CELINALa discoteca vibraba con una energía frenética. Las luces estroboscópicas destellaban en sincronía con el bajo retumbante de la música electrónica, envolviendo la pista de baile en un espectáculo de colores neón. El aire estaba impregnado de perfume, sudor y el inconfundible aroma de los tragos recién servidos. A su alrededor, los jóvenes reían, bailaban y se perdían en la euforia del momento, como si la noche nunca fuera a terminar.Celina se dejó llevar por el ritmo, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo mientras se movía con sus amigos de la universidad. Por un instante, olvidó todo lo que la preocupaba. El presente era lo único que importaba.De reojo, divisó a Ramiro en la barra, rodeado de su grupo habitual, brindando con vasos que centelleaban bajo las luces fluorescentes. Su hermano menor parecía en su elemento, disfrutando cada segundo.Pero entre todo ese caos electrizante, una sensación incómoda se deslizó por su pecho.—¿Dónde está Joshiel? —preguntó en voz alt
CELINACuando llegamos, encontré a mi hermano conversando con tres amigos, riendo y bebiendo juntos con evidente complicidad.—¿Nos vamos? —preguntó Joshiel sin rodeos.Ramiro nos miró y sonrió con entusiasmo, sin dudarlo ni un segundo.—¡Claro! —exclamó—. Esta fiesta está buena, pero dicen que en la casa de tu amigo la cosa se pone aún mejor.Antes de movernos, hizo un gesto para presentarnos a sus amigos.—Por cierto, ellos son Damián, Lucas y Andrés —dijo, señalándolos con la cabeza.Los tres nos saludaron con un asentimiento, aunque cada uno reaccionó de manera diferente. Lucas mantenía una expresión reservada, analizando a Joshiel con discreción. Andrés sonreía de forma relajada, sin prisa en opinar. Pero fue Damián quien se mostró más natural y abierto, con un aire desenfadado que lo hacía parecer el más accesible del grupo.—Así que, ¿nos llevan a la fiesta secreta? —bromeó Damián, dándole un sorbo a su cerveza.—Algo así —respondió Joshiel con una sonrisa ladina.Nos quedamos
RAMIROLa música de la fiesta resonaba en el aire, pero para mí era solo un ruido lejano. Estaba en la terraza, con una copa en la mano, fingiendo disfrutar de la conversación de mis amigos, aunque mi mente estaba en otro lugar. O mejor dicho, en otra persona.Damián.Desde que lo conocí, algo en él me inquietaba y me atraía al mismo tiempo. No solo era su apariencia—sus ojos oscuros como la noche y su sonrisa juguetona—sino la forma en que me miraba, como si supiera algo que yo no me atrevía a aceptar.—¿Qué haces aquí tan solo? —su voz profunda me sacó de mis pensamientos.Me giré y lo vi apoyado en la barandilla, a solo unos pasos de mí. Vestía una chaqueta de cuero negra sobre una camiseta ajustada, y su expresión era una mezcla de diversión y curiosidad.—Solo tomándome un descanso —mentí, encogiéndome de hombros.Damián esbozó una sonrisa y se acercó un poco más.—¿O tal vez evitando algo?Tragué saliva. No podía decirle la verdad. No podía decirle que lo evitaba a él, porque ca
LAURACada segundo en el auto junto a Martín me asfixia, y aunque trato de mantener la calma, mi cuerpo no deja de temblar.Miro por la ventana, fingiendo interés en el paisaje que pasa, pero mi mente está atrapada en el peso de su mirada. Sé que me observa a través del retrovisor, siento sus ojos clavados en mí, intentando perforar mis pensamientos.De repente, su voz rompe el silencio:—¿Te molesta si escucho la estación radial? —pregunta, pero su tono deja claro que no es una simple cortesía; quiere que lo mire.—Para nada —respondo, esforzándome por no cruzar su mirada.Martín enciende la radio, y el ruido de las voces y la música parece un alivio momentáneo, pero no tarda mucho en detener el auto abruptamente a un lado de la carretera.—¿Por qué nos detenemos? —pregunto, mi voz teñida de molestia y un atisbo de miedo.—Tenemos que hablar —declara con firmeza, girándose hacia mí.—Podemos hacerlo en casa —replico, cruzándome de brazos y evitando mirarlo a los ojos.—Mírame cuando
LAURAIntento calcular en qué dirección correr, pero sé que de cualquier forma me alcanzará.—Vayamos a casa —dice con un tono casi casual, como si todo esto fuera una discusión trivial—. Rodrigo te espera. O, si prefieres, le digo por qué tardaste tanto.—No tengo razones para negarlo —respondo con valentía fingida—. Bryan es mi novio, vamos a casarnos, y ya soy mayor de edad. Además, el video que grabaste podría usarse en tu contra.Su risa es gélida, desprovista de cualquier rastro de humanidad.—Tienes agallas para retarme. Pero, ¿qué crees? —Saca su teléfono y elimina el video frente a mí—. Ya está en un lugar seguro, editándose. En cualquier momento estará listo para volver a mis manos, con la fecha y los efectos que yo decida.Mira su reloj y sonríe.—Aunque lo elimines aquí, la persona encargada de la edición ya lo tiene. Y te aseguro que ni con todos los abogados del mundo tu adorado Bryan saldrá de la cárcel.—Estás loco. Un video alterado no prueba nada. ¿Piensas que no exi
MARTINTraga saliva con dificultad, su mente parece estar en blanco, Baja la mirada, frotando sus dedos en un intento inútil de calmarse.—Yo… —murmura, levantando la vista para encontrarse con mis ojos—. Haré lo que quieras.La tengo justo donde quiero, arrinconada, sin escape, con el miedo reflejado en sus ojos. No sabe que está atrapada en una red invisible, una página que solo yo y mi colega conocemos, un espejo que refleja su vida, pero a la vez la distorsiona. Aún no lo entiende, pero es mi marioneta, cada movimiento suyo, cada respiro, es parte del plan que ya he tejido alrededor de ella. Piensa que tiene libertad, pero en realidad, la estoy observando desde las sombras, manejando los hilos de su vida como un experto titiritero. Y lo mejor de todo es que no tiene idea de que ya es mía.Cada acción, cada palabra, todo lo que hace está en mis manos. Ya no es solo una cuestión de control; es la sensación de poder absoluto, como si pudiera tomar todo lo que quiero con un solo susur
MARTIN—¿Qué significa eso? —pregunta, temerosa.—Que tienes 72 horas de prueba. Si incumples este trato antes del martes a esta hora, volveré a poner el video visible, y las condiciones cambiarán para peor. Recuerda, el mes podría volverse indefinido.Laura baja la mirada, apretando los puños.—Acepto —balbucea, sus palabras apenas audibles, mientras sus ojos se levantan para encontrar los míos. No puedo evitar el deseo que me embarga al verla tan vulnerable. Siento una necesidad abrumadora, pero lo que más quiero es que se enamore de mí.Lamo mis labios y desabotono el pantalón, saco mi polla erecto, pues mientras más la deseo, más duro se pone.—Trae esa boquita aquí y hazme feliz— menciono sin dejar de mirarla.Laura deja escapar un respiro tembloroso y se agacha lentamente, acercándose a mi polla, que palpita de deseo. Con manos temblorosas, la sujeta, apretando levemente, y siento cómo mi corazón se acelera, como si estuviera a punto de estallar. Tomo sus cabellos, enredándolos
LAURACuando termina, intenta besarme. Me niego, pero recuerdo el trato. Tengo que obedecer, al menos por ahora. Por dentro, me aferro a un solo pensamiento: nada de lo que haga Martin podrá borrar la primera vez que estuve con Bryan. Esos recuerdos, esos besos y caricias, son míos. Nadie puede quitármelos. —Ven, siéntate aquí —me ordena, señalando sus piernas. Respiro hondo y me monto sobre él, sintiendo cómo sus manos recorren mis piernas, subiendo desde las rodillas hasta las caderas. Cierro los ojos, tratando de ignorar la repulsión que me provoca su tacto. Sus labios se acercan a los míos, y aunque no quiero, sé que no tengo opción. Odio esta palabra: obedecer. Pero por ahora, no tengo más remedio que aguantar. Sin embargo, sé que llegará el momento en que él será el que obedezca. Una orden judicial, una restricción, algo que lo aleje de mí para siempre. Mientras tanto, solo me queda resistir, aguantar sus besos asquerosos y sus manos recorriendo mi cuerpo. Pero no siempre s