James
Ambos bajamos y salimos por la puerta de atrás, siempre en silencio para no despertarlos, a través del oscuro, sucio y apestoso callejón. Enfrente del bar espera mi carro, los llevo hasta él y la ayudo a acomodarse en la parte de atrás. Le doy una última mirada al bar, The Cavern, y niego. No sé qué es lo que me ha detenido de derrumbar este lugar, es un bar justo enfrente de un muelle abandonado, el que derrumbaré y restauraré para tener un mejor aprovechamiento de este espacio para la comunidad. El muelle 57 es un sitio histórico, hace parte de lo que significa esta ciudad. Este espacio, al igual que los almacenes y locales de los alrededores deben ser también modernizados para que todo el alrededor sea perfecto.
—¿Dónde vives? —pregunto, y enciendo el auto. La miro por el retrovisor al ver que no contesta, tiene a los dos niños en sus brazos y huele sus cabecitas. Suspiro, intentando con todas mis fuerzas no ser tan seco con ella. Está preocupada por sus hijos, eso lo puedo entender, no merece que sea un peso más para ella que soportar, cuando he sido yo quien se ha ofrecido para este desastre—. ¿Miranda?
Levanta su rostro de la cabeza del niño, que parece dormir plácidamente, y seca sus lágrimas con sus hombros. Odio esto.
—Bronx —susurra y giro mi cara para mirarla.
—¿Estás jodiéndome?
—No. No tengo pene —murmura con acritud.
Murmuro una sarta de maldiciones antes de arrancar, ella se queja de mi “florido” vocabulario, así lo llama. Esto de ser buena persona no es para mí. Debí ir a mi apartamento en vez de venir a este lugar que pronto dejará de existir.
Su edificio es el mayor desastre que jamás he visto. Viejo, deteriorado y parece que se cae a pedazos. La luz de la entrada, amarillenta y decaída, parpadea. Muy precavido por el sector en el que vive, salgo para sacar el coche, abro la puerta, la ayudo con los niños y los dejo dormir en su coche. Miranda sale y me mira agradecida.
El techo de la entrada suelta polvo de los cimientos, las grietas son largas y bajan por la pared, toco allí y un pedazo de cemento cae, deshaciéndose como arena.
—¿En serio vives aquí?
—No. Es que mi apartamento lujoso lo están remodelando —dice y crujo mis dientes.
Detesto las ironías y los sarcasmos, eso no ayuda que desee arrancar esa cabeza rubia de ese delgado cuello. Abre la puerta del edificio, como si necesitara seguridad, y la ayudo a subir los cuatro pisos que tiene el lugar, cuatro pisos que auguran un desastre inminente. Por supuesto que debía vivir en el último. Todo el lugar es horrible, no creo que le ayude mucho a que no la aparten de sus hijos si sigue viviendo en este lugar.
—Gracias por todo —dice, nos detenemos frente a una puerta verde, la única de color—. Creo que debería decirte que no hagas esto, que no quiero que te metas en problemas por mi culpa o que estoy dispuesta a afrontar las consecuencias de mis errores.
Al menos es sensata y lo reconoce.
—Si tan sólo las consecuencias fueran solamente tuyas y a los niños no te los fueran a quitar.
Chilla y se lanza a abrazarme. Levanto mis manos y me quejo, palmeo su espalda y la alejo un poco para que me suelte.
—Paso mañana por ustedes.
—Gracias —chilla.
—Haremos que todo esté bien.
Y sin más, me voy dejándola en la puerta del apartamento. Espero que esta mentira no nos traiga más problemas.
Toco a la puerta y escucho su grito. Sé que es muy tarde, pero él nunca se acuesta temprano y siempre está disponible.
—Hey, amigo —saluda al abrir, se hace a un lado y pasa su camisa por su cabeza.
—Siento llegar a esta hora.
—Ah, no importa. No hacía nada interesante. Espera un momento —dice y desaparece.
Camino hacia la ventana. Abajo está el central park se ve tan oscuro como la noche misma, pero a las personas parece no importarles, prefieren la noche, eso los aleja de sus responsabilidades.
—¿Nos vemos mañana en la oficina? —escucho hablar a una mujer.
Él camina detrás de ella intentando sacarla de su apartamento sin el más mínimo deseo de aprender sobre lo que significa ser sutil. Pobre mujer, esa mirada anhelante no es nada correspondida.
—Sí, claro —contesta él y le entrega su saco y zapatos—. Que tengas buena noche, Bárbara. —Cierra la puerta en la nariz de la mujer y aplaude antes de mirarme—. ¿Para qué soy bueno?
—Para las relaciones, no lo creo. —Ríe y se sienta en su sillón esperando a que le digo lo que necesito—. Necesito tu total discreción, Christopher.
—Por algo has venido a mí.
Asiento, porque sé que en mis amigos siempre podré confiar, aunque muchas veces sea distante el más distante. Christopher es quien más puede ayudarme, si no es el único. Le hablo de Miranda, de sus hijos y del problema en el que nos hemos metimos; una situación absurda en la que no medí la consecuencia y me lancé de cabeza.
—Guao —murmura y se estira como gato perezoso—. Esto es complicado, James. Le quitarán a sus hijos si la dejas sola en esto.
—Ella no debió llevarlos...
—Pero lo hizo y no lo puedes cambiar. Aunque... tú tampoco tenías que haber subido para ver lo que ella hacía. ¿Por qué lo hiciste?
No lo sé, creo que simplemente me intrigó verla subir y bajar con tanta frecuencia. Si, fui un poco entrometido.
—¿Qué debo hacer?
—Ayudarla hasta el final si no quieres que esos niños se queden sin madre. Indudablemente se los quitarán por negligencia y ni hablar del problema en el que te podrías meter por mentir en algo tan delicado. No creo que esa mujer tenga más de lo que gana diariamente, si todo lo que dices es cierto.
Eso lo temía, simplemente necesitaba una voz profesional, una voz que me dijera que lo que hice fue lo correcto y no porque esa mujer siempre me empuja a mirarla.
—No has dicho nada que no sepa.
—Sí, y arruinaste mi noche con Bárbara. Pero seguramente fue lo mejor. ¿Sabes que dijo que me quiere?
—¿Desde cuando salen?
—No salimos, lo único que pasó fue hace tres días cuando tuvimos sexo en mi oficina. No debí invitarla al apartamento.
—No deberías traer a ninguna mujer a tu apartamento. Son un incordio.
Ríe a carcajadas. No le importan lo más mínimo las consecuencias de sus actos, por suerte Dante se ha casado o estaría festejando al lado de Chris por hacer idioteces como esta. El botar a esa mujer como a un desecho por preferir hablar conmigo, dice suficiente de sus anulados sentimientos. Y nosotros nos creemos personas normales, cuando no somos más que el resultado de una niñez de m****a. Su padre es un senador, engañó a su madre tantas veces que es estúpido pensarlo siquiera, pero ella, luego de que el senador sufriera un ataque al corazón, ha permanecido a su lado y lo ha cuidado. Christopher y su hermano Gray, no los visitan. Odian a su padre y sienten lástima por su madre. Podríamos competir entre todos quien desea más la muerte de su padre.
—Creo que la ayudaré —digo y me levanto—. Gracias por recibirme.
—¿Para qué son los amigos?
Sonrío, porque sé que es así.
—Descansa, amigo. Espero te cacen pronto y encuentres una Brianna en tu vida.
—Lo mejor que me has podido desear jamás —ironiza y ruedo los ojos. Me acompaña hasta la puerta—. Pero si es con una Brianna, seguro que me dejo cazar.
Brianna es la esposa de nuestro amigo Dante y viven tres pisos arriba de aquí, justo debajo de mi apartamento, se casaron porque sus padres se lo dijeron, se enamoraron porque ella tiene la suficiente paciencia para soportar a alguien tan infantil como Dante a pesar de su apariencia fría y distante, luego se divorciaron porque sus padres lo decidieron, y Dante tuvo accidente por una exnovia loca, ahora él está en silla de ruedas y ella lo cuida con mucho cariño. Cualquiera desearía tener a una Brianna en su vida.
Subo a mi apartamento por las escaleras, cuatro pisos no significan nada. Es hora de descansar, mañana luego de hablar con el policía decidiremos qué hacer con este problema.
MirandaDespierto cansada, como todos los días, luego de tener que levantarme tres veces esta noche para atender las necesidades de mi par de ángeles. Alimento a mis niños y los preparo, no creo que demore en llegar el señor…El toque a la puerta me avisa y me advierte de su extrema puntualidad. Ciño mi bata y corro hacia la puerta. Sonrío al verlo allí, con su rostro serio y lindo.—Buenos días, señor Donovan.—Aún no está lista. Tenemos media hora, Miranda.¿Por qué siempre tiene que gruñir?—¡Quince minutos! —grito, y corro dejándolo en la puerta, voy de vuelt
Miranda—Tuvimos una relación, pero nos separamos y nunca tuve la oportunidad de decirle que estaba embarazada. Nos reencontramos hace unos días.—Ayer habíamos salido para hablar al respecto y conocer a mis hijos —continúa él, dando una genial actuación al besar la cabeza de Isis—, pero tuve que pasar al bar que recién adquirí por unos documentos y fue cuando llegó la policía.—Pasada la media noche —reprocha ella.—Puede llamar al restaurante en el que estuvimos previamente, si desea. No tenemos nada que ocultar.La mujer se yergue algo intimidada po
JamesLlego a mi cena con el señor Garrett, deseando que este jodido día finalmente termine. Qué más quisiera yo, que el peor de mis problemas fuera la mesera del bar y sus hijos. Ahora, mi idiota padre quiere que le envíe más dinero para cubrir sus malditas deudas de juego como si fuera su cajero automático personal. Nunca estuvo al pendiente de mí y no hizo más que traerme problemas, pero desde que mi abuelo me puso a cargo de la constructora inmobiliaria hace un año, ha aparecido con demasiada frecuencia. Debo buscar la manera de sacarlo de mi vida antes de que intente enredarme en su mierda una vez más.—Donovan —saluda Martin Garrett, y me levanto para recibirlo.—Señor Garrett.Ocupamos
James—Ya cálmate. Ni que fueras mi mujer. Sí, tengo dos hijos. No sé si recuerdas mi viaje hace un año a Atlanta. Pues allí la conocí.—Estás bromeando, ¿cierto? Tú jamás has sido un irresponsable, no dejarías a una mujer embarazada ni por error.—No tengo tiempo ahora. Luego te llamo.Corto la llamada sin darle tiempo a seguir con su interrogatorio y me levanto sin ocultar mi preocupación. Me he dado cuenta de que Miranda no es la mejor referencia de la puntualidad, pero dos horas de retraso es demasiado.—Leonore —hablo al llegar a la puerta, brinca en su puesto y bufo. Salgo con mi saco en mano MirandaMe remuevo y me quejo. No me quiero levantar, mucho menos romper esta paz tan perfecta, un silencio inmensurable y una quietud que… Arrugo mi cara juzgando el apartamento, sólo con mi agudo oído. La quietud perfecta no existe, mucho menos en este lugar.Al no percibir los comunes sonidos que suelo sentir al despertar, abro mis ojos y me siento. Veo la cuna, algunos juguetes regados y ropa de bebé. No me he equivocado, tengo dos hijos, unos muy bulliciosos, y no hay señal de ninguno.No recuerdo la última vez que dormí tanto y tan bien, desde que mis niños nacieron. La doctora dice que en poco tiempo empezarán a dormir toda la noche y allí me podré relajar un poco, aunque estarán más despiertos durante el día. Es realmente agotador atCapítulo 9
Miranda—¿Despertaron? —pregunta James a una mujer, ella se levanta corriendo una vez nos ve salir del elevador.No puedo evitar reír cuando se atraganta con una fresa y golpea su pecho tratando de pasar la fruta a la fuerza. Me mira apenada y muevo mi mano para tranquilizarla. Pobre mujer.—Lo siento, señorita Veillard. Aún duermen, señor. Son un par de angelitos.Mis hijos pueden ser llamados por muchos calificativos tiernos, pero ¿angelitos? O bien, esa mujer está delirando, o mis hijos saben en qué palo trepan. Creo que me inclino por la segunda. La miro impresionada y me apuro para seguir al hombre. ¿Acaso no sabe quedarse quieto en un sólo lugar por más de cinco segundos?
JamesAun no comprendo a esta mujer, cualquier otra hubiera saltado sobre un contrato como ese. Se lo estoy ofreciendo todo, un mejor lugar donde vivir, una mejor calidad de vida para sus hijos, oportunidades para ella misma que no creyó posibles; y lo rechaza como si le dijera «no» a un helado.¿Qué se le puede ofrecer a una mujer como esa?—Déjame ayudarte —digo a su oído.Hace un gesto infantil y niega antes de dar el primer paso fuera del elevador.En verdad me preocupa que vivan en un lugar como ese. Como arquitecto, puedo decir que es peligroso y nada confiable, cualquiera que lo viera lo sabría al instante sin necesidad de algún conocimiento. Es jodido sentido com&uacu
JamesZach llega con los víveres y Miranda salta a tomar las cosas.—¡Yo cocino! —grita ella y “entra” a la cocina.Desde donde estoy puedo verla en cuerpo completo sacando la comida de las bolsas. Este lugar es exageradamente pequeño y sigo sin entender por qué quiere quedarse aquí.—Te ayudaré un poco —susurra la señora y sonríe al mirar hacia donde está la rubia —. Miranda. Barry quiere que vaya a vivir con él. Vendrá por mí mañana temprano.Miranda levanta la mirada, corre hasta la sala, tres pasos fueron suficientes, y gime preocupada.—Pero, ¿quié