el ejercicio
Alessia no podía creer que aceptaron la quisquillosa lista de requisitos para su futura oficina. Lisa se había emocionado con eso de la libertad creativa, así parecía que tendrían un sitio digno de compartir en redes sociales; bueno, esa era la intención de Lisa.—Crearemos expectación en redes sociales —dijo ella mientras terminaba de anotar las luces LED en color fucsia con las que decorarían las paredes de la oficina—. Será increíble, te lo prometo.Alessia no estaba tan convencida. Nunca le gustaron mucho las redes sociales y no sentía que tuviera lo que se necesitaba para triunfar en estas. No se sentía fea, mas tampoco una belleza que las personas quisieran ver una y otra vez. Además, su ex esposo era especialista en redes sociales, era muy popular ahí; ella no sabía de esas cosas.Quizá por eso, cuando llegó a su cubículo y encontró a Matthew y Lisa conversando, se sorprendió. —Iremos por sus escritorios —dijo él. —Pero le comentaba que tengo toneladas de trabajo por dejar li