«Esto será más arriesgado que una pelea de perros callejeros. Será mejor que me vaya», pensó Valentina, sacando coraje de donde no sabía que lo tenía. Pero antes de dar el primer paso, sintió todo su cuerpo tensarse cuando el áspero agarre del Duque rodeó su antebrazo. La rugosidad de sus dedos la empujó con brusquedad contra la pared, haciéndola perder momentáneamente el control de sus músculos. Mientras intentaba recobrar la compostura, su mirada se topó con la feroz expresión de furia de Maxwell, quien la observaba con intensidad, casi retándola a flaquear. Respirando profundamente, fijó sus ojos rojizos en los de Maxwell, que la veían con rabia, provocando en ella un sentimiento que se asemejaba más al pánico. En un intento por aparentar calma, Valentina tragó saliva, buscando desesperadamente una salida. «Debí pedir ayuda a un sirviente», resonó en su mente como un lamento cargado de arrepentimiento. En aquel momento, no había persona en el mundo a la que desea
Ethan observaba a Valentina, quien estaba envuelta de pies a cabeza, temblando de frío. Con cuidado, la desarropó para comprobar su temperatura y notó que su piel estaba enrojecida y caliente por la fiebre. Despertó a Valentina tocando suavemente su antebrazo izquierdo. Ella, aún medio dormida, se quejó. Fue entonces cuando Ethan notó que su piel estaba magullada. «¿Qué le está pasando a Maxwell? ¿Por qué está descargando esta ira incomprensible en Valentina?», se preguntó Ethan, sintiendo pesar por su amiga. —Vale, debes tomar una ducha caliente. Has cogido un resfriado —dijo Ethan, despertando suavemente a Valentina al tocar su antebrazo izquierdo. Pero ella, aún medio dormida, se acurrucó, negándose a levantarse. —Estoy así por culpa de tu hermano —murmuró Valentina, enojada, antes de estornudar. —No sé qué le sucede a Maxwell. Te aseguro que mi hermano no era de este modo. Parece obsesionado contigo — murmuró Ethan, desilusionado. Tras llegar a su habitación con la ropa
Al día siguiente: En la espaciosa y elegante sala, decorada con pesadas cortinas de terciopelo y muebles de estilo victoriano, Maxwell estaba sentado disfrutando de una lectura que relajaba su mente. Sin embargo, su tranquilidad duró poco, ya que escuchó la voz chillona de Valentina, quien aún estaba debilitada por su resfriado. —Suegra, aún no me siento bien, debo recuperarme mejor —protestaba Valentina, negándose a tomar esas lecciones que para ella parecían ridículas. Maxwell, por su parte, alzó la mirada y aunque no era su intención, le fue imposible no fijarla en ella por unos segundos antes de regresarla a su libro. —Suegra, busquemos otro lugar… por favor —le solicitó Valentina a Evelyn con voz temblorosa, apartando la mirada del frío duque y mirando hacia otro lado. «Jamás he conocido a alguien tan atractivo y tan aborrecible a la vez. Me arrepiento de haber perdido mi tiempo enardeciendo a este duque malhumorado», pensó Valentina, sintiendo que el aire en ese estudio se
—Le es infiel a su marido con un empleado. Vaya, sabía que esta gente no era tan remilgada. Tienen sus trapitos sucios— murmuró, observando un poco más. Pero al notar que el acto iba subiendo de tono, se retiró. Necesitando aire fresco, Valentina rodeó el castillo y entró al vestidor. Allí se encontró con los intensos ojos azules de Maxwell, quien estaba abriendo la boca para probar un postre que Aurora le ofrecía. —Dime, ¿qué tal te pareció?— preguntó Aurora con voz suave. Maxwell, sin dejar de mirar a Valentina, le correspondió a su exesposa con una sonrisa tierna, agradable y encantadora. —Está delicioso— le respondió exageradamente, tratándola mejor de lo que quería. —Conmigo es una bestia, pero llega su exesposa y parece un osito de felpa, duque insoportable— murmuró Valentina para sí misma. Dio media vuelta para regresar por donde había entrado, pero sus puños apretados y sus pasos refunfuñones no pasaron desapercibidos por Maxwell. —¿Por qué me afecta tanto si él
Vestidos con ropa de gala, todos esperaban impacientes en el majestuoso vestíbulo. Tenían minutos esperando cuando Valentina apareció en el vestíbulo con un vestido verde con corte sirena que le quedaba de infarto y un recogido sencillo que la hacía lucir preciosa. Cada paso que daba resonaba en el suelo de mármol pulido, atrayendo todas las miradas hacia ella. Maxwell, con gesto disimulado, la miraba de reojo, apreciando cada detalle de su belleza deslumbrante. Su expresión facial reflejaba admiración y algo más que no se atrevía a expresar. Aunque Valentina intentaba no prestarle atención, no pudo evitar echarle una mirada fugaz. «A este hombre todo le queda bien, si no fuera tan odioso», pensó Valentina con cierta molestia, mientras una sonrisa irónica se dibujaba en sus labios. —Valentina, querida, estás muy hermosa, ese color te queda perfecto—la elogió Evelyn con ojos brillosos, casi en un susurro cargado de emoción. —Gracias se...—Valentina, con las mejillas enrojecidas,
—Lo siento querida, no fue mi intención… sin embargo, estabas en el medio— cínicamente, Aurora se disculpaba. Tanto Ethan como Maxwell regresaron con ellas, sus pasos resonando en el mármol pulido del gran salón del palacio. Sin dudar, Maxwell sacó el pañuelo que adornaba su elegante traje. Su mano comenzó a moverse de manera instintiva para limpiar la mancha en el vestido de su cuñada, pero sus ojos se abrieron al darse cuenta de que podría estar tocando su busto. Se detuvo en seco, su rostro expresando una mezcla de consternación y vergüenza. Con una sonrisa forzada, extendió el pañuelo hacia ella. —Puedes limpiarte— le dijo Maxwell a Valentina, tensando la mandíbula, mientras que Aurora rechinaba los dientes por el enojo. Después de haberse limpiado, Valentina salió del baño. Sus tacones hicieron eco en el frío piso de mármol mientras avanzaba hacia la salida, sin querer pasar más tiempo en el bullicioso salón lleno de caras desconocidas y sonrisas fingidas. Decidió salir, det
Maxwell, visiblemente confundido, frunció el ceño y se aproximó apresuradamente hacia la glorieta, con pasos largos y decisivos. —¿Qué ha ocurrido? — preguntó Maxwell con severidad a medida que sus ojos claros le recorrían el rostro alterado. —Hoy es mi día de suerte, un príncipe dejó su trono para seguirme y he aquí al duque de los insoportables, quien también abandonó a su querida exesposa para venir a verme— dijo Valentina con mucho sarcasmo, arqueando las cejas y curvando los labios en una mueca irónica, aunque sus manos temblaban ligeramente. —Te he preguntado ¿Qué pasó? ¡Dime! — Insistió Maxwell con voz firme, acercándose aún más, casi invadiendo su espacio personal. Ella alzó la barbilla, orgullosa y desafiante. —Tú debes saberlo, porque los hombres como ustedes que tienen complejo de narcisista piensan que las mujeres como yo, solo ansiamos meternos a sus camas— le reclamó, alzando la voz y cruzando los brazos sobre su pecho, en un gesto defensivo. —Será mejor que hables
El sonido de su nombre interrumpiendo el silencio le hizo regresar a la realidad. Ella lo empujó como si de repente hubiera empezado a arder. Y él retrocedió jadeante, pasándose una mano por el cabello, sintiéndose frustrado, culpable y solo sintiendo que es por ella, y que esa sería la razón de sus desgracias. —Me besas de este modo, diciendo estar enamorada de mi hermano. Valentina alzó la mano, pero la detuvo, porque también se arrepintió de ese juego enfermizo al cual no le encontraba sentido y salió corriendo como alma que lleva el diablo. (...) En la comodidad de su cama, envuelta en sábanas suaves y con la tenue luz de la lámpara de mesa dibujando sombras en las paredes, Valentina no dejaba de rememorar el beso que le había dado Maxwell. Observaba el techo, perdiéndose en el diseño de yeso, mientras podía aún sentir la sensación que provocaron sus labios en los suyos. Simplemente, evocar esas sensaciones hacía que la sangre que fluía por sus venas se agitara; sentía ca