Maxwell recorrió la habitación con gesto firme. — No entiendo cómo un ladrón ha logrado burlar nuestra seguridad sin dejar rastro alguno. ¿Por qué no ha tocado la caja fuerte que hay detrás el cuadro? — cuestionó, estirando un dedo acusador hacia el lugar vacío en la pared. En un momento de pausa, Maxwell miró fijamente a cada uno de sus sirvientes, como si estuviera evaluándolos minuciosamente. Sus ojos recorrían sus rostros con inquisición, buscando respuestas en cada mirada evasiva o gesto nervioso. — La persona responsable no necesita revelarse — continuó severo pero firme. — Solo espero que devuelva lo que ha tomado. Podría hacerlo esta noche, y me comprometo a no empezar una investigación —. Sus palabras colmaron el espacio. — Hijo, confía en quienes han servido a nuestra familia con lealtad durante años. No deberías sospechar de ellos — le recordó Evelyn con suave autoridad, buscando calmar la agitación que reinaba en la estancia. — ¡Interroguen a la latina! Es demasiado o
Maxwell le echó un vistazo rápido al oscuro almacén abandonado, notando las vigas de hierro oxidadas y el polvo suspendido en el aire. —Ben, con qué tipo de personas te ha estado mezclando—murmuró antes de hacerle una señal a sus agentes para que lo siguieran. —Recuerden, no deben disparar a menos que se trate de salvaguardar nuestras vidas. Luego me encargaré de esto —les instruyó con autoridad, mientras empuñaba una pistola cromada. A lo lejos, bajo una tenue luz que apenas iluminaba sus facciones, Benjamín gritó con el rostro ensangrentado por los golpes que había recibido. —¡Hermano, ayúdame! —su voz salía desgarrada y desesperada. Se encontraba amordazado en el suelo, y con las manos atadas con una cuerda gruesa que le cortaba la circulación. Tres hombres con pinta de matones estaban parados a su lado, apuntando hacia Maxwell. El líder de los matones, de complexión robusta y con una cicatriz que le atravesaba la ceja derecha, sostenía el teléfono de Benjamín en la m
Valentina exhaló pesadamente una vez más. —Bien, guíame, como sabes, siempre me pierdo— rezongó, colocando una bata de seda sobre su pijama corto. Valentina fue guiada por un pasillo que ya conocía, y su curiosidad aumentaba con cada paso. —Adelante—le indicó la sirvienta, extendiendo su brazo derecho en señal muda para que entrara. —¡Espera! ¿No vendrás conmigo? ¿Por qué siento como si me enviaras a un matadero?— murmuró, viendo cómo la empleada se marchaba. Luego se enfocó en la puerta. —Según recuerdo, se necesita un ojo del fastidioso para abrir esta puerta. ¿Cómo se supone que entraré? Aunque no estaría mal sacarle un ojo— hablaba sola hasta que alguien carraspeó a su espalda y dio un salto de espanto. —Hazlo si puedes. Ella giró la cabeza ante aquellas palabras y lo miró a los ojos, pero al descender la vista a sus labios, empezó a retroceder, sintiendo que Maxwell estaba muy cerca. —Solo estaba bromeando… yo nunca le haría daño a una persona— intentó reír, per
Pero Valentina volvió a enredar los dedos entre sus mechones atrayéndolo hacia ella. —Ten en cuenta que tú empezaste y no has tomado —recalcó ella, pero obtuvo como respuesta un gruñido de satisfacción. Después, Maxwell le acunó la cara con las manos y le inclinó la cabeza en el ángulo perfecto para reclamar su boca en una descarnada demanda que la dejó sin aliento. Mientras la atormentaba con sus profundos y sensuales besos, a Valentina le fue imposible pensar en nada que no fuera sentir. Estaba tan dominada por él, que empezaron a fallarle las piernas. Pero Maxwell se adelantó y la alzó en el aire como si no pesara nada. Intentó sacar fuerzas de donde pudo, desesperada por tomar el control, pero no lo logró, sino que se rindió a él, enredando las piernas en su cintura. Maxwell apartó su boca de la de ella y la miró interrogante. La depositó en el suelo y acarició con una de sus fuertes y cálidas manos, la amplia extensión de piel que había desde el cuello hasta el nacimiento d
—Porque, viéndolo bien, tú ya no me necesitas. Los rumores sobre ti se calmaron, y yo solo necesitaba estar casada para obtener mi documentación; no deberíamos mentir durante dos años — le explicó Valentina cabizbaja. —Solo con este matrimonio puedo mantener mi fachada —. Ethan se acercó a ella y le agarró las manos. —Vale, gracias a ti tengo un poco más de libertad y no quiero perder eso. Ethan hizo una pausa ante de explicarle: —En cuanto a la documentación, te informo que mi abogado ha dicho que nuestro matrimonio es muy reciente. Como han ocurrido muchos matrimonios por negocios, el gobierno impuso una ley. Para empezar con tu legalización, hay que esperar seis meses. Valentina apartó sus manos de la de él y se cubrió la boca, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. —¿Seis meses? Ethan, pensé que sería más rápido. Mi hija y mi madre están en peligro… lo sabes. Pídele a tu abogado que haga algo más — le suplicó angustiada. (…) En cambio, Maxwell, que se sentía
Era la segunda vez que Valentina entraba en esa oprimente habitación. Estaba nerviosa, arrinconada en la puerta, vacilando entre aprovechar para irse o quedarse para ver qué pretendía Maxwell al arrastrarla allí. —Ya que estás aquí, por favor, ayúdame a desinfectar esta herida —le pidió él, saliendo del cuarto de baño con un botiquín de primeros auxilios en su mano izquierda. Maxwell tenía una expresión de dolor en el rostro, sus cejas fruncidas y su mandíbula tensa, notando como ella se quedó inmóvil, pero con cierta desconfianza se acercó. Ella tragó en seco cuando lo vio quitarse la camisa del uniforme militar, quedando con una camiseta blanca que se le adhería a cada músculo como una segunda piel. Sus ojos no podían evitar seguir cada movimiento de él, notando cómo sus bíceps se tensaban al desabotonar la prenda. —Con razón juega a seducirme, él sabe que se ve demasiado bien —pensó sin dejar de verle. —No te atrevas a contarle a nadie sobre esto. Eres experta mintiendo y omi
Valentina se giró nerviosa con unos movimientos torpes y mecánicos como los de una marioneta. Por más que analizaba cuál justificación debía darle a su suegra para que esta le creyera, su cerebro parecía en blanco. —Suegra…— murmuró con labios apenas curvados, pero sus ojos delataban su temor y ansiedad. Las cejas fruncidas de Evelyn, le dejaba claro lo que estaba pensando. Y la empleada que venía con ella y que traía consigo una bandeja, mantenía las cejas alzadas, mirando a Valentina con curiosidad e incredulidad. —Es muy temprano y acabo de verte saliendo de la habitación de Maxwell. Necesito que me expliques por qué— la cuestionó la señora con un tono que parecía cortar el aire, y con su semblante endurecido como una estatua de mármol. Valentina tragó saliva, sintiendo la garganta seca por los nervios. «Esto se pone cada vez peor. Y ahora debo mentir por culpa del duque insoportable» —Bueno… como sabe, yo me pierdo siempre— comenzó entrelazando sus dedos temblorosos. —
Amalia se cruzó de brazos y adoptó una postura desafiante, disfrutando del caos que estaba sembrando. —Ella no te contó —soltó, con cejas alzadas, poniendo a Valentina en aprietos. Dado que ella no quería que Ethan supiera de su encuentro con Maxwell. Cuando Ethan la enfocó, Valentina se puso nerviosa; sus mejillas se tiñeron y, por debajo de la mesa, se tocaba la pierna. —No te quise decir nada para no molestarte. Se ha perdido una reliquia familiar y tu hermano Maxwell me creía sospechosa, pero ya aclaré todo. —¿Dónde está Max? Y Por qué, de tantas personas que hay en este lugar, debías ser tú la culpable. Valentina agradeció que Maxwell no hizo acto de presencia durante el desayuno, el almuerzo, en el té de la tarde, en el salón principal ni en la cena, porque Ethan quería enfrentarlo. Cuando expresó delante de Evelyn que iría a ver qué pasaba con Maxwell, y por qué se quedó encerrado, Evelyn le dijo que Maxwell no quería ser molestado y Valentina silenciosamente suspiró aliv