Capítulo cinco

FREYA

Al verle, empecé a desarmar el pequeño refugio que hice mientras se encontraba sumergido en la inconsciencia. Me saluda con la mano, en sus ojos veo el pesar, más no le preguntaré el por qué, no me incumbe.

—¿Qué tal tu charla con Syl?

Dejo de desamarrar las cuerdas. Su cuello se mueve de manera brusca cuando traga, frunzo las esquinas de mis ojos.

—Una conversación semejante a la de un padre e hijo.

Dejo de envolver las cintas en mi mano, suelto un suspiro al enfrentarlo.

—Hablasteis sobre mí, ¿verdad?

Cabizbajo, asiente.

—No me mientas, odio que lo hagan —recrimino.

—Lo lamento, me… no sé cómo explicarlo.

—Déjalo así.

Dejo caer las ramas al lado del tronco, envuelvo las pieles y hago que él me dé su espalda para posicionar la lona allí sobre su carcaj.

—Hoy no vamos a parar de caminar —aseguro.

Sus hombros se relajan ante mi tono de voz.

—¿Fui bueno cazando?

—Sí. Aunque necesitas mejorar.

No dice nada más y le agradezco eso. Observo de nuevo el cielo, está despejado, no obstante, en cualquier momento la lluvia se aparecerá, así que tenemos que caminar rápido. Vuelvo a mirar el sendero que conduce al río Ulaf, donde quizá siga el cuerpo de Fenrir. Aprieto los puños, el dolor me atenaza en el pecho y se difunde por todo mi organismo, respiro hondo, ahuyento las lágrimas y finjo estar bien… cómo siempre. Hemos descansado cerca de la torrentera, pues nos guiará hasta el sur.

Con un gesto de la cabeza hago que me siga. La armadura que le perteneció a mí madre es ligera como las plumas talladas en ella; le doy una leve ojeada a Óláfr, el ceño fruncido aún prevalece en él. Algo contundente le debió soltar Syl, maldito enano bocón.

—Freya… —Lo miro—, perdón, Ariana —se corrige apresurado—, ¿por qué vamos con exactitud hacía las cavernas? Es decir, por ese troll líder.

Aprieto los labios. Esquivo una raíz que se salió de la tierra. Él, en búsqueda de una respuesta se tropieza con ella. No demoro en agarrarlo y estabilizarlo.

—Ten más cuidado, ¿cuándo dejarás de ser tan despistado?

Jadeo, sorprendida, en el momento que se aparta de mi afiance con una expresión inexplicable.

—No puedo confiar en ti si no me dices lo suficiente, ¿o no? Tú misma lo dijiste… que para confiar no debe de haber inhibiciones.

Tenso la mordida.

—Hay secretos que no pueden ser destapados por ahora, y más si tienen que ver conmigo.

Sus ojos despiden fuego, la ira en ellos me sorprende más.

—Nada de inhibiciones, nada de mentiras, ¿cómo puedo creer en alguien que me ha mentido, pero yo no puedo darle falsedad?

—¡Porque tu vida entra en juego! —Agarro sus hombros. Lo zarandeo—. Porque si sabes mucho de mí y de mi pasado, los dioses harán todo lo posible para sonsacarte información, te torturarán, no te darán privilegios, ¡te traicionarán! Si tú les das confianza, ellos destruirán esa palabra.

La palidez lo embarga, sacude la cabeza. Dejo de moverlo y me modero, las facciones de mi rostro vuelven a estar como antes. Cojo su mano, y hago que camine de nuevo.

—El líder de los trolls posee información sobre mi padre. Ese troll peleó con él hace mucho, pero mi progenitor lo dejó vivo, no sé por qué.

Aprieta mis dedos, me detengo aún con la cabeza gacha.

—Ese troll tiene también algo que le pertenecía a mi padre, el collar que solía llevar mamá. Ese collar es como una llave, abre una puerta, pero lo malo es que ni siquiera tengo el conocimiento de cuál puerta y en dónde está.

Inclino la cabeza al ver que en sus cuencas un brillo de reconocimiento aparece.

—¿No será la llave que abre el Fólkvangr? Ese lugar era residencia de Freya en Asgard, el mundo de los Æsir. Tu madre recibía a la mitad de los caídos en combate, perteneciendo la otra mitad a Odín. Desde su muerte, dicho sitio ha permanecido cerrado, ni el mismo Odín ha podido abrirlo.

Suelto su mano como si estuviese enfermo. Mis cejas se encuentran crispadas y mi curiosidad parece querer llegar al cielo.

—¿Estás seguro?

—Sí, oía mucho eso cuando mi pueblo se reunía después de una ofrenda hacía las deidades.

Muevo la lengua por mis dientes, pensativa.

—Solo los que han muerto pueden entrar ahí —musito.

—Tú no eres mortal, no eres como yo. Quizá… puedas hacerlo.

—Está en Asgard, la ciudad de Odín, es casi impenetrable…

—Bien dicho —interrumpe—, casi impenetrable.

Trueno los dedos, con la angustia reciente, casi tan fuerte como las ansías de terminar con todo esto.

—Te ayudaré en entrar, si me hace falta —tartamudea— morir, lo haré.

Abro los ojos de par en par.

—Esta no es tu guerra, es la mía —mascullo.

Me alejo, dejándolo con las palabras en la boca. Las aves revolotean hasta llegar a sus nidos, los insectos frotan sus patas y el singular sonido del agua corriendo se hace más fuerte. Mis dejan de moverse al ver más allá de los árboles un claro de agua que no pertenece al río, en él los ciervos beben de ese líquido esencial… lo magnifico no es eso, es que, de algún modo, los pastos que lo rodean no tienen nieve, están verdes, como en la sutil primavera que de vez en cuando hay, porque el invierno aquí parece eterno. Los dedos de Óláfr se envuelven en mi codo, su rostro evidencia el terror, pero ¿de qué?

—Ni se te ocurra pisar ese suelo —cuchichea. De un empujón hace que mi posición sea de rodillas. Él no aparta la vista del lugar.

—¿Por qué?

—Es terreno sagrado… allí mantiene Thor cada vez que viene aquí por más amantes, junto a su hermano Baldr.

Entierro la muñeca en la nieve, frustrada.

—No los siento —murmuro con el labio inferior apresado entre mis dientes.

—Pero ellos a ti sí, es mejor que rodeemos la zona —sugiere.

No deja la cuerda de su arco en paz, pues la estira a cada rato, pensando en alguna estrategia o qué hacer.

Sus labios se mueves, más mi interés está puesto en el hombre que no lleva nada sobre su pecho, las intrincadas runas que se pierden en la prenda inferior, junto a su cinturón hecho en oro, despide grandeza como su padre. El terso cabello blanco se confunde con el de la nieve al igual que su barba trenzada. Retrocedo para confundirme mejor en la maleza, arrastro conmigo al castaño.

—¿Qué hacen aquí? —alardea, alterado—, si se supone que… no todo el tiempo mantienen allí, sino de vez en cuando.

—Es por mí, aunque el bosque es extenso y es difícil ser penetrado por los ojos de los dioses, habrán oído sobre nosotros, habrán escuchado por parte de sus seguidores que nos vieron entrar en este sitio. —Desenvaino la espada con una débil exhalación—. Vete, Óláfr.

—¿Qué? No. No me iré.

Lo empujo. Se desploma, aquel ruido de su caída alerta a los venados que alzan su cabeza, fijan la mirada en nuestra dirección; el poderoso dios del trueno también hace lo mismo.

—No. —Gateo hasta encontrar un hoyo bajo un frondoso arbusto—. Metete allí, chico. He sido indiscreta.

—No te dejaré —susurra con la mandíbula apretada.

—Si no quieres que nos asesinen, ¡entra!

Levanto la cabeza. Jadeo, está dudando si venir o no.

Titubea, pero en un largo minuto decide esconderse. Apilo la nieve en la pequeña ranura en donde se puede distinguir el cabello del chico, me sumerjo en algunas ramas secas, unas buenas herramientas, pues confunden el color de la armadura con el de la madera. Suelto un trémulo suspiro, empuño mi arma, solo hay que esperar.

—Tuvo que haber sido un conejo.

Baldr sale de entre el agua, es idéntico a su hermano.

—Sí. Quizá fue uno.

Intento calmar mis erradicas exhalaciones, enfrentarme con esos dos ahora, es una muy mala idea. He quedado débil luego de mi batalla contra Vidar, y eso que él se contuvo sin una explicación coherente. Tal vez estaba probando mi potencial.

—No evoquemos la distracción. Sigamos, esa guerrera es escurridiza…

—No si tiene a un mortal que la sigue —se jacta Baldr.

Maldigo en silencio.

—Ese humano le es un peso más.

—Estás en lo cierto.

El dúo se dirige al interior del camino que lleva al final del río Ulaf, que se vayan por ahí, estaríamos contrarios a su presencia y nos sería más fácil llegar a las cuevas. El fuerte viento que me acaricia me aturde, pero no evita que ruede y esquive el feroz ataque. Me levanto, aún turbada. El dolor me atenaza al instante, verifico mi brazo con los labios separados… me ha dado.

—¡Vaya! Pero mira quién tenemos aquí.

No aparto los ojos de las gotas de sangre que caen despavoridas en la aguanieve. No puedo mover la extremidad, el shock es tanto, que no alcanzo a rehuir del siguiente golpe. El sonido estridente de la espada impactando contra una muralla de roca, al igual que mi cuerpo, alerta más a los animales cercanos. Mi cabeza rebota hasta que se queda quieta. Me deslizo por la pared sin dejar salir ningún gemido.

La impresión no quiere soltarme.

—No estás a la altura de tu padre.

Hala mi cabello; la habitual quemazón hace acto de presencia.

¿Cuántas veces más me tirarán de ese modo hasta dejarme hecha un desastre? Gimo cuando me yergue, mi cuello se sacude por el tirón de su mano. La diversión es palpable en su cara. Debo fingir, que no noten la presencia de Óláfr.

—Mira, Thor. Es una belleza, lástima que no podremos disfrutar de ella lo suficiente.

Agarro su brazo y con las pocas fuerzas que poseo, se lo estrecho. Se ríe.

—Intenta defenderse, ¿es qué tu padre no te enseñó lo que es tener orgullo y valor?

Escupo saliva tintada de rojo, una costilla acaba de perforar mi pulmón. ¿Esta será mi muerte… tan estúpida?

✺✺✺

Sacudo la cabeza, volviendo al presente. Si no hago algo esa predicción se cumplirá. Le doy una contundente ojeada al chico, está listo para recibir órdenes.

—Vamos a crear una distracción —musito con la garganta casi seca—, ve al extremo de ese pino y desde ahí dispara a uno de ellos, mientras tanto, yo haré otra distracción, cortaré un tronco, de ese modo creerán que son ogros quienes están cerca.

Asiente. Su boca es una fina línea, sus cuencas expiden decisión que me contagia, no evito sonreír un poco, sin embargo, no dejo esa parte de mí a la luz por más de unos cuantos segundos.

—Demuéstrame que eres capaz, que no dejarán que la cobardía haga de las suyas.

Con un asentimiento, estando agazapado, se pierde entre el follaje de las plantas. Empiezo a gatear hacía el roble más grueso que está cerca. Baldr y Thor conversan entre ellos, no nos han notado ni oído. Siguen con la creencia de que los conejos mueven los pastizales; heredé de mi madre el don de prever el futuro… algo que utilizo muy bien a mi favor, sin embargo, debe haber un incentivo para que pueda tener visión, como el peligro, el acecho de la muerte.

 Observo a la altura de mi hombro a Óláfr, mueve su cabeza y es la señal. La flecha impacta a los pies del segundo hijo de Odín. Empuño la espada, con una respiración suave empiezo a arremeter contra el árbol. Doy un salto al verle caer.

Corro hacía el muchacho que no ha tardado en también echar a andar, las ramas y ciertas piedrecillas me hacen heridas, pero no las suficientes como para dejar un rastro de sangre. Son dioses mayores, pero eso no quita que una buena distracción los despiste lo suficiente. Los pulmones se me cierran, más eso hace que aumente la velocidad. Resbalo hasta caer apoyada contra unas flores, giro hasta que el cielo vuelve a vislumbrar mis pupilas.

—¡Eso fue genial!

Muevo la cabeza, pues no puedo hablar por la agitación. Me incorporo con algo de dificultad.

—Sigamos —suspiro—, no nos hemos alejado demasiado de ellos.

—Yo creo que sí.

Mira tras su espalda. La alarma en mi mente se activa, estamos en una zona desconocida, que ni él reconoce. Mis pies pisan algunas flores pequeñas y de un color demasiado vivo, semejante al violeta.

—Nos encontramos en un campo de flores —aclaro.

—Sí. Nunca había oído de esto.

Doy una vuelta sobre mi eje, hasta la madera de los pinos tienen flores enredadas. Aquí se siente la paz, la seguridad, aunque no debemos confiarnos en aquello que despide este jardín.

—Ha de ser de una bruja…

—Una muy fuerte —aclaro cuando veo runas de protección marcadas en algunas fuertes ramas. Me acerco a una y la acaricio con los dedos—, se ve que odia tanto como yo a los dioses como para poner esto.

—Pero, ¿por qué nosotros hemos podido traspasar la barrera

—Porque no son una amenaza.

Protejo al chico con mi cuerpo, la hoja afilada de mi arma brilla por los rayos del sol que caen sobre ella. Esos ojos tan iguales al color de las flores que aplastamos con nuestros pies, me parecen conocidos. Su cabellera se halla suelta, salvaje; su vestido es casi similar al de una diosa sin armadura.

—¿Quién eres?

—Óláfr —gruño en tono de regaño.

La mujer solo sonríe.

—Soy Gaela, la dueña de este hermoso huerto, un gusto.

Aún con la desconfianza palpable en mis entrañas, decido guardar la espada y ver mejor el huerto. Hay desde plantas medicinales hasta las venenosas, todas de colores exóticos, de enredaderas más amarillas que el propio sol, y verdes más caóticos que los que salen en primavera. Me agacho para acariciar una blanca con motas rojas, sus pétalos son largos, casi rozan el suelo. Los oigo hablar, sin embargo, no temo que nos haga daño, no sé por qué, es una sensación extraña y agradable. El olor es delicioso, a panecillos, a dulce. Sobre mi hombro la analizo, no parece ser fuerte, pero esa apariencia engaña demasiado.

—Ella es Ariana, mi maestra.

—Ah, ¿sí?

—¡Sí! Por el momento he aprendido poco, no obstante, sé que saldré con muchos conocimientos.

Agradezco que no me llame como mi padre. Acaricio otra rama, esta tiene unas leves espinas.

—¡Cuidado! Si te pinchas, la toxina que tiene no tardará en llegar a tu corazón,

Arrugo las cejas, me ha agarrado la mano y levantado como una mamá protectora.

—Parecía inofensiva.

—Las inofensivas son las más dañinas.

Encojo los hombros. Óláfr se halla contento, bien por él, porque yo me quiero ir.

—Venga, pasad a mi hogar.

Susurra algo en voz baja a la vez que extiende su mano hacia un viejo roble, el castaño pega un brinco al ver que de este sale una puerta.

—Magia negra —le digo con saña.

Nos invita a pasar. Está calentito, pero disimulo el gusto. Vuelvo a analizar el entorno, cada pared tiene un estante con pócimas, en el centro hay una mesa forjada en hierro con todos los implementos posibles para hacer menjurjes; lo curioso son las ventanas que muestran un paisaje azulado, dirijo mis piernas de manera inconsciente a la puerta justo al frente mío, al tocar la perilla una electricidad se pasa por todo mi brazo hasta cesar en mi pecho. La abro y la luz me cega por un segundo; estoy justo en un prado, me volteo, la cabaña sigue intacta, pero tras de ella solo hay más vegetación. Mi sorpresa es evidente, es como si hubiésemos viajado con mucha celeridad a otro terreno.

Vuelvo a estar de nuevo en la casa. El portón se cierra con un ruido estridente.

—¿Ariana?

Gaela aprieta las manos en sus hombros, sus ojos se han ensombrecido.

—Óláfr, ¿por qué no vas a recoger unas matitas azuladas que tengo al lado de la entrada principal?

—Pero…

Me señala, la bruja lo interrumpe.

—No te preocupes, estaremos bien.

Sus pupilas se dirigen a las mías pidiendo permiso. Afirmo con el mentón sin poder procesar bien lo acontecido. En el momento que se va, la mujer no tarda en recoger mis manos y apretarlas entre las suyas.

—Solo un ser con el poder de un dios puede desplegar este mundo con ese otro.

Me alejo de su toque con un poco de hostilidad.

—¿A qué se refiere?

—Estuviste en el Óskópnir. Solía ser el campo de batalla en donde se reunían las fuerzas del gigante Surtr con los Æsir, era un entorno que mantenía manchado de sangre, hasta que Frigg, la bella esposa de Odín, le pidió a este que cesara tantas muertes, él oyendo su plegaria, decidió hacer que el campo de batalla se tornara en un jardín… el más hermoso de todos.

—Y ¿yo que pinto ahí?

Me rodea, inspecciona mi atuendo y rasgos.

—Eres la hija de Freya, hermana de Freyr, hija del dios Vanir Njörðr, que rige los mares, el viento y el fuego. Pero tu padre no pertenece a estos lares.

Entierro las uñas en la tierna carne de las palmas, no soy capaz de contemplarla.

—Un desterrado de su tierra —continúa—, los dioses de este reino odian los foráneos. Y tú lo buscas, y a ti te siguen los hijos de Odín junto a otras deidades.

Mi mandíbula tiembla por la fuerza que ejerzo en ella.

—¿El muchacho lo sabe?

—No —mascullo.

—Si deseas que sienta más confianza en ti, ha de saberlo todo.

—Ni yo misma sé la historia que se posa tras la silueta de mi padre como para decírselo.

Sus falanges se entierran en un mechón de mi cabello. No la detengo.

—Lo quieres encontrar para saberla, ¿verdad?

—Sí.

—Has de saber algo. —Su frente roza la mía al inclinarse—. No te gustará saber quién fue.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo