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Capítulo 5: Verdades Destrozadas

El eco de sus propios pasos resonaba por los pasillos vacíos mientras Madison, en el cuerpo de Ethan, regresaba a su oficina. A pesar del éxito en la reunión, su mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos. Había logrado mantener el control en un entorno que no entendía del todo, pero la incertidumbre sobre Maximiliano la inquietaba.

Esa mañana, había recibido un mensaje suyo. Maximiliano le había prometido una sorpresa, algo especial, como solía hacer para recordarle lo mucho que la amaba. Por primera vez en días, Madison sintió un rastro de alivio.

—Maximiliano siempre sabe cómo hacerme sentir mejor. —pensó, mientras una leve sonrisa cruzaba su rostro.

Pero entonces, un ruido inesperado la sacó de sus pensamientos. A medida que avanzaba por el pasillo que llevaba a una de las salas de reuniones, algo llamó su atención. Era un sonido suave, apenas perceptible, pero inconfundible. Risas. Bajitas, contenidas, y definitivamente fuera de lugar en el entorno formal.

Se detuvo en seco, su corazón dando un vuelco. Algo en su interior le advirtió que no debía acercarse, pero la curiosidad y una sensación de inquietud la empujaron a seguir adelante.

Cuando llegó a la puerta entreabierta, las cortinas no bloqueaban del todo la vista. Desde una rendija, Madison pudo distinguir movimientos dentro de la sala. Su corazón se aceleró, un presentimiento oscuro creciendo en su pecho.

Entonces lo vio.

Maximiliano. Su Maximiliano. Pero no estaba solo.

Sus manos estaban enredadas en el cuerpo de otra mujer, sus labios fundidos en un beso apasionado mientras la empujaba contra la mesa de conferencias. La chaqueta de él estaba tirada en el suelo, y la mujer, con la blusa desabotonada, reía entre jadeos.

El mundo de Madison pareció detenerse.

—No… —susurró, con la garganta seca, mientras su corazón latía con una fuerza dolorosa.

La ira y la incredulidad se mezclaron en su interior, creando una tormenta que la dejó paralizada. Trató de moverse, de retroceder, pero sus piernas no respondían. Todo lo que había creído, cada promesa de amor eterno, se desmoronaba frente a sus ojos.

En su desesperación, tropezó con una silla cercana, provocando que esta cayera al suelo con un estruendo ensordecedor.

Dentro de la sala, Maximiliano y la mujer se separaron bruscamente, sobresaltados.

—¿Qué fue eso? —preguntó la mujer, nerviosa, mientras se ajustaba la blusa apresuradamente.

Maximiliano maldijo entre dientes, su rostro pasando de la confusión al temor.

—Espera aquí. —ordenó, con irritación, abrochándose la camisa mientras caminaba hacia la puerta.

Madison intentó darse la vuelta, pero fue demasiado tarde. Maximiliano ya había salido al pasillo, y lo que vio lo dejó helado.

—¿Señor Ethan? —preguntó, incrédulo, su voz temblando.

Madison, atrapada en el cuerpo de su jefe, no podía encontrar palabras. Solo podía observar cómo la sangre abandonaba el rostro de Maximiliano, quien entendió al instante la gravedad de la situación.

—Esto no es lo que parece, señor —balbuceó Maximiliano, incapaz de sostenerle la mirada.

La rabia que Madison sentía se intensificó, pero también la necesidad de mantener su fachada como Ethan. Aprovechó el desconcierto para enderezarse, cruzando los brazos en un gesto que esperaba transmitiera autoridad.

—¿No es lo que parece? —dijo finalmente, su voz grave y cargada de veneno—. Entonces explícame, Maximiliano, ¿qué hace mi empleado más prometedor utilizando una sala de reuniones para... esto?

Maximiliano intentó hablar, pero las palabras no salían. Cada intento de justificar su traición lo hundía más.

Madison, con el dolor ardiendo en su pecho, no podía detenerse. Este era el hombre que le había prometido amor eterno, el que decía cuidarla por encima de todo, y ahora estaba a su merced sin siquiera saberlo.

—Espero que tengas una explicación convincente. Si no... —Madison hizo una pausa, su mirada helada clavándose en él—, puede considerar esto como su último día aquí.

Maximiliano se tensó, su rostro pasando del pánico al horror.

—Por favor, señor Ethan, déjeme explicarle...

—No quiero escuchar excusas —lo interrumpió Madison, alzando una mano. Dio un paso hacia él, asegurándose de que su proximidad hiciera sentir la gravedad de sus palabras—. Mañana a primera hora estaré esperando tu renuncia en mi escritorio.

Sin darle tiempo a responder, Madison se giró y comenzó a caminar por el pasillo. Cada paso que daba resonaba con fuerza, como el eco de su propio corazón destrozado. Maximiliano permaneció inmóvil, incapaz de reaccionar, mientras la mujer dentro de la sala murmuraba nerviosa.

Cuando Madison finalmente llegó a la oficina de Ethan, cerró la puerta de golpe y se dejó caer contra ella. Las lágrimas que había contenido comenzaron a caer, cada una alimentada por el dolor, la traición y la humillación. Aunque había logrado mantener su fachada frente a Maximiliano, por dentro todo se desmoronaba.

Madison se encontraba derrumbada en el sillón de la oficina de Ethan, con el rostro hundido en las manos. Las lágrimas seguían brotando sin control, como un torrente que no podía contener. Su pecho subía y bajaba con cada sollozo, el dolor y la humillación reflejándose en cada movimiento.

La puerta se abrió con cuidado, y Ethan, ahora en el cuerpo de Madison, entró. Al principio, se detuvo en seco al verla en ese estado. Aunque estaba atrapado en un cuerpo ajeno, podía reconocer su propio dolor en los ojos enrojecidos de quien alguna vez había sido él.

—¿Qué pasó? —preguntó con cautela, cerrando la puerta tras de sí y dando un paso al frente.

Madison alzó la mirada. Su rostro estaba descompuesto, pero al ver a Ethan, su expresión se endureció de inmediato.

—¿Qué pasó? —repitió con amargura, dejando escapar una risa seca que sonó más como un lamento—. ¡Como si no lo supieras!

Ethan frunció el ceño, claramente confundido. Dio otro paso hacia ella, pero Madison levantó una mano, exigiendo distancia.

—No te acerques. No quiero tus burlas ahora, Ethan.

—No me estoy burlando —respondió él con firmeza, aunque en su interior la preocupación comenzaba a mezclarse con incomodidad—. Madison, dime qué pasó.

Madison lo miró fijamente, sus ojos brillando con furia y dolor. Se puso de pie de golpe, sus movimientos torpes en el cuerpo grande y desconocido de Ethan.

—¡Pasó que soy una boba! —gritó, su voz temblando—. Una estúpida que creyó, por un momento, que alguien como Maximiliano podría amarme de verdad.

Ethan retrocedió ligeramente, sorprendido por la intensidad de sus palabras.

—Madison, cálmate. Explícame...

—¿Que me calme? —interrumpió ella, señalándolo con un dedo tembloroso—. No, Ethan, no me voy a calmar. Porque mientras yo daba todo por él, mientras creía en sus palabras, en sus promesas, él estaba aquí, con otra mujer. Besándola. Tocándola.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Ethan no sabía qué decir.

—Y lo peor de todo —continuó Madison, con la voz quebrándose—, es que fui lo suficientemente ingenua como para pensar que él veía algo en mí. Algo más allá de este cuerpo...

Se miró a sí misma, o más bien al cuerpo de Ethan, y negó con la cabeza, una risa amarga escapando de sus labios.

—Pero claro, ¿cómo iba a hacerlo? Mírame, Ethan. Soy fea. Siempre lo he sido. Y aunque ahora esté en tu cuerpo, nada cambia. Sigue siendo lo mismo: una ilusión.

Ethan sintió un nudo formarse en su pecho. No había visto a Madison así antes, tan rota, tan vulnerable.

—Madison... no digas eso.

—¿Por qué no? —espetó ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Es la verdad. Maximiliano nunca me amó. Solo fue un juego para él. Y yo... yo fui una idiota al creer que alguien como él podría mirar más allá de lo evidente.

Ethan se acercó esta vez sin pedir permiso, colocando una mano en su hombro, firme pero sin intención de dominarla.

—Escúchame. No tienes derecho a hablar así de ti misma.

Madison intentó apartarse, pero Ethan no la dejó.

—No estoy siendo amable ni intentando consolarte, Madison. Estoy diciendo la verdad. Maximiliano no te merecía, y su traición no define tu valor.

Ella lo miró, sus ojos llenos de incredulidad y rabia.

—¿Y qué sabrás tú de eso? —respondió con un susurro cargado de amargura—. Tú siempre has tenido el control. La confianza. A ti nadie te cuestiona, nadie te ignora.

Ethan tragó saliva, su propia voz quedándose atrapada por un instante.

—Tienes razón, no sé cómo es estar en tu lugar. Pero sí sé lo que veo frente a mí ahora mismo: una mujer increíblemente fuerte que ha pasado por más de lo que muchos podrían soportar.

Madison apartó la mirada, pero Ethan no la soltó.

—No eres fea, Madison. Ni por dentro ni por fuera. Y si Maximiliano no pudo verlo, es su pérdida, no la tuya.

Las lágrimas comenzaron a caer de nuevo por las mejillas de Madison, pero esta vez su expresión se suavizó, la furia dando paso a una tristeza cruda. Se dejó caer en el sillón, esta vez sin resistirse al consuelo que Ethan intentaba ofrecer.

—No quiero sentir esto, Ethan —murmuró—. No quiero sentirme tan rota.

Ethan se arrodilló frente a ella, mirándola directamente a los ojos.

—No estás rota, Madison. Solo estás herida. Y las heridas sanan, aunque duelan al principio. Yo estaré aquí para recordártelo, aunque me odies por hacerlo.

Por primera vez, Madison asintió, aunque fuera débilmente. A pesar del dolor que llevaba dentro, algo en las palabras de Ethan logró calar en su interior. Y aunque sabía que no sería fácil, también supo que no estaría sola.

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