Minutos antes: —Juro que Maxwell no podrá molestarte — le prometió Ethan a Valentina, con un deje de pesar en su voz, mientras caminaban por los alrededores del imponente castillo. Por su parte, Valentina le dedicó una sonrisa, pero en un instante sus labios se comprimieron en una línea recta. —Maxwell es aterrador, pero más aterrador es saber que no podemos salir de este lugar – se quejó con aburrimiento, mientras sus ojos negros se desviaban hacia el horizonte lejano. —No es conveniente. No sé cuánto ha investigado Maxwell, y si tiene a alguien siguiendo nuestros pasos, se enterará de todo — explicó Ethan con un gesto de resignación, arrugando ligeramente su ceño. —También anhelo ir al club... lo extraño — confesó, y de repente Valentina le pellizcó juguetonamente las costillas, soltando una risita traviesa y guiñándole un ojo de forma coqueta. —Pero me dijiste que tu amor estaba junto a tu hermano — ratificó ella con picardía. —Yo que tu busco la manera de hablarle en secreto
Maxwell y Valentina se miraron fijamente; ninguno quería ceder. —No me hagas perder el tiempo —le sentenció Maxwell con voz controlada, y con sus facciones endurecidas como si estuvieran esculpidas en mármol. Valentina entrecerró los ojos sutilmente mientras observaba las manos del duque, anchas, largas y que emanaban fuerza. —Va a ser doloroso. —Fue su advertencia antes de acariciarle suavemente la palma de la mano con el pulgar envuelto en un pañuelo de seda con bordes dorados y el nombre de Maxwell bordado elegantemente. —Eres demasiado imprudente. Al escuchar sus susurros seductores, Maxwell alzó la cabeza. Valentina mantuvo la compostura mientras inspeccionaba su otra mano, intentando ocultar su acelerado pulso. Por supuesto, era algo que esperaba: la innegable e inoportuna reacción que amenazaba con dominarla cada vez que lo veía, al lado de aquel hombre se sentía diminuta. Su pulgar era apenas más grande que el dedo meñique de él, donde lucía el sello de oro de su título
A pesar de que ambos estaban preocupados, en la intimidad de su dormitorio, Ethan le pidió a Valentina que se sentara en uno de los sofás mientras él buscaba el botiquín de primeros auxilios. —Te juro que aún me cuesta aprender dónde está cada rincón de este castillo, es demasiado amplio — comentó Valentina cuando Ethan salía del cuarto de baño. —Sientes eso porque los pasillos tienen la misma decoración, pero pronto dejarás de sentirte desorientada, ya verás —le respondió Ethan. —No lo creo, me tomará años llegar a esta habitación sin preguntarle a los sirvientes. Eso es otra cosa, los sirvientes, ¿Ustedes tienen a toda Inglaterra trabajando aquí?, hay demasiadas personas y para todo hay un encargado, ¡Dios mío, cuánto derroche! —exclamó, considerando que nunca podría adaptarse a esa vida. Él se sentó en el juego de sofás junto a Valentina para desinfectarle las manos. —¡Arde! — se quejó ella, antes de quedarse pensativa. La cercanía que había tenido durante la discusión co
La aparición de la exesposa de Maxwell fue como un golpe inesperado para todos los presentes en la sala. Con una sonrisa triunfante, Aurora se mantenía erguida a espaldas de Maxwell, como si dominara con su sola presencia. Amalia, sorprendida, se levantó de su silla y observaba a Aurora con la boca abierta en un gesto de total shock. Valentina, por su parte, no lograba desviar la mirada de una de las manos de la recién llegada, la cual descansaba con confianza sobre el hombro de Maxwell.A pesar de saber que no debía permitir que le afectara, verla besarlo de esa manera le generaba una mezcla de enojo y desasosiego internos. Sin quererlo, empezó a compararse con Aurora, quien, ataviada con un traje de pantalón y camisa de seda, luciendo accesorios discretos, se notaba elegante. El bolso Chanel que llevaba colgando de su antebrazo izquierdo, parecía ser un símbolo de estatus que debía lucir con orgullo, dando a su imagen un aire imponente. «¿Por qué ella parece una diosa mien
Cinco minutos antes: —¿Sabes, Vale? Todo esto me estresa, no habíamos tenido tanto drama familiar como en estos últimos tiempos— le contaba Ethan a Valentina con resignación y exasperación, mientras se levantaban de sus lugares en la mesa mostrando una expresión de cansancio. Mientras que Valentina se mordía el labio inferior, conteniéndose para no recoger los platos sucios. Puesto que la primera vez que lo hizo, Evelyn la detuvo diciéndole que eso no era necesario, ya que los sirvientes estaban para realizar esas labores domésticas. Valentina no podía creer cómo los ricos que se jactaban de tener la mejor educación hacían tal desorden. —Pero es un abuso – murmuró con una mueca sutil, como si le diera una respuesta a su propio pensamiento. —Se necesita un batallón para lavar todas estas cosas— Ethan, divertido por su comentario, soltó una risa ligera. —Pronto te acostumbrarás, ven, vamos a la sala de juegos. Necesitamos divertirnos para no morir de aburrimiento. Te prome
«Esto será más arriesgado que una pelea de perros callejeros. Será mejor que me vaya», pensó Valentina, sacando coraje de donde no sabía que lo tenía. Pero antes de dar el primer paso, sintió todo su cuerpo tensarse cuando el áspero agarre del Duque rodeó su antebrazo. La rugosidad de sus dedos la empujó con brusquedad contra la pared, haciéndola perder momentáneamente el control de sus músculos. Mientras intentaba recobrar la compostura, su mirada se topó con la feroz expresión de furia de Maxwell, quien la observaba con intensidad, casi retándola a flaquear. Respirando profundamente, fijó sus ojos rojizos en los de Maxwell, que la veían con rabia, provocando en ella un sentimiento que se asemejaba más al pánico. En un intento por aparentar calma, Valentina tragó saliva, buscando desesperadamente una salida. «Debí pedir ayuda a un sirviente», resonó en su mente como un lamento cargado de arrepentimiento. En aquel momento, no había persona en el mundo a la que desea
Ethan observaba a Valentina, quien estaba envuelta de pies a cabeza, temblando de frío. Con cuidado, la desarropó para comprobar su temperatura y notó que su piel estaba enrojecida y caliente por la fiebre. Despertó a Valentina tocando suavemente su antebrazo izquierdo. Ella, aún medio dormida, se quejó. Fue entonces cuando Ethan notó que su piel estaba magullada. «¿Qué le está pasando a Maxwell? ¿Por qué está descargando esta ira incomprensible en Valentina?», se preguntó Ethan, sintiendo pesar por su amiga. —Vale, debes tomar una ducha caliente. Has cogido un resfriado —dijo Ethan, despertando suavemente a Valentina al tocar su antebrazo izquierdo. Pero ella, aún medio dormida, se acurrucó, negándose a levantarse. —Estoy así por culpa de tu hermano —murmuró Valentina, enojada, antes de estornudar. —No sé qué le sucede a Maxwell. Te aseguro que mi hermano no era de este modo. Parece obsesionado contigo — murmuró Ethan, desilusionado. Tras llegar a su habitación con la ropa
Al día siguiente: En la espaciosa y elegante sala, decorada con pesadas cortinas de terciopelo y muebles de estilo victoriano, Maxwell estaba sentado disfrutando de una lectura que relajaba su mente. Sin embargo, su tranquilidad duró poco, ya que escuchó la voz chillona de Valentina, quien aún estaba debilitada por su resfriado. —Suegra, aún no me siento bien, debo recuperarme mejor —protestaba Valentina, negándose a tomar esas lecciones que para ella parecían ridículas. Maxwell, por su parte, alzó la mirada y aunque no era su intención, le fue imposible no fijarla en ella por unos segundos antes de regresarla a su libro. —Suegra, busquemos otro lugar… por favor —le solicitó Valentina a Evelyn con voz temblorosa, apartando la mirada del frío duque y mirando hacia otro lado. «Jamás he conocido a alguien tan atractivo y tan aborrecible a la vez. Me arrepiento de haber perdido mi tiempo enardeciendo a este duque malhumorado», pensó Valentina, sintiendo que el aire en ese estudio se