Al amanecer, el sol se filtró suavemente a través de las cortinas de brocado, iluminando el elegante pasillo por el que Valentina caminaba hacia el comedor. El suelo de mármol resonaba bajo sus pasos, y cada inhalación profunda que hacía, henchía su pecho con aire frío y coraje, aunque sus manos temblaban sutilmente, porque sentía que no era sencillo enfrentarse a Maxwell. Cuando Maxwell apareció en la entrada y sus ojos se encontraron con los de Valentina, chispas invisibles parecían volar entre ellos. El impacto de su mirada fue tan intenso que Valentina sintió cómo sus piernas se debilitaban momentáneamente, amenazando con ceder. Su expresiva cara se petrificó en una máscara de nerviosismo crudo. Peleaba con su propio cuerpo, que le exigía dar media vuelta para regresar a su habitación; sin embargo, la presión reconfortante de Ethan en su mano le devolvió algo de estabilidad. —Recuerda que estoy aquí— le susurró con cariño, haciéndose pasar por un esposo atento. Se di
Maxwell se encontraba en su salón arsenal, donde guardaba todas sus armas de reglamento, y mientras limpiaba el rastrillo de su pistola favorita con añoranza y anhelo de volver algún día a cumplir una misión, se perdía en sus pensamientos melancólicos. Todo se complicaba cada vez más; la carga que su padre había dejado sobre sus hombros no era fácil de llevar, no solo por Ethan, Benjamín o los negocios, sino también porque había descubierto algo que lo llevaba a perder la fe en el mundo y en su padre, a quien consideraba un hombre intachable. —Amigo, ¿qué harás? — le preguntó Nicholas con cejas arqueadas, después de un largo silencio. —¿Qué puedo hacer? Esto no solo puede destruir a mi familia, sino convertirnos en traidores del país. Tengo mucho en qué pensar — murmuró apenas audible y con pesar soltó su pistola, suspirando profundamente. —Tu padre te ha dejado en una situación muy complicada, quizás confiaba en ti al dejarte toda su fortuna a tu cargo, pensó que estabas mejor p
Minutos antes: —Juro que Maxwell no podrá molestarte — le prometió Ethan a Valentina, con un deje de pesar en su voz, mientras caminaban por los alrededores del imponente castillo. Por su parte, Valentina le dedicó una sonrisa, pero en un instante sus labios se comprimieron en una línea recta. —Maxwell es aterrador, pero más aterrador es saber que no podemos salir de este lugar – se quejó con aburrimiento, mientras sus ojos negros se desviaban hacia el horizonte lejano. —No es conveniente. No sé cuánto ha investigado Maxwell, y si tiene a alguien siguiendo nuestros pasos, se enterará de todo — explicó Ethan con un gesto de resignación, arrugando ligeramente su ceño. —También anhelo ir al club... lo extraño — confesó, y de repente Valentina le pellizcó juguetonamente las costillas, soltando una risita traviesa y guiñándole un ojo de forma coqueta. —Pero me dijiste que tu amor estaba junto a tu hermano — ratificó ella con picardía. —Yo que tu busco la manera de hablarle en secreto
Maxwell y Valentina se miraron fijamente; ninguno quería ceder. —No me hagas perder el tiempo —le sentenció Maxwell con voz controlada, y con sus facciones endurecidas como si estuvieran esculpidas en mármol. Valentina entrecerró los ojos sutilmente mientras observaba las manos del duque, anchas, largas y que emanaban fuerza. —Va a ser doloroso. —Fue su advertencia antes de acariciarle suavemente la palma de la mano con el pulgar envuelto en un pañuelo de seda con bordes dorados y el nombre de Maxwell bordado elegantemente. —Eres demasiado imprudente. Al escuchar sus susurros seductores, Maxwell alzó la cabeza. Valentina mantuvo la compostura mientras inspeccionaba su otra mano, intentando ocultar su acelerado pulso. Por supuesto, era algo que esperaba: la innegable e inoportuna reacción que amenazaba con dominarla cada vez que lo veía, al lado de aquel hombre se sentía diminuta. Su pulgar era apenas más grande que el dedo meñique de él, donde lucía el sello de oro de su título
A pesar de que ambos estaban preocupados, en la intimidad de su dormitorio, Ethan le pidió a Valentina que se sentara en uno de los sofás mientras él buscaba el botiquín de primeros auxilios. —Te juro que aún me cuesta aprender dónde está cada rincón de este castillo, es demasiado amplio — comentó Valentina cuando Ethan salía del cuarto de baño. —Sientes eso porque los pasillos tienen la misma decoración, pero pronto dejarás de sentirte desorientada, ya verás —le respondió Ethan. —No lo creo, me tomará años llegar a esta habitación sin preguntarle a los sirvientes. Eso es otra cosa, los sirvientes, ¿Ustedes tienen a toda Inglaterra trabajando aquí?, hay demasiadas personas y para todo hay un encargado, ¡Dios mío, cuánto derroche! —exclamó, considerando que nunca podría adaptarse a esa vida. Él se sentó en el juego de sofás junto a Valentina para desinfectarle las manos. —¡Arde! — se quejó ella, antes de quedarse pensativa. La cercanía que había tenido durante la discusión co
La aparición de la exesposa de Maxwell fue como un golpe inesperado para todos los presentes en la sala. Con una sonrisa triunfante, Aurora se mantenía erguida a espaldas de Maxwell, como si dominara con su sola presencia. Amalia, sorprendida, se levantó de su silla y observaba a Aurora con la boca abierta en un gesto de total shock. Valentina, por su parte, no lograba desviar la mirada de una de las manos de la recién llegada, la cual descansaba con confianza sobre el hombro de Maxwell.A pesar de saber que no debía permitir que le afectara, verla besarlo de esa manera le generaba una mezcla de enojo y desasosiego internos. Sin quererlo, empezó a compararse con Aurora, quien, ataviada con un traje de pantalón y camisa de seda, luciendo accesorios discretos, se notaba elegante. El bolso Chanel que llevaba colgando de su antebrazo izquierdo, parecía ser un símbolo de estatus que debía lucir con orgullo, dando a su imagen un aire imponente. «¿Por qué ella parece una diosa mien
Cinco minutos antes: —¿Sabes, Vale? Todo esto me estresa, no habíamos tenido tanto drama familiar como en estos últimos tiempos— le contaba Ethan a Valentina con resignación y exasperación, mientras se levantaban de sus lugares en la mesa mostrando una expresión de cansancio. Mientras que Valentina se mordía el labio inferior, conteniéndose para no recoger los platos sucios. Puesto que la primera vez que lo hizo, Evelyn la detuvo diciéndole que eso no era necesario, ya que los sirvientes estaban para realizar esas labores domésticas. Valentina no podía creer cómo los ricos que se jactaban de tener la mejor educación hacían tal desorden. —Pero es un abuso – murmuró con una mueca sutil, como si le diera una respuesta a su propio pensamiento. —Se necesita un batallón para lavar todas estas cosas— Ethan, divertido por su comentario, soltó una risa ligera. —Pronto te acostumbrarás, ven, vamos a la sala de juegos. Necesitamos divertirnos para no morir de aburrimiento. Te prome
«Esto será más arriesgado que una pelea de perros callejeros. Será mejor que me vaya», pensó Valentina, sacando coraje de donde no sabía que lo tenía. Pero antes de dar el primer paso, sintió todo su cuerpo tensarse cuando el áspero agarre del Duque rodeó su antebrazo. La rugosidad de sus dedos la empujó con brusquedad contra la pared, haciéndola perder momentáneamente el control de sus músculos. Mientras intentaba recobrar la compostura, su mirada se topó con la feroz expresión de furia de Maxwell, quien la observaba con intensidad, casi retándola a flaquear. Respirando profundamente, fijó sus ojos rojizos en los de Maxwell, que la veían con rabia, provocando en ella un sentimiento que se asemejaba más al pánico. En un intento por aparentar calma, Valentina tragó saliva, buscando desesperadamente una salida. «Debí pedir ayuda a un sirviente», resonó en su mente como un lamento cargado de arrepentimiento. En aquel momento, no había persona en el mundo a la que desea