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Capítulo 3 - La tormenta continúa

Ethan se puso rígido, sus ojos llenos de furia.

—¡Esto no es gracioso, Madison! ¿Cómo voy a... cómo se supone que voy a hacer... cualquier cosa con esto? ¡Ni siquiera sé caminar con este cuerpo!

—Bueno, cariño, bienvenido al club. Porque yo tampoco sé qué hacer con este montón de músculos tensos y esa cara de permanente irritación —replicó Madison, señalándose con una mueca burlona—. Aunque, sinceramente, el ceño fruncido es todo un accesorio.

Ethan respiró hondo, intentando calmarse, pero cada vez que miraba hacia abajo o sentía un movimiento extraño en su nuevo cuerpo, el pánico volvía a apoderarse de él. Finalmente, estalló.

—¡Esto es tu culpa! ¡Siempre estás metiéndome en problemas con tus comentarios sarcásticos y tus malditas bromas! ¡Y ahora... ahora estamos atrapados en... esto!

Madison levantó las manos en señal de rendición, aunque su expresión seguía siendo divertida.

—Oh, claro, porque yo controlé el rayo y la tormenta, ¿verdad? —respondió, sarcástica—. Si me disculpas, estoy un poco ocupada intentando no romper tus ridículas corbatas de seda italiana.

—¡No las toques! —gritó Ethan, poniéndose delante de ella para proteger su preciada colección—. No tienes idea de lo que estás haciendo.

Madison bufó y se giró hacia el reflejo en la ventana.

—Bueno, ahora entiendo por qué nunca sonríes. ¿Cómo podría alguien hacerlo con una mandíbula tan rígida? —dijo, estirándose los labios en una sonrisa exagerada que solo la hacía verse más ridícula.

Ethan apretó los puños, pero antes de que pudiera responder, Madison le devolvió la mirada con una pizca de seriedad.

—Oye, fuera de bromas, ¿qué hacemos ahora? Porque esto no tiene pinta de solucionarse mágicamente.

Ethan soltó un suspiro frustrado, pasándose una mano por el cabello desordenado de Madison.

—Primero, nadie puede saber lo que pasó. Ni en broma dejo que el mundo se entere de que... que estoy atrapado en tu desastre personal de cuerpo.

—Oye, mi "desastre personal" es bastante funcional, gracias. Aunque... —dijo Madison, señalándose los músculos—, debo admitir que ser tú tiene sus ventajas. Esto podría abrir tarros de mermelada sin sudar.

—¡Esto no es un chiste! —gruñó Ethan, aunque la voz de Madison hacía que su furia sonara mucho menos intimidante.

Madison dejó escapar un largo suspiro, apoyándose contra el escritorio.

—De acuerdo, Einstein. Tienes razón. Esto no es un chiste. Pero hasta que descubramos cómo arreglarlo... —hizo una pausa, sonriendo maliciosamente—, creo que voy a disfrutar de mi nueva vida de CEO. ¿Qué opinas si firmo un par de contratos importantes en tu nombre? ¿O tal vez despido a algunos de tus empleados, solo por diversión?

Ethan la fulminó con la mirada, claramente al borde de un colapso nervioso.

—¡Ni lo sueñes, Madison! Si siquiera intentas sabotear mi reputación...

—¡Relájate, señor estrés! Es broma. Aunque, pensándolo bien... —Madison puso una mano en la barbilla, fingiendo considerar su propuesta—, no sería mala idea hacerte parecer un poco más humano.

Ethan la ignoró, cerrando los ojos e intentando recobrar algo de control sobre la situación.

—Esto va a ser un desastre.

Madison se encogió de hombros, con una sonrisa burlona.

—Bienvenido a mi mundo, jefe.

Minutos más tarde, ambos se miraron, el resentimiento habitual en sus rostros ahora mezclado con una pizca de miedo y desesperación. Afuera, la tormenta seguía rugiendo, como si el universo se divirtiera con su desdicha, haciendo que los truenos parecieran burlarse de ellos con cada estruendo.

Madison dio un paso atrás, el peso de la situación comenzando a apoderarse de ella. ¿Cómo iba a enfrentarse a su vida en el cuerpo de Ethan? ¿A su trabajo, a sus responsabilidades? Sus ojos se posaron en él, como si buscara alguna respuesta que no tuviera. Pero en lugar de eso, vio lo mismo en su expresión: el terror oculto tras la fachada de frialdad. Era evidente que ninguno de los dos tenía ni la menor idea de cómo salir de esto.

—Supongo que debo irme —dijo Madison finalmente, rompiendo el silencio, su voz un susurro tenso.

Ethan asintió, pero su mirada no se apartaba de ella. En su nuevo cuerpo, cada movimiento, cada gesto se sentía extraño, ajeno. No estaba listo para enfrentar la vida de Madison, esa vida que había despreciado tantas veces. No podía imaginarse en su mundo, ni siquiera podía imaginar cómo entraría en su apartamento sin sentirse completamente fuera de lugar.

—Sí, tú... tú vete a tu "casa", y yo a la mía —dijo él, la ironía impregnando cada palabra.

Madison no podía evitar una risa amarga.

—¿Tu "casa"? —repitió con desdén. Sus palabras flotaban en el aire, mezclándose con la tensión que ya dominaba la habitación—. Bien, iré a tu "palacio", a ver cómo se vive en la piel de un hombre que probablemente tiene todo lo que siempre quise, y aún así lo desprecia todo.

Ethan no contestó. Solo se dio la vuelta y caminó hacia la puerta, sintiendo la creciente presión en su pecho. Al salir, el mundo que conocía como suyo ya no le pertenecía. Lo que antes era suya, su vida, ahora se veía opaca, distante. Madison, por su parte, tomó un último vistazo a la oficina, su cuerpo incómodo en el traje ajeno, como si intentara encajar en algo que no tenía forma.

Cuando ambos salieron al pasillo, el aire denso de la tormenta se filtró a través de las ventanas, pero ninguno de los dos se atrevió a hablar. En el fondo, sabían que la noche no terminaría con el simple regreso a casa. Algo en sus corazones les decía que este caos no era solo producto de un accidente extraño, sino el comienzo de algo mucho más oscuro.

Al caminar hacia sus respectivos hogares, la distancia entre ellos crecía, pero no la tensión. Cada uno llevaba consigo la incertidumbre de lo que vendría. ¿Qué harían cuando, finalmente, estuvieran en las casas que les correspondían, habitando cuerpos ajenos?

Madison se dirigió a lo que alguna vez fue su hogar, pero en la piel de Ethan, esa casa ya no le era familiar. Se sentía como una intrusa, como una sombra vagando por los pasillos de alguien más. Ethan, por su parte, entró al modesto apartamento de Madison con el mismo desconcierto, deseando escapar de la incomodidad de ese cuerpo que ahora habitaba. Pero no podía, no hasta que encontrara una forma de volver a la normalidad.

Noche tras noche, tendrían que lidiar con la realidad de vivir en el cuerpo del otro, y la pregunta persistente: ¿cómo lograrían entender y aceptar lo que les había sucedido? Sin respuestas, solo quedaba la tormenta, aún rugiendo con fuerza en el exterior, como si el mundo estuviera esperando a ver qué harían a continuación.

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