CAPÍTULO 6: LA CULPA REGRESA

CAPÍTULO 6: LA CULPA REGRESA

5 años después…

Me bebo la taza de café a toda prisa mientras miro el reloj en mi muñeca. Voy tarde para el hospital pues me quedé dormida la noche anterior ayudando a mi hijo con la tarea.

El líquido caliente quema en mi lengua, le soplo suavemente, pero ni así parece que se enfriará pronto. Dejo la taza sobre la mesa y tomo mis cosas para salir.

—Elena, ¿no te beberás el café?

—Ya no tengo tiempo mamá. No te vayas a olvidar el cartel de Daniel.

—Mamá, pero quiero que me lleves tú —protesta mi niño con esa carita de ángel adorable que me derrite. Cada vez que lo veo el recuerdo de todo lo que viví en Corea regresa a mi memoria. Han pasado cinco años y sigue tan fresco como si hubiera sido ayer.

—Lo sé hijo, pero no puedo. Mami debe ir a trabajar.

Daniel me hace un pequeño puchero y se cruza de brazos después de apartar el plato en la mesa.

—No quiero.

—Oye —le digo agachándome a su altura—, ¿qué sucede? ¿Por qué no quieres que te lleve la abuela?

—Es que… quiero que vayas tú —insiste.

Suspiro. Ser madre soltera y además médico es un desafío inmenso. A pesar de que trabajo en un pequeño hospital comunitario casi todo mi día está ocupado, aun así, trato de pasar la mayor parte del tiempo con él. Sé que muchas veces se siente solo.

—Mira, hagamos algo. Te prometo que iré a buscarte a la salida, te llevaré al parque y comeremos un helado. ¿Te gusta esa idea?

Sus ojos se iluminan y una enorme sonrisa se forma en su rostro.

—¡Sí! —dice con entusiasmo. Me da un abrazo que me ahoga y un enorme beso. Sacudo su cabello ondulado, en eso salió casi a mí; y le dejo un beso en su frente.

—Entonces nos vemos más tarde.

Salgo de la casa a toda velocidad y me subo a mi carro para llegar pronto al hospital. Ya he perdido demasiado tiempo y los pacientes deben estar esperando por mí.

A penas llego; con bastantes minutos de retraso, me pongo la bata y empiezo a atender a los pacientes de la consulta.

—¿Qué son estas horas de llegar, Elena? —cuestiona mi jefa directa, Lucía Torres.

—Perdona, es que mi hijo… —le digo haciendo una mueca, enseguida ella se echa a reír.

—Tranquila, lo entiendo, pero no te aproveches. Después que termines aquí necesito hablar contigo, pasa a mi oficina.

Su seriedad me pone realmente nerviosa. No dejo de pensar en eso en las siguientes horas mientras atiendo al resto de los pacientes.

Cuando acabo, me acerco a la oficina de la doctora Lucía con timidez. Cada vez que entro a hablar con un jefe es como si reviviera el trauma que pasé en Corea.

—¿Quería verme? —pregunto.

—Sí, toma asiento Elena —me dice con formalidad.

—Me estás poniendo nerviosa, ¿de qué se trata?

—Nada malo. De hecho, es algo que podría hacerte ascender en el hospital. La verdad Elena es que sé que eres una cirujana excelente, pero siento que no estás mostrando todo tu potencial.

—¿A qué se refiere?

—Hay cirugías que prefieres delegar a otros médicos, y no entiendo por qué.

Me quedo en silencio, el recuerdo de la pequeña Na-Ra me persigue todos los días de mi vida.

—Solo quiero darles oportunidad a otros.

—Hay un paciente que vendrá a realizarse una cirugía de corazón, necesita una reparación de disección aórtica. Quiero que tú hagas la cirugía.

Mi corazón se detiene en ese mismo momento. ¿Por qué quiere que haga algo así? He estado bien estos cinco años encargándome de cirugías menores y poco invasivas. No quiero estar de nuevo en esa situación.

—¿Por qué yo?

—Primero porque no tengo cirujanos cardiotorácicos ahora mismo, y segundo, porque sé que eres capaz, y también sé que estás huyéndole a este tipo de intervención. No sé qué pasó contigo en Corea, pero debes olvidarlo.

Niego con la cabeza y me pongo de pie.

—Lo siento, pero no puedo hacerlo.

Doy media vuelta para salir de la oficina.

—Si te vas, considérate despedida. No puedo tener en mi hospital a un médico cirujano que no puede operar.

Mi mano se detiene sobre la perilla, temblorosa y con un nudo en la garganta a punto de hacerme explotar. Sin mirar atrás, abro la puerta y salgo de allí a toda prisa. No puede ser que esto se esté repitiendo otra vez.

Mi respiración se acelera al punto de hacer que mi visión se vuelva borrosa, estoy teniendo un ataque de pánico.

De alguna forma consigo sentarme y regular mi respiración hasta volver a la normalidad. Apoyo mi cabeza contra la pared y me quedo así un buen rato, procesando todo.

—¿Qué estoy haciendo? —me pregunto en voz alta.

Saco mi celular y en ese momento llega una notificación del fondo de ayuda internacional. Todos los médicos estamos en ella en caso de poder colaborar. La notificación llama mi atención por algo en especial, reza: “Paciente femenina de seis años requiere transfusión sanguínea de tipo AB- o AB+ con urgencia”.

Mi corazón se estruja al pensar en una niña tan pequeña, casi de la misma edad de Daniel. Entro a leer más información y en ese momento vuelvo a recibir otro shock.

La niña que requiere la transfusión es de Corea del Sur y se llama Han Na-Ra.

—No puede ser…

Mi hijo tiene el mismo tipo de sangre, ¿no es esa una señal del destino?

Recojo mis cosas y salgo a la hora que prometí para buscar a mi Daniel del colegio. Su hermosa carita se ilumina cuando me ve en la entrada.

—¡Mamá! —exclama y me da un fuerte abrazo.

—Mi niño, ¿cómo estás?

—¡Bien! ¿Vamos a ir al parque?

—Sí, pero no podemos demorar mucho, porque mañana mismo te llevaré a otro lugar mucho más especial.

—¿A dónde? —pregunta con inocencia.

—A Corea, ¿te gusta la idea?

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