Ethan se puso rígido, sus ojos llenos de furia.
—¡Esto no es gracioso, Madison! ¿Cómo voy a... cómo se supone que voy a hacer... cualquier cosa con esto? ¡Ni siquiera sé caminar con este cuerpo!
—Bueno, cariño, bienvenido al club. Porque yo tampoco sé qué hacer con este montón de músculos tensos y esa cara de permanente irritación —replicó Madison, señalándose con una mueca burlona—. Aunque, sinceramente, el ceño fruncido es todo un accesorio.
Ethan respiró hondo, intentando calmarse, pero cada vez que miraba hacia abajo o sentía un movimiento extraño en su nuevo cuerpo, el pánico volvía a apoderarse de él. Finalmente, estalló.
—¡Esto es tu culpa! ¡Siempre estás metiéndome en problemas con tus comentarios sarcásticos y tus malditas bromas! ¡Y ahora... ahora estamos atrapados en... esto!
Madison levantó las manos en señal de rendición, aunque su expresión seguía siendo divertida.
—Oh, claro, porque yo controlé el rayo y la tormenta, ¿verdad? —respondió, sarcástica—. Si me disculpas, estoy un poco ocupada intentando no romper tus ridículas corbatas de seda italiana.
—¡No las toques! —gritó Ethan, poniéndose delante de ella para proteger su preciada colección—. No tienes idea de lo que estás haciendo.
Madison bufó y se giró hacia el reflejo en la ventana.
—Bueno, ahora entiendo por qué nunca sonríes. ¿Cómo podría alguien hacerlo con una mandíbula tan rígida? —dijo, estirándose los labios en una sonrisa exagerada que solo la hacía verse más ridícula.
Ethan apretó los puños, pero antes de que pudiera responder, Madison le devolvió la mirada con una pizca de seriedad.
—Oye, fuera de bromas, ¿qué hacemos ahora? Porque esto no tiene pinta de solucionarse mágicamente.
Ethan soltó un suspiro frustrado, pasándose una mano por el cabello desordenado de Madison.
—Primero, nadie puede saber lo que pasó. Ni en broma dejo que el mundo se entere de que... que estoy atrapado en tu desastre personal de cuerpo.
—Oye, mi "desastre personal" es bastante funcional, gracias. Aunque... —dijo Madison, señalándose los músculos—, debo admitir que ser tú tiene sus ventajas. Esto podría abrir tarros de mermelada sin sudar.
—¡Esto no es un chiste! —gruñó Ethan, aunque la voz de Madison hacía que su furia sonara mucho menos intimidante.
Madison dejó escapar un largo suspiro, apoyándose contra el escritorio.
—De acuerdo, Einstein. Tienes razón. Esto no es un chiste. Pero hasta que descubramos cómo arreglarlo... —hizo una pausa, sonriendo maliciosamente—, creo que voy a disfrutar de mi nueva vida de CEO. ¿Qué opinas si firmo un par de contratos importantes en tu nombre? ¿O tal vez despido a algunos de tus empleados, solo por diversión?
Ethan la fulminó con la mirada, claramente al borde de un colapso nervioso.
—¡Ni lo sueñes, Madison! Si siquiera intentas sabotear mi reputación...
—¡Relájate, señor estrés! Es broma. Aunque, pensándolo bien... —Madison puso una mano en la barbilla, fingiendo considerar su propuesta—, no sería mala idea hacerte parecer un poco más humano.
Ethan la ignoró, cerrando los ojos e intentando recobrar algo de control sobre la situación.
—Esto va a ser un desastre.
Madison se encogió de hombros, con una sonrisa burlona.
—Bienvenido a mi mundo, jefe.
Minutos más tarde, ambos se miraron, el resentimiento habitual en sus rostros ahora mezclado con una pizca de miedo y desesperación. Afuera, la tormenta seguía rugiendo, como si el universo se divirtiera con su desdicha, haciendo que los truenos parecieran burlarse de ellos con cada estruendo.
Madison dio un paso atrás, el peso de la situación comenzando a apoderarse de ella. ¿Cómo iba a enfrentarse a su vida en el cuerpo de Ethan? ¿A su trabajo, a sus responsabilidades? Sus ojos se posaron en él, como si buscara alguna respuesta que no tuviera. Pero en lugar de eso, vio lo mismo en su expresión: el terror oculto tras la fachada de frialdad. Era evidente que ninguno de los dos tenía ni la menor idea de cómo salir de esto.
—Supongo que debo irme —dijo Madison finalmente, rompiendo el silencio, su voz un susurro tenso.
Ethan asintió, pero su mirada no se apartaba de ella. En su nuevo cuerpo, cada movimiento, cada gesto se sentía extraño, ajeno. No estaba listo para enfrentar la vida de Madison, esa vida que había despreciado tantas veces. No podía imaginarse en su mundo, ni siquiera podía imaginar cómo entraría en su apartamento sin sentirse completamente fuera de lugar.
—Sí, tú... tú vete a tu "casa", y yo a la mía —dijo él, la ironía impregnando cada palabra.
Madison no podía evitar una risa amarga.
—¿Tu "casa"? —repitió con desdén. Sus palabras flotaban en el aire, mezclándose con la tensión que ya dominaba la habitación—. Bien, iré a tu "palacio", a ver cómo se vive en la piel de un hombre que probablemente tiene todo lo que siempre quise, y aún así lo desprecia todo.
Ethan no contestó. Solo se dio la vuelta y caminó hacia la puerta, sintiendo la creciente presión en su pecho. Al salir, el mundo que conocía como suyo ya no le pertenecía. Lo que antes era suya, su vida, ahora se veía opaca, distante. Madison, por su parte, tomó un último vistazo a la oficina, su cuerpo incómodo en el traje ajeno, como si intentara encajar en algo que no tenía forma.
Cuando ambos salieron al pasillo, el aire denso de la tormenta se filtró a través de las ventanas, pero ninguno de los dos se atrevió a hablar. En el fondo, sabían que la noche no terminaría con el simple regreso a casa. Algo en sus corazones les decía que este caos no era solo producto de un accidente extraño, sino el comienzo de algo mucho más oscuro.
Al caminar hacia sus respectivos hogares, la distancia entre ellos crecía, pero no la tensión. Cada uno llevaba consigo la incertidumbre de lo que vendría. ¿Qué harían cuando, finalmente, estuvieran en las casas que les correspondían, habitando cuerpos ajenos?
Madison se dirigió a lo que alguna vez fue su hogar, pero en la piel de Ethan, esa casa ya no le era familiar. Se sentía como una intrusa, como una sombra vagando por los pasillos de alguien más. Ethan, por su parte, entró al modesto apartamento de Madison con el mismo desconcierto, deseando escapar de la incomodidad de ese cuerpo que ahora habitaba. Pero no podía, no hasta que encontrara una forma de volver a la normalidad.
Noche tras noche, tendrían que lidiar con la realidad de vivir en el cuerpo del otro, y la pregunta persistente: ¿cómo lograrían entender y aceptar lo que les había sucedido? Sin respuestas, solo quedaba la tormenta, aún rugiendo con fuerza en el exterior, como si el mundo estuviera esperando a ver qué harían a continuación.
El sol apenas despuntaba, pero para Ethan y Madison, el día comenzó mucho antes de que sonara cualquier alarma.Ethan (en el cuerpo de Madison)Ethan despertó sobresaltado por un estruendoso ruido metálico. Al abrir los ojos, vio que algo brillante y circular estaba rodando por el suelo. Tardó unos segundos en darse cuenta de que era... una sartén.—¿Qué demonios? —murmuró, con la voz todavía ronca de Madison.Giró la cabeza y se encontró con un caos: el pequeño apartamento de Madison parecía haber sido asaltado durante la noche. Había papeles por todas partes, una planta caída y un gato gordo que lo miraba desde el sofá, lamiéndose tranquilamente una pata.—¿Un gato? —dijo Ethan, poniéndose de pie torpemente. El animal le lanzó una mirada de absoluto desprecio antes de saltar al suelo y desaparecer bajo la mesa.Con una mano en la cadera, Ethan miró alrededor y suspiró profundamente.—Perfecto. Ahora tengo que vivir en este desastre.Se dirigió al baño para prepararse, pero su batall
El eco de sus propios pasos resonaba por los pasillos vacíos mientras Madison, en el cuerpo de Ethan, regresaba a su oficina. A pesar del éxito en la reunión, su mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos. Había logrado mantener el control en un entorno que no entendía del todo, pero la incertidumbre sobre Maximiliano la inquietaba.Esa mañana, había recibido un mensaje suyo. Maximiliano le había prometido una sorpresa, algo especial, como solía hacer para recordarle lo mucho que la amaba. Por primera vez en días, Madison sintió un rastro de alivio.—Maximiliano siempre sabe cómo hacerme sentir mejor. —pensó, mientras una leve sonrisa cruzaba su rostro.Pero entonces, un ruido inesperado la sacó de sus pensamientos. A medida que avanzaba por el pasillo que llevaba a una de las salas de reuniones, algo llamó su atención. Era un sonido suave, apenas perceptible, pero inconfundible. Risas. Bajitas, contenidas, y definitivamente fuera de lugar en el entorno formal.Se detuvo en s
Ethan salió de la oficina apresurado, todavía en el cuerpo de Madison, con una mezcla de confusión y determinación. La imagen de su cuerpo, destrozado emocionalmente y lleno de autodesprecio, no lo dejaba en paz. No podía olvidar las palabras que había escuchado de los labios de Madison mientras lo miraba con lágrimas en los ojos.—¿Cómo iba a amarme alguien como Maximiliano si ni yo misma puedo mirarme en el espejo? Soy fea... siempre lo he sido.Ethan apretó los puños, sintiendo una inesperada punzada de rabia, no hacia ella, sino hacia la forma en que se veía a sí misma. Caminó por los pasillos de la empresa con pasos firmes, reflexionando."¿Por qué piensa eso? Claro, su aspecto no es el de una modelo, pero..."Ethan se detuvo frente al espejo de un pasillo vacío y se miró fijamente. El reflejo le devolvió la imagen de Madison: su cabello era un desastre, parecía haber peleado con un cepillo y perdido. Las gafas enormes y desactualizadas dominaban su rostro, y los frenos añadían u
El resto del día fue igual de impactante. Cada vez que Ethan entraba en una sala o caminaba por un pasillo, las personas se detenían para mirarla. Nadie podía creer que aquella mujer segura, elegante y radiante era la misma Madison que conocían.Incluso los compañeros más indiferentes parecían buscar excusas para acercarse.—Madison, ¿hiciste algo diferente? —preguntó una colega, intentando disimular su curiosidad.Ethan sonrió, inclinándose ligeramente hacia ella.—Digamos que estoy aprendiendo a priorizarme un poco más.La mujer asintió, claramente impresionada.Pero Ethan sabía que el cambio no solo estaba en la apariencia. Había logrado transmitir algo que Madison siempre había tenido, pero que ella misma no reconocía: fortaleza."Esto no es solo por cómo te ves, Madison," pensó mientras regresaba a su oficina. "Es por lo que vales. Ahora todos lo verán, y pronto, tú también lo harás."Maximiliano esperó a que las reuniones terminara para hablar a solas con Ethan, o mejor dicho, c
El día parecía interminable para Ethan y Madison. Aunque ambos estaban de vuelta en sus propios cuerpos, el dolor de la transformación seguía latente, como si sus cuerpos se negaran a olvidar lo que había sucedido. Sus movimientos eran torpes, sus músculos tensos, como si aún estuvieran adaptándose al regreso a la normalidad.La puerta de la oficina se abrió, y Maximiliano, con su característica arrogancia, entró sin previo aviso. Se acercó a Ethan con pasos firmes y, sin mediar palabra, le pasó la carta de renuncia, con una sonrisa fría.—Aquí tienes lo que pediste —dijo Maximiliano, su tono distante pero cargado de una amenaza implícita—. Espero que tomes la decisión correcta.Ethan, aún con la sensación del dolor físico por el cambio, miró la carta sin prisa. Sabía lo que significaba, pero no estaba listo para entregarse tan fácilmente. Sin embargo, no tenía tiempo de pensar demasiado, porque, antes de que pudiera responder, Maximiliano se giró hacia Madison, con una sonrisa en su
La sede principal de Sterling Enterprises era un edificio majestuoso en el corazón de Nueva York, un lugar donde todo funcionaba como un reloj suizo: preciso, elegante y sin margen de error. Al menos, eso pensaba Ethan Sterling, el CEO más respetado y temido de Wall Street.Ethan estaba sentado en su enorme despacho de vidrio y acero, ajustándose los gemelos con movimientos meticulosos. Su reloj marcaba las 8:00 AM. Alzó la vista hacia la puerta, esperando ver a su asistente entrar con los informes de la junta programada para las 8:15. Pero la puerta permanecía cerrada.—Típico —murmuró, apretando los labios en una fina línea.Mientras tanto, Madison Lane, su asistente, estaba al otro lado de la ciudad, corriendo por las calles mientras intentaba equilibrar un café derramándose, una bolsa de desayuno y su cartera que había decidido abrirse de repente.—¡Dios mío! ¿Por qué siempre me pasa esto a mí? —gritó mientras esquivaba a un hombre en bicicleta.Llegó a la entrada del edificio jad
Antes de que Ethan pudiera articular palabra, el dispositivo en el suelo emitió un destello final, bañando la penumbra de la oficina con una luz rojiza inquietante. Un número comenzó a proyectarse en la superficie, pulsando con cada segundo: 30 días. Una cuenta regresiva apareció con precisión implacable, cada parpadeo resonando como un golpe seco en el tenso silencio del lugar.Entonces, una voz metálica, fría y desprovista de emoción, surgió desde el aparato:—Treinta días. Este es el tiempo asignado para el cambio. De no cumplirse, el proceso será irreversible.Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras el eco de las palabras parecía extenderse más allá de la habitación, invadiendo cada rincón de su mente. La amenaza implícita colgaba pesada en el aire, transformando el simple tic-tac de la cuenta regresiva en un recordatorio implacable del tiempo que se desvanecía.—¿Qué... qué significa eso? —preguntó Madison, su voz ahora grave por el cuerpo de Ethan, mientras ret