Antes de que Ethan pudiera articular palabra, el dispositivo en el suelo emitió un destello final, bañando la penumbra de la oficina con una luz rojiza inquietante. Un número comenzó a proyectarse en la superficie, pulsando con cada segundo: 30 días. Una cuenta regresiva apareció con precisión implacable, cada parpadeo resonando como un golpe seco en el tenso silencio del lugar.
Entonces, una voz metálica, fría y desprovista de emoción, surgió desde el aparato:
—Treinta días. Este es el tiempo asignado para el cambio. De no cumplirse, el proceso será irreversible.
Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras el eco de las palabras parecía extenderse más allá de la habitación, invadiendo cada rincón de su mente. La amenaza implícita colgaba pesada en el aire, transformando el simple tic-tac de la cuenta regresiva en un recordatorio implacable del tiempo que se desvanecía.
—¿Qué... qué significa eso? —preguntó Madison, su voz ahora grave por el cuerpo de Ethan, mientras retrocedía un paso. Miraba el contador como si fuera una bomba a punto de estallar.
Ethan, en el cuerpo de Madison, apretó los labios y se inclinó para examinar el extraño dispositivo, manteniendo una distancia prudente.
—Esto no tiene sentido. —Su tono era frío, pero no podía ocultar el temblor en su voz. Se enderezó y miró a Madison con ojos acusadores. —Seguro que esto es tu culpa. Todo lo que tocas termina siendo un desastre.
—¿¡Mi culpa!? —Madison alzó las cejas, incrédula. Su tono burlón habitual había dado paso a una furia visceral. Señaló con el dedo hacia el pecho de Ethan—. ¿Acaso estoy controlando la tormenta? ¡O tu laptop m*****a que seguramente compraste en algún laboratorio de ciencia loca! ¡Siempre tienes que echarme la culpa de todo!
—Por favor, Madison, ni siquiera sabes encender una laptop sin bloquearla —replicó Ethan, cruzándose de brazos, aunque el movimiento se veía torpe en el cuerpo de Madison. Sus labios pintados se curvaron en una mueca de frustración—. ¿Qué hiciste antes de entrar aquí? ¿Apagaste mal el café o trajiste un espíritu del caos contigo?
—¿Espíritu del caos? ¡Eres un imbécil! —gritó Madison, pisando fuerte hacia él. Ahora era más alta y podía inclinarse sobre Ethan, lo que la llenaba de una extraña satisfacción—. Si tu oficina no pareciera una cápsula de aislamiento, quizá esto no estaría pasando. ¿Has pensado en que tal vez tú seas el problema? ¿O eso no entra en tu manual de "Soy perfecto"?
Ethan dio un paso atrás, con los ojos entrecerrados. Se negaba a ceder, incluso cuando la ansiedad por el contador que avanzaba seguía creciendo.
—¿Sabes qué? No tengo tiempo para tus idioteces. Si quieres culpar a alguien, empieza por el reflejo en esa ventana. Porque ahora ese desastre soy yo. —Su voz era un filo de hielo, y aunque Madison intentó mantenerse firme, esas palabras la golpearon en un rincón de su orgullo.
Madison respiró hondo, cerrando los ojos un momento antes de explotar.
—¡Ya basta! —gritó, y el eco de su nueva voz resonó por toda la oficina—. No sé cómo ni por qué pasó esto, pero si crees que voy a pasar las próximas setenta y tantas horas aguantando tu constante perfección y tus insultos, estás muy equivocado, Ethan!
Ambos se quedaron en silencio, el sonido de la tormenta intensificando la tensión entre ellos. Ethan pasó una mano por su rostro, el de Madison, en un gesto que parecía desesperado.
—Madison, escúchame bien. —Su tono era bajo, casi un susurro cargado de veneno—. No me gusta esto más que a ti, pero si ese contador significa algo... no podemos perder tiempo peleando. Por una vez, deja tus juegos y concéntrate.
Madison lo miró fijamente, apretando los puños. Quería gritarle, insultarlo, pero sabía que tenía razón.
—Muy bien, Su Excelencia —dijo al fin, con sarcasmo pero algo más controlada—. ¿Cuál es tu brillante plan? ¿Sentarnos aquí a esperar mientras rezas a tus dioses de la lógica?
Ethan ignoró el sarcasmo y miró de nuevo el contador.
—Primero, necesitamos saber qué es este dispositivo y por qué apareció justo ahora. Si tiene algo que ver con la tormenta... o contigo.
Madison soltó una risa seca.
—¿Contigo, querrás decir? Porque desde que llegué, tú y tu oficina se han convertido en una escena sacada de una película de terror.
Ethan la fulminó con la mirada, pero algo en la determinación en los ojos de su propio reflejo lo hizo callar. Por primera vez, se dio cuenta de que ninguno de los dos saldría de esto si seguían en guerra.
—De acuerdo —cedió, con evidente esfuerzo—. Vamos a averiguar qué significa este reloj. Pero escucha bien: sigues mis reglas.
Madison puso los ojos en blanco, pero extendió una mano como si sellara un acuerdo.
—Por esta vez, Ethan. Solo por esta vez.
Ambos se estrecharon la mano con desconfianza, el roce de piel ajena un recordatorio incómodo de la situación surrealista en la que estaban atrapados. Afuera, el trueno rugió con fuerza, como si la tormenta se burlara de su débil tregua.
—Esto es un mal sueño —murmuró Ethan con la voz de Madison, tocándose las mejillas y luego su cabello desordenado—. Esto no puede ser real. ¡No puede ser real!
De repente, su mirada bajó. Se quedó petrificado, como si hubiera visto un fantasma.
—¡¿Qué demonios...?! —gritó, llevándose las manos al pecho y luego apartándolas como si hubiera tocado algo prohibido—. ¡¿Tengo... tetas?! ¡Esto es una pesadilla, una m*****a pesadilla!
Madison, que estaba al borde de un ataque de risa, se cruzó de brazos, aunque el gesto se veía extraño con el cuerpo musculoso y rígido de Ethan.
—Oh, tranquilo, drama queen —dijo, rodando los ojos—. Son solo pechos. Ya sabes, esas cosas que la mitad de la población mundial tiene.
Ethan la fulminó con la mirada, el color subiéndole a las mejillas.
—¡Tú no entiendes! Esto... esto... ¡se mueven! —exclamó, sacudiendo ligeramente los hombros y observando horrorizado cómo su nuevo cuerpo respondía.
Madison no pudo contenerse más y estalló en carcajadas. Se tambaleó hacia el escritorio, apoyándose en él para no caer.
—¡Dios mío, esto es lo mejor que me ha pasado en la vida! —jadeó entre risas, secándose una lágrima imaginaria.
Ethan se puso rígido, sus ojos llenos de furia.—¡Esto no es gracioso, Madison! ¿Cómo voy a... cómo se supone que voy a hacer... cualquier cosa con esto? ¡Ni siquiera sé caminar con este cuerpo!—Bueno, cariño, bienvenido al club. Porque yo tampoco sé qué hacer con este montón de músculos tensos y esa cara de permanente irritación —replicó Madison, señalándose con una mueca burlona—. Aunque, sinceramente, el ceño fruncido es todo un accesorio.Ethan respiró hondo, intentando calmarse, pero cada vez que miraba hacia abajo o sentía un movimiento extraño en su nuevo cuerpo, el pánico volvía a apoderarse de él. Finalmente, estalló.—¡Esto es tu culpa! ¡Siempre estás metiéndome en problemas con tus comentarios sarcásticos y tus malditas bromas! ¡Y ahora... ahora estamos atrapados en... esto!Madison levantó las manos en señal de rendición, aunque su expresión seguía siendo divertida.—Oh, claro, porque yo controlé el rayo y la tormenta, ¿verdad? —respondió, sarcástica—. Si me disculpas, es
El sol apenas despuntaba, pero para Ethan y Madison, el día comenzó mucho antes de que sonara cualquier alarma.Ethan (en el cuerpo de Madison)Ethan despertó sobresaltado por un estruendoso ruido metálico. Al abrir los ojos, vio que algo brillante y circular estaba rodando por el suelo. Tardó unos segundos en darse cuenta de que era... una sartén.—¿Qué demonios? —murmuró, con la voz todavía ronca de Madison.Giró la cabeza y se encontró con un caos: el pequeño apartamento de Madison parecía haber sido asaltado durante la noche. Había papeles por todas partes, una planta caída y un gato gordo que lo miraba desde el sofá, lamiéndose tranquilamente una pata.—¿Un gato? —dijo Ethan, poniéndose de pie torpemente. El animal le lanzó una mirada de absoluto desprecio antes de saltar al suelo y desaparecer bajo la mesa.Con una mano en la cadera, Ethan miró alrededor y suspiró profundamente.—Perfecto. Ahora tengo que vivir en este desastre.Se dirigió al baño para prepararse, pero su batall
El eco de sus propios pasos resonaba por los pasillos vacíos mientras Madison, en el cuerpo de Ethan, regresaba a su oficina. A pesar del éxito en la reunión, su mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos. Había logrado mantener el control en un entorno que no entendía del todo, pero la incertidumbre sobre Maximiliano la inquietaba.Esa mañana, había recibido un mensaje suyo. Maximiliano le había prometido una sorpresa, algo especial, como solía hacer para recordarle lo mucho que la amaba. Por primera vez en días, Madison sintió un rastro de alivio.—Maximiliano siempre sabe cómo hacerme sentir mejor. —pensó, mientras una leve sonrisa cruzaba su rostro.Pero entonces, un ruido inesperado la sacó de sus pensamientos. A medida que avanzaba por el pasillo que llevaba a una de las salas de reuniones, algo llamó su atención. Era un sonido suave, apenas perceptible, pero inconfundible. Risas. Bajitas, contenidas, y definitivamente fuera de lugar en el entorno formal.Se detuvo en s
Ethan salió de la oficina apresurado, todavía en el cuerpo de Madison, con una mezcla de confusión y determinación. La imagen de su cuerpo, destrozado emocionalmente y lleno de autodesprecio, no lo dejaba en paz. No podía olvidar las palabras que había escuchado de los labios de Madison mientras lo miraba con lágrimas en los ojos.—¿Cómo iba a amarme alguien como Maximiliano si ni yo misma puedo mirarme en el espejo? Soy fea... siempre lo he sido.Ethan apretó los puños, sintiendo una inesperada punzada de rabia, no hacia ella, sino hacia la forma en que se veía a sí misma. Caminó por los pasillos de la empresa con pasos firmes, reflexionando."¿Por qué piensa eso? Claro, su aspecto no es el de una modelo, pero..."Ethan se detuvo frente al espejo de un pasillo vacío y se miró fijamente. El reflejo le devolvió la imagen de Madison: su cabello era un desastre, parecía haber peleado con un cepillo y perdido. Las gafas enormes y desactualizadas dominaban su rostro, y los frenos añadían u
El resto del día fue igual de impactante. Cada vez que Ethan entraba en una sala o caminaba por un pasillo, las personas se detenían para mirarla. Nadie podía creer que aquella mujer segura, elegante y radiante era la misma Madison que conocían.Incluso los compañeros más indiferentes parecían buscar excusas para acercarse.—Madison, ¿hiciste algo diferente? —preguntó una colega, intentando disimular su curiosidad.Ethan sonrió, inclinándose ligeramente hacia ella.—Digamos que estoy aprendiendo a priorizarme un poco más.La mujer asintió, claramente impresionada.Pero Ethan sabía que el cambio no solo estaba en la apariencia. Había logrado transmitir algo que Madison siempre había tenido, pero que ella misma no reconocía: fortaleza."Esto no es solo por cómo te ves, Madison," pensó mientras regresaba a su oficina. "Es por lo que vales. Ahora todos lo verán, y pronto, tú también lo harás."Maximiliano esperó a que las reuniones terminara para hablar a solas con Ethan, o mejor dicho, c
El día parecía interminable para Ethan y Madison. Aunque ambos estaban de vuelta en sus propios cuerpos, el dolor de la transformación seguía latente, como si sus cuerpos se negaran a olvidar lo que había sucedido. Sus movimientos eran torpes, sus músculos tensos, como si aún estuvieran adaptándose al regreso a la normalidad.La puerta de la oficina se abrió, y Maximiliano, con su característica arrogancia, entró sin previo aviso. Se acercó a Ethan con pasos firmes y, sin mediar palabra, le pasó la carta de renuncia, con una sonrisa fría.—Aquí tienes lo que pediste —dijo Maximiliano, su tono distante pero cargado de una amenaza implícita—. Espero que tomes la decisión correcta.Ethan, aún con la sensación del dolor físico por el cambio, miró la carta sin prisa. Sabía lo que significaba, pero no estaba listo para entregarse tan fácilmente. Sin embargo, no tenía tiempo de pensar demasiado, porque, antes de que pudiera responder, Maximiliano se giró hacia Madison, con una sonrisa en su
La sede principal de Sterling Enterprises era un edificio majestuoso en el corazón de Nueva York, un lugar donde todo funcionaba como un reloj suizo: preciso, elegante y sin margen de error. Al menos, eso pensaba Ethan Sterling, el CEO más respetado y temido de Wall Street.Ethan estaba sentado en su enorme despacho de vidrio y acero, ajustándose los gemelos con movimientos meticulosos. Su reloj marcaba las 8:00 AM. Alzó la vista hacia la puerta, esperando ver a su asistente entrar con los informes de la junta programada para las 8:15. Pero la puerta permanecía cerrada.—Típico —murmuró, apretando los labios en una fina línea.Mientras tanto, Madison Lane, su asistente, estaba al otro lado de la ciudad, corriendo por las calles mientras intentaba equilibrar un café derramándose, una bolsa de desayuno y su cartera que había decidido abrirse de repente.—¡Dios mío! ¿Por qué siempre me pasa esto a mí? —gritó mientras esquivaba a un hombre en bicicleta.Llegó a la entrada del edificio jad