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Capítulo 2 - El Artefacto del cambio

Antes de que Ethan pudiera articular palabra, el dispositivo en el suelo emitió un destello final, bañando la penumbra de la oficina con una luz rojiza inquietante. Un número comenzó a proyectarse en la superficie, pulsando con cada segundo: 30 días. Una cuenta regresiva apareció con precisión implacable, cada parpadeo resonando como un golpe seco en el tenso silencio del lugar.

Entonces, una voz metálica, fría y desprovista de emoción, surgió desde el aparato:

—Treinta días. Este es el tiempo asignado para el cambio. De no cumplirse, el proceso será irreversible.

Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras el eco de las palabras parecía extenderse más allá de la habitación, invadiendo cada rincón de su mente. La amenaza implícita colgaba pesada en el aire, transformando el simple tic-tac de la cuenta regresiva en un recordatorio implacable del tiempo que se desvanecía.

—¿Qué... qué significa eso? —preguntó Madison, su voz ahora grave por el cuerpo de Ethan, mientras retrocedía un paso. Miraba el contador como si fuera una bomba a punto de estallar.

Ethan, en el cuerpo de Madison, apretó los labios y se inclinó para examinar el extraño dispositivo, manteniendo una distancia prudente.

—Esto no tiene sentido. —Su tono era frío, pero no podía ocultar el temblor en su voz. Se enderezó y miró a Madison con ojos acusadores. —Seguro que esto es tu culpa. Todo lo que tocas termina siendo un desastre.

—¿¡Mi culpa!? —Madison alzó las cejas, incrédula. Su tono burlón habitual había dado paso a una furia visceral. Señaló con el dedo hacia el pecho de Ethan—. ¿Acaso estoy controlando la tormenta? ¡O tu laptop m*****a que seguramente compraste en algún laboratorio de ciencia loca! ¡Siempre tienes que echarme la culpa de todo!

—Por favor, Madison, ni siquiera sabes encender una laptop sin bloquearla —replicó Ethan, cruzándose de brazos, aunque el movimiento se veía torpe en el cuerpo de Madison. Sus labios pintados se curvaron en una mueca de frustración—. ¿Qué hiciste antes de entrar aquí? ¿Apagaste mal el café o trajiste un espíritu del caos contigo?

—¿Espíritu del caos? ¡Eres un imbécil! —gritó Madison, pisando fuerte hacia él. Ahora era más alta y podía inclinarse sobre Ethan, lo que la llenaba de una extraña satisfacción—. Si tu oficina no pareciera una cápsula de aislamiento, quizá esto no estaría pasando. ¿Has pensado en que tal vez tú seas el problema? ¿O eso no entra en tu manual de "Soy perfecto"?

Ethan dio un paso atrás, con los ojos entrecerrados. Se negaba a ceder, incluso cuando la ansiedad por el contador que avanzaba seguía creciendo.

—¿Sabes qué? No tengo tiempo para tus idioteces. Si quieres culpar a alguien, empieza por el reflejo en esa ventana. Porque ahora ese desastre soy yo. —Su voz era un filo de hielo, y aunque Madison intentó mantenerse firme, esas palabras la golpearon en un rincón de su orgullo.

Madison respiró hondo, cerrando los ojos un momento antes de explotar.

—¡Ya basta! —gritó, y el eco de su nueva voz resonó por toda la oficina—. No sé cómo ni por qué pasó esto, pero si crees que voy a pasar las próximas setenta y tantas horas aguantando tu constante perfección y tus insultos, estás muy equivocado, Ethan!

Ambos se quedaron en silencio, el sonido de la tormenta intensificando la tensión entre ellos. Ethan pasó una mano por su rostro, el de Madison, en un gesto que parecía desesperado.

—Madison, escúchame bien. —Su tono era bajo, casi un susurro cargado de veneno—. No me gusta esto más que a ti, pero si ese contador significa algo... no podemos perder tiempo peleando. Por una vez, deja tus juegos y concéntrate.

Madison lo miró fijamente, apretando los puños. Quería gritarle, insultarlo, pero sabía que tenía razón.

—Muy bien, Su Excelencia —dijo al fin, con sarcasmo pero algo más controlada—. ¿Cuál es tu brillante plan? ¿Sentarnos aquí a esperar mientras rezas a tus dioses de la lógica?

Ethan ignoró el sarcasmo y miró de nuevo el contador.

—Primero, necesitamos saber qué es este dispositivo y por qué apareció justo ahora. Si tiene algo que ver con la tormenta... o contigo.

Madison soltó una risa seca.

—¿Contigo, querrás decir? Porque desde que llegué, tú y tu oficina se han convertido en una escena sacada de una película de terror.

Ethan la fulminó con la mirada, pero algo en la determinación en los ojos de su propio reflejo lo hizo callar. Por primera vez, se dio cuenta de que ninguno de los dos saldría de esto si seguían en guerra.

—De acuerdo —cedió, con evidente esfuerzo—. Vamos a averiguar qué significa este reloj. Pero escucha bien: sigues mis reglas.

Madison puso los ojos en blanco, pero extendió una mano como si sellara un acuerdo.

—Por esta vez, Ethan. Solo por esta vez.

Ambos se estrecharon la mano con desconfianza, el roce de piel ajena un recordatorio incómodo de la situación surrealista en la que estaban atrapados. Afuera, el trueno rugió con fuerza, como si la tormenta se burlara de su débil tregua.

—Esto es un mal sueño —murmuró Ethan con la voz de Madison, tocándose las mejillas y luego su cabello desordenado—. Esto no puede ser real. ¡No puede ser real!

De repente, su mirada bajó. Se quedó petrificado, como si hubiera visto un fantasma.

—¡¿Qué demonios...?! —gritó, llevándose las manos al pecho y luego apartándolas como si hubiera tocado algo prohibido—. ¡¿Tengo... tetas?! ¡Esto es una pesadilla, una m*****a pesadilla!

Madison, que estaba al borde de un ataque de risa, se cruzó de brazos, aunque el gesto se veía extraño con el cuerpo musculoso y rígido de Ethan.

—Oh, tranquilo, drama queen —dijo, rodando los ojos—. Son solo pechos. Ya sabes, esas cosas que la mitad de la población mundial tiene.

Ethan la fulminó con la mirada, el color subiéndole a las mejillas.

—¡Tú no entiendes! Esto... esto... ¡se mueven! —exclamó, sacudiendo ligeramente los hombros y observando horrorizado cómo su nuevo cuerpo respondía.

Madison no pudo contenerse más y estalló en carcajadas. Se tambaleó hacia el escritorio, apoyándose en él para no caer.

—¡Dios mío, esto es lo mejor que me ha pasado en la vida! —jadeó entre risas, secándose una lágrima imaginaria.

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