Embargado por la tristeza, después de enterrar a su padre, Maxwell se encontraba junto a sus hermanos reunidos en el salón de estar de la casa familiar, ubicada en la ciudad. Todos estaban cabizbajos y sumergidos en la melancolía; apenas intercambiaban algunas palabras, todas relacionadas con su padre, quien había dejado un vacío enorme.
—Honorable familia Spencer, espero que nos puedan disculpar por la tardanza —anunció una mujer que entraba acompañada de dos hombres, ambos con maletines en las manos.
Todos se levantaron asombrados, pues la mujer que se acomodaba frente a ellos con total libertad y sacaba una serie de documentos de su maletín era alguien muy importante en los negocios de su padre.
—Señora, ¿qué significa todo esto? —inquirió el hermano mayor de Maxwell, provocando que la mujer dejara de mirar el documento para verlos a todos a los ojos.
—Como la abogada de su padre, estoy cumpliendo su último deseo. Daré lectura de inmediato a su testamento, y todo lo que se revele aquí debe mantenerse en secreto entre los presentes.
—¿No cree usted que es muy pronto? Apenas enterramos a nuestro padre.
Su esposa se paró a su lado y examinó de arriba abajo a la abogada.
— ¿Realmente debemos hablar de dinero ahora mismo? Qué cosa tan atroz y vulgar —expresó con una mueca y nariz alzada.
—Sabemos que la fortuna de los Spencer está ligada al ducado, y es el hijo primogénito quien se quedará con todas las responsabilidades —enfatizó el hijo mayor ya con voz de cabeza de familia, como todo un duque—. El resto no vinculado al título son nimiedades que no vale la pena conversar ahora.
La abogada de la familia Spencer, una mujer de aspecto serio y anteojos, comenzó a leer el testamento del difunto sin importar las quejas, los miembros de la familia se acomodaron en sus sillas, expectantes.
—Yo, Edward Spencer, trigésimo duque de Cotswold, en pleno uso de mis facultades mentales, declaro que este es mi testamento y última voluntad. A mi hijo menor, Ethan Spencer, le dejo la casa Spencer no vinculada al título en Londres y siete millones de libras esterlinas de mi negocio personal. Esta herencia le será entregada una vez que cumpla 25 años de edad. Sin embargo, si algo no convence al Duque de Cotswold, tendrá completa autoridad para extender el plazo hasta que considere que Ethan está preparado para recibirla.
Ethan, quien había ensanchado una gran sonrisa al escuchar su nombre, la borró inmediatamente de sus labios. Apenas tenía 22 años y le faltaban dos años y unos cuantos meses para cobrar su herencia y su hermano mayor amaba demasiado el dinero como para no encontrar una excusa para no dárselo.
La expectativa se convirtió en incertidumbre.
La abogada prosiguió:
—Según lo establecido por la ley de sucesión, es mi primer hijo legítimo, Maxwell Spencer, quien recibe el ducado de Cotswold.
El hermano mayor de Maxwell, sentado junto a él, se puso de pie emocionado, pero su rostro se contrajo en una mueca cuando la abogada mencionó a Maxwell como hijo legítimo.
Todos miraron a su madre, confundidos.
— ¡Esto es una broma! ¡¿Qué chiste de mal gusto es este?! —Inquirió la esposa del primogénito Spencer, que ya se hacía a la idea de ser duquesa.
—Madre, aclara a esta abogada y a sus acompañantes que soy el primogénito, no mi hermano. Se han equivocado de heredero —exigió el hermano mayor de Maxwell, señalando a los abogados con indignación.
Ella, que se encontraba secándose las lágrimas con un pañuelo, cerró los ojos y respiró profundamente.
La madre, con voz temblorosa, tomó la palabra:
—Es cierto, nuestro primer hijo legítimo es Maxwell. Hijo mío. Resulta que hay algo que su padre y yo no tuvimos el valor de contarles. Estábamos tan enamorados que tuvimos nuestro primer hijo antes de nuestra boda. Eso te volvía un ilegítimo y es por eso que mantuvimos en silencio la fecha de tu nacimiento.
El silencio se apoderó de la sala. Las miradas se cruzaron entre los hermanos, y el peso de la verdad se hizo evidente.
El hermano mayor de Maxwell estaba fuera de sí. Golpeó la mesa con furia a la vez que su voz resonó en el salón.
—¿Estás escuchando las tonterías sin sentido que has dicho, madre? Creo que el dolor de la pérdida de nuestro padre te tiene aturdida, yo no soy un ilegítimo, qué ridiculez…
Maxwell se levantó de su silla, intentando calmar a su hermano, pero él alzó las manos en señal de protesta.
—Aclararemos esto, no es este el momento apropiado.
—No te atrevas a tocarme. Fuiste el mejor en todo. Nuestro padre se jactaba de su hijo perfecto. Pero la realidad es que solo eres el robot que decidió llenarse de honores sirviendo al país. El rígido y frío Maxwell Spencer al que todos adulan. Pero no estuviste allí cuando nuestro padre agonizante pedía por ti. ¿Dónde estabas? En una de tus misiones secretas. Llenando tu uniforme de estrellas para seguir siendo la arrogancia de todos. Y ahora no es justo que me robes mi derecho de nacimiento.
Maxwell sintió pesar.
—Cálmate, Ben — le pidió con voz suave.
—No me llames así. No lo hagas, traidor — le exigió furioso. Luego, volteó hacia la abogada. —Voy a impugnar ese testamento. No me quedaré de brazos cruzados.
La madre de ambos movió la cabeza de un lado a otro.
—No puedes. Si lo haces, solo perjudicarás a la familia. Y tanto tú como nosotros nos quedaríamos sin nada.
Benjamín levantó las palmas de ambas manos.
—Igual no tengo nada, madre. Me quedé junto a mi padre, trabajando para él, viviendo a su lado. Porque según entendía, esto era mío. Así que no me importa cómo termine todo. Soy el primogénito, y toda la aristocracia inglesa lo sabrá.
4 meses después:
La mansión Spencer se despertaba con la rutina inmutable de cada día. Maxwell, el duque de Cotswold, se acomodó en su sillón favorito junto a la ventana, disfrutando de la luz matutina que se filtraba a través de las cortinas.
—Este aburrimiento me va a matar —masculló al ostentoso estudio.
Una sirvienta se asomó para llevarle su café y el periódico.
—Con permiso —murmuró desde la puerta.
—Adelante —concedió el duque y la chica sin mirarlo a los ojos se concentró en la taza que traía en una bandeja de plata.
—Su excelencia, ¿desea algo más?
Maxwell hizo una señal negativa y la chica le hizo una genuflexión antes de marcharse con el casi imperceptible clic al cerrar la puerta.
Maxwell se sentía en una jaula de oro.
—Cómo demonios me vino a pasar esto, yo no quería ser duque, yo era feliz con mi pelotón.
El aroma del café recién hecho llenó la habitación mientras Maxwell se daba el primer sorbo.
El periódico estaba doblado en la primera página, y Maxwell husmeó las noticias con su mirada. Pero algo en la portada lo hizo toser y atragantarse.
Dejó la taza de café sobre la mesita y agarró el periódico con manos temblorosas. Los empleados que pasaban por el pasillo se detuvieron al verlo, sorprendidos. Maxwell, un hombre silencioso y de emociones muy reservadas, estaba gritando el nombre de su hermano menor.
—¡Ethan! — exclamó, dando zancadas hacia la habitación de su hermano menor.
Cuando llegó, Ethan aún estaba durmiendo. Maxwell jaló las colchas que lo cubrían, despertándolo bruscamente, y le tiró el periódico a la cara.
—¡Explícame qué haces vestido y pintado como una mujer!
Ethan, aún adormilado, se frotó los ojos y miró a su hermano mayor con confusión y temor.—¿Qué quieres decir, Max?Maxwell señaló el periódico en el que aparecía Ethan vestido con un traje de seda rojo, maquillado y con una peluca rubia.—Esto, Ethan. ¿Qué es esto?Ethan tomó el periódico y lo examinó. Su rostro palideció, dejándolo caer al suelo.—No… no puede ser…Maxwell cruzó los brazos.—¿Puedes explicarlo?Ethan se levantó de la cama y comenzó a moverse de un lado a otro de la habitación, visiblemente nervioso. Reconocía que su hermano no toleraría ese comportamiento y lo consideraría vergonzoso. El prestigio de la familia Spencer, por el cual sus antepasados habían luchado durante más de 600 años, también estaba en juego.—No… yo… solo…Maxwell lo interrumpió.—Ethan, necesito respuestas ahora. Esto es un escándalo. ¿Cómo crees que afectará a la familia?Maxwell suspiró y se pasó una mano por la cara.Ethan bajó la mirada, ansioso y confundido. Sin saber cómo explicar. No podí
Valentina sonrió emocionada al sentir la adrenalina fluir por sus venas mientras observaba la silueta de Maxwell a lo lejos. Su anhelo de reencontrarse con él se hizo realidad y, sin vacilar, optó por acercarse de manera sigilosa, fingiendo deambular sin destino por el lugar.Por otro lado, Maxwell estaba sumergido en reflexiones sobre los asuntos no resueltos con su hermano mayor. Fue en ese instante cuando se volteó y se halló frente a frente con una mujer de cautivadora piel canela. De profundos ojos negros que resplandecían con vivacidad, rodeados de pestañas curvas y cejas marcadas. Y su pelo liso se derramaba en ondas sobre sus hombros, capturo más su atención.Maxwell se quedó admirado, contemplando la hermosura de la enigmática mujer ante él, sin desviar su mirada, lo que dejó a Valentina sin aliento. Aunque Valentina era de estatura baja, su belleza única cautivó a Maxwell de forma inesperada. Frente a su sonrisa, él se sintió todavía más hechizado.Mientras Valentina observ
—No estoy segura, él es un duque. ¿Existirán muchos duques? —preguntó con curiosidad, sin tener conocimiento sobre la aristocracia inglesa.Maxwell frunció el ceño, su mirada se oscureció levemente, asumiendo que ella se refería a uno de los duques presentes en la celebración.—Existen varios duques, y yo soy uno de ellos —confesó con una expresión enigmática.Valentina lo observó con ojos desmesurados.—Creí que solo eras el encargado de la seguridad, pero ahora veo que tus territorios son aún más extensos. ¡Ser duque debe ser emocionante! ¿Es posible que llegues a ser rey?Maxwell, una vez más, quedó confundido, pero entre bromas y desconcierto, le lanzó una advertencia juguetona: —Para ser rey, a veces es necesario que algunos duques caigan...La carcajada de Valentina resonó en la habitación mientras se mofaba de su propia broma:—¿Estás en una misión secreta para deshacerte de ellos?Maxwell la observó con sospecha, preguntándose quién sería esa mujer que parecía torpe, pero al m
El lujoso salón de fiestas se encontraba decorado con ostentosos candelabros y detalles dorados en las paredes que le agregaban solemnidad, pero la atmósfera tensa era palpable, haciendo que toda la decoración perdiera emoción. Vestida con sobriedad, pero elegancia, Valentina sentía que las lámparas de araña emitían un brillo crítico, mientras Maxwell, con una postura rígida y altiva, le dedicaba una mirada intensa que oscilaba entre la amabilidad y la reserva, enfrentándola con una expresión enigmática. La impecable camisa blanca del duque se tensaba con cada mínimo movimiento, y la sutil curvatura de sus labios, ligeramente fruncidos, mostraba su conflicto interno. Un simple entrecerrar de ojos de su parte le enviaba escalofríos a Valentina, sintiendo el gélido y abrumador aire, mientras las miradas de los presentes en la elegante mesa la evaluaban minuciosamente. Provocando que deseara escapar, abandonar el lugar; incluso si eso significaba regresar a su tierra, pero la mano
Evaluando varios inventarios meticulosamente esparcidos por su enorme escritorio de caoba, Maxwell se estiró, acariciando la tensión acumulada en su nuca con sus largos dedos, los cuales eran testigo del cansancio que le provocaba todo el trabajo que su difunto padre le había legado. A pesar de heredar un vasto ducado que despertaba envidia entre los nobles que solo poseían títulos sin tierras, para él, esa herencia se había convertido en un laberinto de preocupaciones y responsabilidades interminables, pesando sobre sus hombros como una armadura de plomo, al igual que la protección de su familia. Cuando la puerta se abrió con un chirrido suave, sus ojos, cansados de leer cifras y documentos, se alzaron esperando ver a su mayordomo acompañado de Valentina, pero en su lugar, apareció la figura alta y desgarbada de su mejor amigo, Nicholas. — Lo siento por no haber venido a tu celebración, tuve una ardua jornada de trabajo — se disculpó. Maxwell, aliviado por la presencia de su
—Te advierto, Valentina Fernández, de Venezuela, protegeré a mi hermano y no permitiré que te aproveches de él. Descubriré lo que sea que me estás ocultando —declaró Maxwell con seriedad, mandíbula tensa y ojos tan oscuros como la noche.La reacción de Valentina no se hizo esperar. Un escalofrío recorrió todo su ser, como si una brisa helada hubiera entrado por las rendijas del antiguo castillo. Sus ojos negros se ensancharon y su respiración se volvió superficial.—Haz lo que quieras, pensé que eras distinto, duque estirado —le reprochó con desilusión.—Tu español coloquial no me afecta —respondió él, dándole la espalda.Valentina, a punto de llorar, se apresuró hacia la puerta. Antes de salir, con la manija en la mano, añadió con ironía: —¿Me tratas de manera tan cortante porque no pertenezco a tu misma clase social? O como dijo uno de los duques, ¿por qué para ustedes soy una mujer de piel oscura? —No te atrevas a tergiversar esto. No suelo juzgar a las personas por su estatus soc
Valentina, que se mantenía de espaldas a la mujer, cerró los ojos brevemente e inhaló profundamente para intentar calmar los nervios que la invadían. Sabía que enfrentaba una situación complicada, pero se armó de valor recordando las razones por las que debía mantenerse en ese matrimonio, por el bien de su hija y su madre, quienes merecían una vida tranquila lejos de su país natal. —Eres una actriz barata —. De repente, las palabras acusatorias en español de la mujer la sacaron de sus pensamientos, obligándola a enfrentar la realidad. Valentina pensaba que esa mujer únicamente hablaba inglés, pero al igual que Ethan y Maxwell, todos los miembros de la familia Spencer sabían hablar español. Con gesto de fastidio, Valentina giró sobre sus talones para encararla. —¡De qué hablas, cristiana! —exclamó Valentina, elevando ligeramente el tono de su voz con simpatía fingida y tratando de mantener una expresión de sorpresa, aunque por dentro su mente maquinaba rápidamente estrategias p
Al amanecer, el sol se filtró suavemente a través de las cortinas de brocado, iluminando el elegante pasillo por el que Valentina caminaba hacia el comedor. El suelo de mármol resonaba bajo sus pasos, y cada inhalación profunda que hacía, henchía su pecho con aire frío y coraje, aunque sus manos temblaban sutilmente, porque sentía que no era sencillo enfrentarse a Maxwell. Cuando Maxwell apareció en la entrada y sus ojos se encontraron con los de Valentina, chispas invisibles parecían volar entre ellos. El impacto de su mirada fue tan intenso que Valentina sintió cómo sus piernas se debilitaban momentáneamente, amenazando con ceder. Su expresiva cara se petrificó en una máscara de nerviosismo crudo. Peleaba con su propio cuerpo, que le exigía dar media vuelta para regresar a su habitación; sin embargo, la presión reconfortante de Ethan en su mano le devolvió algo de estabilidad. —Recuerda que estoy aquí— le susurró con cariño, haciéndose pasar por un esposo atento. Se di