El sonido del cuerno de partida resuena por todo el castillo, anunciando lo inevitable: ha llegado el día de marchar hacia la guerra.En el patio principal, soldados, caballeros y voluntarios se alinean en formación, vestidos con sus armaduras, las insignias de Elyndor grabadas en sus pechos y estandartes ondeando al viento. Hay silencio, respeto, una quietud tensa que precede a la tormenta. Y en medio de todo ese orden, emergen los dos soberanos del reino, caminando uno al lado del otro, montura en mano.Eleonora lleva una armadura de tonos plateados con detalles azul oscuro que brillan bajo la luz del amanecer. El peto real, hecho a medida, acentúa su figura sin restarle imponencia. Su cabello recogido en una trenza larga se desliza por la espalda metálica. Camina con el rostro sereno, pero con fuego en los ojos. A su lado, Alejandro lleva su armadura de guerra, más pesada, dorada en los bordes, con una capa roja que flamea tras él. Ambos parecen esculpidos por los dioses para ese m
El ejército enemigo, compuesto por tropas de Borania y Lirven, se desplaza por los caminos sinuosos que rodean las cordilleras del reino. Avanzan con arrogancia, creyendo que arrasarán Elyndor como un castillo de naipes. Pero lo que no saben es que los bosques no les pertenecen, ni las piedras, ni el viento. Todo lo que pisan, todo lo que ven, se ha convertido en su enemigo silencioso, porque si ellos cuentan con magia negra, Elyndor cuenta con la reina del ayer.Los primeros en caer lo hacen sin un solo grito.Avanzan por un estrecho desfiladero cuando el suelo cede bajo los cascos de los caballos. Dos líneas de jinetes desaparecen entre una nube de tierra y gritos ahogados, tragados por una trampa excavada semanas antes. Estacas de hierro los esperan en el fondo. Las lanzas atraviesan carne y armaduras con la fuerza implacable de la gravedad. El estruendo hace eco entre las paredes rocosas, y la confusión se apodera de los soldados.Antes de que puedan reorganizarse, desde lo alto d
Las noticias del primer enfrentamiento llegan al castillo temprano en la mañana. —Elyndor y Meridial han logrado repeler el primer ataque —dice el emisario, jadeando aún por la rapidez del viaje—. Han caído muchos enemigos, pero nuestros hombres siguen firmes. Los reyes están bien.Un suspiro colectivo llena la gran sala. La tensión no se disuelve, pero al menos se atenúa.La reina madre asiente con la frente en alto.—Haced que esta noticia llegue al pueblo. Hoy, más que nunca, necesitamos esperanza.En los patios del castillo, el entrenamiento no se detiene. Cada día, más voluntarios llegan a las puertas de la ciudadela, pidiendo armas, pidiendo instrucción. Los soldados veteranos, heridos o demasiado mayores para el frente, se encargan de la instrucción. Lo que comenzó como una preparación simbólica, se ha convertido en una red de defensa sólida y comprometida.Julie camina entre los grupos, observando con atención. Su vestido, sencillo pero limpio, se agita con el viento. Lleva e
Las paredes blancas del hospital se abren paso mientras la camilla avanza a toda velocidad.—¡Código azul, código azul! —grita la enfermera con desesperación. El sonido de sus pasos retumba en el pasillo. Su corazón late con fuerza. Clarisa no es solo una paciente, es su amiga desde el colegio, y verla en ese estado deplorable le hiela la sangre.El obstetra logra estabilizarla por un momento, pero sabe que está caminando sobre una cuerda floja. Si no actúa de inmediato, la perderá. Conoce a Clarisa desde hace cinco años y, más allá de la relación médico-paciente, la estima como a una amiga. Siente un profundo respeto por ella y por Philip, su esposo.—Marcela, debemos actuar ya. Tu hija no aguantará por mucho más tiempo —las palabras del médico arrancan a la mujer de su ensimismamiento. Está tan aterrorizada que apenas asimila lo que ocurre a su alrededor.—Tenemos que esperar a Philip. Clarisa no quiere dar a luz sin él —dice Marcela con la voz temblorosa. Sabe que está tomando un r
Clarisa hiperventila. El aroma denso a hierbas la envuelve como un manto pesado y asfixiante, recordándole los funerales. Su cabeza da vueltas. No entiende nada. ¿Dónde está? ¿Quién es esa joven que la observa con el ceño fruncido y la cabeza gacha? —Mi lady… ¿por qué quiso quitarse la vida? —La doncella habla en voz baja, como si temiera ser escuchada. No debería ser tan atrevida, pero necesita confirmar sus sospechas. Un escalofrío recorre la espalda de Clarisa. ¿Quitarse la vida? Nunca lo haría. No ahora. No después de tanto luchar para convertirse en madre. Solo aquella vez, aquella terrible vez, había deseado morir. Aquella noche en la que él se fue. —No sé quién eres, pero te aseguro que, aunque quisieran matarme, me aferraría a la vida como una garrapata a su presa —su voz suena firme, aunque temblorosa por el llanto—. No he hecho tal cosa. La doncella asiente con convicción. —Lo sabía. Fue su madrastra. Ella le dio ese té siniestro y… —¿Madrastra? —Clarisa la interr
Clarisa sacude la cabeza con brusquedad. ¿Escuchó bien?—¿Cómo me llamó? —intenta que su voz suene firme, pero un leve temblor la traiciona.Brígida sonríe, una risa áspera que no se molesta en ocultar.—Clarisa. Aunque, para ser precisos, debería llamarte Eleonora. Ese es tu nombre ahora. —Su mirada penetrante examina cada reacción de Clarisa—. Pero sería mejor que te acostumbres cuanto antes. Tu bien y tu seguridad dependen de ello —Su tono se endurece –Debes entenderlo de una vez: tu presente es tu pasado, y tu pasado es ahora tu presente.Clarisa no parpadea. Sus ojos recorren el rostro de la mujer con desesperación, buscando alguna señal de empatía. Quizá esta extraña pueda ayudarla.—Señora, ¡por favor, ayúdeme! No sé dónde estoy. Necesito regresar con mi hijo. Mi familia me espera. —La súplica en su voz es desgarradora.Brígida ladea la cabeza y, por un instante, su expresión se suaviza.—Esa vida ya no te pertenece —Sus palabras son un golpe seco –Tu alma eligió regresar a est
Julie espera expectante la llegada de Eleonora. Estas salidas con Brígida son recurrentes, al igual que el hecho de que nunca le permiten acompañarlas.—Mi lady, su baño está listo. Debe descansar. Solo faltan unos días para su boda, y debe lucir maravillosa —dice Julie con entusiasmo mientras prepara el agua perfumada.Eleonora la escucha en silencio, pero una emoción desconocida empieza a crecer en su interior. Por primera vez en esta vida, se siente ansiosa por su futuro esposo. La sensación es extraña, dulce, y a la vez inquietante.Sin decir nada, camina hacia su habitación con la certeza de que no podrá escapar de ese destino.Esa noche, después de cenar, se recuesta en su cama, pero los sueños la invaden una vez más. Esta vez, sin embargo, no son pesadillas.Dos niñas juegan en los prados del palacio. "Eleonora, siempre te voy a querer", dice una mientras abraza a la otra. Un perro cachorro corre a su alrededor mientras ambas recolectan flores.El sueño cambia de golpe. Ahora e
Alejandro también se prepara para el matrimonio que le ha sido impuesto. No siente amor por Eleonora. La conoce desde que eran niños y, aunque alguna vez fueron buenos amigos, esa conexión se ha desgastado desde el momento en que se les impuso el compromiso.En su corazón, solo hay espacio para Antonia, su verdadero amor. Con tan solo ocho años, fue él mismo quien pidió comprometerse con ella. En aquel entonces, estaba seguro de que pasarían toda una vida juntos. Antonia sería su reina, y juntos transformarían el reino en un lugar próspero y maravilloso. Pero ese sueño terminó abruptamente con la trágica muerte de Antonia."No hay rey sin reina", le dijo su madre tiempo después. "Tienes que casarte con una mujer que pueda darte descendencia y ser tu apoyo. Eleonora ha sido tu amiga, te conoce mejor que nadie, y tú a ella. No hay mejor elección". Esas palabras fueron como un golpe directo a su alma.¿Cómo podía casarse con la hermana de la mujer que había amado tanto? Aquello no solo p