James
—Ya cálmate. Ni que fueras mi mujer. Sí, tengo dos hijos. No sé si recuerdas mi viaje hace un año a Atlanta. Pues allí la conocí.
—Estás bromeando, ¿cierto? Tú jamás has sido un irresponsable, no dejarías a una mujer embarazada ni por error.
—No tengo tiempo ahora. Luego te llamo.
Corto la llamada sin darle tiempo a seguir con su interrogatorio y me levanto sin ocultar mi preocupación. Me he dado cuenta de que Miranda no es la mejor referencia de la puntualidad, pero dos horas de retraso es demasiado.
—Leonore —hablo al llegar a la puerta, brinca en su puesto y bufo. Salgo con mi saco en mano
MirandaMe remuevo y me quejo. No me quiero levantar, mucho menos romper esta paz tan perfecta, un silencio inmensurable y una quietud que… Arrugo mi cara juzgando el apartamento, sólo con mi agudo oído. La quietud perfecta no existe, mucho menos en este lugar.Al no percibir los comunes sonidos que suelo sentir al despertar, abro mis ojos y me siento. Veo la cuna, algunos juguetes regados y ropa de bebé. No me he equivocado, tengo dos hijos, unos muy bulliciosos, y no hay señal de ninguno.No recuerdo la última vez que dormí tanto y tan bien, desde que mis niños nacieron. La doctora dice que en poco tiempo empezarán a dormir toda la noche y allí me podré relajar un poco, aunque estarán más despiertos durante el día. Es realmente agotador at
Miranda—¿Despertaron? —pregunta James a una mujer, ella se levanta corriendo una vez nos ve salir del elevador.No puedo evitar reír cuando se atraganta con una fresa y golpea su pecho tratando de pasar la fruta a la fuerza. Me mira apenada y muevo mi mano para tranquilizarla. Pobre mujer.—Lo siento, señorita Veillard. Aún duermen, señor. Son un par de angelitos.Mis hijos pueden ser llamados por muchos calificativos tiernos, pero ¿angelitos? O bien, esa mujer está delirando, o mis hijos saben en qué palo trepan. Creo que me inclino por la segunda. La miro impresionada y me apuro para seguir al hombre. ¿Acaso no sabe quedarse quieto en un sólo lugar por más de cinco segundos?
JamesAun no comprendo a esta mujer, cualquier otra hubiera saltado sobre un contrato como ese. Se lo estoy ofreciendo todo, un mejor lugar donde vivir, una mejor calidad de vida para sus hijos, oportunidades para ella misma que no creyó posibles; y lo rechaza como si le dijera «no» a un helado.¿Qué se le puede ofrecer a una mujer como esa?—Déjame ayudarte —digo a su oído.Hace un gesto infantil y niega antes de dar el primer paso fuera del elevador.En verdad me preocupa que vivan en un lugar como ese. Como arquitecto, puedo decir que es peligroso y nada confiable, cualquiera que lo viera lo sabría al instante sin necesidad de algún conocimiento. Es jodido sentido com&uacu
JamesZach llega con los víveres y Miranda salta a tomar las cosas.—¡Yo cocino! —grita ella y “entra” a la cocina.Desde donde estoy puedo verla en cuerpo completo sacando la comida de las bolsas. Este lugar es exageradamente pequeño y sigo sin entender por qué quiere quedarse aquí.—Te ayudaré un poco —susurra la señora y sonríe al mirar hacia donde está la rubia —. Miranda. Barry quiere que vaya a vivir con él. Vendrá por mí mañana temprano.Miranda levanta la mirada, corre hasta la sala, tres pasos fueron suficientes, y gime preocupada.—Pero, ¿quié
MirandaVuelvo a despertar por tercera vez esta noche y suspiro al ver que apenas son las dos de la madrugada. Dylan se queja, muy intranquilo, y mi pequeña llora como sólo ella sabe hacerlo. No sé qué es lo que les sucede esta noche, nunca los había sentido tan desesperados. Ya les di de comer, les cambié el pañal, les canté, los bañé… No sé qué más hacer para calmarlos. Y para completar y hacer aún más mi escena perfectamente trágica, la señora Virginia no se ha cansado de golpear la pared y eso me desespera hasta la locura.Quiero gritar.—Ya, mi amor. —Tomo a Dylan en brazos y lo arrullo suavemente—. ¿Cómo te ayudo, bebé?S&ea
MirandaSiento los enormes brazos de James rodearme y me aferro a su cuello cuando me levanta como un bebé y acaricia mi cabello. Me permite ser débil por un par de minutos y me acaricia y besa mis mejillas, hasta que la incomodidad se abre paso en medio de la lucidez que voy recobrando poco a poco. Me alejo para verlo a los ojos, esos profundos pozos negros que llegan a intimidar cuando se le antoja, y sonrío apenada.—Lo siento.—Te he dicho que no estás sola y no me dejas ayudarte.Veo su preocupación y bajo la cabeza, pero algo llama mi atención.—¿Dónde están? —pregunto alterada.—Dormidos en su cuna. Aunq
JamesDespierto con el llanto de Isis, fuerte y claro, y estiro mi cuerpo antes de levantarme de mi cómoda cama. Miro la hora y sacudo mi cabeza al ver que sólo he dormido dos horas, me siento más cansado que cuando me acosté; creo que ahora entiendo un poco a la madre de mis hijos.Cruzo el pasillo hacia la habitación de enfrente, la que han preparado para ellos, Miranda está al lado y me extraña que no esté ya aquí con ellos, con lo obsesiva que es, pero luego de una noche como la pasada, no podría juzgarla. Fue inquietante la manera como la encontré, tirada en el piso de ese baño sucio desesperada por no lograr calmar a los niños. Ha tenido una vida difícil y la admiro por ello.Loca o no, es de admirar. JamesEscuchamos un grito agudo y corremos fuera del estudio.—¡Miranda! —la llamo y camino hacia ella al verla quieta, como nunca suele estar ella. La agarro de los hombros y arrugo mi ceño al verla hacer un mohín, hinchando su labio inferior—. ¿Qué pasa?—Piano —murmura y miro el piano que perteneció a mi madre.—¡¿Por esa estupidez gritas?!La suelto y niego.—Pero es un Bösendorfer.—Es renovado, dicen que perteneció a Franz Liszt. —Miranda chilla impresionada, entiende de lo que habla mi abuelo—. Se lo compré a mi hija cuCapítulo 16