Cap 32. Lazos eternos

El aire del bosque huele a tierra húmeda y hierbas frescas, mientras Eleonora avanza por el estrecho sendero que la lleva a la cabaña de Brígida. El canto de los pájaros y el murmullo del viento entre los árboles acompañan sus pasos, otorgándole una paz que pocas veces encuentra en el palacio.

Cuando llega, la pequeña cabaña de madera luce tan acogedora como siempre, con el humo de la chimenea elevándose en una espiral perezosa hacia el cielo grisáceo. Antes de tocar la puerta, Eleonora se toma un instante para observar el lugar. Es sencillo, pero hay algo en él que la hace sentir segura, como si en aquel rincón apartado del mundo no existieran ni las intrigas del parlamento ni las exigencias de la monarquía.

Toca suavemente la puerta. No pasa mucho tiempo antes de que Brígida la abra, con esa sonrisa tranquila que siempre lleva en el rostro.

—Me agrada mucho tu visita, pero no creo que solo hayas venido por cortesía —dice la curandera con una mirada divertida.

Eleonora baja l
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