Ethan salió de la oficina apresurado, todavía en el cuerpo de Madison, con una mezcla de confusión y determinación. La imagen de su cuerpo, destrozado emocionalmente y lleno de autodesprecio, no lo dejaba en paz. No podía olvidar las palabras que había escuchado de los labios de Madison mientras lo miraba con lágrimas en los ojos.
—¿Cómo iba a amarme alguien como Maximiliano si ni yo misma puedo mirarme en el espejo? Soy fea... siempre lo he sido.
Ethan apretó los puños, sintiendo una inesperada punzada de rabia, no hacia ella, sino hacia la forma en que se veía a sí misma. Caminó por los pasillos de la empresa con pasos firmes, reflexionando.
"¿Por qué piensa eso? Claro, su aspecto no es el de una modelo, pero..."
Ethan se detuvo frente al espejo de un pasillo vacío y se miró fijamente. El reflejo le devolvió la imagen de Madison: su cabello era un desastre, parecía haber peleado con un cepillo y perdido. Las gafas enormes y desactualizadas dominaban su rostro, y los frenos añadían un brillo metálico que no ayudaba en nada. La ropa... bueno, la ropa era el verdadero crimen. Una blusa beige con estampado de flores marchitas y una falda larga de tela barata completaban el cuadro.
—Está claro que nunca se ha preocupado por su apariencia —murmuró en voz baja, analizando cada detalle.
Pero entonces recordó algo. Recordó cómo Madison se lanzaba con pasión a cada proyecto, cómo se preocupaba por todos los que la rodeaban, incluso por aquellos que no lo merecían, y cómo, a pesar de sus inseguridades, tenía una fuerza interior que pocos poseían.
—No es fea... —dijo Ethan en voz alta, casi sorprendido por sus propias palabras—. Solo necesita verse como yo la veo.
Y en ese momento, tomó una decisión. Si Madison no podía ver su propio valor, él se encargaría de que lo hiciera. Haría que esa mujer, quien ahora ocupaba su cuerpo, se transformara en la versión más segura y fuerte de sí misma.
Ethan esa misma tarde comenzó su plan. En su pausa para el almuerzo, pidió una cita en un salón de belleza exclusivo. Llegó con una excusa en mente, preparado para cualquier pregunta, pero nadie cuestionó la repentina "inspiración" de Madison para un cambio de estilo.
Cuando el estilista preguntó qué quería, Ethan fue claro:
—Algo moderno y elegante, pero que se vea natural. Nada demasiado llamativo.
El estilista asintió y comenzó a trabajar. Ethan sintió una mezcla de curiosidad y nervios al ver mechones de cabello caer al suelo, pero cuando el proceso terminó, no pudo evitar sonreír.
El cabello, antes enredado y sin forma, ahora estaba liso, brillante y caía en suaves capas que enmarcaban perfectamente el rostro de Madison.
"Primer paso, listo."
Al salir del salón, Ethan decidió que el siguiente paso sería actualizar el guardarropa de Madison. Entró a una boutique cercana, con la cabeza alta y pretendiendo seguridad, aunque su corazón latía con fuerza.
—Necesito ropa que proyecte confianza y elegancia, pero que sea cómoda —le explicó a la dependienta, quien lo miró con interés.
Después de casi una hora de pruebas, Ethan salió con varias bolsas. Había elegido piezas que resaltaban las mejores características del cuerpo de Madison: blusas bien ajustadas, pantalones modernos y algunos vestidos sencillos pero sofisticados.
"Esto es mucho mejor que esas blusas viejas y esas faldas de abuela." pensó mientras sonreía con satisfacción.
El último paso era deshacerse de las gafas que ocultaban el rostro de Madison. Con la excusa de un chequeo médico, Ethan visitó una óptica y pidió lentes de contacto. La primera vez que se los puso fue todo un desafío, pero cuando logró mirarse al espejo, el resultado fue impactante.
Sin las gafas enormes, los ojos de Madison se veían más grandes y expresivos. A pesar de los frenos, había algo fresco en su rostro, algo que irradiaba un encanto natural.
"Mucho mejor." pensó Ethan mientras sonreía.
Al día siguiente, Ethan, en el cuerpo de Madison, ajustó el último botón de la camisa entallada que había elegido. Sus manos recorrieron el tejido suave, y aunque todavía era extraño mirarse al espejo y no ver su propio rostro, el reflejo frente a él lo llenó de satisfacción.
El cabello de Madison, ahora brillante y perfectamente estilizado, caía con gracia sobre sus hombros. La ropa, moderna y ajustada a su figura, resaltaba cada curva con elegancia, proyectando confianza. Sus ojos, sin las gafas que solían ocultarlos, irradiaban un nuevo brillo, como si fueran las ventanas a una versión renovada de ella.
Ethan sonrió para sí mismo.
—Madison, hoy empieza tu nueva vida. —dijo en voz baja, recogiendo su bolso y saliendo rumbo a la oficina.
Cuando llegó al edificio, Ethan sentía todas las miradas posadas sobre él. Desde el guardia de seguridad en la entrada hasta los empleados del vestíbulo, nadie parecía reconocer a Madison.
—¡Buenos días, señorita! —dijo el recepcionista con entusiasmo, aunque con una pizca de duda.
Ethan le devolvió una sonrisa tranquila y asintió.
—Buenos días. —respondió con voz firme, modulando cada palabra con la seguridad que había cultivado durante años como jefe.
Al entrar al ascensor, los murmullos comenzaron.
—¿Quién era? —preguntó una mujer mientras el ascensor se cerraba.
—Creo que… ¡era Madison! —exclamó su compañera, incrédula.
En el camino hacia su oficina, la reacción no fue distinta. Los empleados se quedaban boquiabiertos, las conversaciones se interrumpían y los rostros se llenaban de asombro.
—¿Esa es Madison? —preguntó una asistente, susurrando a su compañero.
—Imposible. Madison nunca… bueno, nunca se viste así.
—Ni se ve así… ¡Mírala! Parece una modelo de revista.
Ethan, disfrutando secretamente de la atención, caminó con paso firme hacia la oficina principal. Sus tacones resonaban contra el suelo, cada sonido subrayando la confianza que irradiaba.
Cuando Ethan entró en la sala de reuniones, todos los ojos se volvieron hacia él. Los murmullos se desvanecieron, dejando un silencio incómodo en el aire.
—Buenos días —saludó Ethan, colocando los documentos sobre la mesa con naturalidad.
Algunos tardaron en responder, como si estuvieran procesando lo que veían. Finalmente, Maximiliano, sentado al otro extremo de la mesa, fue el primero en hablar.
—Madison… ¿eres tú?
Ethan alzó una ceja, fingiendo sorpresa ante la pregunta.
—Por supuesto que soy yo. ¿Quién más sería? —respondió con una leve sonrisa, disfrutando del desconcierto en el rostro de Maximiliano.
Maximiliano la observó con detenimiento, como si intentara encontrar algún rastro de la persona que conocía. Pero todo en ella era diferente: desde la postura hasta la forma en que mantenía la mirada en alto, como si el mundo entero estuviera bajo su control.
Ethan sintió una chispa de satisfacción al ver cómo Maximiliano desviaba la mirada, incapaz de sostener la intensidad de su presencia.
Cuando Madison entró a la sala de reuniones en el cuerpo de Ethan, llevaba un vaso de agua en la mano, intentando mantenerse calmada después de un fin de semana lleno de caos interno. Había oído los murmullos en el pasillo, las risas contenidas y los comentarios crípticos, pero no les prestó mucha atención, demasiado concentrada en sobrevivir un día más en ese cuerpo que no era suyo. Sin embargo, todo cambió en el instante en que vio su reflejo en el vidrio de la sala y comprendió el motivo del alboroto. Frente a ella, sentada en el centro de la mesa y proyectando una confianza que no recordaba haber tenido jamás, estaba... ella misma, pero irreconocible.
El vaso de agua resbaló un poco en su mano temblorosa mientras sus ojos recorrían la figura impecable de su propio cuerpo: el cabello, antes apagado, brillaba como seda; las gafas habían desaparecido, revelando unos ojos que parecían más grandes y expresivos; y la ropa… ¿cuándo había tenido prendas tan elegantes y modernas? La sorpresa fue tan abrumadora que, cuando Ethan en su cuerpo levantó la mirada y sonrió con descarada seguridad, Madison no pudo contenerse. Llevó el vaso a sus labios para dar un sorbo, pero terminó escupiendo el agua frente a todos los presentes, provocando un silencio sepulcral. Las miradas confusas de los ejecutivos y el rostro impasible de su propio cuerpo hicieron que su corazón latiera desbocado. "¿Qué demonios hiciste con mi cuerpo, Ethan?" pensó, sintiendo una mezcla de terror y furia.
El resto del día fue igual de impactante. Cada vez que Ethan entraba en una sala o caminaba por un pasillo, las personas se detenían para mirarla. Nadie podía creer que aquella mujer segura, elegante y radiante era la misma Madison que conocían.Incluso los compañeros más indiferentes parecían buscar excusas para acercarse.—Madison, ¿hiciste algo diferente? —preguntó una colega, intentando disimular su curiosidad.Ethan sonrió, inclinándose ligeramente hacia ella.—Digamos que estoy aprendiendo a priorizarme un poco más.La mujer asintió, claramente impresionada.Pero Ethan sabía que el cambio no solo estaba en la apariencia. Había logrado transmitir algo que Madison siempre había tenido, pero que ella misma no reconocía: fortaleza."Esto no es solo por cómo te ves, Madison," pensó mientras regresaba a su oficina. "Es por lo que vales. Ahora todos lo verán, y pronto, tú también lo harás."Maximiliano esperó a que las reuniones terminara para hablar a solas con Ethan, o mejor dicho, c
El día parecía interminable para Ethan y Madison. Aunque ambos estaban de vuelta en sus propios cuerpos, el dolor de la transformación seguía latente, como si sus cuerpos se negaran a olvidar lo que había sucedido. Sus movimientos eran torpes, sus músculos tensos, como si aún estuvieran adaptándose al regreso a la normalidad.La puerta de la oficina se abrió, y Maximiliano, con su característica arrogancia, entró sin previo aviso. Se acercó a Ethan con pasos firmes y, sin mediar palabra, le pasó la carta de renuncia, con una sonrisa fría.—Aquí tienes lo que pediste —dijo Maximiliano, su tono distante pero cargado de una amenaza implícita—. Espero que tomes la decisión correcta.Ethan, aún con la sensación del dolor físico por el cambio, miró la carta sin prisa. Sabía lo que significaba, pero no estaba listo para entregarse tan fácilmente. Sin embargo, no tenía tiempo de pensar demasiado, porque, antes de que pudiera responder, Maximiliano se giró hacia Madison, con una sonrisa en su
La sede principal de Sterling Enterprises era un edificio majestuoso en el corazón de Nueva York, un lugar donde todo funcionaba como un reloj suizo: preciso, elegante y sin margen de error. Al menos, eso pensaba Ethan Sterling, el CEO más respetado y temido de Wall Street.Ethan estaba sentado en su enorme despacho de vidrio y acero, ajustándose los gemelos con movimientos meticulosos. Su reloj marcaba las 8:00 AM. Alzó la vista hacia la puerta, esperando ver a su asistente entrar con los informes de la junta programada para las 8:15. Pero la puerta permanecía cerrada.—Típico —murmuró, apretando los labios en una fina línea.Mientras tanto, Madison Lane, su asistente, estaba al otro lado de la ciudad, corriendo por las calles mientras intentaba equilibrar un café derramándose, una bolsa de desayuno y su cartera que había decidido abrirse de repente.—¡Dios mío! ¿Por qué siempre me pasa esto a mí? —gritó mientras esquivaba a un hombre en bicicleta.Llegó a la entrada del edificio jad
Antes de que Ethan pudiera articular palabra, el dispositivo en el suelo emitió un destello final, bañando la penumbra de la oficina con una luz rojiza inquietante. Un número comenzó a proyectarse en la superficie, pulsando con cada segundo: 30 días. Una cuenta regresiva apareció con precisión implacable, cada parpadeo resonando como un golpe seco en el tenso silencio del lugar.Entonces, una voz metálica, fría y desprovista de emoción, surgió desde el aparato:—Treinta días. Este es el tiempo asignado para el cambio. De no cumplirse, el proceso será irreversible.Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras el eco de las palabras parecía extenderse más allá de la habitación, invadiendo cada rincón de su mente. La amenaza implícita colgaba pesada en el aire, transformando el simple tic-tac de la cuenta regresiva en un recordatorio implacable del tiempo que se desvanecía.—¿Qué... qué significa eso? —preguntó Madison, su voz ahora grave por el cuerpo de Ethan, mientras ret
Ethan se puso rígido, sus ojos llenos de furia.—¡Esto no es gracioso, Madison! ¿Cómo voy a... cómo se supone que voy a hacer... cualquier cosa con esto? ¡Ni siquiera sé caminar con este cuerpo!—Bueno, cariño, bienvenido al club. Porque yo tampoco sé qué hacer con este montón de músculos tensos y esa cara de permanente irritación —replicó Madison, señalándose con una mueca burlona—. Aunque, sinceramente, el ceño fruncido es todo un accesorio.Ethan respiró hondo, intentando calmarse, pero cada vez que miraba hacia abajo o sentía un movimiento extraño en su nuevo cuerpo, el pánico volvía a apoderarse de él. Finalmente, estalló.—¡Esto es tu culpa! ¡Siempre estás metiéndome en problemas con tus comentarios sarcásticos y tus malditas bromas! ¡Y ahora... ahora estamos atrapados en... esto!Madison levantó las manos en señal de rendición, aunque su expresión seguía siendo divertida.—Oh, claro, porque yo controlé el rayo y la tormenta, ¿verdad? —respondió, sarcástica—. Si me disculpas, es
El sol apenas despuntaba, pero para Ethan y Madison, el día comenzó mucho antes de que sonara cualquier alarma.Ethan (en el cuerpo de Madison)Ethan despertó sobresaltado por un estruendoso ruido metálico. Al abrir los ojos, vio que algo brillante y circular estaba rodando por el suelo. Tardó unos segundos en darse cuenta de que era... una sartén.—¿Qué demonios? —murmuró, con la voz todavía ronca de Madison.Giró la cabeza y se encontró con un caos: el pequeño apartamento de Madison parecía haber sido asaltado durante la noche. Había papeles por todas partes, una planta caída y un gato gordo que lo miraba desde el sofá, lamiéndose tranquilamente una pata.—¿Un gato? —dijo Ethan, poniéndose de pie torpemente. El animal le lanzó una mirada de absoluto desprecio antes de saltar al suelo y desaparecer bajo la mesa.Con una mano en la cadera, Ethan miró alrededor y suspiró profundamente.—Perfecto. Ahora tengo que vivir en este desastre.Se dirigió al baño para prepararse, pero su batall
El eco de sus propios pasos resonaba por los pasillos vacíos mientras Madison, en el cuerpo de Ethan, regresaba a su oficina. A pesar del éxito en la reunión, su mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos. Había logrado mantener el control en un entorno que no entendía del todo, pero la incertidumbre sobre Maximiliano la inquietaba.Esa mañana, había recibido un mensaje suyo. Maximiliano le había prometido una sorpresa, algo especial, como solía hacer para recordarle lo mucho que la amaba. Por primera vez en días, Madison sintió un rastro de alivio.—Maximiliano siempre sabe cómo hacerme sentir mejor. —pensó, mientras una leve sonrisa cruzaba su rostro.Pero entonces, un ruido inesperado la sacó de sus pensamientos. A medida que avanzaba por el pasillo que llevaba a una de las salas de reuniones, algo llamó su atención. Era un sonido suave, apenas perceptible, pero inconfundible. Risas. Bajitas, contenidas, y definitivamente fuera de lugar en el entorno formal.Se detuvo en s