Capítulo cuatro

La forma en cómo me despierta ya es una costumbre habitual en ella a pesar de que lo ha hecho una vez. La punta de su bota es lo primero que veo al despegar los párpados, es buena madrugando. Me yergo con un bostezo.

—Prepárate, hoy cazarás el mejor venado que veas, no quiero que caces uno joven.

—¿Estarás conmigo?

Acomoda la cuerda que mantiene su espada tras su espalda con algo de tenacidad.

—Por supuesto, estaré tras de ti. La amenaza siempre surge cuando se está tranquilo.

Flexiono las piernas. También ya es una costumbre sus frases que me catapultan a la reflexión.

—Vale. Como dijiste: no estoy preparado para enfrentar algo más hostil.

Observo bien su rostro en búsqueda de una sonrisa, pero no saca nada a la luz. Cuánto me gustaría que estire esa boca tan gruñona.

—Óláfr veo que ya has tomado mucha confianza conmigo.

—Llevamos cuatro días juntos.

—Eso no es suficiente para llegar a ese temido valimiento, sé un poco más desconfiado.

El trago de saliva me es pesado. Esas palabras las decía madre todo el tiempo cada vez que salía con padre hasta el día que dejó de pronunciarlas; aquel día que su pareja dejó de respirar. Ajusto el arco que va cruzado en mi pecho con un suspiro, he de recalcar que estoy nervioso. Una guerrera como Ariana me estará viendo mientras hago un intento de caza.

—¿Estás listo?

Solo puedo mover mi cabeza. La lengua se ha tornado pesada, enredada.

—Excelente. Veré qué tan bueno eres.

Sigo su estela con la mente ida en cómo podré demostrarle mi capacidad, no deseo decepcionarla o tener un regaño por su parte. No quiero repetir esa experiencia en esa aldea destruida en donde me di a la tarea de atacar a esa deidad menor de una manera patética. Señala con su mano un sendero que baja por unas sinuosas rocas que se dirigen a una clase de abertura de tierra, es como un abismo… no sé cómo explicarlo.

—Por allá habrá presas. Búscalas, olvídate de mí. Enfócate.

Acato su orden, bajo con esfuerzo aquel camino. Me sigue, y no dejará de hacerlo. Miro el suelo en busca de huellas que puedan guiarme, sonrío al ver una casi reciente, es de un adulto que tiene potencial. Esquivo ciertas ramas y me encorvo tras un arbusto en el momento que doy con él.

Es hermoso, sus cuernos tienen una clase venas violáceas que se iluminan con cada paso tentativo que da, está devorando el pasto con avidez. Su pelaje es abundante, lo suficiente para resguardarlo de la nieve, es también atrayente que tenga casi el mismo color de los copos. Tomo una bocanada de aire, no tardo en extraer una flecha y posarla sobre la cuerda, estiro hasta que está a la altura de mi pómulo, casi roza mi nariz, así podré tener una mejor visión de mi presa. Expulso todo el oxígeno retenido en el momento que suelto la azcona.

Se incrusta en su muslo, maldito. Muevo mis piernas para salir y seguirlo con las maldiciones expulsándose de mi boca. La mano de Ariana se envuelve en mi brazo, deteniendo mi arrebato.

—No seas imprudente, lo has asustado más de lo debido, ¡espera!

—¡Si no lo sigo lo perderé! —Me arrebata el arco de un tirón—. Pero ¿qué haces?

No me ve, su mirada es gélida.

—Ve por él.

Intento tener de vuelta mi arma, pero ella me esquiva.

—Ve por él —repite en un gruñido.

Gruño de igual manera. Corro tras su silueta. Quiere que me las apañe con tan solo un cuchillo, aunque, de algún modo, sé que me dará el arco en el momento oportuno.

✺✺✺

Se detiene cuando lo halla. Con un gesto hace que pose las rodillas en la tierra, me mira por unos segundos antes de dirigir los ojos en el majestuoso animal herido que cojea de un lado a otro, pisa fuerte y exhala aire en resoplidos.

—Precisión, mejor que rapidez —recuerda.

Le doy un agradecimiento con los ojos cuando me devuelve mi utensilio. El carcaj pesa un poco, pero eso me da el suficiente ánimo para sacar otra flecha y calcular el momento preciso para hacerla volar. Respiro profundo varias veces hasta que me siento seguro de disparar.

Cierro los ojos cuando oigo al venado gemir. Agacho la cabeza, dolido, un animal tan hermoso como ese no merece que le haya hecho eso.

—No sientas lástima, pronto estará de nuevo correteando en el cuerpo de una cría, su esencia estará en ella.

Se levanta acompañada de un suspiro. Me acerco, titubeante. Poso mi cuerpo trémulo a su lado, está acariciando la cabeza del ciervo con mucha contemplación.

—Acaba con su sufrimiento —susurra. Sus ojos están puestos en el cuchillo que tengo en mi cinturón. Mis dedos tiemblan más cuando lo agarro, ingiero saliva.

Junta sus párpados con una exhalación. Quita de mi mano la afilada hoja que no tarda en estar dentro del pescuezo del venado, este da su último respiro.

—Tenía que extinguir su agonía.

Abro la boca. Debería ser más fuerte, no dudar tanto. Limpio de un manotazo la traviesa lágrima que he expulsado. Duele quitarle la vida a un animal tan esplendoroso como ese, sin embargo, lo requería, no solo para demostrarle que soy bueno cazando, también por el hecho de que sus carnes y pieles nos mantendrán bien. Vuelve a posar su mano sobre su lomo, pasa sus dedos con veneración por el espeso pelaje.

—Estarás mejor en tu nueva reencarnación, lamento haberte hecho daño, muchísimas gracias con lo que nos has dejado —murmura demasiado bajo. Menos mal alcancé a oírla.

La sorpresa en mí es evidente, creí que se comportaría fría después.

—La piel me servirá —sugiero para amortiguar mi yo apesadumbrado.

—Sí. Te acobijará bien contra la nieve, pero tardaríamos demasiado en tejerla. Es mejor que la saquemos de su carne y, posteriormente, guardarla.

—Se pudrirá.

Hace un ademán quitándole importancia al asunto.

—La dejaremos con Syl, él verá qué hacer con ella. Cuando lo volvamos a ver nos la dará.

—Vale, me parece bien.

De nuevo palmea mi hombro al incorporarse. Tiende la navaja que no tardo en tener de nuevo en mi mano.

—Te harás cargo de despellejarlo.

Se gira para irse. Sin embargo, la detengo un poco alterado.

—¿Me dejarás aquí solo? —inquiero en un hilo de voz.

—Sí. Estaré en los alrededores, solo grita si te sientes observado o yo qué sé.

Me quedo en silencio. No aparto los ojos de su marcha grácil, cuánto me gustaría ser como ella: una persona que casi no demuestra sus sentimientos, que sabe defenderse de una batalla y es hija de seres fuertes. Sacudo la cabeza, no es hora de hundirme más en el estiércol.

—Es fácil admirar una mujer como esa.

Trastabillo hasta hundirme en la nieve. Allí, sentado sobre una rama, un hombre pequeño y encorvado con la piel tan blanca como el cielo, me observa. Un enano.

—No temas, muchacho, soy Syl, el herrero.

Asiento, puesto que las palabras se me han atorado en la garganta.

Salta hasta posarse justo al frente mío. Se acaricia la larga barba y su mista va del ciervo a mí, sus herramientas se pegan a su pecho con una cuerda gruesa de piel tachonada, al igual que talismanes que cuelgan con emoción sobre su cuello.

—Conocí a su padre —argumenta de nuevo, parece que el hablar de esa manera tan elocuente es su estilo. Me levanto un poco agitado—, era un hombre digno de admirar hasta que se largó y no dejó rastro alguno. Se marchó cuando sintió que su hija estaba preparada para enfrentarse a este mundo. Los hombres de Odín no han cesado su fuerza de voluntad para encontrarla, la odian de algún modo, más aún porque es la representación viva en carne y hueso de Freya, la deidad de la batalla que tanto vanagloriaban.

Me aclaro la voz, es cruel lo que quieren hacer con Ariana.

—¿Por qué tanto odio hacía ella?

Syl se ríe.

—Muchacho, se ve que no conoces bien la arrogancia de estos prepotentes dioses. Quieren deshacerse de ella porque quizá ven una competencia muy grande.

—¿A qué te refieres? —Sus ojos relampaguean.

—Que ella puede ser una digna combatiente, que puede derrocarlos.

—Ella es descendiente de una deidad y un guerrero, no creo que sea una contrincante digna para ellos —sugiero. Vuelvo mi labor em quitarle la piel al ciervo ya más gélido que la nieve.

—¿Eso cree? —Me pongo tieso—. Su padre no es de aquí, eso es verdad, pero es más que un guerrero.

Por el rabillo del ojo miro su sonrisa extendida, como si estuviese orgulloso de picarme la curiosidad.

—¿Más que un guerrero?, ¿por qué?

—Que ella misma te lo diga.

—Si se supone que estás aquí para alimentar mi desconcierto, déjeme decirle que está haciendo mal el trabajo —refunfuño.

—No, no. —Mueve sus manos, culposo—. Estoy aquí porque Freya me envío, sabía desde que empezaste a seguir el ciervo, que los seguía. Al dejarte me agarró del pescuezo y me amenazó, como buen enano orgulloso… —Más bien cobarde— que soy, le dije que estaría aquí contigo a la espera de la piel.

—Pero te pasaste con tu comunicado —espeto.

—Se me salió de la boca, eso no lo negaré. Además, el haber visto tu rostro soñador que desprendía: estoy pensando en ella, fue una insinuación para que yo abriera la mandíbula y te dijera aquello. —Se encoge de hombros.

—Mira, es mejor que te quedes callado mientras yo despellejo esto, ¿vale?

No oigo su respuesta, así que sigo desprendiendo la piel de la carne. Sin embargo, la frase que me otorgó, la más contundente, se rebobina una y otra vez en mi mente. ¿Quién será realmente el padre de mi mentora?

✺✺✺

Limpio el sudor que empaña mi frente con el antebrazo, pues mis manos están manchadas de sangre. He terminado, y el enano pidió muy azaroso que le diese la carne, no objeté nada, es más, le dije que sí. Lo que importa es el cuero.

—Muchacho —susurra, lo miro interrogante. De su espalda saca una clase de bolsa que señala con apreciación—, pon aquí la piel. He de irme ya.

Hago lo que pidió. Envuelvo el cuero de manera compacta con aquella bolsa hasta que la veo bien. Le doy una sonrisa al entregársela, él no se inmuta de mi acción. Arrugo las cejas. Syl es cómico y es raro que haya cambiado de humor tan rápido. De un salto vuelve a tener sus piernas derechas. Me observa neutro, casi intentando llegar más allá de mis ojos.

—Ten cuidado en tu travesía con Freya, muchacho.

—¿Por qué?

Me ignora. Saca una pequeña hacha de su cinturón y empieza a moler la carne para llevarse un pingüe muslo. Bajo la mirada, no he dejado de jugar con la cuerda de mi arco.

—Sé valeroso, veo en ti la inocencia que le hace falta a Freya —gruñe sin siquiera verme. Está ensimismado en cortar—, ojalá te vuelvas muy valeroso, chico. Con ella aprenderás mucho sobre el verdadero mundo al que se enfrentarán. Este bosque no tiene fin si se sumergen más en él y se encontrarán con toda criatura vil que atentará contra vuestras vidas.

—Lo sé, pero…

—Sin peros. Si decidiste acompañarle, enfrenta las consecuencias con el mentón en alto. Sé quién eres, tu padre era un muy buen herrero, uno de los mejores aprendices que tocaron mis sabias manos.

Retrocedo con la boca semiabierta. Trago saliva y sin querer dejar ver la tristeza chamuscando mis ojos, desvío la mirada a los frondosos pinos que se mueven al son de la fuerte brisa.

—Y creo que dejó una descendencia más sabia. —Arrellena la carne en su espalda, el peso parece no hacerle ningún efecto—. Veo en ti lo que nunca vi en él: las ansias de tener una aventura.

—Mi padre era muy acomodado en un solo sitio, no es como yo… que deseo ser alguien que no quiere estar en un solo lugar, que quiere conocer varios.

—Aquello lo llevó a la muerte.

Parpadeo muchas veces ante tan crueles palabras que a su vez son muy francas.

—Si se hubiese movilizado, él aún estaría pisando estas tierras y elaborando buenas armas.

Aprieto los ojos. No quiero derramar lágrimas, mostrarle esa debilidad que tanto odio: la tristeza.

—Su mala decisión lo llevó a eso —musito—, y yo no quiero lo mismo, por aquello decidí pegarme a Ariana.

—No quiere su mismo destino. —Niego con la cabeza dándole más refuerzo a esa frase—. No dejes que las ansias de sangre se arraiguen a ti. Deja que Freya te guíe y te instruya, será una buena maestra.

Sonrío.

—Lo es. Sabe convencer y hacerme pensar más. He dejado de ser imprudente, no del todo, pero poco a poco lo dejaré…

—Tampoco dejes que la contrariedad te inunde —ríe.

Asiento sin dejar de sonreír. Palmea mi brazo sin dejar de jalonear los blancos vellos que salen de su barbilla, su nariz chata se mueve como la de una ardilla.

—¿Nos veremos pronto, Syl?

Aprieta mi mano con reconocimiento.

—Freya sabrá encontrarme. Buena suerte en tu viaje, Óláfr.

Cuando pronunció mi nombre, me di cuenta que él no solo sabía sobre mi padre, sino también sobre mí, que era alguien del pasado que mi mente intentó ocultar.

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