Miranda
—Tuvimos una relación, pero nos separamos y nunca tuve la oportunidad de decirle que estaba embarazada. Nos reencontramos hace unos días.
—Ayer habíamos salido para hablar al respecto y conocer a mis hijos —continúa él, dando una genial actuación al besar la cabeza de Isis—, pero tuve que pasar al bar que recién adquirí por unos documentos y fue cuando llegó la policía.
—Pasada la media noche —reprocha ella.
—Puede llamar al restaurante en el que estuvimos previamente, si desea. No tenemos nada que ocultar.
La mujer se yergue algo intimidada por la dura mirada de James y su voz que hace recular a cualquiera.
—Entiendo y agradezco su cooperación, señor Donovan, pero saben que esto es algo muy delicado. —Asentimos de acuerdo y prosigue—. Me imagino que el señor Donovan piensa darles su apellido a los niños.
—Así es —contesta, algo precavido, y con demasiada rapidez.
Lo miro por semejante desfachatez. Niego y entonces me mira, como si percibiera mi desacuerdo. Murmuro su nombre, casi inaudible. Toma mi mano y se inclina hasta rozar nuestras narices, sus ojos negros tan profundos, oscuros y lastimados, me escrutan y me reprenden.
—No lo arruines, Miranda —espeta, con dureza, a mi oído.
—¿Se encuentra bien, señorita Veillard? —pregunta la mujer.
No dejo de mirar esos pozos oscuros, que deciden no prestarle atención a la mujer que nos habla. Arrugo mi cara y mi labio inferior sobresale, porque quiero llorar por su culpa.
—Deja de hacer eso o morderé tu labio, Miranda.
Un tempestivo calor azota mi cuerpo y me alejo de él de un salto. Arrugo mi ceño y él sonríe, como si hubiera logrado lo que quería. Distraerme.
—Disculpe la interrupción —dice él, y la mujer asiente mirándonos de una extraña manera, como si quisiera irse de la habitación.
—Me gustaría ver los documentos cuando estén listos y creo que podremos planear algunas visitas domiciliarias reglamentarias para ver las condiciones en las que viven los niños.
La mujer no nos vuelve a mirar, sólo escribe y escribe, en esa libreta amarilla mientras nos dice esas palabras que ponen mis vellos de punta. Miro a James cuando sujeta mi mano, tan grande y caliente, y la aprieto con fuerza recibiendo su apoyo junto a una corriente que recorre mi espina dorsal cuando besa mi mano con ternura. Este tema me tiene muy ansiosa.
Vivo en una trampa mortal. ¿Ahora qué hago?
Luego de una desesperante hora donde nos pidió nuestra información personal y nos hizo llenar varios formularios con información sobre mis niños, finalmente nos deja ir. No me gusta lo de las visitas, y menos, porque serán sorpresa. Me extrañó ver como Donovan puso su dirección como principal para las visitas. Sé que donde vivo no es el lugar más nuevo de la ciudad, pero es lo más que puedo hacer, eso debe valer, ¿no?
—¿Le puedo hacer una pregunta, señora Turner? —le pregunta él cuando salimos de la oficina detrás de ella.
—Por supuesto —dice ella, sonriéndole de más al sexy berserker.
—Nos dijeron que alguien llamó a la policía. ¿Es posible saber quién ha sido?
Se lo piensa por unos segundos, pero al final asiente, vuelve a entrar a la oficina y James me mira preocupado.
—¿Tienes alguna idea? —me pregunta y niego.
La trabajadora social vuelve y nos entrega un papel. Bueno, se lo entrega a él.
—No debería darles esto, pero parecen buenas personas y Miranda ha cuidado muy bien de los niños.
—Gracias —digo y ella sonríe antes de despedirse y volver a su consultorio.
Aria Stevenson.
—Maldita mujer —espeto y salgo de la estación dando largas zancadas.
—¿La conoces?
—Es mi jefa en la cafetería donde trabajo en el día.
—¿Tienes otro trabajo?
—Las personas pobres tenemos múltiples trabajos, señor adinerado.
—¿Tienes algún problema con mi dinero? —gruñe.
—Por supuesto que no, sólo deja de criticar mi vida. No todos somos iguales.
Niega y vuelve a tomar aire para calmarse, le es imposible mantenerse en su lugar sin demostrar su especial manera de ser. Sé que puedo ser desesperante algunas veces, pero detesto esta parte. Debería ser como su amigo, Dante, él sí que era un caballero atento y amable con todos. Cuando me hablaba sólo podía pensar: «Lástima que yo tenga hijos y que él sea casado».
—¿Qué harás con esa mujer?
—No lo sé.
¿Qué gana ella con esto? ¿Por qué dañarme de esta manera tan baja?
He conocido personas viles en este mundo, pero esto es lo peor que me han podido hacer. Meterse con mis hijos es algo que no le voy a perdonar a esa mujer tan despreciable.
—¿Te llevo a tu casa?
—No. Necesito ir a ver a alguien.
—Vamos entonces.
Ya que me quiere llevar… Me ahorro el taxi.
—Mañana te espero a primera hora en mi oficina para que hablemos sobre lo que haremos de ahora en adelante. Iré pensando en algo y ya acordaremos todos los detalles.
—No tienes que hacerlo. Prácticamente te estás viendo obligado a ver por unos niños que no son tuyos.
No dice nada. Así se mantiene durante todo el camino hacia el hospital donde está internada la señora Hills. Llegamos al hospital y baja la carriola. Sonríe un poco cuando se despide de mí y deja un beso en la cabeza a cada uno de mis bebés. Demasiado bello.
—Mañana hablamos. Si tienes alguna solución que no nos hunda más, lo haremos —dice, me entrega su tarjeta con su número diciendo que es el personal y la dirección de su oficina—. Llámame para guardar tu número.
Asiento, poco convencida, y lo veo subir a su auto. Entro al hospital con la cabeza hecha un gran lío.
¿Cómo pudo volverse todo tan complicado de la noche a la mañana?
Ahora, el señor Donovan se puede meter en problemas por esta mentira y he perdido el trabajo que mayores ingresos me ha dado en estos últimos tres meses. Sé que fue su idea y lo hizo sin siquiera consultarme, pero lo hizo para protegerme y para que no me separen de mis bebés. Todo se puede complicar más. Eso de darles el apellido a mis hijos, es demasiada responsabilidad.
Llego a la habitación de la señora Hills y entro sin avisar.
—Buenos días, por aquí —saludo, asomando mi cabeza.
Su sonrisa aparece cuando ve a los niños y aplaude.
—¿No deberías estar trabajando?
Me siento a su lado luego de darle a mi niño y tomo a mi niña en mis brazos, niego mirando su pierna izquierda enyesada. Le cuento todo el desastre que se armó gracias a su idea de colgar un cuadro que prometí colgar yo misma el fin de semana, y me mira apenada.
—¿Qué hombre hace algo semejante? —Sí, es algo increíble—. ¿Irás a verlo mañana?
—Tengo que hacerlo. Ambos nos podemos meter en problemas por esta horrible mentira. Servicios Sociales estará al pendiente de nosotros y no puedo permitir que me quiten a mis niños.
—No sabes cómo lo siento, Miranda, pero los niños estaban dormidos y me aburría mucho…
No puedo evitar reír y ella me sigue.
JamesLlego a mi cena con el señor Garrett, deseando que este jodido día finalmente termine. Qué más quisiera yo, que el peor de mis problemas fuera la mesera del bar y sus hijos. Ahora, mi idiota padre quiere que le envíe más dinero para cubrir sus malditas deudas de juego como si fuera su cajero automático personal. Nunca estuvo al pendiente de mí y no hizo más que traerme problemas, pero desde que mi abuelo me puso a cargo de la constructora inmobiliaria hace un año, ha aparecido con demasiada frecuencia. Debo buscar la manera de sacarlo de mi vida antes de que intente enredarme en su mierda una vez más.—Donovan —saluda Martin Garrett, y me levanto para recibirlo.—Señor Garrett.Ocupamos
James—Ya cálmate. Ni que fueras mi mujer. Sí, tengo dos hijos. No sé si recuerdas mi viaje hace un año a Atlanta. Pues allí la conocí.—Estás bromeando, ¿cierto? Tú jamás has sido un irresponsable, no dejarías a una mujer embarazada ni por error.—No tengo tiempo ahora. Luego te llamo.Corto la llamada sin darle tiempo a seguir con su interrogatorio y me levanto sin ocultar mi preocupación. Me he dado cuenta de que Miranda no es la mejor referencia de la puntualidad, pero dos horas de retraso es demasiado.—Leonore —hablo al llegar a la puerta, brinca en su puesto y bufo. Salgo con mi saco en mano MirandaMe remuevo y me quejo. No me quiero levantar, mucho menos romper esta paz tan perfecta, un silencio inmensurable y una quietud que… Arrugo mi cara juzgando el apartamento, sólo con mi agudo oído. La quietud perfecta no existe, mucho menos en este lugar.Al no percibir los comunes sonidos que suelo sentir al despertar, abro mis ojos y me siento. Veo la cuna, algunos juguetes regados y ropa de bebé. No me he equivocado, tengo dos hijos, unos muy bulliciosos, y no hay señal de ninguno.No recuerdo la última vez que dormí tanto y tan bien, desde que mis niños nacieron. La doctora dice que en poco tiempo empezarán a dormir toda la noche y allí me podré relajar un poco, aunque estarán más despiertos durante el día. Es realmente agotador atCapítulo 9
Miranda—¿Despertaron? —pregunta James a una mujer, ella se levanta corriendo una vez nos ve salir del elevador.No puedo evitar reír cuando se atraganta con una fresa y golpea su pecho tratando de pasar la fruta a la fuerza. Me mira apenada y muevo mi mano para tranquilizarla. Pobre mujer.—Lo siento, señorita Veillard. Aún duermen, señor. Son un par de angelitos.Mis hijos pueden ser llamados por muchos calificativos tiernos, pero ¿angelitos? O bien, esa mujer está delirando, o mis hijos saben en qué palo trepan. Creo que me inclino por la segunda. La miro impresionada y me apuro para seguir al hombre. ¿Acaso no sabe quedarse quieto en un sólo lugar por más de cinco segundos?
JamesAun no comprendo a esta mujer, cualquier otra hubiera saltado sobre un contrato como ese. Se lo estoy ofreciendo todo, un mejor lugar donde vivir, una mejor calidad de vida para sus hijos, oportunidades para ella misma que no creyó posibles; y lo rechaza como si le dijera «no» a un helado.¿Qué se le puede ofrecer a una mujer como esa?—Déjame ayudarte —digo a su oído.Hace un gesto infantil y niega antes de dar el primer paso fuera del elevador.En verdad me preocupa que vivan en un lugar como ese. Como arquitecto, puedo decir que es peligroso y nada confiable, cualquiera que lo viera lo sabría al instante sin necesidad de algún conocimiento. Es jodido sentido com&uacu
JamesZach llega con los víveres y Miranda salta a tomar las cosas.—¡Yo cocino! —grita ella y “entra” a la cocina.Desde donde estoy puedo verla en cuerpo completo sacando la comida de las bolsas. Este lugar es exageradamente pequeño y sigo sin entender por qué quiere quedarse aquí.—Te ayudaré un poco —susurra la señora y sonríe al mirar hacia donde está la rubia —. Miranda. Barry quiere que vaya a vivir con él. Vendrá por mí mañana temprano.Miranda levanta la mirada, corre hasta la sala, tres pasos fueron suficientes, y gime preocupada.—Pero, ¿quié
MirandaVuelvo a despertar por tercera vez esta noche y suspiro al ver que apenas son las dos de la madrugada. Dylan se queja, muy intranquilo, y mi pequeña llora como sólo ella sabe hacerlo. No sé qué es lo que les sucede esta noche, nunca los había sentido tan desesperados. Ya les di de comer, les cambié el pañal, les canté, los bañé… No sé qué más hacer para calmarlos. Y para completar y hacer aún más mi escena perfectamente trágica, la señora Virginia no se ha cansado de golpear la pared y eso me desespera hasta la locura.Quiero gritar.—Ya, mi amor. —Tomo a Dylan en brazos y lo arrullo suavemente—. ¿Cómo te ayudo, bebé?S&ea
MirandaSiento los enormes brazos de James rodearme y me aferro a su cuello cuando me levanta como un bebé y acaricia mi cabello. Me permite ser débil por un par de minutos y me acaricia y besa mis mejillas, hasta que la incomodidad se abre paso en medio de la lucidez que voy recobrando poco a poco. Me alejo para verlo a los ojos, esos profundos pozos negros que llegan a intimidar cuando se le antoja, y sonrío apenada.—Lo siento.—Te he dicho que no estás sola y no me dejas ayudarte.Veo su preocupación y bajo la cabeza, pero algo llama mi atención.—¿Dónde están? —pregunto alterada.—Dormidos en su cuna. Aunq