Los siguientes días la convivencia con Darren estaba muy bien, teníamos diferentes tareas en la casa. Él había contratado a una mucama dos veces a la semana, esta vez ella no vendría. Las noches eran mis favoritas, nos quedábamos viendo unas películas de nuestro interés o aquellas que Darren quería que viera. Cuando íbamos a acostarnos, nos poníamos muy calientes terminando intimidando casi hasta la tres de la mañana para luego quedarnos recostados y desnudos en la cama. Él fumaba con su espalda en el respaldo de la cama Queen que compró. Mis ojos admiraban todo su físico de chico delgado, lampiño y de un silencio cómodo de esos que quieres romper con unos cuantos besos.—¿Alguna vez, te imaginaste terminar enamorada de un chico rico?—preguntó Darren mientras fumaba su segundo cigarrillo.Yo estaba bebiendo agua, había traído una botella fría de la cocina antes de intimar. Me quedé pensando, preguntándome aquel cuestionamiento del chico. Lo miré, dejando el vaso sobre la mesita de noc
—¿Ella va a estar bien?—habló un joven a mi alrededor. Olía diferente, era un lugar distinto y conocido.Lo último que recuerdo es haber entrado a emergencias del hospital Kennedy y me desmayé. El dolor era tan fuerte que no pude soportarlo más, me desvanecía como el aire en un incendio, todo se apagó. Abrí los ojos, escuchando la conversación de dos hombres en el dormitorio. Veía borroso no podía distinguirlos, mis ojos no se acostumbraban. Sin embargo ellos estaban en la puerta charlando, no me vieron. Poco a poco, me adapté al lugar descubriendo a mi novio y el doctor Hyes. El neurocirujano le explicaba la cirugía de urgencias, habían colocado un chip anticoagulante en la zona derecha junto a la cefalea dañada. Darren estaba preocupado, escuchaba atentamente al médico sobre los cuidados y demás. Estaba saliendo todo bien, estaba bien…¿qué hizo desvanecer todo ese amor que sentía por él y arruinar esa noche?—Lo siento, Darren—susurré. Le traía angustia y miedo, él me amaba.—Lo sien
Oscar Froy un hombre de cincuenta y siete años, adicto al alcohol desde mi infancia. Un hombre divorciado, incapaz de sostener una relación con otra mujer por la ebriedad que no puede superar. Aquí estaba, sentado a mi derecha con su mirada suave y sombría como las luces de la habitación. Darren debió haberle movido los recuerdos, la culpabilidad de enfermarme por todos esos años que le di mi servicio de cuidado, algo que me inspiró demasiado para estudiar medicina. Estaba usando su chamarra favorita, era de color marrón con corderito blanco en el interior y unos bolsillos con tapitas de cervezas que hacía ruidos cuando caminaba.—Papá, ¿qué haces acá? Las visitas son hasta las seis de la tarde—le dije.—Soy el padre de la mejor enfermera de este hospital, ¡Claro que iban a dejarme pasar como privilegiado!—¿Estás borracho?—¿Cómo? ¡No, mi cielo, no he tomado ni una copa!—respondió sonrojado.—Bueno…Vinieron Darren y Tom, su hermano. Se fueron hace rato—comenté. Él asintió, echándose
Volví a la normalidad. También me reubicaron al trabajo. Regresé a los quirófanos. Lo que me gustaba de hoy, es que era Noche Buena. Pasaría la cena navideña con los Milles. El doctor Lenner se preocupó por mí, tuve dos visitas de él antes de salir de alta clínica por segunda vez. Lo tenía delante de mí, mirándome y preguntándome cada hora cómo me sentía. Al principio me hizo ver el cariño que tenía conmigo, pero luego comenzó a ser molesto pero entendía que él estaba cuidándome. No era justo quejarme con él. Era uno de mis jefes. Además de ser un excelente cirujano de traumas generales, era jefe del departamento de esta especialidad y maestro para los residentes. Por suerte, Adams había aprobado sus exámenes finales, festejaríamos luego de las fiestas su logro en la medicina.—¿Dónde pasarás las fiestas, Froy?—me preguntó el cirujano mientras estábamos terminando de cerrar la cirugía de un paciente con tumor en los intestinos.—Estaré con la familia de mi novio.—¡Vaya, sí resultó bu
Daniel y Selena nos invitaron a visitarlos. Ellos vivían en Chicago. Trabajaban en el mismo bufete de abogados constitucionalistas, tenían dos coches de último modelo. Sus hijos tenían todo lo que necesitaban y deseaban. Esperaban lo mismo que los padres de Darren, que sus hijos decidieron seguir el legado de los Milles. Eso me había chocado un poco, pero no dejé que me salieran los comentarios justicieros. No eran mis hijos ni tampoco estaba casada con Darren para tener una opinión. Solamente me dediqué a escuchar al matrimonio, ambos tenían treinta y dos años.—Asique eres enfermera—dijo Selena cuando nos quedamos a solas en la cocina.—Sí, en quirófanos. Salvé la vida de Tom.—¡Eso me sorprende demasiado! ¡Todavía no lo creo!—¿Qué pueda salvar vidas?—¡Ay, no, linda!—dijo ella sonrojándose como su pelo rojo fuego y sus ojos grises como el hielo del Atlántico. Tenía una expresión dulce y bondadosa—Es decir, no había oído nunca que una enfermera lograra dar tan buenos criterios a u
Al día siguiente, nos despertamos. Darren me dio una remera porque olvidé meter alguna en mi bolso, como siempre me entregó una de Iron Maiden. Él amaba esa banda de metal. Era su favorita. Nos metimos a la ducha juntos, nos bañamos y nos besamos con pasión como toda pareja enamorada. Me encantaban sus besos. Esos labios gruesos y tan ardientes mientras pasaba el jabón de coco por mi espalda, mis brazos y mis piernas. Mis suspiros y la vibración de mi cuerpo donde sus manos cuidadosas llegaban a tocar se apoderaban el deseo sexual en la ducha y sé que Darren esperaba hacerme gemir allí adentro. Sin dudas lo hizo, metiéndome los dedos por la vagina húmeda y mojada. Era excitante, se sentía jodidamente bien. Él conocía muy bien mi vulnerabilidad en estos momentos, besando mi cuello y sus rápidos dedos no dejaba de darme el goce exquisito de la mañana.Salimos luego de media hora, nos vestimos. Él uso una remera blanca con unas bermudas de camuflaje y unas sandalias de verano. Yo tenía u
Estudiaba literatura como segunda carrera. A los veintidós años, me recibí de enfermera. Actualmente, trabajo en el hospital Kennedy, en quirófanos y atendiendo a pacientes, a veces tomó las guardias de 72 horas o 48 horas. Era jueves y estaba nevando en Seattle. La gente se accidentaba, un tropiezo, un resbalón, un choque, así íbamos atendiendo a todos. Esta noche me dejaron a cargo de recepción. Cuando eran las dos de la mañana, llegaron dos chicos y el moreno estaba gritando por ayuda, tenía a su compañero muy pálido y con los ojos desviados hacia atrás, me incorporé al mismo tiempo que se acercaban los camilleros y los médicos de guardia. El chico moreno estaba muy preocupado. Su mirada parecía desbordarse del miedo que sucediera algo muy malo con el otro joven. Ingresaron al chico a una habitación para tratarlo. Me acerqué al muchacho de unos veinticuatro años, toqué su brazo y se asustó. Tenía los ojos brillosos. —Cálmate, ¿tengo que preguntar por el vínculo de ambos?—dije
Estaba durmiendo en una de las habitaciones del hospital, dirigidas al personal. Había logrado dormir dos horas, sin dejar de pensar en la tristeza y frustración de Darren Milles. Ojalá que su hermano se repusiera. No era fácil tener un ser querido, que admiras y proteges en una situación clínica, más saliendo de una operación por una obstrucción pulmonar. Lo que me daba vueltas es porqué se produjo la hemorragia, podría tener una enfermedad no diagnosticada ni tratada por el mismo Tom. Eso no era bueno, esconder los síntomas a su familia y sobre todo si ellos estuvieron bebiendo alcohol anoche. Mi teléfono comenzó a sonar, terminando de despertarme de mi descanso. Atendí. —Mi niña. —Hola, papá.—dije, recostada. Mi papá, Oscar, se separó hace un par de años de mi mamá, Melissa por problemas de alcohol. Yo estuve ayudándolo en su gran adicción, lo encontraba en los bares más comunes, esperando que viniera a recogerlo porque él no recordaba dónde vivía o por qué no podía mantenerse