—Agua, tengo mucha sed, por favor denme agua— escuchó Valentina el ruego constante de la chica que estaba encadenada a su lado.
Su rostro, pálido y demacrado por el hambre y la sed, contorsionaba en una mueca de desesperación que reflejaba el tormento de su alma.
Al igual que ella, en esa habitación oscura y húmeda, iluminada apenas por un haz de luz que se colaba a través de una rendija, había varias mujeres latinas. Sentadas en el frío suelo de concreto, unas contra otras, con sus ojos llenos de miedo y confusión.
Valentina se preguntaba si todas habían sido engañadas como lo fue ella. Que con la esperanza de tener una mejor vida fuera de Venezuela, se embarcó en un viaje ilegal, gastando todos los ahorros de su madre y los suyos propios, para lograrlo.
El miedo que ahora la invadía era palpable. Su piel se erizaba, y su respiración se agitaba, cada vez que recordaba la dulzura venenosa de aquellas promesas de un viaje seguro que le hicieron esos traficantes que se aprovecharon de su desesperación.
Un golpe metálico resonó en la habitación y Valentina se estremeció presa del temor. Levantó la mirada y se encontró con la mirada fría de uno de los captores, que la examinaba como si fuera un objeto de mercancía. Y sus gestos faciales reflejaban avaricia y desprecio, como si estuviera evaluando su valor en el mercado clandestino.
—Esta venezolana es de primera calidad, conseguiremos un buen precio por ella —mencionó el hombre en español, señalándola con gesto imperioso, mientras otros dos la agarraban de imprevisto.
Aunque Valentina intentó zafarse, las manos que la sujetaban eran implacables.
—¡Déjenme ir, por favor! Les suplico... ¡Prometo no decir nada! —rogó Valentina, con la voz temblorosa y desesperada.
—Si no cooperas, te golpearemos—le gritó otro en un inglés quebrado.
Valentina, con su comprensión básica del idioma, captó la amenaza subyacente, y sus ojos se ensancharon en terror.
Minutos después, Valentina estaba siendo bañada con agua helada, y sentía cómo cada gota penetraba su piel, erizándola, y causando que su cuerpo temblara incontrolablemente.
Fue arreglada como una muñeca, aunque su apariencia contrastaba drásticamente con la desolación en sus ojos, que pronto sería vendida al mejor postor.
Cuando se vio ser arrastrada fuera de la vieja cabaña, su mirada se perdió en la inmensidad de los árboles que la rodeaban. A pesar de sus gritos por ayuda, el silencio de la noche era su única respuesta. Un escalofrío la recorrió al darse cuenta de que estaba completamente sola, en un país desconocido, y lejos de su familia.
—¿Cómo se harán mi hija y mi madre sin mí?— murmuraba entre sollozos, obligada a caminar por terreno resbaladizo con unos grilletes que mordían su piel a cada paso.
Valentina tropezó y cayó de lleno en el fango, manchando su ropa y piel, recibiendo un golpe en su frente que resonó en el silencio de la noche, como un gesto de desprecio y crueldad que la hizo sentir aún más desamparada.
—Eres una inútil — le gritó uno de sus captores, alzando la mano para abofetearla. En ese instante, unas luces sorpresivas desde los matorrales capturaron la atención de todos.
La tensión en el aire era eléctrica cuando los captores se dieron cuenta de que eran el objetivo de unos francos tiradores que se cernía sobre ellos.
—¡Ríndanse! Bajen sus armas. Los tenemos rodeados, no tienen escapatoria— esa voz autoritaria rompió el tenso silencio.
Todo parecía de película, Valentina veía cómo aquellos militares armados que salieron detrás de los árboles, acorralaban a estos maleantes.
—Estamos salvadas— balbuceo con una sonrisa en los labios, a la vez que lloraba de pura felicidad.
Sin embargo, en medio de todo, Valentina fue consciente de que estaba siendo utilizada como escudo protector por uno de los malhechores, cuando sintió el frío metal de un cañón, presionando contra su sien.
Ella cerró los ojos con fuerza, sintiendo, su aliento entrecortado, y su corazón galopando en su pecho desesperado por escapar.
Los músculos de su rostro se contrajeron en un gesto de angustia. Sus ojos oscurecidos por el miedo, reflejaban el tormento interior que la consumía, mientras las lágrimas, descendían por sus mejillas como gotas, diamantes líquidos.
«Mi pequeña Sofi. Mamá, les he fallado, no pude cambiar sus vidas… lo siento mucho, no pude ser buena hija ni buena madre», repetía Valentina internamente con arrepentimiento.
—Déjenme ir, si no la mataré— gritaba su captor con ella atrapada, y su voz era un gruñido desesperado, mientras daba paso hacia atrás, claramente acorralado.
Nuevamente, Valentina se quedó sin aliento, mientras su corazón palpitaba salvajemente, y las pulsaciones resonaban en sus oídos. Cuando uno de esos militares, con una compostura que desafiaba el peligro, se paró frente a ellos, con mirada que transmitía una calma perturbadora. Y sin pestañear o decir una sola palabra, disparó su arma.
El ruido definitivo la ensordeció momentáneamente, pero al mirar cómo el cuerpo de ese hombre que estaba dispuesto a matarla cayó inerte, sintió un alivio agridulce.
Volvió a enfocar a su héroe, notando que, a pesar de la circunstancia y la oscuridad, aquel hombre frente a ella, iluminado por la tenue luz de la luna, emanaba una presencia casi divina. Su porte era imponente, y la seguridad en su gesto impasible.
—Arréstenlos a todos y rescaten a las víctimas— lo vio dar la orden con una autoridad inquebrantable.
Valentina suspiró, sus ojos se sentían inexplicablemente atraídos hacia él, como si en ese caos, hubiera encontrado un faro de esperanza.
—Sí, general— le respondieron al unísono otros oficiales, en perfecta sincronía, como un eco de la disciplina y el respeto que aquel hombre inspiraba.
En la enfermería del recinto militar, donde fueron llevadas para recibir primeros auxilios, Valentina escaneaba el lugar con la mirada, buscando a ese hombre que se había convertido en el símbolo de su salvación, pero, para su desilusión, su héroe, o príncipe de armadura dorada, como lo había nominado en su mente, no estaba allí.
—Señora, podría hacerme el favor de llevarme con el general, quiero agradecerle— le pidió a la enfermera que estaba curando sus rodillas raspadas y algunos otros golpes que tenía en el cuerpo.
—No entiendo español— decía la mujer en inglés, con tono amable, pero que, a la vez, marcaba una distancia insalvable.
Mientras tanto, Maxwell, después de reportar a su superior el éxito de la misión, llegó a la base, donde los oficiales de su equipo táctico lo esperaban para celebrar. Sin embargo, su alegría quedó suspendida en el aire, cuando su teléfono sonó.
*Hijo, tu padre ha muerto, debes volver a casa*, las palabras cayeron como un mazo, arrasando con cualquier vestigio de victoria o celebración. A Maxwell el teléfono se le deslizó de las manos. Su capacidad para mantenerse compuesto en el campo de batalla no lo preparó para el golpe emocional.
Embargado por la tristeza, después de enterrar a su padre, Maxwell se encontraba junto a sus hermanos reunidos en el salón de estar de la casa familiar, ubicada en la ciudad. Todos estaban cabizbajos y sumergidos en la melancolía; apenas intercambiaban algunas palabras, todas relacionadas con su padre, quien había dejado un vacío enorme.—Honorable familia Spencer, espero que nos puedan disculpar por la tardanza —anunció una mujer que entraba acompañada de dos hombres, ambos con maletines en las manos.Todos se levantaron asombrados, pues la mujer que se acomodaba frente a ellos con total libertad y sacaba una serie de documentos de su maletín era alguien muy importante en los negocios de su padre.—Señora, ¿qué significa todo esto? —inquirió el hermano mayor de Maxwell, provocando que la mujer dejara de mirar el documento para verlos a todos a los ojos.—Como la abogada de su padre, estoy cumpliendo su último deseo. Daré lectura de inmediato a su testamento, y todo lo que se revele a
Ethan, aún adormilado, se frotó los ojos y miró a su hermano mayor con confusión y temor.—¿Qué quieres decir, Max?Maxwell señaló el periódico en el que aparecía Ethan vestido con un traje de seda rojo, maquillado y con una peluca rubia.—Esto, Ethan. ¿Qué es esto?Ethan tomó el periódico y lo examinó. Su rostro palideció, dejándolo caer al suelo.—No… no puede ser…Maxwell cruzó los brazos.—¿Puedes explicarlo?Ethan se levantó de la cama y comenzó a moverse de un lado a otro de la habitación, visiblemente nervioso. Reconocía que su hermano no toleraría ese comportamiento y lo consideraría vergonzoso. El prestigio de la familia Spencer, por el cual sus antepasados habían luchado durante más de 600 años, también estaba en juego.—No… yo… solo…Maxwell lo interrumpió.—Ethan, necesito respuestas ahora. Esto es un escándalo. ¿Cómo crees que afectará a la familia?Maxwell suspiró y se pasó una mano por la cara.Ethan bajó la mirada, ansioso y confundido. Sin saber cómo explicar. No podí
Valentina sonrió emocionada al sentir la adrenalina fluir por sus venas mientras observaba la silueta de Maxwell a lo lejos. Su anhelo de reencontrarse con él se hizo realidad y, sin vacilar, optó por acercarse de manera sigilosa, fingiendo deambular sin destino por el lugar.Por otro lado, Maxwell estaba sumergido en reflexiones sobre los asuntos no resueltos con su hermano mayor. Fue en ese instante cuando se volteó y se halló frente a frente con una mujer de cautivadora piel canela. De profundos ojos negros que resplandecían con vivacidad, rodeados de pestañas curvas y cejas marcadas. Y su pelo liso se derramaba en ondas sobre sus hombros, capturo más su atención.Maxwell se quedó admirado, contemplando la hermosura de la enigmática mujer ante él, sin desviar su mirada, lo que dejó a Valentina sin aliento. Aunque Valentina era de estatura baja, su belleza única cautivó a Maxwell de forma inesperada. Frente a su sonrisa, él se sintió todavía más hechizado.Mientras Valentina observ
—No estoy segura, él es un duque. ¿Existirán muchos duques? —preguntó con curiosidad, sin tener conocimiento sobre la aristocracia inglesa.Maxwell frunció el ceño, su mirada se oscureció levemente, asumiendo que ella se refería a uno de los duques presentes en la celebración.—Existen varios duques, y yo soy uno de ellos —confesó con una expresión enigmática.Valentina lo observó con ojos desmesurados.—Creí que solo eras el encargado de la seguridad, pero ahora veo que tus territorios son aún más extensos. ¡Ser duque debe ser emocionante! ¿Es posible que llegues a ser rey?Maxwell, una vez más, quedó confundido, pero entre bromas y desconcierto, le lanzó una advertencia juguetona: —Para ser rey, a veces es necesario que algunos duques caigan...La carcajada de Valentina resonó en la habitación mientras se mofaba de su propia broma:—¿Estás en una misión secreta para deshacerte de ellos?Maxwell la observó con sospecha, preguntándose quién sería esa mujer que parecía torpe, pero al m
El lujoso salón de fiestas se encontraba decorado con ostentosos candelabros y detalles dorados en las paredes que le agregaban solemnidad, pero la atmósfera tensa era palpable, haciendo que toda la decoración perdiera emoción. Vestida con sobriedad, pero elegancia, Valentina sentía que las lámparas de araña emitían un brillo crítico, mientras Maxwell, con una postura rígida y altiva, le dedicaba una mirada intensa que oscilaba entre la amabilidad y la reserva, enfrentándola con una expresión enigmática. La impecable camisa blanca del duque se tensaba con cada mínimo movimiento, y la sutil curvatura de sus labios, ligeramente fruncidos, mostraba su conflicto interno. Un simple entrecerrar de ojos de su parte le enviaba escalofríos a Valentina, sintiendo el gélido y abrumador aire, mientras las miradas de los presentes en la elegante mesa la evaluaban minuciosamente. Provocando que deseara escapar, abandonar el lugar; incluso si eso significaba regresar a su tierra, pero la mano
Evaluando varios inventarios meticulosamente esparcidos por su enorme escritorio de caoba, Maxwell se estiró, acariciando la tensión acumulada en su nuca con sus largos dedos, los cuales eran testigo del cansancio que le provocaba todo el trabajo que su difunto padre le había legado. A pesar de heredar un vasto ducado que despertaba envidia entre los nobles que solo poseían títulos sin tierras, para él, esa herencia se había convertido en un laberinto de preocupaciones y responsabilidades interminables, pesando sobre sus hombros como una armadura de plomo, al igual que la protección de su familia. Cuando la puerta se abrió con un chirrido suave, sus ojos, cansados de leer cifras y documentos, se alzaron esperando ver a su mayordomo acompañado de Valentina, pero en su lugar, apareció la figura alta y desgarbada de su mejor amigo, Nicholas. — Lo siento por no haber venido a tu celebración, tuve una ardua jornada de trabajo — se disculpó. Maxwell, aliviado por la presencia de su
—Te advierto, Valentina Fernández, de Venezuela, protegeré a mi hermano y no permitiré que te aproveches de él. Descubriré lo que sea que me estás ocultando —declaró Maxwell con seriedad, mandíbula tensa y ojos tan oscuros como la noche.La reacción de Valentina no se hizo esperar. Un escalofrío recorrió todo su ser, como si una brisa helada hubiera entrado por las rendijas del antiguo castillo. Sus ojos negros se ensancharon y su respiración se volvió superficial.—Haz lo que quieras, pensé que eras distinto, duque estirado —le reprochó con desilusión.—Tu español coloquial no me afecta —respondió él, dándole la espalda.Valentina, a punto de llorar, se apresuró hacia la puerta. Antes de salir, con la manija en la mano, añadió con ironía: —¿Me tratas de manera tan cortante porque no pertenezco a tu misma clase social? O como dijo uno de los duques, ¿por qué para ustedes soy una mujer de piel oscura? —No te atrevas a tergiversar esto. No suelo juzgar a las personas por su estatus soc
Valentina, que se mantenía de espaldas a la mujer, cerró los ojos brevemente e inhaló profundamente para intentar calmar los nervios que la invadían. Sabía que enfrentaba una situación complicada, pero se armó de valor recordando las razones por las que debía mantenerse en ese matrimonio, por el bien de su hija y su madre, quienes merecían una vida tranquila lejos de su país natal. —Eres una actriz barata —. De repente, las palabras acusatorias en español de la mujer la sacaron de sus pensamientos, obligándola a enfrentar la realidad. Valentina pensaba que esa mujer únicamente hablaba inglés, pero al igual que Ethan y Maxwell, todos los miembros de la familia Spencer sabían hablar español. Con gesto de fastidio, Valentina giró sobre sus talones para encararla. —¡De qué hablas, cristiana! —exclamó Valentina, elevando ligeramente el tono de su voz con simpatía fingida y tratando de mantener una expresión de sorpresa, aunque por dentro su mente maquinaba rápidamente estrategias p