5

Era una noche llena de estrellas y la luna llena, me alegraba. Estaba cansada. Mi guardia terminaba en dos días, las 72 horas. Seguía recostada sobre el suelo de la terraza contemplando toda la ciudad de Seattle con sus edificios encendidos, con su monumento multicolor y yo usando mi uniforme, siendo humillada por los señores Milles. Una enfermera que no puede mencionar la situación de un paciente porque no tiene el doctorado. Una enfermera no puede acompañar al problema de cirugía aún siendo supervisada con el cirujano a cargo. Me latía el pecho, mi pálpito y mi instinto hizo ponerme en una posición que me dejó mal parada a esas personas, a los padres de Darren y Tom. El doctor tenía razón que no eran personas fanáticas de la medicina, ¿quiénes eran ellos para tratarme de ese modo? Me sentía pequeña en un mundo tan grande.

Cath estuvo enviando mensajes, no contesté. Necesitaba el silencio de la terraza, el susurro del viento adormecer mis pensamientos, la angustia y el latido en la cabeza. Tendría que hablar con alguien, había sido un comienzo de jornada intensa. Primero la ex novia de Hyes entrando a los gritos y el cirujano pelirrojo tranquilamente conversando que sus conquistas no eran su prioridad. Segundo que las migrañas no dejaban de molestarme, se sentían más pesadas y tercero, terminando de arruinarme el primer día de guardia, los padres de Tom y Darren. Los Milles tenían un carácter  muy firme sobre sus ideas. Me dolía que mi profesión solo sea algo diminuto en cuestiones clínicas. Inútil, así me hicieron notar.

Pensé en Darren, ¿cuál era el motivo de no venir a apoyar a su hermano? Después de haber cruzado toda la ciudad con su hermano inconsciente, él completamente desbordado de angustia y desesperación, sabiendo que sus padres iban a darle una carga a ese incidente, no era su culpa tampoco Tom, ¿Entonces por qué  los señores

Milles veían todo como una porquería? Sí, Darren estaba distanciando de ellos. Solo vendría a visitar su hermano cuando sus padres estén trabajando, es posible. Tenía una esperanza de verlo más tarde. Lo importante es que podría hablar con él, conocerlo y apoyarlo. Me resultaba un chico muy atractivo, esos ojos. Me sonrojé, me sentía atraída por él y se notaba. Darren lo sabía. Me gustaba.

¡Vaya, fue un día largo!

Bajé para continuar el trabajo que me correspondía. Me dirigí al piso de terapia intensiva. En la habitación de Tom, estaban sus padres. Respiré hondo, tenía que ingresar de todos modos. Abrí la puerta sin importar interrumpirlos en su conversación. No dije nada, avancé para comprobar que el respirador estuviera bien, las máquinas y sus pulsaciones. Estaba estable. Los señores Milles me miraron con el entrecejo fruncido, no le gustó que entrara sin avisar. No me importaba. Me enfoqué en Tom. Levanté la mirada, la mujer estaba roja de furia.

—Tengo que revisar a Tom, es parte del protocolo luego de la cirugía—le dije. Ella negó con la cabeza, arrugando la nariz. El gesto de desprecio de ella me hizo erizar el vello de la nuca.— Disculpen, es solo asegurarnos que no haya problemas.

—Es el trabajo que hacen las enfermeras, ¿verdad?—dijo el señor Milles, poniéndose de pie—. Cuida de mi hijo.

La mujer se incorporó de la silla, tocando la mejilla sonrojada de Tom. Le dio un beso, acariciando la cabeza rapada del chico, le susurró algo en otro idioma, creo que ruso o rumano. Ambos se retiraron de allí. La puerta se cerró, cuando se fueron.  Moví el pijama del chico para ver el cierre del pecho, tenía parches pero no había sangrado. Los quité, limpiando con cuidado con un poco de alcohol. Luego cubrí la herida cerrada con los nuevos parches. Me senté sobre una silla, pasando mi mano por toda mi cara. Estaba estresándome con todo del primer día de guardia. Me arrellané, mirando a Tom.

—Tus padres son tan simpáticos, Tom—comenté con sarcasmo, no podía escucharme o eso creía cuando movió su mano, una reacción normal luego de la anestesia. Me puse de pie, acercándome a él. Observé su rostro, tenía el mismo parecido que su padre excepto los labios gruesos y pálidos, su boca estaba ocupada por el respirador—. Vas a sentir dolor por unos días. Soy Anne, voy a ocuparme de ti en estos días. Conocí a Darren, parece como ellos. Cuestionándome sobre mi profesión. Espero que cuando puedas hablar no tengas el mismo pensamiento cerrado que ellos tres.

Al rato, me puse de pie. Salí de su habitación, comenzando a caminar hacia recepción donde vi al cirujano Hyes charlar muy coqueto con una enfermera pelirroja, de cabello corto hasta la nuca. Ella era Violet, era nueva en el hospital Kennedy. Pasé del otro lado para llenar el informe de Tom desde el sistema de la computadora, mencionando que no había sarpullido ni sangrado o conmoción en el área abierta. Firmé y guardé el expediente en la página del doctor Lenner. Escuche las risas de Hyes y la enfermera, rodee los ojos. Levanté mi mirada, observando la posición coqueta de ella, sonrojada por los cumplidos del doctor de treinta años. Me incorporé. Necesitaba descansar, olvidar que tuve un día muy intenso. Fui al piso de las habitaciones donde descansan el personal, cruzando los pasillos. Mi dolor de cabeza continuaba, tenía la neuróloga Hilton como mi doctora para estos dolores, ella me diagnostico con migrañas cefaleas y estaba tomando unos remedios, dosis pequeñas.

Me metí en un dormitorio disponible, cerrando la puerta y apagué la luz. Me recosté, con las manos sobre mi cara. Me dormí.

Después de unas horas trabajando, ocupándome de los pacientes del doctor Lenner y de los otros dos equipos de cardiología, volví a casa a las seis de la mañana. Vivía sola hace dos años, desde que pusimos la casa donde nací en venta, con papá estábamos de acuerdo con soltar lo viejo. Era lo único que Melissa, mi madre, había dejado en manos de Oscar y mío. Ninguno quería volver a ese lugar. Él por los recuerdos de su pasado, yo por las discusiones y gritos de mamá intentando que papá dejé de beber o vomitar por las esquinas del salón. Lo mejor era vender. Yo tenía un departamento pequeño cerca del centro, no era demasiado pero estaba bien. Tiré el abrigo sobre el sofá entrando a mi habitación. Cogí nueva ropa, me daría una ducha rápida.

Cuando llegué a la universidad, entré al edificio correspondiente de mi carrera, caminé haciendo que los ecos de mis botas se escuchen en todo el corredor. Doblé a la derecha, tropecé con un chico que venía desde ese lado. Resbalé por el suelo encerado y él me atrapó antes de caer. Sus ojos. Esos preciosos ojos como el chocolate y la tierra me veían con sorpresa.

—¿Cuántas veces vamos a tropezarnos, Anne?—me dijo Darren, cuando me incorporó nuevamente, estaba muy sonrojada.

—Estudiamos en la misma universidad, es normal—dije intentando defenderme.

—Eso es obvio, ¿qué clases tienes hoy?—preguntó, pasando una mano por su nuca— Creo que tenemos dos profesores en común.

—Estoy con Goldstein, ¿y tú?

—Ah, sí, también—contestó relajado. Se quedó callado—. Tengo que irme.

—¿Por qué no fuiste al hospital? No te vi en la habitación de Tom—dije, evitando que se fuera como siempre acostumbra cuando nos encontramos casualmente. Darren resopló con fastidio, negando con la cabeza—. Esa operación fue importante, nos costó mucho detener las obstrucciones.

—¿Disculpa, dijiste “nos costó”? ¿Pero, eres cirujana también?

—Y, también conocí a tus padres, tan dulces—dije, arrugando la frente ante su expresión indiferente—¿Vendrás hoy?

—¡Qué tengas un buen día!—dijo con ironía. Se hizo a un lado, tocó mi hombro—. Salva vidas, Anne. Si es que puedes mantener la boca cerrada y las manos en su lugar.

—Eres un idiota. Demasiado bonito, demasiado idiota—le dije con los dientes apretados.

Caminé hacia el salón. Había un stand de café y comida dulce, me frené. No desayuné. Compré el café y unas donas de azúcar. Pagué y entré a mi aula. Hoy me tocaba Historia inglesa. Busqué un asiento, encontré uno junto a las hermanas gemelas, Charlotte y Sophia Dickson, que siempre se quedaban hablando media hora con el profesor al final de la clase.

—Hola—saludé a ambas—¿Cómo están?

—Anne, ¿qué tal vas?—dijo Charlotte, ella era la más curiosa y también más extrovertida que su hermana. No hablamos mucho, solo nos saludamos y ellas siguieron hablando sobre lo que iban antes de sentarme.

Minutos después, el aula se llenó de los estudiantes. Éramos treinta del segundo año y otras carreras. Goldstein saludó a todos, como siempre, las gemelas lo saludaron con esa simpatía y alegría, provocando que el hombre se sonroje por esos cumplidos. La clase inicio, hoy las hermanas estaban más tranquilas, esperando poder hacer preguntas y tener respuestas de sus dudas sobre el libro que estábamos trabajando.

—Oye, Anne—me susurró Charlotte que estaba a mi derecha y del otro lado de ella estaba su gemela, releyendo una parte del libro.

—¿Sí?

—¿Hoy te toca trabajar?—dijo.

—Sí. Tengo guardia hasta el viernes.

—Es que hay una fiesta. Estás invitada, es aquí en la universidad. En el pabellón de Arte Visual.

—Lo siento, tengo pacientes o si consigo que me reemplacen por unas pocas horas, quizás venga—dije, me animaba a tener un respiro. Andaba apurada por todos lados, que olvidaba que tenía que disfrutar de una fiesta y beber unos martinis mientras conversaba con el profesor de Griego.

—Espero verte. Será en el salón de actos, habrá bufet, música y demás—dijo.

Asentí. La clase terminó, me despedí de las gemelas, poniéndome de pie cogiendo mis cosas, cuando recibí otro mensaje y cogí el teléfono, desbloqueando la pantalla. Era de mi jefe de enfermería “¿Estás viniendo al hospital? Hay reunión”

Salí del salón dirigiéndome al parking. Me acercaba a mi camioneta, algo vieja pero el motor estaba nuevo. Noté a un chico enfadado, dando gritos e insultos.  Era Darren con el teléfono a un costado de un Jeep blanco, de los últimos modelos sacados el año pasado. Eso valía más que la camioneta de papá y la mía juntas. Me quedé bloqueada escuchando sus groserías, al girarse y verme, se quedó callado y colgó la llamada sin despedirse.

—Anne…

—Solo vine a coger mi camioneta—dije sonrojada. Pasé por su lado, poniéndome junto a la Ford 4x4 negra.

—¿Es esa…?—dijo viendo que estaba por subirme. Asentí.

—La verdad, quisiera tener un Camaro rojo pero será solo un sueño muerto—respondí con honestidad, hundiéndome de hombros.

—Lo siento, Anne, pero no soy justo contigo. Llevo una responsabilidad por Tom. Acabo de tener una pelea con mi padre porque no fui a la operación—dijo desganado.—¿Vas al hospital?

—Sí, sigo en guardia—respondí, cerrando la puerta de mi vehículo— ¿A qué se dedican tus padres?

—Son abogados, se encargan de hacer demandas a instituciones y la ley envía a inspectores, no todos le han ganado a ellos en el área laboral—contestó, eso significaba mucho. Tenía que ser cuidadosa, no hacer más comentarios cerca de los Milles— ¿Por qué?

—Entiendo, ¿es que por eso estás estudiando derecho, para demandar agencias  y personas?

—No es mi sueño. Son el sueño de mis padres—dijo Darren, sacando su cajetilla de cigarrillos—¿No tenías que irte, Anne?

—Mierda, sí.—solté, me giré para conectar el motor y giré mi cabeza, el chico estaba dirigiéndose hacia el otro lado, a su Jeep.

El olor  a café y canela me inundó dentro de mi camioneta. Conduje, mientras veía a Darren fumar, un hábito que odiaba mucho, el mayor causante de enfermedades del corazón y neurológicos. El tabaco. Puse mi emisora de radio favorita para ir más relajada. La universidad estuvo bien, además podría ir a distraerme a esa fiesta.

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