Cuando Frida le puso rostro a la víbora que se le metió en los ojos a su hijo, le vinieron recuerdos perturbadores del pasado.Al menos esa tal Ariana daba la impresión de ser una mosca muerta, totalmente distinta de Elisa, una chusma, gata salvaje y rabiosa…—No tengo por qué hacerle caso. Hace mucho que dejé de trabajar para ustedes, señora. Así que vaya a joder a otro lado. —Elisa se había plantado cara a cara ante su futura suegra; no le importó la expresión de asco y desconcierto en el rostro de la mujer.—Eres una gentuza, mugrosa, malhablada… ¿Crees que por eso que tienes entre las piernas tendrás a mi hijo siempre de tu lado? —Sonrió con sorna mientras la barría con la mirada. Su vestido color coral de diseñador, entallado en la cintura, la hacía ver elegante, cual persona de la realeza, un contraste significativo con su actitud.—Que su valor dependa de lo que tiene “entre sus piernas” no quiere decir que el de todas sea igual. Yo soy más que una vagina, señora. Mucho más que
Con sus ojos cerrados, concentrado en el sonido de su respiración, la soledad lo llevó despacio a ese mundo dentro de su interior. Tenebroso, lúgubre y desordenado, aunque últimamente se había iluminado por pequeñas chispas de luz. Sus sueños. Sus pesadillas. Vio a esa pequeña Elisa, encantadora y sucia. Sin embargo, sus ojos se abrieron con sorpresa al encontrarse con una Elisa de mayor edad. Una mujer hermosa. Rota. Dolida. Muerta. La vio como en la mayoría de sus pesadillas: con la mitad del rostro cubierta de sangre y sudor. El cabello largo y enmarañado, pegado a la frente. Vestía un camisón ligero de seda, tan sucio que el blanco se había vuelto beige. Le llegaba hasta las rodillas y tenía tiras delgadas. Sus manos temblaban y sus dedos estaban sin uñas. Al cruzar miradas, las lágrimas desbordaron como ríos en medio de torrenciales lluvias. —¡TE ODIO! —gritaba ella a todo pulmón. Sus sollozos le quemaron los tímpanos. Él se quedó paralizado, con la cabeza revuelta.
—¡Me tienes cansado, maldita malagradecida! —La mano grande del hombre golpeó con fuerza el rostro de Ariana, su primogénita.Por el impacto la chica cayó de rodillas en el suelo. Parpadeó aturdida, y se puso de pie.Los sollozos de Alana, la más pequeña de sus hijas, resonaron en el cuarto.Ernesto lanzó una foto familiar, y el marco de vidrio se rompió en el suelo. Ante esa acción, Ariana se cubrió la cara. No era la primera vez que su padre, en un arrebato de furia, la agredía. Sin embargo, los gritos desesperados de su hermanita la ponían nerviosa.El hombre lanzaba golpes sin detenerse contra su hija, sin importarle la gravedad de estos. Al darle uno en la boca, Ariana sintió el sabor metálico de su propia sangre. Con la mejilla entumecida recibió un golpe en el estómago que la dejó sin aire. De nuevo se derrumbó en el piso.—¡Por favor, por favor, papá, deja a Ariana, déjala! —suplicaba Alana, tumbada en la alfombra vieja, con su voz frágil, casi quebrándose como si fueran sus p
El estómago de Ariana se revolvió al escuchar las indecencias que salían de la boca de ese hombre. Su amiga le insistió innumerables veces en que, sin importar lo que oyera, debía mantener siempre una sonrisa en los labios.—Qué ojos, de verdad eres una belleza —le dijo él con una sonrisa perversa.—Gracias —ella apartó la vista, incómoda. La música estaba algo fuerte y no lograba entender con claridad lo que el tipo le decía.El señor Hernán se levantó de su asiento y le extendió su mano obesa. Ella vaciló en tomarla, pero al final recordó para qué había ido hasta allí.—Tienes una piel que brilla como el champán, querida. Me pregunto si todo tu cuerpo es igual de delicioso a la vista —espetó el hombre, sin rastro de vergüenza, sus canas brillaban bajo las luces del lugar.Ambos avanzaron de la mano por un largo pasillo. Ariana era muy consciente de lo que pasaría acontinuación. Se le pasó por la cabeza la idea de huir. Sin embargo, la desechó al recordar que nadie la obligó a es
La luz iluminaba la habitación. Axel recorría el cuerpo de Ariana con la mirada. Ella permanecía inmóvil frente a él, solo con ropa interior. Sus manos delgadas cubrían su pecho y su zona íntima, envuelta en la vergüenza de que ese hombre la observara con tanta intensidad.Axel, con la mandíbula tensa, le ordenó que se deshiciera del sostén. Ella apartó la vista y obedeció sin pronunciar palabra.—Mírame —le exigió con una voz grave y áspera.Ariana alzó la mirada. Sus piernas temblaban, convencida de que en cualquier momento perdería el equilibrio por los nervios. Los ojos de ese hombre eran tan intimidantes como fríos, y de sus labios brotó una frase que heló su sangre:—Qué aburrido me tienes.—S-señor —balbuceó ella—. Lo siento… no sé cómo hacerlo.Axel inclinó la cabeza, se acercó con pasos lentos hasta quedar a escasos centímetros de ella y, con una mano grande, le sujetó el mentón con fuerza.—Quítate las bragas —ordenó con un tono seco. La soltó y siguió con la vista su peque
—¿Dónde está la chica que me c0gí hace unos días? —preguntó Axel con impaciencia. —¿Bianca, señor? —respondió Enrique, y se removió en su asiento, nervioso, mientras fingía estar concentrado en las pantallas de seguridad. —No. La otra, la castaña. —Ella no ha vuelto. Bueno, tuvo que atender algunos pendientes... La pusimos a prueba ese día, pero ocasionó problemas —balbuceó Enrique, intentando justificar la ausencia de la joven. —Quiero que la traigas —ordenó Axel, su cabello rubio caía sobre su frente. Enrique no sabía cómo reaccionar. Se sentía atrapado entre la silla de recepción y la mirada penetrante de Axel. —Le diré a la mujer que la trajo que se comunique con ella y la haga venir lo antes posible —respondió con voz temblorosa. Axel, aburrido y con signos de impaciencia, miró a su alrededor. Los mismos rostros, las mismas curvas. Ninguna mujer despertaba su interés. Frustrado, amenazó a Enrique con romperle la cara si no encontraba a la chica. El hombre, al borde del pán
—El tratamiento que administramos no está dando los resultados esperados —explicó el doctor con el rostro serio, mientras un suspiro escapaba de sus labios. Ariana frunció el ceño, bajó la vista y las lágrimas brotaron. —¿Eso qué significa? —preguntó con amargura. Claro que conocía la respuesta. —El cáncer sigue avanzando, señorita Herrera. —Se acomodó las gafas y volvió su atención a los resultados sobre su escritorio. —¿Qué se puede hacer en este caso? —cuestionó ella con voz quebrada, llena de ansiedad. El médico apretó los labios y, con tono monótono, explicó los diversos procedimientos. Al final, enfatizó que nada era seguro. La posibilidad de que su abuela superara el cáncer era casi nula. Ariana solicitó que le ofreciera información sobre el tratamiento más adecuado. El doctor le detalló en qué consistía y también le advirtió que, aunque fuera de los mejores, no podía garantizar el éxito. Ella pensó que mientras existiera una pizca de esperanza, valdría la pena intentar
Cuando al fin pudo llegar a casa de Karina, sus manos temblaban, su cabeza era un verdadero caos. Su abuela le decía que no debía creer en algo tan incierto como la suerte. Que el éxito se trataba de esfuerzo y constancia, sin embargo, ahora delante de ella existían tantos problemas, cosas desafortunadas y un momento más triste que el otro. Al mirar a su hermanita su rostro cambió. Se puso la máscara de “todo está bien” y con una sonrisa en los labios la saludó, dándole un beso en la mejilla. —Ari, ¿le diste mis saludos a la abuela? ¡Te tardaste mucho! —la pequeña agarra la cuchara con la mano torcida, debido a su condición sus manos no se desarrollaron de la manera correcta. —Sí, me dijo que te portes bien y que no comas mucho dulce —le contestó Ariana con una pequeña sonrisa casi imperceptible en los labios. —¿Y mi ropa? —quiso saber la niña, sus enormes ojos cafés brillaron por la duda, mientras que la comisura de sus labios se manchada por el descuido al comer sus alimentos