Ethan, aún adormilado, se frotó los ojos y miró a su hermano mayor con confusión y temor.
—¿Qué quieres decir, Max?
Maxwell señaló el periódico en el que aparecía Ethan vestido con un traje de seda rojo, maquillado y con una peluca rubia.
—Esto, Ethan. ¿Qué es esto?
Ethan tomó el periódico y lo examinó. Su rostro palideció, dejándolo caer al suelo.
—No… no puede ser…
Maxwell cruzó los brazos.
—¿Puedes explicarlo?
Ethan se levantó de la cama y comenzó a moverse de un lado a otro de la habitación, visiblemente nervioso. Reconocía que su hermano no toleraría ese comportamiento y lo consideraría vergonzoso. El prestigio de la familia Spencer, por el cual sus antepasados habían luchado durante más de 600 años, también estaba en juego.
—No… yo… solo…
Maxwell lo interrumpió.
—Ethan, necesito respuestas ahora. Esto es un escándalo. ¿Cómo crees que afectará a la familia?
Maxwell suspiró y se pasó una mano por la cara.
Ethan bajó la mirada, ansioso y confundido. Sin saber cómo explicar. No podía revelar la verdad, ya que su hermano no la aceptaría.
—Sabes que si este escándalo es real, todo lo que nuestra familia representa se verá afectado. Enfrentaré las consecuencias, puesto que tu comportamiento ha comprometido nuestro buen nombre. Así que explícame qué está pasando, Ethan —replicó Maxwell con voz cargada de ira contenida.
Ethan se detuvo y lo miró.
—Fue una broma de mi esposa, Max. No pensé que alguien me reconocería ni consideré las consecuencias. Lo siento —mintió, buscando una excusa desesperadamente. —Ella quería verme vestido y arreglado como una mujer. No sabía que un paparazzi capturaría la imagen.
Maxwell se pasó la mano por el cabello y comenzó a caminar, soltando risas incrédulas.
—¿Esposa? —dudó, recordando que Ethan acababa de regresar de un viaje tras semanas de ausencia. —¡Dios mío, Ethan! Ni siquiera tenías novia y ahora dices que estás casado. ¡Es absurdo!
—Sí, hermano, mi esposa. Me he casado —afirmó, manteniendo la mentira.
Maxwell lo miró con suspicacia, escudriñándolo.
—Si estás realmente casado, ¿por qué no está contigo tu esposa? —lo desafió, queriendo que finalmente le dijera la verdad.
«Esto va a terminar mal», pensó Ethan, suplicándose a sí mismo revelar la verdad, consciente de que continuar mintiendo solo agravaría la situación, pero al mismo tiempo temiendo la reacción de Maxwell y la posibilidad de perder el dinero que podría transformar su vida.
—Me casé en el extranjero y no pude traerla. Aunque te cueste creerlo, me enamoré y decidí casarme sin tu aprobación.
Maxwell lo examinó con atención y, de repente, sintió un mayor impulso de protegerlo. Lo encontraba tan noble y generoso que le parecía susceptible a las intenciones de los cazafortunas.
—Ahora más que nunca necesitas desmentir este rumor sobre ti. Tienes mi permiso para usar el jet privado. Trae a esa mujer que mencionas.
Ethan asintió, notando que estaba perdido, y Maxwell chasqueó los dedos.
—Espero que para la fiesta que nuestra madre hará en mi honor, ella esté presente, anunciaré su bienvenida a la familia.
Maxwell señaló su reloj.
—El tiempo corre, Ethan.
«¿Dónde encontraré a una mujer que quiera fingir ser mi esposa? ¡Qué he hecho!», exclamó Ethan en su interior.
(...)
La pequeña sala estaba sumida en la penumbra cuando Valentina regresó de trabajar, agotada y triste.
Sin avisar a su prima, se dejó caer en el sofá, cabizbaja.
Su prima, que siempre estaba al tanto de sus vaivenes emocionales, salió junto a Ethan de su pequeño cuarto de maquillaje.
—Valentina, ¿qué sucede? Siempre llegas gritando mi nombre o cantando a todo pulmón. ¿Qué te ocurrió hoy? — le preguntó su prima observándola con atención.
Con las manos cubriéndose el rostro, Valentina, comenzó a llorar. Las lágrimas escapaban entre sus dedos, y su respiración se agitaba.
—No lo soporto más — murmuró con voz quebrada. —He tratado de adaptarme a este país y a todas las complicaciones que se me han presentado, pero creo que es momento de pedir mi deportación.
Ethan, que había permanecido en silencio, le tocó la cabeza con ternura.
—No seas boba. Has pasado por tantas cosas que cualquier persona no habría soportado, y aun así sigues en pie, luchando por superar los obstáculos.
La prima asintió, secundando las palabras de Ethan.
Valentina alzó la cara, con los ojos enrojecidos y llenos de desesperación.
—He renunciado a mi trabajo. Mi jefe me regañó cuando se me cayeron varios platos y no pude responder como hubiera querido —relató Valentina, enseñando su teléfono a su prima—. Este lugar no es para mí. Tengo que usar un traductor para hablar con la gente, y si intento ofenderlos, ni siquiera estoy segura de haberlo hecho correctamente.
La prima soltó una risa suave.
—No te preocupes. Ya encontrarás un mejor empleo. Lavar platos en un restaurante no me parece que fuera lo tuyo.
Valentina negó con la cabeza, desanimada.
—Prima, dejemos de mentirnos. Sabes que, siendo una persona indocumentada, esos serán los únicos empleos que podré conseguir. Y mi sueldo no me alcanza para nada. Mi madre e hija están mal pasando por mi culpa, además las extraño demasiado. Venir aquí no fue una buena idea. Si no fuera por esos militares, estaría muerta o siendo prostituida en algún lugar feo.
La prima se levantó de su lugar con determinación y señaló a Valentina y a Ethan.
—Como me dijiste, tú necesitas una esposa falsa para convencer a tu hermano de que mereces el dinero de tu herencia. Y Valentina necesita casarse con un inglés para obtener su documentación. ¿Por qué no se casan entre ustedes?
Ethan y Valentina se miraron y después ella rompió a reír.
—Ethan, dime que ella está bien de la cabeza — le preguntó Valentina.
Apenado, Ethan asintió antes de contarle a Valentina el problema que enfrentaban.
—Pero dile la verdad —le insistió Valentina.
Ethan agitó la cabeza.
—Conozco a mi hermano, decirle la verdad no es una opción.
Ethan tomó las manos de Valentina, sorprendiéndola.
—Eres mi segunda mejor amiga y sabes que nunca te pediría esto si no lo necesitara realmente. Por favor, cásate conmigo. Juro que en dos años y cinco meses estaremos divorciados y podrás traer a tu madre e hija contigo. También te daré medio millón de libras esterlinas en cuanto reciba mi parte de la herencia.
Valentina escuchaba todo aquello, reacia a ser parte de semejante locura.
—Ethan, no soy buena mintiendo y creo que no deberías hacer esto.
—Prima, piensa que es la forma más rápida de tener a tu hija contigo. No olvides lo que el padre de tu hija hizo la última vez.
Valentina cerró los ojos y miró al techo, conteniendo las lágrimas que amenazaban con surgir.
—Te trataré bien —propuso Ethan de manera juguetona, moviendo las cejas.
—Ella aún sueña con ese héroe que le robó el corazón —comentó su prima, tratando de aliviar la tensión.
(....)
Valentina observaba el paisaje más allá de la ventanilla, sumida en sus pensamientos sobre las decisiones que había tomado.
Había viajado a Venezuela con Ethan, y el rápido matrimonio aún le parecía irreal. Aunque se había reunido con su hija y su madre, continuaba sintiéndose vacía por no tenerlas cerca.
Cuando Ethan anunció que habían llegado, Valentina contuvo la respiración al ver el imponente palacio.
—¿Aquí es donde nos encontraremos con tu familia? —preguntó, incrédula.
Ethan asintió.
—Olvidé mencionar que mi hermano es un duque —, el rostro de Valentina se palideció.
—¡Dios mío, Ethan! ¿Cómo has podido omitir detalles tan cruciales? —le reprochó, con la voz temblorosa.
Al descender del automóvil, ayudada por un hombre uniformado, Valentina se dirigió a Ethan con inseguridad.
.
—No puedo entrar ahora; si lo hago, descubrirán nuestra farsa y seré yo quien nos delate. Necesito tiempo para prepararme.
Ethan le cogió el rostro entre sus manos.
—Puedes pasear por el jardín; encontraré la manera de mantener a mi familia ocupada. Pero recuerda, todos deben creer que somos marido y mujer.
Valentina asintió y, con las piernas temblorosas y el corazón acelerado, comenzó a caminar por el lugar, que parecía sacado de un cuento de hadas. A pesar de estar desorientada por la distancia recorrida, percibió que se encontraba en un pueblo pequeño.
El paseo le servía para aclarar su mente hasta que vio a la persona por la que había suspirado noche tras noche durante cuatro meses. Inmediatamente, reconoció al general, cuya figura estaba firmemente grabada en su memoria.
—¡Es el general! —susurró ella al verlo erguido frente a un árbol, observándolo como si fuera lo único de importancia en ese lugar.
Valentina sonrió emocionada al sentir la adrenalina fluir por sus venas mientras observaba la silueta de Maxwell a lo lejos. Su anhelo de reencontrarse con él se hizo realidad y, sin vacilar, optó por acercarse de manera sigilosa, fingiendo deambular sin destino por el lugar.Por otro lado, Maxwell estaba sumergido en reflexiones sobre los asuntos no resueltos con su hermano mayor. Fue en ese instante cuando se volteó y se halló frente a frente con una mujer de cautivadora piel canela. De profundos ojos negros que resplandecían con vivacidad, rodeados de pestañas curvas y cejas marcadas. Y su pelo liso se derramaba en ondas sobre sus hombros, capturo más su atención.Maxwell se quedó admirado, contemplando la hermosura de la enigmática mujer ante él, sin desviar su mirada, lo que dejó a Valentina sin aliento. Aunque Valentina era de estatura baja, su belleza única cautivó a Maxwell de forma inesperada. Frente a su sonrisa, él se sintió todavía más hechizado.Mientras Valentina observ
—No estoy segura, él es un duque. ¿Existirán muchos duques? —preguntó con curiosidad, sin tener conocimiento sobre la aristocracia inglesa.Maxwell frunció el ceño, su mirada se oscureció levemente, asumiendo que ella se refería a uno de los duques presentes en la celebración.—Existen varios duques, y yo soy uno de ellos —confesó con una expresión enigmática.Valentina lo observó con ojos desmesurados.—Creí que solo eras el encargado de la seguridad, pero ahora veo que tus territorios son aún más extensos. ¡Ser duque debe ser emocionante! ¿Es posible que llegues a ser rey?Maxwell, una vez más, quedó confundido, pero entre bromas y desconcierto, le lanzó una advertencia juguetona: —Para ser rey, a veces es necesario que algunos duques caigan...La carcajada de Valentina resonó en la habitación mientras se mofaba de su propia broma:—¿Estás en una misión secreta para deshacerte de ellos?Maxwell la observó con sospecha, preguntándose quién sería esa mujer que parecía torpe, pero al m
El lujoso salón de fiestas se encontraba decorado con ostentosos candelabros y detalles dorados en las paredes que le agregaban solemnidad, pero la atmósfera tensa era palpable, haciendo que toda la decoración perdiera emoción. Vestida con sobriedad, pero elegancia, Valentina sentía que las lámparas de araña emitían un brillo crítico, mientras Maxwell, con una postura rígida y altiva, le dedicaba una mirada intensa que oscilaba entre la amabilidad y la reserva, enfrentándola con una expresión enigmática. La impecable camisa blanca del duque se tensaba con cada mínimo movimiento, y la sutil curvatura de sus labios, ligeramente fruncidos, mostraba su conflicto interno. Un simple entrecerrar de ojos de su parte le enviaba escalofríos a Valentina, sintiendo el gélido y abrumador aire, mientras las miradas de los presentes en la elegante mesa la evaluaban minuciosamente. Provocando que deseara escapar, abandonar el lugar; incluso si eso significaba regresar a su tierra, pero la mano
Evaluando varios inventarios meticulosamente esparcidos por su enorme escritorio de caoba, Maxwell se estiró, acariciando la tensión acumulada en su nuca con sus largos dedos, los cuales eran testigo del cansancio que le provocaba todo el trabajo que su difunto padre le había legado. A pesar de heredar un vasto ducado que despertaba envidia entre los nobles que solo poseían títulos sin tierras, para él, esa herencia se había convertido en un laberinto de preocupaciones y responsabilidades interminables, pesando sobre sus hombros como una armadura de plomo, al igual que la protección de su familia. Cuando la puerta se abrió con un chirrido suave, sus ojos, cansados de leer cifras y documentos, se alzaron esperando ver a su mayordomo acompañado de Valentina, pero en su lugar, apareció la figura alta y desgarbada de su mejor amigo, Nicholas. — Lo siento por no haber venido a tu celebración, tuve una ardua jornada de trabajo — se disculpó. Maxwell, aliviado por la presencia de su
—Te advierto, Valentina Fernández, de Venezuela, protegeré a mi hermano y no permitiré que te aproveches de él. Descubriré lo que sea que me estás ocultando —declaró Maxwell con seriedad, mandíbula tensa y ojos tan oscuros como la noche.La reacción de Valentina no se hizo esperar. Un escalofrío recorrió todo su ser, como si una brisa helada hubiera entrado por las rendijas del antiguo castillo. Sus ojos negros se ensancharon y su respiración se volvió superficial.—Haz lo que quieras, pensé que eras distinto, duque estirado —le reprochó con desilusión.—Tu español coloquial no me afecta —respondió él, dándole la espalda.Valentina, a punto de llorar, se apresuró hacia la puerta. Antes de salir, con la manija en la mano, añadió con ironía: —¿Me tratas de manera tan cortante porque no pertenezco a tu misma clase social? O como dijo uno de los duques, ¿por qué para ustedes soy una mujer de piel oscura? —No te atrevas a tergiversar esto. No suelo juzgar a las personas por su estatus soc
Valentina, que se mantenía de espaldas a la mujer, cerró los ojos brevemente e inhaló profundamente para intentar calmar los nervios que la invadían. Sabía que enfrentaba una situación complicada, pero se armó de valor recordando las razones por las que debía mantenerse en ese matrimonio, por el bien de su hija y su madre, quienes merecían una vida tranquila lejos de su país natal. —Eres una actriz barata —. De repente, las palabras acusatorias en español de la mujer la sacaron de sus pensamientos, obligándola a enfrentar la realidad. Valentina pensaba que esa mujer únicamente hablaba inglés, pero al igual que Ethan y Maxwell, todos los miembros de la familia Spencer sabían hablar español. Con gesto de fastidio, Valentina giró sobre sus talones para encararla. —¡De qué hablas, cristiana! —exclamó Valentina, elevando ligeramente el tono de su voz con simpatía fingida y tratando de mantener una expresión de sorpresa, aunque por dentro su mente maquinaba rápidamente estrategias p
Al amanecer, el sol se filtró suavemente a través de las cortinas de brocado, iluminando el elegante pasillo por el que Valentina caminaba hacia el comedor. El suelo de mármol resonaba bajo sus pasos, y cada inhalación profunda que hacía, henchía su pecho con aire frío y coraje, aunque sus manos temblaban sutilmente, porque sentía que no era sencillo enfrentarse a Maxwell. Cuando Maxwell apareció en la entrada y sus ojos se encontraron con los de Valentina, chispas invisibles parecían volar entre ellos. El impacto de su mirada fue tan intenso que Valentina sintió cómo sus piernas se debilitaban momentáneamente, amenazando con ceder. Su expresiva cara se petrificó en una máscara de nerviosismo crudo. Peleaba con su propio cuerpo, que le exigía dar media vuelta para regresar a su habitación; sin embargo, la presión reconfortante de Ethan en su mano le devolvió algo de estabilidad. —Recuerda que estoy aquí— le susurró con cariño, haciéndose pasar por un esposo atento. Se di
Maxwell se encontraba en su salón arsenal, donde guardaba todas sus armas de reglamento, y mientras limpiaba el rastrillo de su pistola favorita con añoranza y anhelo de volver algún día a cumplir una misión, se perdía en sus pensamientos melancólicos. Todo se complicaba cada vez más; la carga que su padre había dejado sobre sus hombros no era fácil de llevar, no solo por Ethan, Benjamín o los negocios, sino también porque había descubierto algo que lo llevaba a perder la fe en el mundo y en su padre, a quien consideraba un hombre intachable. —Amigo, ¿qué harás? — le preguntó Nicholas con cejas arqueadas, después de un largo silencio. —¿Qué puedo hacer? Esto no solo puede destruir a mi familia, sino convertirnos en traidores del país. Tengo mucho en qué pensar — murmuró apenas audible y con pesar soltó su pistola, suspirando profundamente. —Tu padre te ha dejado en una situación muy complicada, quizás confiaba en ti al dejarte toda su fortuna a tu cargo, pensó que estabas mejor p