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Estaba durmiendo en una de las habitaciones del hospital, dirigidas al personal. Había logrado dormir dos horas, sin dejar de pensar en la tristeza y frustración de Darren Milles. Ojalá que su hermano se repusiera. No era fácil tener un ser querido, que admiras y proteges en una situación clínica, más saliendo de una operación por una obstrucción pulmonar. Lo que me daba vueltas es porqué se produjo la hemorragia, podría tener una enfermedad no diagnosticada ni tratada por el mismo Tom. Eso no era bueno, esconder los síntomas a su familia y sobre todo si ellos estuvieron bebiendo alcohol anoche. Mi teléfono comenzó a sonar, terminando de despertarme de mi descanso. Atendí.

—Mi niña. 

—Hola, papá.—dije, recostada.

Mi papá, Oscar, se separó hace un par de años de mi mamá, Melissa por problemas de alcohol. Yo estuve ayudándolo  en su gran  adicción, lo encontraba en los bares más comunes, esperando que viniera a recogerlo porque él no recordaba dónde vivía o por qué no podía mantenerse en pie, al principio, era mamá quien iba por él hasta que ella dejó de hacerlo. Cuando se separaron, yo me quedé a cargo de él y su problema con el alcohol. Fueron dos meses de internación psiquiátrica donde él me odio por un tiempo tras meterlo en un hospital de salud mental. Un año después, se recuperó, no se acerca a los bares y odia el alcohol, suele quedarse parado en las estanterías de los mercados, viendo las botellas de alcohol por varios minutos. Lo entiendo, debe ser difícil.

Me llamaba cada vez que tiene su tiempo libre en la agencia de mudanzas que logró conseguir por un amigo del hospital donde estuvo internado, al menos salió algo bueno de eso. Tiene dos amigos que se rehabilitaron con él y los tres se apoyan mutuamente. Nuestra relación está bien, pero siento que  a veces me tiene algo de rencor, es mi sensación.

—¿Hoy es tu examen?—preguntó Oscar.

—Sí. Lo recordaste.—asentí, levantándome de la cama—. Estoy lista para rendir, no fue una noche tranquila.

—Hija, ¿Quieres que te recoja para ir a cenar?—dijo entusiasmado. 

—Tengo guardia, mi reemplazo es solo por el examen pero tengo que volver a cubrir esta noche.

—De acuerdo, cuarenta y ocho horas de guardia. Entiendo…

Colgó, se había ofendido cuando me dejaba hablando sola. Lo quiero, pero a veces me asfixia, debe ser que me acostumbré de salvarlo de la intoxicación muchas veces. Eran las dos de la tarde, ya debería haber salido a la universidad. Tomé mis cosas. Y me fui, subí a mi camioneta conduciendo con cuidado, la calle estaba escarchada y resbalosa.  Seguía nevando, sería otra noche de socorros, piernas rotas, manos quebradas, desmayos y así eran los accidentes de estos días de invierno crudo.

Llegué a la universidad. Estacioné en el parking, tomé mi mochila y dejé mi otro bolso del trabajo en los asientos de atrás. Estaba nerviosa para el examen de griego del segundo nivel. Todo iba bien, pensé para no estar temblando frente a la prueba. Me recordó la primera vez que hice una guardia, estaba preparada por ser una de las mejores de la clase pero la gente y los gritos me pusieron de los nervios pero logré cumplir las tareas muy bien, esto sería algo similar. Estudié para griego casi toda la semana, entre descansos en el trabajo, o durmiendo tres horas para luego levantarme y seguir estudiando, así durante diez días. Sin contar mis migrañas cefaleas cada tres días debía tomarme los remedios para eso.

Tenía esos ojos de color café en mi mente, esa piel trigueña y de nariz recta, labios carnosos. Estaba pensando en Darren ¿por qué? Solo lo vi anoche. Había tantas personas en emergencias, mi profesión era mantenerlos a todos tranquilos aunque la situación clínica no lo sea. Amaba ese trabajo y amaba escribir novelas de ciencia ficción. 

Rendí el examen, entregué la hoja y el profesor me miró, era de esos sujetos que valoran el trabajo de uno. Charlamos individualmente, como profesor y estudiante sobre mi posibilidad de tener una segunda carrera, se sorprendió cuando le comenté que era enfermera. 

—¿Y qué haces en literatura?—me pregunto esa vez.

—También, quiero ser escritora.

—Nunca lo hubiese imaginado. Una enfermera que escribe. 

Si no es muy común, ¿Verdad? Tengo que estar vinculada con la salud y la ciencia, eso creen todos. Cuando le di mi examen, dijo "salva vidas ahora" y le respondí "eso haré siempre", me fui del salón en tanto caminaba, me crucé a Darren Milles estaba deambulando por el pasillo de Ciencias Sociales, estaba sentado en una banca. Por una razón instantánea me acerqué a él.

—¡Hola, Darren!—salude con simpatía y alegría de verlo. Darren levantó su mirada y me miró.—Soy Anne, del hospital Kennedy.

—La enfermera.—dijo simplemente.— Si te recuerdo de anoche. Lamento si fue algo pesado, estaba…intranquilo.

—Lo entiendo. Todos nos preocupamos cuando queremos mucho a una persona, ¿cierto?—dije, me quedé mirándolo. Se notaba que estuvo llorando, tenía los ojos enrojecidos.

—Para ti debe ser más fácil dirigirte a familiares intensos, te formaste para consolar a los parientes—dijo él, asentí con el ceño fruncido—. Así son los enfermeros, ayudan.

Alcé una ceja, ¡Vaya idea tenía sobre los enfermeros! No era simplemente ayudar, era mucho más, era correr detrás de los médicos para entubar al paciente, en cerrar heridas, en mi caso, mi especialidad eran las cirugías donde había aprendido muchas cosas, síntomas, diagnósticos, situaciones complicadas en medio de una operación, no equivocarme. Claro que Darren parecía ignorante al verdadero valor de los enfermeros en un hospital. Mordí mi labio.

—¿Y estudias aquí, Darren? ¿Qué carrera?

—Ah, abogacía…—dijo indiferente— ¡Espera un segundo! ¿Tú qué haces acá?

—Estoy estudiando literatura. Mi segunda carrera.

—Ah, ¿te dan los tiempos para estudiar?

—Es posible tener otra profesión, en serio. Solo es cuestión de organizarse.—respondí, hundiéndome de hombros—Hasta ahora estoy logrando aprobar las primeras materias del primer año, ¿en qué año estás?

—En tercero, ya empecé las prácticas.—dijo. Se notaba indiferente a hablarme, respondía lo básico, no estaba cómodo conmigo. —Tengo una clase. Disculpa, Anne, van a dar unos trabajos ahora—dijo en despedida, poniéndose de pie y cogió su mochila.

—Está bien, hasta luego.

Darren se giró, arrugando el ceño. Esa forma de despedida no le gusto. No quería verme, le recordaba la situación de su hermano y yo siendo quien respondía su desesperación. Me sonrojé. No tenía que afectarme. Darren entró a un aula a unos tres metros de mí. Me quedé a solas en el pasillo. Mi teléfono sonó, era Cath y atendí.

—¿Cómo te fue?—preguntó ella—¿Todavía estás en la universidad?

—Ya estoy saliendo de la universidad, Cath—le respondí, dirigiéndome al parking—, Creo que me fue bien en el examen. Ahora voy para el hospital.

Cath Wilson tenía veinticinco años, rubia y de ojos azules. Excelente enfermera de traumas. Entramos juntas al hospital como residentes y luego como nuevo personal. Y desde ese día pegamos mucha onda cuando atendimos a un matrimonio intoxicados de humo. Fue nuestro primer caso juntas, ayudamos a los médicos y a mí me preguntaron si quería entrar el equipo de doctor Lenner de cirugía general, luego de unos meses otros cirujanos se interesaron en mí por las recomendaciones de Lenner como enfermera a cargo de la mesa de trabajo, donde normalmente estoy en esos tres equipos. Cuando estoy en recepción, es cuando cuido el puesto de Cath y espero la siguiente cirugía, distrayéndome en emergencias, allí el doctor a cargo me permite ayudar hasta que tenga que irme a mi área.

Adoraba mi profesión. No importa lo que vayan a criticarme, incluso la indiferencia de Darren al enterarse por mis carreras y mi trabajo. No por su boca ignorante dejare de salvar vidas porque me llenaba de gratitud y felicidad cuando un familiar se descompone de angustia y miedo, ahí estoy yo sosteniendo sus manos, explicándole el proceso de atención de los cirujanos, aunque nunca se sabe que puede pasar en el quirófano,  porque los profesionales no son dioses.

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