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El hospital Kennedy también funciona como escuela de medicina y hacen las prácticas. Empecé mi turno, una vez con el uniforme y mi cabello castaño recogido en un moño ajustado. Mi jefe, Joey Jones,  me elogio por anoche. Tener un reconocimiento cada vez que lograbas tranquilizar y ayudar rápidamente al paciente, eso anima mucho. Sé que no calmé lo suficiente a Darren, hice lo que estaba en mis manos ni siquiera en la universidad se mostró interesado.

Llegué a recepción de emergencias, saludé a Cath que me abrazó con cariño y me dijo que me guardó sus bollos de verduras favoritos, era vegana. También, muy buena en la cocina. Es que cocinaba delicioso, cuando tenía algo para ofrecerme, sabiendo que yo apenas almuerzo o ceno en las guardias, era muy atenta conmigo y con los pacientes, mucho más eficiente cuando se acuesta con Kurt, el chico de ojos grises y de jugador en béisbol fuera de su horario de trabajo. No conocía mucho a este colega, en realidad Cath no me contaba demasiado de él, solo sus aventones en las habitaciones.

—Disculpa ¿aquí está el doctor Hyes?—me pregunto una mujer muy bonita. Estaba tensa, sus ojos avellanas demostraban un coraje a punto de estallar en el mostrador. Intercambie una mirada con mi amiga.

—El doctor Hyes está en quirófano. Quizás pueda esperarlo—le respondí. Lo sabía porque teníamos una pizarra en el área de quirófanos donde los cirujanos marcaban las salas de operaciones que estarían ocupando. Recordaba que el doctor Hyes tenía tres cirugías desde la mañana hasta el mediodía y a la tarde, yo estaba con mi equipo del doctor Lenner en el quirófano cinco mientras Hyes en el primero.

—¡Soy su novia, no su paciente!

—De acuerdo, entonces debe saber de sus horarios de trabajo. No sale del hospital hasta más tarde—dije con el ceño fruncido. Cath me pellizco discretamente, es que esta mujer tenía su tono de voz irritable—. Esto es un hospital. Si quiere hablar con él, tiene que esperar que su jornada terminé.

—¿Así me hablas? ¿Quién eres?—gruñó la mujer dando un golpe sobre el mostrador.— ¡No me importa qué esté haciendo! ¡El descaro tiene que verme! ¿Con quién tengo que hablar para que venga a verme?

Alzó su voz. Ella me molesto más que  ver a Darren en la universidad sin embargo esto superaba mi tolerancia profesional incluso mi personalidad introvertida y amable. No era cuestión de respeto, empezaba a humillarme ¿por qué? Siendo enfermera tengo todo el derecho de mantener el mismo perfil que un cirujano aunque no tenga el título ni el doctorado, no había diferencia. La gente que esperaba para ser atendida observaban el mal humor de esta chica frente a mí, yo estaba aguantando para no darle una bofetada y girarle el orgullo.

—Entiende que esto es un hospital, no es una comisaría que puedes reclamar tus derechos. Hay gente en toda la sala que se siente muy mal y tú vienes a gritar como te da la gana. No me importa tu relación ni lo que quieras hacer, no voy a permitir que inquietes a estas personas—le gruñí apretando los puños—. Te pido que te retires, el doctor Hyes te verá en otro lado. No vuelvas a gritar, asique vete ya.

—¡No puedo creerlo! ¿Cuál es tu puto problema? —dijo ella, ya estaba bien cabrona—. Hablaré con tu jefe, ¡Ese tono puedes meterlo en tu asqueroso trasero!

—¡Qué atrevida!—dijo una señora detrás de ella— La enfermera tiene razón, estás molestando a los que estamos por una emergencia, chica. Haz el favor voluntario de irte de aquí.

Le sonreí a la señora que apoyaba, agradecía que interviniera porque iba a darle una buena cachetada a la mujer de Hyes o novia, lo que sea de él. La novia de Hyes pegó otro golpe al mostrador, pegó media vuelta. Se fue, echando humo por sus orejas perforadas y salió enfurecida de la sala de urgencias, apartando a otros que estaban ingresando. Cath me miró sonrojada. Había sido humillante. Sentí mi cabeza latir de los gritos y los reclamos, la discusión con esta mujer había generado un principio de migraña en mí. La gente murmuraba cosas.

—Iré a preparar el quirófano, Cath—le dije a mi amiga, despidiéndome con un beso en la mejilla—. Ya tengo dolor de cabeza.

—De acuerdo, ten cuidado, Anne. Ella lo hizo adrede.

—Me vale, ya se fue. —le dije molesta, suspirando—. Nos vemos luego.

Me fui con el rostro rojo de furia, ¿quién era esa mujer para andar gritando de esa forma? Ojalá que Cath pueda tranquilizar la sala y a los pacientes. Salí al pasillo. Me dirigí a los ascensores para subir a la sala de quirófanos. Llegué al piso, entré a la sala de enfermería, dirigiéndome a la cocina donde tomé un café. Hoy teníamos los casos de programación hasta las seis luego entrábamos en el horario nocturno y de emergencias según la grilla de horarios.

No sé por qué aún pensaba en esos benditos ojos de color café, creo que me gustaba Darren pero despreciaba mi vocación. Darren, ¿qué haces en mi mente, si solo hemos cruzado unas pocas palabras? ¿Qué sentía? Hace tiempo que no tenía este sentimiento de atracción por un hombre.

 Escuché que abrían la puerta. Levanté mi mirada de mi taza de café, era el cirujano. Hyes, Scott. Era un hombre alto, de musculatura de fitness. Su cabello corto y muy rojo, sus ojos azules con  las largas pestañas rojas. De barbilla marcada. Era atractivo, pero no mi tipo. Solo pensaba en Darren. El cirujano se acercó para coger la cafetera, estaba a tres metros de mí. Me quedé mirando, recordando que hace media hora estuve discutiendo con quién decía ser su novia. El tipo de hombre que era Hyes me sonaba raro que estuviese en una relación formal.

—¿Terminaste tus trabajos?—pregunté, todavía seguía enojada—. Tu novia estuvo haciendo teatro en emergencias.

—Novia… ¿quién?—dijo indiferente, bebiendo de su taza azul. Alcé una ceja, había acertado. Tenía varias mujeres.

—Llegó una chica de ojos avellanas, de pelo rubio oscuro y tenía una perforación en la nariz—le dije, describiendo a la joven enojada. Hyes asintió.

—No volverá a suceder. Ella y yo terminamos esta mañana.

—A ella no le quedó muy claro.—repuse, cruzándome de brazos— Tienes que tener un nuevo discurso para tus conquistas, Hyes. No querrás que el director ande bajando a emergencias por estas chicas que vienen a acosarte. Nada más.

—¿Por qué te preocupa, Froy?

—Es un hospital, ¿no te parece que no es un lugar para que alguien venga por una pelea en emergencias? Oye, haz lo que tengas que hacer con estas mujeres—dije, apretando los puños.

Hyes era de los pocos cirujanos que soportaba en este piso, la cirujana Louise y la supervisora de piso Bruna Torres, la puertorriqueña de mala leche en las mañanas. Las relaciones de ese estilo no son nada sanas ni tienen milagros para cada uno. Pero como no me interesa Hyes, ni nunca llegué a cruzar palabras con él, nada más profesionalmente, por eso intentaba dejar claro que sus chicas o lo que sea no vuelvan a meterse en el hospital, o al menos que se inventé un trabajo. Sentí un mareo con tanta rabia que llevaba encima. Había olvidado tomar mi pastilla de las migrañas. Fui al mueble de las medicaciones, buscando la correcta y la tomé de una vez.

—Lamento mucho eso, Froy —se disculpó Hyes. Asentí.

—Es mi trabajo hacer cumplir los protocolos y calmar a la gente.—dije indiferente.—Bueno, es el trabajo de todos hacer cumplir los requisitos de mantener un ambiente limpio y sano para los pacientes, ¿verdad?—dije, tocando mi frente. Dolía.

Pegué media vuelta, saliendo de la sala de enfermería, dejando plantado al cirujano y su café. Seguí caminando, sintiendo que cada paso que daba era un pálpito que me daba un desequilibrio. Venía sufriendo migrañas cefaleas desde unos tres años, justo cuando terminaba mi profesión. Me detuve, abriendo las puertas de las escaleras y me senté sobre un escalón. Comencé a llorar, estaba cansada. La cabeza me daba vueltas, estaba cansada, harta, saturada. Basta. Me desahogué lo necesario, normalmente tengo un sitio único para descargar tener un mal día. La terraza. Esta noche, pensaba acostarme sobre el suelo y ver el cielo, aunque estuviese nevando aún.

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