Miranda
Cierro los ojos y sonrío al disfrutar de la tranquilidad que nos envuelve en este momento. Estar en este lugar tan apacible, lejos del bullicio de una ciudad incontrolable, dejándonos tragar por una deleitosa paz, es increíble. El aroma salado del mar lo envuelve todo a nuestro alrededor y me relaja como nada lo hizo antes. Incluso vivir en un lugar como este por la eternidad es tentador. Si tan sólo mis hijos no arruinaran mi imagen de pasividad perfecta con los recuerdos de sus gritos y de sus llantos.
Es increíble pensar que los he extrañado tanto que me siento un poco vacía al despertar y darme cuenta de que no tengo a algún lado al que correr, o atender, más que a mi esposo.
Mi esposo.
MirandaAl despertar, bastante avanzado el día según el reloj de la mesa a mi lado, me quejo por el sueño que aún amenaza con consumirme, como si absorbiera mi energía vital. Impulso mis piernas a bajar con una férrea voluntad, me siento y gimo un largo bostezo que me saca un poco más de ese mundo de sueño llamado letargo. Uno de los síntomas del embarazo que me puso un poco alerta y obligó a Jeanne a que comprara esa prueba de embarazo casera que nos sacó de dudas y me hizo una mujer feliz.No hay señal de James. No sabría estimar si ha dormido ya.Muerdo mi labio mientras me cambio con un vestido largo verde oliva y sandalias negras sin tacón, todo sin dejar de sentir una extraña agitación en mi pecho, como si algo no estuvie
JamesLa música estridente que se escucha desde dos pisos abajo se origina en el apartamento frente a mí. Este lugar es nuevo, como es la costumbre de Lucio de no quedarse demasiado tiempo en un mismo lugar. Pero no tiene nada especial, tal y como le gusta para no llamar la atención de más. La decadencia es la misma en la que está acostumbrado a vivir. Si algo no puedo decir de Lucio es que sea un insensato. Le gusta hacer lo que hace, la adrenalina de la persecución y la emoción de no ser descubierto mientras miente. Un engañador consumado tallado por una larga cadena de estafadores que lo precedieron y se enorgullece de ello.Mis raíces son una verdadera mierda.—¿Y entonces? —pregunta la chica tatuada a mi lado. MirandaDentro del avión Richard sostiene mi mano y limpia mis lágrimas, mientras nuestras dos acompañantes mujeres se mantienen alejadas para que mi preocupación no altere a mis hijos.Necesito tanto verlo. Ver que está bien y que nada malo le pasará.Él no contesta a su teléfono, Jeanne tampoco y mis nervios se están volviendo locos.—Me casé por primera vez a los veinticuatro años —dice Richard, sé que es para servir de distracción—. Su padre era socio de mi abuelo y era mi obligación conservar la línea noble de la que precedo. Su mejor amiga era su amante, vivía a su antojo y derrochaba como loca. Desquiciada por las drogas y el licor. Un día intent&oacuCapítulo 63
Miranda—Suéltame, Lola —gruñe él.Ella no obedece. Se arrodilla frente a él y no puedo creer que no me hayan notado. Ambos tan enfrascados que no ven nada más. Él en su dolor, ella en su manipulación.—Sé que eso no es lo que quieres. Nosotras sabemos cómo te gusta. Sabes que amábamos complacerte a ti más que a nadie.James hace un movimiento, tan rápido y casi imperceptible que doy dos pasos atrás con miedo. Richard me toma del brazo para no caer y observa paralizado lo mismo que yo. Mi esposo sostiene a la mujer del cuello y la enfrenta con frialdad. Su mirada es vacía y su cuerpo se ve tensionado, casi al límite del dolor mental que siempre lo carcome.<
James Al sentarme hago lo mismo que he hecho durante los últimos cuatro meses, cruzarme de brazos y observar al sujeto frente a mí por la próxima hora. Ninguno dice nada, tampoco lo creo necesario, y nos observamos. Al menos yo lo hago, él se muestra tímido aún. Fue incómodo en un principio, saber que te observan y no puedes hacer nada al respecto resulta ser perturbador en un nivel desesperante. Pero ahora incluso logro verlo sonreír cuando dejo alguna foto de mis hijos sobre la mesa. Marco es consciente de la vida que estuvo llevando, e incluso confesó a su psiquiatra su deseo de morir. No sabe por qué su hermano mayor, el que lo abandonó por tanto tiempo, tuvo que salvar su miserable vida. Incluso cuando creí que podría encaminar mi vida, de manera incorrecta dejando mi pasado atrás, hice las cosas mal. Al menos esa es la manera co
MirandaTodos tenemos un día perfecto y sería una bazofia decir que yo lo tengo todos los días, pero cada mal momento que paso día a día se ve recompensado al ver las pequeñas y dulces sonrisas de mis preciosos bebés. Dylan e Isis, tienen cuatro meses de nacidos y, a pesar de que han sido cuatro meses muy, muy, muy difíciles al ser madre soltera con sólo veinticuatro años, me hacen feliz. Como nunca antes lo fui.Dicen que soy exageradamente positiva, pero no le veo razón a amargarme por cosas que no puedo cambiar.¿De qué me sirve quejarme porque mis hijos lloran, o se hacen del pañal, o porque debo pagar el arriendo de nuestro pequeño apartamento?Son mis obligaciones y, amargada o no, debo solucionarlo.Así que yo decido si quejarme o llevar mi vida lo m&
MirandaLa mujer me sonríe antes de salir y es allí cuando pienso que todo este sacrificio vale la pena. Meto a mis niños en el coche doble que les regaló Aria al nacer y me preparo mentalmente para bajar, con el mayor cuidado, los cuatro pisos sin percances. Tomo los dos bolsos y empiezo mi travesía. Bajo lentamente, tomando un descanso en cada piso para ver que vayan bien. Ambos están dormidos y eso es bueno.Al llegar al trabajo, Aria corre a abrirme la puerta y Kelly ríe burlándose de la pobre mujer. La entiendo un poco, sus hijos crecieron y se fueron sin mirar atrás. Aún me pregunto por qué. Los dejamos tras del mostrador y empiezo a trabajar mientras ellos descansan. Sus vidas son tan difíciles, complicadas y llenas de dilemas.—Si quieres, yo los puedo cuidar mientras trabajas en el bar —propone Aria, con una enorme sonrisa ilusionada, y ruedo los ojos antes de mirarla.—Gracias por el ofrecimiento, Aria. Sólo iré a avisar que no podré trabajar por un par de noches y nos vamos
James—Ve abajo —le digo a Milo—. Detenles lo más que puedasNo puedo creer lo que haré, pero verla con esas enormes lágrimas rodando como ríos y aferrándose a su hija, es alarmante. No tenía que haber venido esta noche. Esta ni ninguna de las anteriores.Miranda me mira preocupada, esperando a que diga algo, a que le grite quizás, y estoy a punto de echarme para atrás, pero sé que no debo. No, a menos que sea ese idiota despiadado como aseguran mis amigos que soy. Camino de un lado a otro haciendo tronar las articulaciones de mis dedos, intentado idear algo que me ayude a sacarla de este problema. No quiero dejarla así; le podrían quitar a sus hijos, de eso no hay duda.Nunca me imaginé