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Capítulo 2: ¡Hermano, preséntame a tu esposa!

 

Ethan, aún adormilado, se frotó los ojos y miró a su hermano mayor con confusión y temor.

—¿Qué quieres decir, Max?

Maxwell señaló el periódico en el que aparecía Ethan vestido con un traje de seda rojo, maquillado y con una peluca rubia.

—Esto, Ethan. ¿Qué es esto?

Ethan tomó el periódico y lo examinó. Su rostro palideció, dejándolo caer al suelo.

—No… no puede ser…

Maxwell cruzó los brazos.

—¿Puedes explicarlo?

Ethan se levantó de la cama y comenzó a moverse de un lado a otro de la habitación, visiblemente nervioso. Reconocía que su hermano no toleraría ese comportamiento y lo consideraría vergonzoso. El prestigio de la familia Spencer, por el cual sus antepasados habían luchado durante más de 600 años, también estaba en juego.

—No… yo… solo…

Maxwell lo interrumpió.

—Ethan, necesito respuestas ahora. Esto es un escándalo. ¿Cómo crees que afectará a la familia?

Maxwell suspiró y se pasó una mano por la cara.

Ethan bajó la mirada, ansioso y confundido. Sin saber cómo explicar. No podía revelar la verdad, ya que su hermano no la aceptaría.

—Sabes que si este escándalo es real, todo lo que nuestra familia representa se verá afectado. Enfrentaré las consecuencias, puesto que tu comportamiento ha comprometido nuestro buen nombre. Así que explícame qué está pasando, Ethan —replicó Maxwell con voz cargada de ira contenida.

Ethan se detuvo y lo miró.

—Fue una broma de mi esposa, Max. No pensé que alguien me reconocería ni consideré las consecuencias. Lo siento —mintió, buscando una excusa desesperadamente. —Ella quería verme vestido y arreglado como una mujer. No sabía que un paparazzi capturaría la imagen.

Maxwell se pasó la mano por el cabello y comenzó a caminar, soltando risas incrédulas.

—¿Esposa? —dudó, recordando que Ethan acababa de regresar de un viaje tras semanas de ausencia. —¡Dios mío, Ethan! Ni siquiera tenías novia y ahora dices que estás casado. ¡Es absurdo!

—Sí, hermano, mi esposa. Me he casado —afirmó, manteniendo la mentira.

Maxwell lo miró con suspicacia, escudriñándolo.

—Si estás realmente casado, ¿por qué no está contigo tu esposa? —lo desafió, queriendo que finalmente le dijera la verdad.

«Esto va a terminar mal», pensó Ethan, suplicándose a sí mismo revelar la verdad, consciente de que continuar mintiendo solo agravaría la situación, pero al mismo tiempo temiendo la reacción de Maxwell y la posibilidad de perder el dinero que podría transformar su vida.

—Me casé en el extranjero y no pude traerla. Aunque te cueste creerlo, me enamoré y decidí casarme sin tu aprobación.

Maxwell lo examinó con atención y, de repente, sintió un mayor impulso de protegerlo. Lo encontraba tan noble y generoso que le parecía susceptible a las intenciones de los cazafortunas.

—Ahora más que nunca necesitas desmentir este rumor sobre ti. Tienes mi permiso para usar el jet privado. Trae a esa mujer que mencionas.

Ethan asintió, notando que estaba perdido, y Maxwell chasqueó los dedos.

—Espero que para la fiesta que nuestra madre hará en mi honor, ella esté presente, anunciaré su bienvenida a la familia.

Maxwell señaló su reloj.

—El tiempo corre, Ethan.

«¿Dónde encontraré a una mujer que quiera fingir ser mi esposa? ¡Qué he hecho!», exclamó Ethan en su interior.

(...)

La pequeña sala estaba sumida en la penumbra cuando Valentina regresó de trabajar, agotada y triste. 

Sin avisar a su prima, se dejó caer en el sofá, cabizbaja. 

Su prima, que siempre estaba al tanto de sus vaivenes emocionales, salió junto a Ethan de su pequeño cuarto de maquillaje.

—Valentina, ¿qué sucede? Siempre llegas gritando mi nombre o cantando a todo pulmón. ¿Qué te ocurrió hoy? — le preguntó su prima observándola con atención.

Con las manos cubriéndose el rostro, Valentina, comenzó a llorar. Las lágrimas escapaban entre sus dedos, y su respiración se agitaba.

—No lo soporto más — murmuró con voz quebrada. —He tratado de adaptarme a este país y a todas las complicaciones que se me han presentado, pero creo que es momento de pedir mi deportación.

Ethan, que había permanecido en silencio, le tocó la cabeza con ternura. 

—No seas boba. Has pasado por tantas cosas que cualquier persona no habría soportado, y aun así sigues en pie, luchando por superar los obstáculos.

La prima asintió, secundando las palabras de Ethan.

Valentina alzó la cara, con los ojos enrojecidos y llenos de desesperación.

—He renunciado a mi trabajo. Mi jefe me regañó cuando se me cayeron varios platos y no pude responder como hubiera querido —relató Valentina, enseñando su teléfono a su prima—. Este lugar no es para mí. Tengo que usar un traductor para hablar con la gente, y si intento ofenderlos, ni siquiera estoy segura de haberlo hecho correctamente.

La prima soltó una risa suave. 

—No te preocupes. Ya encontrarás un mejor empleo. Lavar platos en un restaurante no me parece que fuera lo tuyo.

Valentina negó con la cabeza, desanimada. 

—Prima, dejemos de mentirnos. Sabes que, siendo una persona indocumentada, esos serán los únicos empleos que podré conseguir. Y mi sueldo no me alcanza para nada. Mi madre e hija están mal pasando por mi culpa, además las extraño demasiado. Venir aquí no fue una buena idea. Si no fuera por esos militares, estaría muerta o siendo prostituida en algún lugar feo.

La prima se levantó de su lugar con determinación y señaló a Valentina y a Ethan. 

—Como me dijiste, tú necesitas una esposa falsa para convencer a tu hermano de que mereces el dinero de tu herencia. Y Valentina necesita casarse con un inglés para obtener su documentación. ¿Por qué no se casan entre ustedes?

Ethan y Valentina se miraron y después ella rompió a reír.

—Ethan, dime que ella está bien de la cabeza — le preguntó Valentina.

Apenado, Ethan asintió antes de contarle a Valentina el problema que enfrentaban.

—Pero dile la verdad —le insistió Valentina.

Ethan agitó la cabeza.

—Conozco a mi hermano, decirle la verdad no es una opción.

Ethan tomó las manos de Valentina, sorprendiéndola.

—Eres mi segunda mejor amiga y sabes que nunca te pediría esto si no lo necesitara realmente. Por favor, cásate conmigo. Juro que en dos años y cinco meses estaremos divorciados y podrás traer a tu madre e hija contigo. También te daré medio millón de libras esterlinas en cuanto reciba mi parte de la herencia.

Valentina escuchaba todo aquello, reacia a ser parte de semejante locura.

—Ethan, no soy buena mintiendo y creo que no deberías hacer esto.

—Prima, piensa que es la forma más rápida de tener a tu hija contigo. No olvides lo que el padre de tu hija hizo la última vez.

Valentina cerró los ojos y miró al techo, conteniendo las lágrimas que amenazaban con surgir.

—Te trataré bien —propuso Ethan de manera juguetona, moviendo las cejas.

—Ella aún sueña con ese héroe que le robó el corazón —comentó su prima, tratando de aliviar la tensión.

(....)

Valentina observaba el paisaje más allá de la ventanilla, sumida en sus pensamientos sobre las decisiones que había tomado.

Había viajado a Venezuela con Ethan, y el rápido matrimonio aún le parecía irreal. Aunque se había reunido con su hija y su madre, continuaba sintiéndose vacía por no tenerlas cerca.

Cuando Ethan anunció que habían llegado, Valentina contuvo la respiración al ver el imponente palacio.

—¿Aquí es donde nos encontraremos con tu familia? —preguntó, incrédula.

Ethan asintió.

—Olvidé mencionar que mi hermano es un duque —, el rostro de Valentina se palideció.

—¡Dios mío, Ethan! ¿Cómo has podido omitir detalles tan cruciales? —le reprochó, con la voz temblorosa.

Al descender del automóvil, ayudada por un hombre uniformado, Valentina se dirigió a Ethan con inseguridad.

.

—No puedo entrar ahora; si lo hago, descubrirán nuestra farsa y seré yo quien nos delate. Necesito tiempo para prepararme.

Ethan le cogió el rostro entre sus manos.

—Puedes pasear por el jardín; encontraré la manera de mantener a mi familia ocupada. Pero recuerda, todos deben creer que somos marido y mujer.

Valentina asintió y, con las piernas temblorosas y el corazón acelerado, comenzó a caminar por el lugar, que parecía sacado de un cuento de hadas. A pesar de estar desorientada por la distancia recorrida, percibió que se encontraba en un pueblo pequeño.

El paseo le servía para aclarar su mente hasta que vio a la persona por la que había suspirado noche tras noche durante cuatro meses. Inmediatamente, reconoció al general, cuya figura estaba firmemente grabada en su memoria.

—¡Es el general! —susurró ella al verlo erguido frente a un árbol, observándolo como si fuera lo único de importancia en ese lugar.

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