Al amanecer, Eleonora deja el palacio, escoltada por un grupo reducido de guardias. No quiere una gran comitiva ni llamar demasiado la atención; desea ver el reino como es en realidad, sin filtros ni preparativos para recibir a la reina.Camina por los mercados, por las calles donde los niños corren descalzos, entre los puestos de pan y frutas que desprenden aromas dulces y hogareños. Saluda a los comerciantes, observa los talleres donde herreros y tejedores trabajan sin descanso. Ve la fatiga en los rostros de los campesinos que descargan sacos de grano y la mirada resignada de las mujeres que venden verduras a precios que apenas les alcanzan para vivir.Pero lo que más le llama la atención son los niños.Algunos corretean entre los puestos, jugando con lo poco que tienen. Otros ayudan a sus padres en los negocios o en los campos. Pero ninguno, ni uno solo, parece tener acceso a la educación.Eleonora se detiene junto a una anciana que vende manzanas y observa a un niño que intenta c
La mañana es fresca. Eleonora se acerca a Alejandro con una petición. Él está en su despacho, revisando documentos, pero apenas ella entra, levanta la vista.—¿Qué ocurre, Eleonora? —pregunta con curiosidad.Ella sonríe, con ese brillo en los ojos que Alejandro ya ha aprendido a reconocer.—Quiero que vengas conmigo al lugar de la construcción.Él arquea una ceja.—¿Para qué?—Para acompañar a los obreros, a los niños… Quiero que veas lo que estamos haciendo.Alejandro apoya los codos en el escritorio y la observa con interés.—¿Y por qué exactamente deseas que vaya?Eleonora cruza los brazos y lo mira con determinación.—Porque esta no es solo mi idea, es un proyecto de ambos. Es para el reino. La gente necesita ver que su rey también lo apoya.Alejandro la estudia por un momento, luego suelta un leve suspiro y se pone de pie.—Bien, vamos.Eleonora sonríe con satisfacción.Cuando llegan al lugar, la escena que encuentran es un reflejo de esperanza. Los obreros trabajan con entusiasm
La mañana comienza con la misma energía de siempre en el lugar de la construcción. Eleonora y Alejandro llegan temprano, como han hecho en los últimos días, para supervisar los avances y compartir con los trabajadores y niños. Sin embargo, algo se siente distinto.Los obreros trabajan en silencio, sin la habitual algarabía. Algunas herramientas están tiradas en el suelo y ciertos trabajadores se han apartado en pequeños grupos, murmurando entre ellos con preocupación.Eleonora frunce el ceño, percibiendo la tensión en el ambiente.Justo cuando está por preguntar qué ocurre, un niño de no más de siete años corre hacia ella con una sonrisa brillante. Lleva en sus manos un pequeño ramillete de flores silvestres, algunas torcidas y otras aún con rastros de tierra en sus raíces.—¡Majestad! ¡Las recogí para usted! —exclama con entusiasmo.Eleonora sonríe y toma el ramo con delicadeza.—Son preciosas. Gracias, mi pequeño caballero.El niño se sonroja, pero su emoción es evidente. Eleonora s
La tensión es densa, como una tormenta a punto de desatarse. En el centro de la mesa, Francisco observa a los presentes con una mirada de furia contenida.—No podemos seguir perdiendo el tiempo —gruñe, golpeando la mesa con un puño cerrado—. Cada día que pasa, la reina se afianza más en el poder. ¡Nos desafía en nuestra propia casa!—El pueblo la admira, incluso algunos nobles comienzan a verla con respeto —añade otro con desprecio—. Si seguimos esperando, pronto será intocable.Francisco respira hondo, tratando de contener su rabia. Se vuelve lentamente hacia la figura temblorosa en el rincón.—Clara.La doncella se estremece al escuchar su nombre, pero mantiene la cabeza gacha. Sabe que no puede mostrar debilidad.—Llevamos meses esperando resultados de tu parte —continúa Francisco con frialdad—. Dijiste que te encargarías de la reina. Dijiste que la alejarías del rey, que la harías caer en desgracia. ¿Y qué hemos obtenido a cambio?Camila siente el sudor frío recorriendo su espalda
El amanecer llega con un aire de tensión en el palacio. La noticia del intento de asesinato no ha sido divulgada, pero entre los guardias y los sirvientes, los susurros corren como pólvora encendida.Alejandro ha dado órdenes estrictas de investigar a fondo. Nadie entra ni sale sin su permiso. Alguien dentro del palacio intentó acabar con la vida de Eleonora, y no piensa descansar hasta encontrar al culpable.Sentada en una silla en medio de los aposentos reales, Julie baja la mirada con el ceño fruncido. Es evidente que está nerviosa.—Julie —comienza Eleonora, su tono suave, pero firme—, dime quién preparó mi lecho anoche.La doncella, que ha sido su sombra y confidente desde que llegó a esta vida, levanta la vista de inmediato.—Fui yo, Majestad —responde con sinceridad.Alejandro observa con detenimiento cada gesto de la joven. La desconfianza lo carcome, pero Eleonora no quiere precipitarse.—¿Tú sola? —insiste la reina.—Sí, Majestad. Como siempre.Eleonora intercambia una mirad
Julie camina apresurada por los pasillos del palacio, su respiración aún pesada por el sueño interrumpido. Se había dormido tarde, atormentada por la angustia de los últimos acontecimientos, y cuando al fin cayó rendida, la mañana llegó demasiado pronto.—¡Maldición! —murmura, apretando el paso.Mientras avanza, una figura se cruza en su camino: Camila, otra doncella del palacio. Su porte es impecable, con una sonrisa amable y una mirada serena, pero algo en su expresión la hace parecer demasiado ensayada.—Julie —la saluda con dulzura—. Justo te buscaba.Julie frunce el ceño, impaciente.—¿Ocurre algo?Camila sostiene una pequeña bandeja con una taza de porcelana humeante.—Es para la reina —explica—. Anoche no debió dormir bien, después de todo lo que ha pasado. Pensé en prepararle un té relajante.Julie la observa con algo de extrañeza, pero la lógica en su ofrecimiento es innegable. Eleonora ha estado nerviosa desde el incidente de la serpiente.—Es un gesto muy amable, Camila —co
Tras largas horas de deliberación, Alejandro ha tomado su decisión. La justicia debe impartirse con firmeza y rapidez para evitar nuevas traiciones.Reunidos en la gran sala del consejo, el rey y la reina se encuentran frente a las dos doncellas acusadas. Camila, con el rostro desencajado, apenas puede sostenerse en pie; sus rodillas tiemblan y sus manos están unidas en un ruego silencioso. Clara, en cambio, mantiene la barbilla en alto, pero sus ojos delatan miedo.—Camila —anuncia Alejandro con voz solemne—. Has participado en este acto de traición, aunque no hayas sido la mente detrás del crimen. Has confesado, pero eso no te exime de castigo. Por lo tanto, pasarás seis meses en los calabozos, alimentada solo con pan y agua.Un sollozo escapa de los labios de la doncella, pero no se atreve a protestar. Alejandro gira su atención hacia Clara.—Y tú, Clara. Intentaste asesinar a tu reina con veneno y con una serpiente. Tus crímenes no tienen redención. Serás colgada en la horca al am
La tarde se tiñe de gris, cuando Brígida llega al castillo. El viento golpeando las ventanas y una tensión latente en el ambiente. Eleonora la recibe en sus aposentos, con una sonrisa cansada pero sincera. La sanadora nota de inmediato las sombras bajo sus ojos y el peso invisible que lleva sobre los hombros.—Me alegra verte, Brígida. Quisiera haberte visitado en la cabaña, pero Alejandro ha insistido en que permanezca aquí hasta que se descubran a los responsables de lo sucedido con Clara —dice Eleonora, sirviéndole una taza de infusión caliente.Brígida la observa con una mezcla de orgullo y preocupación. Eleonora ha crecido, ha madurado, se ha convertido en una reina fuerte y valiente. Pero también ve el peligro que la rodea.—Eres una mujer admirable, Eleonora —dice con suavidad, tomando la taza entre sus manos—. Has luchado con firmeza por el pueblo y por los niños. Es un acto noble y maravilloso. Pero quiero que comprendas algo, querida: cuanto más alto se levanta una estrella,