El lujoso salón de fiestas se encontraba decorado con ostentosos candelabros y detalles dorados en las paredes que le agregaban solemnidad, pero la atmósfera tensa era palpable, haciendo que toda la decoración perdiera emoción. Vestida con sobriedad, pero elegancia, Valentina sentía que las lámparas de araña emitían un brillo crítico, mientras Maxwell, con una postura rígida y altiva, le dedicaba una mirada intensa que oscilaba entre la amabilidad y la reserva, enfrentándola con una expresión enigmática. La impecable camisa blanca del duque se tensaba con cada mínimo movimiento, y la sutil curvatura de sus labios, ligeramente fruncidos, mostraba su conflicto interno. Un simple entrecerrar de ojos de su parte le enviaba escalofríos a Valentina, sintiendo el gélido y abrumador aire, mientras las miradas de los presentes en la elegante mesa la evaluaban minuciosamente. Provocando que deseara escapar, abandonar el lugar; incluso si eso significaba regresar a su tierra, pero la mano
Evaluando varios inventarios meticulosamente esparcidos por su enorme escritorio de caoba, Maxwell se estiró, acariciando la tensión acumulada en su nuca con sus largos dedos, los cuales eran testigo del cansancio que le provocaba todo el trabajo que su difunto padre le había legado. A pesar de heredar un vasto ducado que despertaba envidia entre los nobles que solo poseían títulos sin tierras, para él, esa herencia se había convertido en un laberinto de preocupaciones y responsabilidades interminables, pesando sobre sus hombros como una armadura de plomo, al igual que la protección de su familia. Cuando la puerta se abrió con un chirrido suave, sus ojos, cansados de leer cifras y documentos, se alzaron esperando ver a su mayordomo acompañado de Valentina, pero en su lugar, apareció la figura alta y desgarbada de su mejor amigo, Nicholas. — Lo siento por no haber venido a tu celebración, tuve una ardua jornada de trabajo — se disculpó. Maxwell, aliviado por la presencia de su
—Te advierto, Valentina Fernández, de Venezuela, protegeré a mi hermano y no permitiré que te aproveches de él. Descubriré lo que sea que me estás ocultando —declaró Maxwell con seriedad, mandíbula tensa y ojos tan oscuros como la noche.La reacción de Valentina no se hizo esperar. Un escalofrío recorrió todo su ser, como si una brisa helada hubiera entrado por las rendijas del antiguo castillo. Sus ojos negros se ensancharon y su respiración se volvió superficial.—Haz lo que quieras, pensé que eras distinto, duque estirado —le reprochó con desilusión.—Tu español coloquial no me afecta —respondió él, dándole la espalda.Valentina, a punto de llorar, se apresuró hacia la puerta. Antes de salir, con la manija en la mano, añadió con ironía: —¿Me tratas de manera tan cortante porque no pertenezco a tu misma clase social? O como dijo uno de los duques, ¿por qué para ustedes soy una mujer de piel oscura? —No te atrevas a tergiversar esto. No suelo juzgar a las personas por su estatus soc
Valentina, que se mantenía de espaldas a la mujer, cerró los ojos brevemente e inhaló profundamente para intentar calmar los nervios que la invadían. Sabía que enfrentaba una situación complicada, pero se armó de valor recordando las razones por las que debía mantenerse en ese matrimonio, por el bien de su hija y su madre, quienes merecían una vida tranquila lejos de su país natal. —Eres una actriz barata —. De repente, las palabras acusatorias en español de la mujer la sacaron de sus pensamientos, obligándola a enfrentar la realidad. Valentina pensaba que esa mujer únicamente hablaba inglés, pero al igual que Ethan y Maxwell, todos los miembros de la familia Spencer sabían hablar español. Con gesto de fastidio, Valentina giró sobre sus talones para encararla. —¡De qué hablas, cristiana! —exclamó Valentina, elevando ligeramente el tono de su voz con simpatía fingida y tratando de mantener una expresión de sorpresa, aunque por dentro su mente maquinaba rápidamente estrategias p
Al amanecer, el sol se filtró suavemente a través de las cortinas de brocado, iluminando el elegante pasillo por el que Valentina caminaba hacia el comedor. El suelo de mármol resonaba bajo sus pasos, y cada inhalación profunda que hacía, henchía su pecho con aire frío y coraje, aunque sus manos temblaban sutilmente, porque sentía que no era sencillo enfrentarse a Maxwell. Cuando Maxwell apareció en la entrada y sus ojos se encontraron con los de Valentina, chispas invisibles parecían volar entre ellos. El impacto de su mirada fue tan intenso que Valentina sintió cómo sus piernas se debilitaban momentáneamente, amenazando con ceder. Su expresiva cara se petrificó en una máscara de nerviosismo crudo. Peleaba con su propio cuerpo, que le exigía dar media vuelta para regresar a su habitación; sin embargo, la presión reconfortante de Ethan en su mano le devolvió algo de estabilidad. —Recuerda que estoy aquí— le susurró con cariño, haciéndose pasar por un esposo atento. Se di
Maxwell se encontraba en su salón arsenal, donde guardaba todas sus armas de reglamento, y mientras limpiaba el rastrillo de su pistola favorita con añoranza y anhelo de volver algún día a cumplir una misión, se perdía en sus pensamientos melancólicos. Todo se complicaba cada vez más; la carga que su padre había dejado sobre sus hombros no era fácil de llevar, no solo por Ethan, Benjamín o los negocios, sino también porque había descubierto algo que lo llevaba a perder la fe en el mundo y en su padre, a quien consideraba un hombre intachable. —Amigo, ¿qué harás? — le preguntó Nicholas con cejas arqueadas, después de un largo silencio. —¿Qué puedo hacer? Esto no solo puede destruir a mi familia, sino convertirnos en traidores del país. Tengo mucho en qué pensar — murmuró apenas audible y con pesar soltó su pistola, suspirando profundamente. —Tu padre te ha dejado en una situación muy complicada, quizás confiaba en ti al dejarte toda su fortuna a tu cargo, pensó que estabas mejor p
Minutos antes: —Juro que Maxwell no podrá molestarte — le prometió Ethan a Valentina, con un deje de pesar en su voz, mientras caminaban por los alrededores del imponente castillo. Por su parte, Valentina le dedicó una sonrisa, pero en un instante sus labios se comprimieron en una línea recta. —Maxwell es aterrador, pero más aterrador es saber que no podemos salir de este lugar – se quejó con aburrimiento, mientras sus ojos negros se desviaban hacia el horizonte lejano. —No es conveniente. No sé cuánto ha investigado Maxwell, y si tiene a alguien siguiendo nuestros pasos, se enterará de todo — explicó Ethan con un gesto de resignación, arrugando ligeramente su ceño. —También anhelo ir al club... lo extraño — confesó, y de repente Valentina le pellizcó juguetonamente las costillas, soltando una risita traviesa y guiñándole un ojo de forma coqueta. —Pero me dijiste que tu amor estaba junto a tu hermano — ratificó ella con picardía. —Yo que tu busco la manera de hablarle en secreto
Maxwell y Valentina se miraron fijamente; ninguno quería ceder. —No me hagas perder el tiempo —le sentenció Maxwell con voz controlada, y con sus facciones endurecidas como si estuvieran esculpidas en mármol. Valentina entrecerró los ojos sutilmente mientras observaba las manos del duque, anchas, largas y que emanaban fuerza. —Va a ser doloroso. —Fue su advertencia antes de acariciarle suavemente la palma de la mano con el pulgar envuelto en un pañuelo de seda con bordes dorados y el nombre de Maxwell bordado elegantemente. —Eres demasiado imprudente. Al escuchar sus susurros seductores, Maxwell alzó la cabeza. Valentina mantuvo la compostura mientras inspeccionaba su otra mano, intentando ocultar su acelerado pulso. Por supuesto, era algo que esperaba: la innegable e inoportuna reacción que amenazaba con dominarla cada vez que lo veía, al lado de aquel hombre se sentía diminuta. Su pulgar era apenas más grande que el dedo meñique de él, donde lucía el sello de oro de su título