Alejandro también se prepara para el matrimonio que le ha sido impuesto. No siente amor por Eleonora. La conoce desde que eran niños y, aunque alguna vez fueron buenos amigos, esa conexión se ha desgastado desde el momento en que se les impuso el compromiso.
En su corazón, solo hay espacio para Antonia, su verdadero amor. Con tan solo ocho años, fue él mismo quien pidió comprometerse con ella. En aquel entonces, estaba seguro de que pasarían toda una vida juntos. Antonia sería su reina, y juntos transformarían el reino en un lugar próspero y maravilloso. Pero ese sueño terminó abruptamente con la trágica muerte de Antonia. "No hay rey sin reina", le dijo su madre tiempo después. "Tienes que casarte con una mujer que pueda darte descendencia y ser tu apoyo. Eleonora ha sido tu amiga, te conoce mejor que nadie, y tú a ella. No hay mejor elección". Esas palabras fueron como un golpe directo a su alma. ¿Cómo podía casarse con la hermana de la mujer que había amado tanto? Aquello no solo parecía una traición a Antonia, sino también a sí mismo. Pero al final, aceptó. Y con esa decisión, se hizo una promesa: nunca se enamoraría de ninguna otra mujer que no fuera Antonia. Eleonora sería solo una obligación, alguien con quien cumpliría el deber de dar un heredero al trono y nada más. Hace cinco años, tras la muerte de su padre, Alejandro debía asumir el trono. Según la ley, podía convertirse en rey a los quince años, pero su madre, la reina viuda, insistió en que lo mejor era esperar a que cumpliera los dieciocho. Durante ese tiempo, ella gobernó como regente, asegurándose de que su hijo estuviera preparado para la enorme responsabilidad que le esperaba. Fue Alejandro quien pidió retrasar el matrimonio. Argumentó que Eleonora era demasiado joven y que lo mejor era esperar a que ella cumpliera los dieciocho años. Sin embargo, la realidad era otra: si por él fuera, seguiría postergando esa boda indefinidamente. En su interior, la sombra de Antonia seguía viva. Cada decisión que tomaba estaba teñida por su recuerdo, y Alejandro sabía que cargaría con esa promesa rota para siempre. Alejandro se pregunta constantemente si Eleonora es realmente la indicada. Quizás sería más fácil casarse con una completa desconocida. De esa forma, la traición a la memoria de Antonia sería menos dolorosa. Pero su madre está empeñada en que sea Eleonora, convencida de que nadie más puede ocupar ese lugar a su lado. Su único deseo es que el embarazo se dé lo antes posible. Cumplir con su deber, dar un heredero al trono y no tener que volver a tocar a Eleonora. Esa idea se repite en su mente como un mantra, una forma de soportar el peso de su destino. ¿Cómo ha llegado a esto? Toda su felicidad y sus sueños de futuro se han desvanecido en un abrir y cerrar de ojos. Ahora, las obligaciones lo forzan a caminar por un sendero que él jamás habría elegido, a unir su vida con la de una mujer a la que no ama. Alejandro sabe que esta es la norma en la realeza: matrimonios arreglados, carentes de amor, pactados en nombre del deber y la conveniencia. Pero al menos, durante una fracción de su vida, él ha creído que podía escapar de esa condena. Ha tenido en sus manos la posibilidad de una vida diferente. Ahora, esa esperanza no es más que un recuerdo. Por su parte, Eleonora sostiene entre sus manos el vestido que debe usar el día de su boda. Es innegablemente hermoso, un trabajo de artesanía digno de una reina. Pero no logra emocionarla como debería. El simple tacto de la tela no despierta en ella la ilusión o la alegría que supone acompañar a una novia en un día tan importante. Ni siquiera puede compararlo con lo que sintió cuando estaba preparándose para casarse con Phillip. Su vida cambia de manera drástica, como un relámpago que divide el cielo en dos. No es perfecta en su vida anterior, no ha podido construir un futuro con el amor de su vida, pero ha encontrado una suerte de estabilidad y comodidad. Ahora, esa vida se siente tan lejana como un sueño difuso. El recuerdo de Paolo vuelve a su mente con la fuerza de una tormenta. Él es su amor adolescente, el romance que toda jovencita anhela. Al principio, todo es inocente, dulce, como una brisa cálida. Pero con el tiempo, su amor crece con una intensidad arrolladora, convirtiéndose en el centro de sus vidas. Juntos, sueñan con un futuro. Han planeado todo: una casa, una familia, una vida feliz lejos de las complicaciones del mundo. Paolo es mucho más que un primer amor. Lo conoce desde la primaria, es su mejor amigo antes de ser su novio. A los catorce años, su relación da un paso más allá y, durante dos años, viven un amor sin igual. Pero todo termina demasiado pronto. Paolo muere en un accidente de moto, arrebatándole no solo la vida a él, sino también la alegría a ella. En aquel momento, Clarisa —o Eleonora, como ahora debe reconocerse— siente que no solo Paolo ha muerto. Ella misma se convierte en una sombra de lo que es, un alma vacía atrapada en un cuerpo vivo. Todo pierde sentido. Ahora entiende por qué duele tanto. Ese amor que ha perdido no comienza allí, no es algo nuevo. Es un vínculo que viene de mucho antes, de vidas pasadas. Paolo ha sido alguien más, en otro tiempo, en otro siglo. Y esta no es la primera separación que sufren. La revelación la golpea con fuerza. Su amor trasciende las barreras del tiempo, pero también está condenado a las mismas tragedias. La expectativa la invade. ¿Acaso podrá reconocer a Paolo a través de Alejandro? Una misma alma en diferente cuerpo y diferente tiempo. ¿Su corazón podrá sentirlo de esta manera?Ocho doncellas llegan al palacio con el propósito de preparar a Eleonora para su boda. Su misión es dejarla impecable: maquillaje, peinado y vestimenta, todo cuidado hasta el más mínimo detalle. Estas mujeres han sido enviadas personalmente por la reina madre, quien, consciente de la tensa relación entre Eleonora y su madrastra, no permitiría que algo tan importante como este día quedara bajo el control de alguien que no busca su bienestar.Cuando las jóvenes entran en la habitación, Clarisa—ahora Eleonora– se siente invadida. No está acostumbrada a tanta atención, a tantas manos ajenas rozando su piel con delicadeza, pero sin pedirle permiso. La visten como si fuera una muñeca de porcelana, con movimientos precisos y mecánicos, siguiendo cada paso con absoluta perfección.La tela del vestido es exquisita: un marfil perlado que resplandece bajo la luz de los candelabros, bordado a mano con hilos dorados que recorren la falda como enredaderas de un bosque encantado. Su corsé, ajustado
La celebración se extiende hasta altas horas de la noche. La catedral ha sido testigo del juramento sagrado que une a Alejandro y Eleonora, y ahora el palacio se convierte en el escenario de un festín fastuoso en honor a los recién casados.El gran salón resplandece con la luz de cientos de candelabros y antorchas. Los músicos tocan melodías alegres, mientras los invitados brindan con copas de oro llenas de vino especiado. Nobles, duques y miembros del parlamento asisten con sonrisas bien ensayadas, observando cada movimiento de la nueva reina con disimulada curiosidad.Eleonora, o más bien Clarisa, se siente atrapada en una jaula de oro. Su vestido, tan hermoso como incómodo, pesa sobre ella como un recordatorio de la vida que ahora debe llevar. Cada palabra de cortesía que pronuncia es un esfuerzo. Cada sonrisa, un disfraz.A su lado, Alejandro se mantiene frío y distante. Es el centro de todas las miradas, pero apenas le dirige una a su esposa. Desde la ceremonia, solo ha intercamb
El sol aún no ha alcanzado a salir por completo cuando la reina madre cruza los pasillos del palacio con paso firme y decidido. Su vestido de terciopelo azul se desliza sobre el mármol pulido, reflejando la dignidad de una mujer que ha gobernado entre las sombras por años. Detrás de ella, un grupo de mucamas la sigue en silencio, con baldes de agua perfumada, sábanas limpias y cepillos de cerdas suaves.El destino de la comitiva es claro: los aposentos de la nueva reina.Nadie cuestiona su presencia. Es tradición que la reina madre supervise, al menos de manera discreta, la primera mañana de una pareja real recién casada. No es solo una cuestión de protocolo, sino de deber. La consumación del matrimonio es una prueba de que la unión ha sido legítima y que, tarde o temprano, se asegurará la descendencia del reino.Cuando la gran puerta se abre ante ellas, su mirada entrenada escanea la habitación con rapidez. La chimenea aún conserva brasas encendidas, las cortinas están ligeramente co
Los enormes ventanales del salón de reuniones del Parlamento dejan pasar la luz del mediodía, iluminando las largas mesas de madera noble donde se sientan los miembros más influyentes del reino. Nobles, ministros y consejeros, ocupan sus lugares con expresión solemne. Alejandro, el rey, se encuentra en la cabecera, su postura recta y mirada afilada, proyectando autoridad absoluta.No le agrada esta reunión, pero es un deber que no puede evitar. Desde que ascendió al trono, ha sabido que el Parlamento es un equilibrio necesario dentro de su gobierno. Un grupo de hombres que, si bien no tienen poder sobre él, sí ejercen una influencia considerable en la política del reino.El canciller, un hombre mayor con cabello blanco y mirada astuta, se aclara la garganta y rompe el silencio.—Majestad, es un honor tenerle entre nosotros en esta sesión. Hay asuntos de estado que requieren su atención, pero antes de abordar otros temas… —se detiene por un instante, como midiendo sus palabras– creemos
El sol apenas comienza a teñir el cielo con tonos dorados cuando Brígida cruza las puertas del Palacio Real. A pesar de su avanzada edad, su andar es firme y su presencia imponente. No es común que alguien como ella, una curandera y sanadora, sea recibida con tanta cortesía en la corte, pero Brígida no es una visitante cualquiera.Las doncellas la observan con curiosidad mientras avanza por los pasillos, hasta que una figura conocida aparece frente a ella: la Reina Madre.—Brígida —la saluda la reina con una leve sonrisa—, siempre es un placer verte por estos pasillos.—Majestad —responde la anciana con una inclinación de cabeza—, el placer es mío.Ambas mujeres se observan durante unos segundos, como si compartieran un secreto que nadie más pudiera comprender.—¿Vienes por Eleonora?—Así es —afirma Brígida—. He venido a llevármela por unas horas.La Reina Madre asiente, sin mostrar objeción alguna.—Es bueno que salga a tomar aire fuera del palacio.Brígida ladea la cabeza, observánd
El sol cae lentamente, tiñendo el cielo de un naranja suave mientras Eleonora regresa al palacio. El peso de lo que ha descubierto durante su encuentro con Brígida la hace caminar en silencio. La vieja cabaña de la curandera queda atrás, pero los pensamientos sobre sus vidas pasadas la persiguen sin descanso. Sin embargo, hay algo más, algo más profundo que la inquieta.Hay algo en Brígida que no logra entender. Sabe que no es solo una simple curandera, no solo una sabia en las artes de la sanación. Hay mucho más en ella, algo que Eleonora puede sentir, aunque no comprende del todo qué es. El misterio que la rodea es tan denso como el aire de la cabaña, y Eleonora necesita respuestas.Con pasos firmes y el alma cargada de inquietud, cruza la gran puerta del palacio y se dirige directamente a sus aposentos. El día ha sido largo y difícil, pero algo la impulsa a seguir buscando en su interior. Algo tiene que cambiar en su comprensión de todo lo que está sucediendo, y ella sabe que Brígi
La noche se cierra sobre el palacio como un manto de sombras pesadas. En los aposentos de Eleonora, la oscuridad es apenas interrumpida por el tenue resplandor de una vela que parpadea junto a su lecho. Su respiración es errática, agitada, y su piel arde con el fuego de una fiebre intensa.En su sueño, se ve a sí misma en otra vida, en un carruaje junto a Alejandro. La noche es fría, la carretera sinuosa. Él sostiene su mano con fuerza, sus ojos, llenos de amor y urgencia.—No me sueltes —le suplica ella.Pero el destino es cruel. Un golpe repentino sacude el carruaje y lo hace volcar. Gritos, crujidos de madera y el dolor desgarrador de la separación. Eleonora cae en la nada, su mano buscando desesperadamente la de Alejandro, pero no la encuentra. Solo el vacío.El sueño cambia. Ahora está en un salón de baile iluminado con candelabros dorados. Viste un hermoso vestido azul y Alejandro está frente a ella, pero no la mira con amor. Su mirada es fría, distante. Hay otra mujer a su lado
Eleonora lleva una semana escondiéndose de Alejandro. Se despierta tarde, se duerme temprano o al menos finge hacerlo. A veces, se encierra en la biblioteca o en los jardines traseros, lejos de los pasillos que él suele frecuentar. Ha perfeccionado el arte de la evasión, convirtiendo cada encuentro con él en un reto que logra sortear con astucia.Pero Alejandro no es un hombre fácil de engañar. Ha notado cada uno de sus movimientos, cada excusa torpemente disfrazada, cada ausencia en los momentos en los que antes se cruzaban con naturalidad. Y aunque cualquier otro hombre podría haberse enfurecido, él lo ha tomado con diversión.Sabe que su esposa no podrá esconderse toda la vida.Así que, por el momento, la deja ganar.Pero solo por ahora.Esa tarde, Alejandro decide llegar temprano a la cena, algo poco habitual en él. Quiere sorprenderla, atraparla antes de que pueda huir otra vez.Se sienta en la cabecera de la mesa con una expresión neutra mientras los sirvientes disponen los plat