—Le es infiel a su marido con un empleado. Vaya, sabía que esta gente no era tan remilgada. Tienen sus trapitos sucios— murmuró, observando un poco más. Pero al notar que el acto iba subiendo de tono, se retiró. Necesitando aire fresco, Valentina rodeó el castillo y entró al vestidor. Allí se encontró con los intensos ojos azules de Maxwell, quien estaba abriendo la boca para probar un postre que Aurora le ofrecía. —Dime, ¿qué tal te pareció?— preguntó Aurora con voz suave. Maxwell, sin dejar de mirar a Valentina, le correspondió a su exesposa con una sonrisa tierna, agradable y encantadora. —Está delicioso— le respondió exageradamente, tratándola mejor de lo que quería. —Conmigo es una bestia, pero llega su exesposa y parece un osito de felpa, duque insoportable— murmuró Valentina para sí misma. Dio media vuelta para regresar por donde había entrado, pero sus puños apretados y sus pasos refunfuñones no pasaron desapercibidos por Maxwell. —¿Por qué me afecta tanto si él
Vestidos con ropa de gala, todos esperaban impacientes en el majestuoso vestíbulo. Tenían minutos esperando cuando Valentina apareció en el vestíbulo con un vestido verde con corte sirena que le quedaba de infarto y un recogido sencillo que la hacía lucir preciosa. Cada paso que daba resonaba en el suelo de mármol pulido, atrayendo todas las miradas hacia ella. Maxwell, con gesto disimulado, la miraba de reojo, apreciando cada detalle de su belleza deslumbrante. Su expresión facial reflejaba admiración y algo más que no se atrevía a expresar. Aunque Valentina intentaba no prestarle atención, no pudo evitar echarle una mirada fugaz. «A este hombre todo le queda bien, si no fuera tan odioso», pensó Valentina con cierta molestia, mientras una sonrisa irónica se dibujaba en sus labios. —Valentina, querida, estás muy hermosa, ese color te queda perfecto—la elogió Evelyn con ojos brillosos, casi en un susurro cargado de emoción. —Gracias se...—Valentina, con las mejillas enrojecidas,
—Lo siento querida, no fue mi intención… sin embargo, estabas en el medio— cínicamente, Aurora se disculpaba. Tanto Ethan como Maxwell regresaron con ellas, sus pasos resonando en el mármol pulido del gran salón del palacio. Sin dudar, Maxwell sacó el pañuelo que adornaba su elegante traje. Su mano comenzó a moverse de manera instintiva para limpiar la mancha en el vestido de su cuñada, pero sus ojos se abrieron al darse cuenta de que podría estar tocando su busto. Se detuvo en seco, su rostro expresando una mezcla de consternación y vergüenza. Con una sonrisa forzada, extendió el pañuelo hacia ella. —Puedes limpiarte— le dijo Maxwell a Valentina, tensando la mandíbula, mientras que Aurora rechinaba los dientes por el enojo. Después de haberse limpiado, Valentina salió del baño. Sus tacones hicieron eco en el frío piso de mármol mientras avanzaba hacia la salida, sin querer pasar más tiempo en el bullicioso salón lleno de caras desconocidas y sonrisas fingidas. Decidió salir, det
Maxwell, visiblemente confundido, frunció el ceño y se aproximó apresuradamente hacia la glorieta, con pasos largos y decisivos. —¿Qué ha ocurrido? — preguntó Maxwell con severidad a medida que sus ojos claros le recorrían el rostro alterado. —Hoy es mi día de suerte, un príncipe dejó su trono para seguirme y he aquí al duque de los insoportables, quien también abandonó a su querida exesposa para venir a verme— dijo Valentina con mucho sarcasmo, arqueando las cejas y curvando los labios en una mueca irónica, aunque sus manos temblaban ligeramente. —Te he preguntado ¿Qué pasó? ¡Dime! — Insistió Maxwell con voz firme, acercándose aún más, casi invadiendo su espacio personal. Ella alzó la barbilla, orgullosa y desafiante. —Tú debes saberlo, porque los hombres como ustedes que tienen complejo de narcisista piensan que las mujeres como yo, solo ansiamos meternos a sus camas— le reclamó, alzando la voz y cruzando los brazos sobre su pecho, en un gesto defensivo. —Será mejor que hables
El sonido de su nombre interrumpiendo el silencio le hizo regresar a la realidad. Ella lo empujó como si de repente hubiera empezado a arder. Y él retrocedió jadeante, pasándose una mano por el cabello, sintiéndose frustrado, culpable y solo sintiendo que es por ella, y que esa sería la razón de sus desgracias. —Me besas de este modo, diciendo estar enamorada de mi hermano. Valentina alzó la mano, pero la detuvo, porque también se arrepintió de ese juego enfermizo al cual no le encontraba sentido y salió corriendo como alma que lleva el diablo. (...) En la comodidad de su cama, envuelta en sábanas suaves y con la tenue luz de la lámpara de mesa dibujando sombras en las paredes, Valentina no dejaba de rememorar el beso que le había dado Maxwell. Observaba el techo, perdiéndose en el diseño de yeso, mientras podía aún sentir la sensación que provocaron sus labios en los suyos. Simplemente, evocar esas sensaciones hacía que la sangre que fluía por sus venas se agitara; sentía ca
De pie en la entrada del estudio que se había convertido en el refugio de Maxwell, Ethan admiraba los libros apilados en las estanterías de caoba, y como la robusta mesa de madera que se erigía como el corazón de la habitación, y el acogedor sillón de lectura donde su padre solía leerle historias fantásticas, y la melancolía lo invadió por completo. Sin embargo, no permitió que sus emociones aturdieran sus pensamientos. En cambio, analizaba los aspectos de lo que suponía que Maxwell estaba a punto de decir, y sus cejas se fruncieron en concentración. Con un leve asentimiento, Maxwell lo invitó a sentarse, mientras sus dedos tamborileaban ligeramente en la superficie de la mesa. —Hermano, antes de seguir, necesito tu opinión en algo importante—le dijo Ethan con una voz temblorosa, pero firme al mismo tiempo. Maxwell asintió con confusión. Ethan se esforzó por esbozar una sonrisa natural, sintiendo cómo sus músculos faciales se tensaban en el esfuerzo. —Como sabes, Vale es mi pr
Maxwell recorrió la habitación con gesto firme. — No entiendo cómo un ladrón ha logrado burlar nuestra seguridad sin dejar rastro alguno. ¿Por qué no ha tocado la caja fuerte que hay detrás el cuadro? — cuestionó, estirando un dedo acusador hacia el lugar vacío en la pared. En un momento de pausa, Maxwell miró fijamente a cada uno de sus sirvientes, como si estuviera evaluándolos minuciosamente. Sus ojos recorrían sus rostros con inquisición, buscando respuestas en cada mirada evasiva o gesto nervioso. — La persona responsable no necesita revelarse — continuó severo pero firme. — Solo espero que devuelva lo que ha tomado. Podría hacerlo esta noche, y me comprometo a no empezar una investigación —. Sus palabras colmaron el espacio. — Hijo, confía en quienes han servido a nuestra familia con lealtad durante años. No deberías sospechar de ellos — le recordó Evelyn con suave autoridad, buscando calmar la agitación que reinaba en la estancia. — ¡Interroguen a la latina! Es demasiado o
Maxwell le echó un vistazo rápido al oscuro almacén abandonado, notando las vigas de hierro oxidadas y el polvo suspendido en el aire. —Ben, con qué tipo de personas te ha estado mezclando—murmuró antes de hacerle una señal a sus agentes para que lo siguieran. —Recuerden, no deben disparar a menos que se trate de salvaguardar nuestras vidas. Luego me encargaré de esto —les instruyó con autoridad, mientras empuñaba una pistola cromada. A lo lejos, bajo una tenue luz que apenas iluminaba sus facciones, Benjamín gritó con el rostro ensangrentado por los golpes que había recibido. —¡Hermano, ayúdame! —su voz salía desgarrada y desesperada. Se encontraba amordazado en el suelo, y con las manos atadas con una cuerda gruesa que le cortaba la circulación. Tres hombres con pinta de matones estaban parados a su lado, apuntando hacia Maxwell. El líder de los matones, de complexión robusta y con una cicatriz que le atravesaba la ceja derecha, sostenía el teléfono de Benjamín en la m