CAPÍTULO 5: UN RECUERDO DE COREA

CAPÍTULO 5: UN RECUERDO DE COREA

Hacer las maletas nunca había sido tan duro. Las lágrimas caen sobre la ropa mientras empaco todo lo que he acumulado en tantos años viviendo en este país. Pero lo que más me duele no es eso, sino haber perdido todo lo que había logrado solo por obsesionarme con una idea estúpida y aceptar una apuesta que estaba destinada al fracaso.

Con las pocas fuerzas que me quedan, cierro la maleta y la puerta con llave. Afuera, Yoon-Ah me espera para darme el último abrazo.

—Cuida esto por mí —le pido entregándole las llaves.

—Estoy segura de que podrás regresar.

—Aunque pudiera, no lo haré. Ni siquiera sé si seguiré siendo médico.

—¿Qué? No digas eso. Elena, eres excelente, no dejes que un solo error defina tu vida y tu carrera. Ambas sabemos que no estabas al cien por ciento ese día.

—Como sea, soy una negligente irresponsable —digo con la cabeza gacha.

El taxi que me aguarda en la entrada nos mira con impaciencia. Nos apresuramos a guardar la maleta y enseguida arranca de camino al aeropuerto. Yoon-Ah se despide de mí con lágrimas en los ojos cuando estoy por embarcar. Le digo adiós con la mano y avanzo sin volver a mirar atrás.

Trece largas horas después, el vuelo aterriza en Madrid casi para el anochecer. Las piernas me duelen por el entumecimiento y el frío de la ciudad no ayuda en nada. Después de pasar por migraciones y dejar en orden mis documentos, salgo a tomarme un café caliente.

Regresar a mi país natal me hace sentir un nudo en el estómago, pero también una sensación de añoranza. He vivido tanto tiempo lejos de casa que es como si hubiera sido otra vida.

Después de tomarme el café, llamo a un taxi para ir a casa. Mi madre no me espera, no tiene idea de que acabo de volver. Suspiro profundamente y toco la puerta. Una señora ya bastante mayor me abre y al verme exhala un jadeo de asombro.

—¡Elena!

—Hola mamá —saludo con los ánimos bajos.

Mi madre, del mismo nombre, me envuelve en sus brazos con una fuerza tal que por poco me deja sin aire.

—No me lo puedo creer. ¿Has venido de vacaciones? ¿Y por qué no me avisaste?

—Quise darte una sorpresa —respondo encogiéndome de hombros.

—¿Y por qué la maleta tan grande? Anda, pasa, pasa.

Entro en la casa de mi infancia; se encuentra tal y como la recordaba, casi no ha cambiado nada. Con el papel tapiz de flores en la cocina, la mesa ovalada en el centro del comedor y el jarrón de rosas blancas y rosadas que mi mamá siempre pone. Y por supuesto, el aroma de una deliciosa tarta de frutas que prepara sin falta todas las noches.

—Todo se ve igual —digo en voz alta.

—Me alegra tanto que estés aquí, hacía tantos años que no te veía, pensé que nunca te darían unas vacaciones.

—Mamá, la verdad es que… no estoy aquí de vacaciones.

—¿Cómo? ¿Qué ha pasado?

—Me despidieron —admito con los ojos enjugados en lágrimas.

Me acurruco en las piernas de mi madre y le cuento todo; o bueno, casi todo lo que ha ocurrido. Decido omitir la parte en la que me acosté con Han Hyun-Soo la noche anterior a saber que era el director del hospital. Eso sería demasiada vergüenza para mí.

Mi madre me consuela y ni corta ni perezosa busca animarme.

—Mañana mismo te conseguiré un trabajo aquí en el hospital local, no te preocupes por nada. Todo estará bien, ya verás.

***

Dos meses han pasado y mi madre cumplió su promesa. Por mi parte, me dedico a estudiar más y más. Adaptarme de nuevo a mi idioma, aunque parecía fácil, no lo es cuando he tenido tanto tiempo aprendiendo todo en coreano. Aun así, solo me dedico a estudiar aún más y mejorar mis habilidades.

Sin embargo, hay una cirugía que no me atrevo a realizar otra vez, la cirugía de corazón que le practiqué a la pequeña Na-Ra.

Esa noche, al regresar del hospital comunitario, mi estómago ruge como un león hambriento.

Mi madre ha preparado una deliciosa tortilla de patatas y cuando el aroma llega a mi nariz, la tripa me ruge con más urgencia.

—Me muero de hambre.

—Pues come, estás muy flaca, tienes que ganar algo de peso —comenta mi madre.

Paso de largo el comentario y empiezo a devorar la tortilla de patatas saboreando la cebolla y el huevo en su interior. No obstante, casi al acabar el plato, unos rugidos diferentes me revuelven el estómago.

Con la misma intensidad que quise devorarlos, salgo corriendo al baño y lo expulso todo. Me limpio la boca comenzando a sentirme realmente mal. Logro salir del baño, pero no alcanzo a llegar de nuevo al comedor cuando me desplomo en el pasillo.

—¡Elena!

Mi madre grita angustiada y llama al 911 en ese mismo instante. Me siento tan mareada que la conciencia se me desvanece por momentos. Veo los rostros de los paramédicos y las luces de la ambulancia hasta que recupero la conciencia y me encuentro en una camilla de hospital.

No suelo estar de este lado, ser paciente no me gusta.

—¿Qué pasó? —pregunto al doctor que se encuentra de espaldas a mí.

—Elena, qué bueno que estás con nosotros.

—Seguro me descompensé, no he estado comiendo ni durmiendo bien —digo apurada auto diagnosticándome. Con la misma intención trato de ponerme de pie, pero el doctor Juárez me detiene.

—No, hoy no eres la Doctora Fernández. Y no te puedes ir.

—¡Ay! Vamos, Nicolás, sabes que no tengo nada.

—Mmm, eso no es lo que dicen tus exámenes. Tienes algo, de aproximadamente ocho semanas, creciendo en tu vientre.

—¡¿Qué?!

Le arranco el documento con los exámenes y siento que voy a desmayarme de nuevo cuando leo el resultado: “positivo”, para embarazo.

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