CAPÍTULO 3: UN ERROR FATAL

CAPÍTULO 3: UN ERROR FATAL

Nunca he estudiado tanto en mi vida como ahora. O al menos así lo siento. Si antes me la pasaba en el hospital, ahora prácticamente vivo allí. Llevo varios días tomando todas las guardias posibles, incluso las de cuarenta y ocho horas. He hecho varias suturas a alguno que otro niño o adulto que llega con una herida abierta en la pierna o en el hombro, pero nada demasiado extraordinario como para demostrar mis habilidades.

Las bolsas en mis ojos están a punto de llegarme a las mejillas, no he dormido bien, ni mucho menos estoy comiendo como debería. Lo noto cuando me pongo el mono quirúrgico y un gran hueco se hace si halo de la pretina del pantalón. Pero nada de eso me importa en estos momentos, pues estoy enfocada en conseguir ese puesto a como dé lugar. He tratado por todos los medios de evitar a Han Hyun-Soo, pero eso me ha sido imposible ahora que lo han anunciado como el nuevo director del hospital general. Desde ese día en la oficina no hemos vuelto a cruzar palabra, pero no hace falta cuando él me mira con una especie de ensañamiento que está por volverme loca.

Mientras tengo metida la cabeza en un libro de medicina, no me doy cuenta de que Yoon-Ah se sienta frente a mí. Me cierra el libro de golpe, lo que provoca un sobresalto.

—Tienes que parar, vas a acabar muriendo aquí mismo.

—No puedo, tengo que ganar.

Justo en ese momento el doctor Kwon se detiene a mi espalda y suelta un bufido.

—¿Crees que podrás vencerme, doctora Fernández? Eso lo veremos. Escuché que hoy llegará un bebé de poco menos de un año con una grave cardiopatía.

Me pongo de pie para enfrentar al doctor Kwon.

—¿Quién le dijo eso?

—Solo lo escuché. Pero no se haga ilusiones, seré yo quien la opere.

Siento que mi corazón late con fuerza. La oportunidad que he estado esperando parece estar a mi alcance, y no voy a dejar que el doctor Kwon me arrebate esta cirugía. Sin perder más tiempo, me dirijo al quirófano y empiezo a preparar todo lo necesario. Cuando el bebé llega, una pequeña niña con una grave cardiopatía, ya estoy lista.

—Doctora Fernández, la niña está lista para la operación —anuncia una enfermera, entregándome el expediente de la pequeña paciente.

Asiento y, tras echar un vistazo al expediente, me dirijo a mi equipo quirúrgico.

—Vamos a proceder con la operación. Asegúrense de que todo esté en su lugar.

Ellos se miran entre sí, me doy cuenta de la duda pintada en sus ojos.

—¿No era el doctor Kwon quien la operaría? —pregunta la enfermera.

—No, seré yo —respondo con seguridad.

El quirófano se llena rápidamente de actividad mientras todos se preparan para la cirugía. Siento una mezcla de nerviosismo y determinación. Sé que tengo la capacidad de llevar a cabo esta operación, aunque el tamaño del corazón del bebé represente un desafío significativo.

—¿Todos listos? —pregunto, ajustándome la mascarilla y los guantes.

—Sí, doctora, estamos listos —responde una de las enfermeras.

Respiro hondo y comienzo la intervención, mi mente está concentrada en cada paso que doy. La tensión en el quirófano es palpable, pero me mantengo firme. Realizo el primer corte con el bisturí sin un solo titubeo. La niña está dormida así que no sentirá nada. Los signos vitales están bien, continúo el trabajo y comienzo a pedir los instrumentos quirúrgicos que necesito.

Todo va bien después de unos veinte minutos. Solo tengo máximo cuarenta y cinco para terminar la operación sin causarle daño al bebé. Sin embargo, en cuanto miro hacia la sala de observación, mi corazón se acelera. Ahí está Han Hyun-Soo, observándome con una mirada intensa y crítica.

Trato de apartar la vista y enfocarme en la operación, pero cuando el doctor Kwon aparece y se une a Han Hyun-Soo en la sala de observación, mi concentración comienza a desmoronarse. Veo cómo los dos conversan y se ríen, y un torrente de pensamientos me invade. ¿De qué se estarán riendo? ¿De mí?

La distracción es fatal. Justo en un momento crucial, corto una arteria por error. La sangre empieza a salir sin control y los signos vitales de la niña se disparan. El monitor cardíaco comienza a emitir una serie de pitidos alarmantes que hacen que mi corazón lata aún más rápido.

—¡No! —grito, tratando de detener la hemorragia, pero el pánico se apodera de mí.

El equipo quirúrgico trata de mantener la calma y actuar rápidamente, pero no puedo reaccionar. Mis manos tiemblan y mi mente está en blanco. La línea de vida en el monitor empieza a aplanarse, acercándose peligrosamente a cero.

—¡Doctora Fernández, necesitamos que se concentre! —grita uno de los asistentes, pero no puedo escuchar nada más que los pitidos agudos del monitor.

Justo en ese momento, la puerta del quirófano se abre de golpe y Han Hyun-Soo entra vestido con el uniforme quirúrgico. Su presencia impone un silencio inmediato en la sala.

—Doctora Fernández, retírese. Yo me encargaré de esto —ordena con voz firme.

Todavía en shock, doy un paso atrás, incapaz de procesar lo que está sucediendo. Han Hyun-Soo toma el control de la cirugía con una precisión y calma impresionantes. En cuestión de minutos, logra estabilizar a la niña y restaurar sus signos vitales. El equipo quirúrgico sigue sus órdenes con rapidez y eficiencia.

Observo desde un rincón con mi mente nublada por la confusión y el miedo. ¿Cómo he podido cometer un error tan grave? La vergüenza y la desesperación me abruman mientras veo a Han Hyun-Soo concluir la operación con éxito.

Cuando todo termina, él se quita los guantes y se dirige a mí con una mirada fría y desaprobadora.

—¿Todavía sigues aquí? —dice simplemente, antes de salir del quirófano.

Me quedo allí, sintiendo que el peso del mundo cae sobre mis hombros. He fallado. He puesto en peligro la vida de una niña y ahora tendré que enfrentarme a las consecuencias.

El silencio en el quirófano es ensordecedor mientras el equipo empieza a limpiar y organizar todo. Salgo de la sala, mi mente todavía es como una tormenta. Necesito tiempo para procesar lo que ha sucedido, para encontrar la manera de enmendar mi error. Mis ojos se llenan de lágrimas y al final salgo corriendo y me encierro en la sala de descanso.

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