Enamorándome  de lo prohibido
Enamorándome de lo prohibido
Por: B.M Leocata
CAPíTULO 1

Era una mañana tranquila.

Me había levantado de buenos ánimos, con ganas de sonreír al mundo, exahalando la brisa invernal que atravesaba las calles de Forrest Hill. Era inesperado en mí estar tan alegre, pero sentía que sería un día diferente. Supongo que muchas personas notaron esa usual diferencia en mi ánimo matutino, porque me miraban con extrañeza al verme tan risueña, tan despierta en esta mañana.

He de admitir, que no soy para nada simpática a simple vista. Me cuesta un poco –demasiado–, simpatizar con alguien de buenas a primeras, lo sé soy una completa antipática, pero no soy antisocial, aunque a veces siento que cuanto más conozco a las personas más quiero a los libros. Sí, soy una amante empedernida de la literatura romántica, literatura inglesa y sobre todo la literatura francesa. Es así, lees un libro y te enamora por completo, te llena de energía, moralejas… de revolución. Creo, que sí lees un libro ya eres un revolucionario, yo lo soy, soy toda una revolucionaria del saber, del amor. Para mí, no hay nada establecido en esta vida.

Era una mañana algo fría, a pesar de no estar en invierno aun, y la brisa mañanera comenzaba a enfriar mi nariz, pero aun así me parecía encantador y refrescante. Acomodé mi pequeño gorro de lana gris, y me coloqué mi guantes de cuero para subirme a la moto de mi hermano «qué pude comprar hace unos meses» se trataba nada más ni nada menos que de una Sapucai 150. Sería algo así como mi segundo amor en esta vida, gracias a mi querido hermano Maximilian qué desde muy pequeñitos me enseño el amor por las motocicletas. Ahora es toda mía. Tuve que trabajar limpiando casas todo el verano, y tomar turnos nocturnos en el bar del pueblo. Pero limpiar cada baño, y las canaletas de las casas tuvo su recompensa. Digamos que no soy lo que se diga “una niña rica”, todo lo que tengo lo he obtenido gracias al sudor de mi trabajo.

Antes de ir a la escuela, tenía que pasar por la casa de Adam. Él odiaba que pasará a buscarlo sobre la hora –era un señor de la puntualidad–, y le fastidiaba que llegará tarde a recogerlo. Así que decidí apurarme sin darle tanta vuelta. Pero cuando estaba a punto de arrancar, la voz de mi padre me hizo parar.

—¿No olvidas algo?- Gritó desde el pórtico, sosteniendo el casco de mi motocicleta.

Me di un pequeño golpecito en la cara, al ser tan descuidada y olvidadiza. Apague mi moto para bajarme, y aunque llegaría tarde a buscar a Adam, preferí eso a que me multaran o matarme en un semáforo.

Mi padre tenía un cara de desaprobación fatal, muy bien sabía que era un peligro conduciendo, ya que a mí me gusta la velocidad, a él le aterra pasar más de 40 kilómetros en la carretera. Siempre le digo que es una anciana. Me entregó el casco, sin antes darme un golpecito en la frente al haberme olvidado el casco, para luego despedirse de mí con un beso en la frente.

—¡Gracias papá! –Le dije mientras encendía mi moto–, prometo recordarlo la próxima, lo juro.

—Sólo, recuérdalo la próxima o deberé pegártelo al cuerpo –Sentenció–. ¿De acuerdo?

—De acuerdo –respondí de mala gana–, te quiero… Adiós.

La moto había dejado rastro de puro humo al tomar un poco de velocidad. Faltaban tan solo unos metros –ya qué es mi vecino del fondo– para llegar a la casa de Adam, y mis nervios se hacían presente. Tendría que aguantar su pésimo mal humor. Es una reina del drama.

Al llegar, saqué mi casco y rebusqué en mi bolsillo el paquete de cigarrillos que había comprado el día anterior, esperaba que mi padre nos los hubiera encontrado, porque sabía que podría tirarlos a la basura o simplemente romperlos sin decirme ni una palabras, o tal vez sí;

«El cáncer no te matará Alice… lo haré yo primero si vuelvo a encontrar un solo cigarrillo», solía decirme. Suele tener un carácter amistoso y agradable pero cuando nos atrapaba bebiendo o fumando, salía su lado paternalista.

Tomé uno de la cajetilla, y al encenderlo sentí que todo ese humo que entraba en mi sistema relajaba mis constantes nervios.

Dirigí mi atención a la puerta de entrada de su casa; siempre que la observaba pensaba «El lujo es vulgaridad», ya que él gozaba los privilegios de tener padres ricos –millonarios diría–, lo que provocaba un dolor de estómago cada vez que estacionaba mi moto en su porche. Como si lo llamara con la mente salió disparado de ahí, con la cabeza agachas, semi despeinado y con cara de pocos amigos.

Al verlo pensé que aunque siempre fuera como una patada en el trasero con su mal humor, tenía mucha suerte, era súper atractivo: Alto, pelo semi oscuro no me decidía entre rubio con algo de negro , un poco largo lo cual lo dejaba peinarlo hacia atrás en un pequeño jopo, ojos color verde, siempre se vestía de forma casual con jersey caros, jean ajustados, sus zapatillas Nike blancas de renombre, y un rollers de oro en su muñeca que lo hacía verse sensual y poderoso. A su lado, me sentía algo insignificante.

—Llegas tarde –me dijo cortante-, ¡Como siempre!

—Auch, eso duele ¿Sabes? –Contesté de forma juguetona-, deberías ser más amable con la tía que te lleva al instituto.

—Cuando lo cerdos vuelen… lo haré.

Se subió a la moto, a la vez que le pasaba mi casco, para ir directo al instituto. Hoy teníamos examen de literatura, y adivinen qué… ¡Es mi favorita! A Adam le parecía completamente innecesaria y aburrida, lo cual yo replicaba que no, que era totalmente necesaria porque sin ella no podríamos entender el lenguaje, los modismos, la interacción comunicativa humana misma, el uso de verbos, sujeto y predicado, adjetivos, ¿Cómo se compone una oración? ¿Cómo se descompone una palabra? ¿Cómo se la conforma? A él le parecía un horror, a mí fascinante. El señor Tanner era súper cool a pesar de tener unos cuarenta y tantos años, sabía muy bien que yo era su estudiante favorita en todo este puto mundo. Aunque lo negara rotundamente cada vez que se lo preguntaba, lo era « ¿Quién más si no?» pensé mientras reía jocosa.

Al llegar al instituto con solo unos minutos de retardo, Rita «Nuestra prefecta», nos miró con cara de desaprobación y fastidió, lo que puso de los nervios a Adam, ya que él odia llegar tarde y a mí me da completamente igual. Al pasar por su lado, nos recordó nuevamente lo retrasados que estábamos, y que sí seguíamos así seríamos suspendidos. Al oírlo Adam me dio un tremendo zapé que logró hacerme gritar, lo cual fastidió aún más a Rita, que nos mandó directo a nuestro salón.

Creo que sí le dieran permiso de impartir castigos corporales a los alumnos seguramente lo haría con nosotros, al menos conmigo.

El señor Tanner nos dejó entrar, y ya sentada en mi pupitre me sonrió de forma amistosa mientras me entregaba el examen, lo que provocó que él revoleara los ojos fastidiado.

—Te dije… él quiere algo contigo.

—Claro que no, ¿Qué cosas dices? –contesté indignada.

—Claro que sí –reafirmo molesto-, y tú cómo boba mientras él habla, pareces toda una enamorada de profesor.

—Deja de decir estupideces —lo callé—. El profesor Tanner es un profesor respetable, jamás haría tal cosa.

—Sí tú lo dices… te creo—, contestó burlándose de mí casi ignorándome

Deje la charla y me dispuse a empezar mi día escolar sin darle mucha importancia a las boberías que Adam me decía constantemente. No sé qué tenía en contra del señor Tanner, pero para mí era el sujeto más cool del planeta tierra. Además, era un tipo muy inteligente, que hablaba con total elocuencia. Cada vez que el impartía sus clases, me quedaba como boba escuchándolo hablar de poesía Española del siglo de Oro, cuando nos explicó las miles de censuras que sufrieron algunos autores a mediados del siglo XVlll con la inquisición en Europa y el resto del continente. Era algo extraordinario, la manera en cómo se explicaba, el saber que tenía para trasmitirnos era asombroso.

El sonar de la campana me sacó de mis pensamientos, y el profesor comenzó a retirar los exámenes. Algunos se quejaban en voz alta que todavía no habían terminado, y otros ni siquiera se gastaron en escribir una respuesta. Al momento de entregar, el profesor me felicito por mi desempeño y comencé a pensar sí lo que decía Alex sería verdad.

Al salir del salón de clases, me choqué con Lori que parecía un tanto perdida, viendo la pantalla de su celular sin parar cómo esperando un mensaje, o tan solo una llamada. Chifle en su dirección, y al verme me saludo con la mano. Chocamos los cinco, mientras íbamos en dirección al comedor.

Lorí es mi mejor amiga, maso menos desde que teníamos cinco años. La conozco al mismo tiempo que Adam, con la diferencia que a ella la conozco desde el jardín de niños, compartíamos todo juntas. Ella es simpática –demasiado–, de estatura promedio, cabello castaño claro, una fanática de la moda, difícil de cautivar, con un carácter cruel y angelical. Es como sí dentro de una misma persona coexistieran dos al mismo tiempo, y realmente no entiendo cómo dentro de un ser pequeñito puede tener tanta maldad consigo. Creo, que sí no hubiéramos hecho migas en el jardín de niños, hubiera hecho mi vida un infierno.

Podía ser dulce, y a la vez despiadada.

—¿Qué te traes hoy?- Pregunté mientras caminábamos– Pareces algo perdida el día de hoy, más de lo normal.

—¡Qué chistosa! –Me reprendió-, espero un mensaje de Max… quiero saber sí me invitará a salir.

Abrí los ojos de par en par al darme cuenta de la información que acababa de darme.

—¿Estás saliendo con mi hermano? –Grité sorprendida– ¿Qué demonios…?

Lorí intentó callarme para que no llamará la atención más de lo que ya lo había hecho. Aunque no pareciera, ella era un poco tímida.

—Shhh, te van a oír todos en está mugrosa escuela, y no quiero que nadie sepa que me gusta el capitán de waterpolo.

—Entonces… no deberías salir con él desde un principio.

Me alejé.

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