El tiempo transcurre sin grandes cambios en el castillo. La amenaza sigue latente, pero los enemigos permanecen ocultos en las sombras, esperando el momento oportuno para actuar. Alejandro y Eleonora saben que Francisco de Gálvez es el más probable instigador de las conspiraciones, pues su deseo de usurpar el trono es evidente. Sin embargo, no pueden apresurarse a acusarlo sin pruebas, lo que los obliga a mantenerse en constante vigilancia. Pese a la tensión, Eleonora y Alejandro continúan con su labor en el reino. La escuela que han impulsado está casi terminada, y ambos deciden visitarla para supervisar los avances. No van solos; Julie los acompaña, mostrando su entusiasmo por ver cómo los niños del pueblo pronto tendrán un lugar donde aprender. Además, un grupo de guardias los escolta discretamente, pues Alejandro no quiere correr riesgos innecesarios. El viaje transcurre sin contratiempos. Al llegar, el bullicio de los trabajadores y el sonido de herramientas golpeando la madera
Felipe entra en el despacho de su padre con el gesto endurecido. Ha estado retrasando este encuentro por más de dos semanas desde que recibió la carta, no tiene el menor interés en escuchar los reclamos de Francisco de Gálvez. Sin embargo, sabe que tarde o temprano este enfrentamiento era inevitable.Francisco lo recibe con una mirada severa, reclinado en la silla, de brazos cruzados. No hay cordialidad ni afecto en su tono cuando le habla.—Espero que no creas que puedes seguir ignorándome, Felipe. He sido paciente, pero mi paciencia tiene un límite.Felipe respira hondo, manteniendo la compostura.—Dime directamente lo que quieres, padre.Francisco entrecierra los ojos, molesto por la actitud desafiante de su hijo.—Quiero saber qué estás haciendo en la escuela que construyen los reyes. Quiero saber por qué pierdes tu tiempo con campesinos y niños en lugar de asumir el lugar que te corresponde.Felipe niega con la cabeza, cansado de la misma conversación de siempre.—El lugar que me
El reino está cubierto por total oscuridad. Eleonora se encuentra en un vasto campo de batalla, el aire es denso, pesado, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Frente a ella, Alejandro yace en el suelo, su armadura hecha jirones, la sangre empapando la tierra a su alrededor. Intenta correr hacia él, pero sus piernas no responden, como si el suelo la retuviera con cadenas invisibles. Gritos y relinchos llenan el aire, el rugido de las llamas devorando aldeas enteras.La escena cambia abruptamente. Ahora está en el castillo, las paredes están agrietadas, el mármol ennegrecido por el fuego. Siente el frío del acero en su garganta y, al girarse, ve a una figura encapuchada con una espada ensangrentada. De repente, la capucha cae y es Alejandro quien la mira con ojos vacíos, sin alma, sin vida. Su boca se mueve, pero no emite sonido alguno. Su esposo se desvanece ante sus ojos como ceniza arrastrada por el viento.Otro cambio. Se encuentra en una llanura nevada. A lo lejos, la sombr
A pesar de las pesadillas que la atormentan, Eleonora decide no dejarse vencer por el miedo. Sabe que no puede caer en la desesperanza justo ahora, no cuando tantos niños esperan por el lugar que con tanto esfuerzo ella y Alejandro han ayudado a construir. La escuela representa un nuevo comienzo para el reino, un símbolo de esperanza en medio de la tensión creciente. Así que se viste con elegancia, sin extravagancia, con un vestido sencillo en tonos crema que deja claro que está ahí como reina, pero también como mujer del pueblo.El gran día ha llegado. Desde temprano, el castillo es un hervidero de movimiento. Carros cargados de libros, instrumentos y materiales parten hacia la colina donde se alza la escuela. Alejandro da órdenes con firmeza, mientras Felipe y Julie supervisan los detalles finales de la organización. Eleonora se toma un momento para mirar el horizonte desde su balcón. El cielo está despejado, el sol brilla con fuerza, y por un instante, se permite pensar que quizás
Alejandro se encuentra sentado en el sillón de su escritorio. Aún falta unas horas para el alba, pero es la hora propicia para recibir la visita que ha estado esperando por varios días.El aire está enrarecido, no por el clima, sino por la tensión que se respira desde días atrás. En el centro de la estancia hay tres hombres encapuchados, enviados directamente desde los confines del reino. Espías. Hombres fieles a la corona, entrenados para desaparecer en las sombras y aparecer solo cuando traen noticias que podrían cambiar el curso de la historia.Alejandro les hace un gesto con la mano. Los guardias se retiran, y la puerta se cierra tras ellos con un golpe sordo.—Hablen —ordena el rey, de pie, las manos tras la espalda, el rostro endurecido.Uno de los espías se adelanta. Su voz es baja, casi un susurro, pero en la sala se escucha con nitidez.—Mi señor, los reinos del Este han sellado su alianza. El rey de Borania y la reina viuda de Lirven están uniendo sus ejércitos. Se entrenan
En el corazón del reino de Elyndor, Alejandro se prepara para una de las reuniones más importantes de su reinado. Viste su armadura ceremonial, pero no por ostentación, sino como símbolo de determinación y claridad ante el peligro inminente. A su lado está Felipe, de porte firme, su mirada afilada y alerta. Ambos saben que el día de hoy puede definir el destino de su pueblo.La sala de estrategia está llena de actividad. Algunos de los comandantes más fieles a Alejandro están presentes: hombres y mujeres que han derramado sangre por Elyndor y que darían su vida por el rey. Todos fueron escogidos con precisión, pues Alejandro ya no puede confiar ciegamente en los miembros de su corte o de su ejército. La traición se esconde entre sombras, y los espías que regresaron hace unas semanas lo confirmaron: hay alianzas enemigas fortaleciéndose y conspiraciones gestándose dentro del propio reino.Una comitiva de escoltas acompaña al rey y a Felipe en su viaje hacia la fortaleza neutral donde s
Los primeros rayos del sol apenas rozan las llanuras que rodean Elyndor cuando el sonido del cuerno retumba por tercera vez. No es un llamado de guerra todavía, sino una nueva rutina que se ha instaurado, el inicio de los entrenamientos. Cada mañana, antes del alba, hombres, mujeres, jóvenes y hasta niños se presentan en los campos habilitados al sur del palacio, donde los estandartes del reino ondean entre carpas improvisadas y estructuras de madera.El aire es fresco y húmedo, el pasto cruje bajo las botas, y una bruma ligera cubre las colinas cercanas. A pesar del cansancio de los días previos, la asistencia no ha disminuido. Al contrario, cada jornada hay más personas. La escuela que semanas atrás se llenaba de libros ahora ha extendido su propósito a estos campos, donde se enseña con espadas, escudos y estrategias.Eleonora camina entre los grupos con el porte de una reina y el corazón de una líder del pueblo. Viste ropas cómodas pero firmes: pantalones oscuros, botas altas y una
Las estrellas parpadean en un cielo despejado que no refleja, ni de lejos, la agitación que sacude el corazón del reino. En las calles, las luces parpadeantes se apagan una a una, mientras dentro del palacio la tensión se mantiene despierta, latiendo en los pasillos, palpitando entre las piedras antiguas que conocen los secretos de generaciones.Alejandro entra en los aposentos reales donde Eleonora lo espera. La encuentra de pie, de espaldas a la puerta, observando el mapa del reino desplegado sobre una gran mesa. La luz de las velas iluminan su tersa piel. Lleva puesto un camisón ligero que se amolda a su cuerpo con cada respiración. Él se detiene un instante, simplemente para mirarla.—¿Aún estás despierta? —pregunta, cerrando la puerta tras de sí.Ella se gira. Sus ojos brillan con determinación, pero también con dulzura. Se acerca a él con pasos firmes, aunque serenos.—No podía dormir —responde—. Demasiadas cosas en la cabeza. ¿Y tú, por qué tardaste tanto?—Estaba últimando alg