El eco de sus propios pasos resonaba por los pasillos vacíos mientras Madison, en el cuerpo de Ethan, regresaba a su oficina. A pesar del éxito en la reunión, su mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos. Había logrado mantener el control en un entorno que no entendía del todo, pero la incertidumbre sobre Maximiliano la inquietaba.
Esa mañana, había recibido un mensaje suyo. Maximiliano le había prometido una sorpresa, algo especial, como solía hacer para recordarle lo mucho que la amaba. Por primera vez en días, Madison sintió un rastro de alivio.
—Maximiliano siempre sabe cómo hacerme sentir mejor. —pensó, mientras una leve sonrisa cruzaba su rostro.
Pero entonces, un ruido inesperado la sacó de sus pensamientos. A medida que avanzaba por el pasillo que llevaba a una de las salas de reuniones, algo llamó su atención. Era un sonido suave, apenas perceptible, pero inconfundible. Risas. Bajitas, contenidas, y definitivamente fuera de lugar en el entorno formal.
Se detuvo en seco, su corazón dando un vuelco. Algo en su interior le advirtió que no debía acercarse, pero la curiosidad y una sensación de inquietud la empujaron a seguir adelante.
Cuando llegó a la puerta entreabierta, las cortinas no bloqueaban del todo la vista. Desde una rendija, Madison pudo distinguir movimientos dentro de la sala. Su corazón se aceleró, un presentimiento oscuro creciendo en su pecho.
Entonces lo vio.
Maximiliano. Su Maximiliano. Pero no estaba solo.
Sus manos estaban enredadas en el cuerpo de otra mujer, sus labios fundidos en un beso apasionado mientras la empujaba contra la mesa de conferencias. La chaqueta de él estaba tirada en el suelo, y la mujer, con la blusa desabotonada, reía entre jadeos.
El mundo de Madison pareció detenerse.
—No… —susurró, con la garganta seca, mientras su corazón latía con una fuerza dolorosa.
La ira y la incredulidad se mezclaron en su interior, creando una tormenta que la dejó paralizada. Trató de moverse, de retroceder, pero sus piernas no respondían. Todo lo que había creído, cada promesa de amor eterno, se desmoronaba frente a sus ojos.
En su desesperación, tropezó con una silla cercana, provocando que esta cayera al suelo con un estruendo ensordecedor.
Dentro de la sala, Maximiliano y la mujer se separaron bruscamente, sobresaltados.
—¿Qué fue eso? —preguntó la mujer, nerviosa, mientras se ajustaba la blusa apresuradamente.
Maximiliano maldijo entre dientes, su rostro pasando de la confusión al temor.
—Espera aquí. —ordenó, con irritación, abrochándose la camisa mientras caminaba hacia la puerta.
Madison intentó darse la vuelta, pero fue demasiado tarde. Maximiliano ya había salido al pasillo, y lo que vio lo dejó helado.
—¿Señor Ethan? —preguntó, incrédulo, su voz temblando.
Madison, atrapada en el cuerpo de su jefe, no podía encontrar palabras. Solo podía observar cómo la sangre abandonaba el rostro de Maximiliano, quien entendió al instante la gravedad de la situación.
—Esto no es lo que parece, señor —balbuceó Maximiliano, incapaz de sostenerle la mirada.
La rabia que Madison sentía se intensificó, pero también la necesidad de mantener su fachada como Ethan. Aprovechó el desconcierto para enderezarse, cruzando los brazos en un gesto que esperaba transmitiera autoridad.
—¿No es lo que parece? —dijo finalmente, su voz grave y cargada de veneno—. Entonces explícame, Maximiliano, ¿qué hace mi empleado más prometedor utilizando una sala de reuniones para... esto?
Maximiliano intentó hablar, pero las palabras no salían. Cada intento de justificar su traición lo hundía más.
Madison, con el dolor ardiendo en su pecho, no podía detenerse. Este era el hombre que le había prometido amor eterno, el que decía cuidarla por encima de todo, y ahora estaba a su merced sin siquiera saberlo.
—Espero que tengas una explicación convincente. Si no... —Madison hizo una pausa, su mirada helada clavándose en él—, puede considerar esto como su último día aquí.
Maximiliano se tensó, su rostro pasando del pánico al horror.
—Por favor, señor Ethan, déjeme explicarle...
—No quiero escuchar excusas —lo interrumpió Madison, alzando una mano. Dio un paso hacia él, asegurándose de que su proximidad hiciera sentir la gravedad de sus palabras—. Mañana a primera hora estaré esperando tu renuncia en mi escritorio.
Sin darle tiempo a responder, Madison se giró y comenzó a caminar por el pasillo. Cada paso que daba resonaba con fuerza, como el eco de su propio corazón destrozado. Maximiliano permaneció inmóvil, incapaz de reaccionar, mientras la mujer dentro de la sala murmuraba nerviosa.
Cuando Madison finalmente llegó a la oficina de Ethan, cerró la puerta de golpe y se dejó caer contra ella. Las lágrimas que había contenido comenzaron a caer, cada una alimentada por el dolor, la traición y la humillación. Aunque había logrado mantener su fachada frente a Maximiliano, por dentro todo se desmoronaba.
Madison se encontraba derrumbada en el sillón de la oficina de Ethan, con el rostro hundido en las manos. Las lágrimas seguían brotando sin control, como un torrente que no podía contener. Su pecho subía y bajaba con cada sollozo, el dolor y la humillación reflejándose en cada movimiento.
La puerta se abrió con cuidado, y Ethan, ahora en el cuerpo de Madison, entró. Al principio, se detuvo en seco al verla en ese estado. Aunque estaba atrapado en un cuerpo ajeno, podía reconocer su propio dolor en los ojos enrojecidos de quien alguna vez había sido él.
—¿Qué pasó? —preguntó con cautela, cerrando la puerta tras de sí y dando un paso al frente.
Madison alzó la mirada. Su rostro estaba descompuesto, pero al ver a Ethan, su expresión se endureció de inmediato.
—¿Qué pasó? —repitió con amargura, dejando escapar una risa seca que sonó más como un lamento—. ¡Como si no lo supieras!
Ethan frunció el ceño, claramente confundido. Dio otro paso hacia ella, pero Madison levantó una mano, exigiendo distancia.
—No te acerques. No quiero tus burlas ahora, Ethan.
—No me estoy burlando —respondió él con firmeza, aunque en su interior la preocupación comenzaba a mezclarse con incomodidad—. Madison, dime qué pasó.
Madison lo miró fijamente, sus ojos brillando con furia y dolor. Se puso de pie de golpe, sus movimientos torpes en el cuerpo grande y desconocido de Ethan.
—¡Pasó que soy una boba! —gritó, su voz temblando—. Una estúpida que creyó, por un momento, que alguien como Maximiliano podría amarme de verdad.
Ethan retrocedió ligeramente, sorprendido por la intensidad de sus palabras.
—Madison, cálmate. Explícame...
—¿Que me calme? —interrumpió ella, señalándolo con un dedo tembloroso—. No, Ethan, no me voy a calmar. Porque mientras yo daba todo por él, mientras creía en sus palabras, en sus promesas, él estaba aquí, con otra mujer. Besándola. Tocándola.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Ethan no sabía qué decir.
—Y lo peor de todo —continuó Madison, con la voz quebrándose—, es que fui lo suficientemente ingenua como para pensar que él veía algo en mí. Algo más allá de este cuerpo...
Se miró a sí misma, o más bien al cuerpo de Ethan, y negó con la cabeza, una risa amarga escapando de sus labios.
—Pero claro, ¿cómo iba a hacerlo? Mírame, Ethan. Soy fea. Siempre lo he sido. Y aunque ahora esté en tu cuerpo, nada cambia. Sigue siendo lo mismo: una ilusión.
Ethan sintió un nudo formarse en su pecho. No había visto a Madison así antes, tan rota, tan vulnerable.
—Madison... no digas eso.
—¿Por qué no? —espetó ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Es la verdad. Maximiliano nunca me amó. Solo fue un juego para él. Y yo... yo fui una idiota al creer que alguien como él podría mirar más allá de lo evidente.
Ethan se acercó esta vez sin pedir permiso, colocando una mano en su hombro, firme pero sin intención de dominarla.
—Escúchame. No tienes derecho a hablar así de ti misma.
Madison intentó apartarse, pero Ethan no la dejó.
—No estoy siendo amable ni intentando consolarte, Madison. Estoy diciendo la verdad. Maximiliano no te merecía, y su traición no define tu valor.
Ella lo miró, sus ojos llenos de incredulidad y rabia.
—¿Y qué sabrás tú de eso? —respondió con un susurro cargado de amargura—. Tú siempre has tenido el control. La confianza. A ti nadie te cuestiona, nadie te ignora.
Ethan tragó saliva, su propia voz quedándose atrapada por un instante.
—Tienes razón, no sé cómo es estar en tu lugar. Pero sí sé lo que veo frente a mí ahora mismo: una mujer increíblemente fuerte que ha pasado por más de lo que muchos podrían soportar.
Madison apartó la mirada, pero Ethan no la soltó.
—No eres fea, Madison. Ni por dentro ni por fuera. Y si Maximiliano no pudo verlo, es su pérdida, no la tuya.
Las lágrimas comenzaron a caer de nuevo por las mejillas de Madison, pero esta vez su expresión se suavizó, la furia dando paso a una tristeza cruda. Se dejó caer en el sillón, esta vez sin resistirse al consuelo que Ethan intentaba ofrecer.
—No quiero sentir esto, Ethan —murmuró—. No quiero sentirme tan rota.
Ethan se arrodilló frente a ella, mirándola directamente a los ojos.
—No estás rota, Madison. Solo estás herida. Y las heridas sanan, aunque duelan al principio. Yo estaré aquí para recordártelo, aunque me odies por hacerlo.
Por primera vez, Madison asintió, aunque fuera débilmente. A pesar del dolor que llevaba dentro, algo en las palabras de Ethan logró calar en su interior. Y aunque sabía que no sería fácil, también supo que no estaría sola.
Ethan salió de la oficina apresurado, todavía en el cuerpo de Madison, con una mezcla de confusión y determinación. La imagen de su cuerpo, destrozado emocionalmente y lleno de autodesprecio, no lo dejaba en paz. No podía olvidar las palabras que había escuchado de los labios de Madison mientras lo miraba con lágrimas en los ojos.—¿Cómo iba a amarme alguien como Maximiliano si ni yo misma puedo mirarme en el espejo? Soy fea... siempre lo he sido.Ethan apretó los puños, sintiendo una inesperada punzada de rabia, no hacia ella, sino hacia la forma en que se veía a sí misma. Caminó por los pasillos de la empresa con pasos firmes, reflexionando."¿Por qué piensa eso? Claro, su aspecto no es el de una modelo, pero..."Ethan se detuvo frente al espejo de un pasillo vacío y se miró fijamente. El reflejo le devolvió la imagen de Madison: su cabello era un desastre, parecía haber peleado con un cepillo y perdido. Las gafas enormes y desactualizadas dominaban su rostro, y los frenos añadían u
El resto del día fue igual de impactante. Cada vez que Ethan entraba en una sala o caminaba por un pasillo, las personas se detenían para mirarla. Nadie podía creer que aquella mujer segura, elegante y radiante era la misma Madison que conocían.Incluso los compañeros más indiferentes parecían buscar excusas para acercarse.—Madison, ¿hiciste algo diferente? —preguntó una colega, intentando disimular su curiosidad.Ethan sonrió, inclinándose ligeramente hacia ella.—Digamos que estoy aprendiendo a priorizarme un poco más.La mujer asintió, claramente impresionada.Pero Ethan sabía que el cambio no solo estaba en la apariencia. Había logrado transmitir algo que Madison siempre había tenido, pero que ella misma no reconocía: fortaleza."Esto no es solo por cómo te ves, Madison," pensó mientras regresaba a su oficina. "Es por lo que vales. Ahora todos lo verán, y pronto, tú también lo harás."Maximiliano esperó a que las reuniones terminara para hablar a solas con Ethan, o mejor dicho, c
El día parecía interminable para Ethan y Madison. Aunque ambos estaban de vuelta en sus propios cuerpos, el dolor de la transformación seguía latente, como si sus cuerpos se negaran a olvidar lo que había sucedido. Sus movimientos eran torpes, sus músculos tensos, como si aún estuvieran adaptándose al regreso a la normalidad.La puerta de la oficina se abrió, y Maximiliano, con su característica arrogancia, entró sin previo aviso. Se acercó a Ethan con pasos firmes y, sin mediar palabra, le pasó la carta de renuncia, con una sonrisa fría.—Aquí tienes lo que pediste —dijo Maximiliano, su tono distante pero cargado de una amenaza implícita—. Espero que tomes la decisión correcta.Ethan, aún con la sensación del dolor físico por el cambio, miró la carta sin prisa. Sabía lo que significaba, pero no estaba listo para entregarse tan fácilmente. Sin embargo, no tenía tiempo de pensar demasiado, porque, antes de que pudiera responder, Maximiliano se giró hacia Madison, con una sonrisa en su
La sede principal de Sterling Enterprises era un edificio majestuoso en el corazón de Nueva York, un lugar donde todo funcionaba como un reloj suizo: preciso, elegante y sin margen de error. Al menos, eso pensaba Ethan Sterling, el CEO más respetado y temido de Wall Street.Ethan estaba sentado en su enorme despacho de vidrio y acero, ajustándose los gemelos con movimientos meticulosos. Su reloj marcaba las 8:00 AM. Alzó la vista hacia la puerta, esperando ver a su asistente entrar con los informes de la junta programada para las 8:15. Pero la puerta permanecía cerrada.—Típico —murmuró, apretando los labios en una fina línea.Mientras tanto, Madison Lane, su asistente, estaba al otro lado de la ciudad, corriendo por las calles mientras intentaba equilibrar un café derramándose, una bolsa de desayuno y su cartera que había decidido abrirse de repente.—¡Dios mío! ¿Por qué siempre me pasa esto a mí? —gritó mientras esquivaba a un hombre en bicicleta.Llegó a la entrada del edificio jad
Antes de que Ethan pudiera articular palabra, el dispositivo en el suelo emitió un destello final, bañando la penumbra de la oficina con una luz rojiza inquietante. Un número comenzó a proyectarse en la superficie, pulsando con cada segundo: 30 días. Una cuenta regresiva apareció con precisión implacable, cada parpadeo resonando como un golpe seco en el tenso silencio del lugar.Entonces, una voz metálica, fría y desprovista de emoción, surgió desde el aparato:—Treinta días. Este es el tiempo asignado para el cambio. De no cumplirse, el proceso será irreversible.Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras el eco de las palabras parecía extenderse más allá de la habitación, invadiendo cada rincón de su mente. La amenaza implícita colgaba pesada en el aire, transformando el simple tic-tac de la cuenta regresiva en un recordatorio implacable del tiempo que se desvanecía.—¿Qué... qué significa eso? —preguntó Madison, su voz ahora grave por el cuerpo de Ethan, mientras ret
Ethan se puso rígido, sus ojos llenos de furia.—¡Esto no es gracioso, Madison! ¿Cómo voy a... cómo se supone que voy a hacer... cualquier cosa con esto? ¡Ni siquiera sé caminar con este cuerpo!—Bueno, cariño, bienvenido al club. Porque yo tampoco sé qué hacer con este montón de músculos tensos y esa cara de permanente irritación —replicó Madison, señalándose con una mueca burlona—. Aunque, sinceramente, el ceño fruncido es todo un accesorio.Ethan respiró hondo, intentando calmarse, pero cada vez que miraba hacia abajo o sentía un movimiento extraño en su nuevo cuerpo, el pánico volvía a apoderarse de él. Finalmente, estalló.—¡Esto es tu culpa! ¡Siempre estás metiéndome en problemas con tus comentarios sarcásticos y tus malditas bromas! ¡Y ahora... ahora estamos atrapados en... esto!Madison levantó las manos en señal de rendición, aunque su expresión seguía siendo divertida.—Oh, claro, porque yo controlé el rayo y la tormenta, ¿verdad? —respondió, sarcástica—. Si me disculpas, es
El sol apenas despuntaba, pero para Ethan y Madison, el día comenzó mucho antes de que sonara cualquier alarma.Ethan (en el cuerpo de Madison)Ethan despertó sobresaltado por un estruendoso ruido metálico. Al abrir los ojos, vio que algo brillante y circular estaba rodando por el suelo. Tardó unos segundos en darse cuenta de que era... una sartén.—¿Qué demonios? —murmuró, con la voz todavía ronca de Madison.Giró la cabeza y se encontró con un caos: el pequeño apartamento de Madison parecía haber sido asaltado durante la noche. Había papeles por todas partes, una planta caída y un gato gordo que lo miraba desde el sofá, lamiéndose tranquilamente una pata.—¿Un gato? —dijo Ethan, poniéndose de pie torpemente. El animal le lanzó una mirada de absoluto desprecio antes de saltar al suelo y desaparecer bajo la mesa.Con una mano en la cadera, Ethan miró alrededor y suspiró profundamente.—Perfecto. Ahora tengo que vivir en este desastre.Se dirigió al baño para prepararse, pero su batall