Cap 4. Concubina

Julie espera expectante la llegada de Eleonora. Estas salidas con Brígida son recurrentes, al igual que el hecho de que nunca le permiten acompañarlas.

—Mi lady, su baño está listo. Debe descansar. Solo faltan unos días para su boda, y debe lucir maravillosa —dice Julie con entusiasmo mientras prepara el agua perfumada.

Eleonora la escucha en silencio, pero una emoción desconocida empieza a crecer en su interior. Por primera vez en esta vida, se siente ansiosa por su futuro esposo. La sensación es extraña, dulce, y a la vez inquietante.

Sin decir nada, camina hacia su habitación con la certeza de que no podrá escapar de ese destino.

Esa noche, después de cenar, se recuesta en su cama, pero los sueños la invaden una vez más. Esta vez, sin embargo, no son pesadillas.

Dos niñas juegan en los prados del palacio. "Eleonora, siempre te voy a querer", dice una mientras abraza a la otra. Un perro cachorro corre a su alrededor mientras ambas recolectan flores.

El sueño cambia de golpe. Ahora está con Alejandro, sentados en la rama de un árbol. "Tú serás mi reina", asegura él mientras acaricia su cabello con ternura.

Clarisa despierta de madrugada. No puede volver a conciliar el sueño. Algo en esos sueños la deja inquieta, como si fueran más recuerdos que fantasías. Se levanta y va en busca de Julie.

—Julie, ¿tienes sueño? Necesito preguntarte algo —dice mientras sacude con suavidad a su doncella, que duerme profundamente.

Julie se incorpora de inmediato, frotándose los ojos.

—¿Qué necesita, mi lady? —pregunta con voz somnolienta, pero dispuesta a ayudar.

—No recuerdo casi nada. Necesito saber todo sobre mi pasado. No sé quién soy. ¿Por qué mi madrastra me odia?

Julie guarda silencio unos segundos, tratando de ordenar sus pensamientos. Finalmente, comienza a hablar con cautela.

—Antes de que usted y su media hermana nacieran…

—¿Media hermana? —la interrumpe Eleonora, con el corazón acelerado.

—Sí, Antonia —responde Julie, y el solo nombre hace temblar a Eleonora. —Antes de que nacieran, su padre y su madrastra estaban enamorados. Querían casarse, pero los padres de él no lo permitieron. Ella era una humilde campesina y no era adecuada para ser la esposa de un duque.

Eleonora escucha en completo silencio mientras Julie continúa.

—Su abuelo obligó a su padre a casarse con su madre, pero él no dejó por completo a Celia, su madrastra. Se le permitió tenerla como concubina.

Julie hace una pausa antes de añadir:

—Un año después nacieron usted y Antonia. Antonia, hija de Celia, la concubina y usted, hija de Sonia, la legítima esposa. Con el tiempo, su padre empezó a enamorarse de su madre y a alejarse de Celia. Eso la enfureció. Desde entonces, creo que nació el odio hacia usted. Y todo empeoró cuando Antonia murió.

Eleonora siente que el aire le falta. Toda esa información la aturde.

—¿Antonia también me odiaba? —pregunta con miedo a la respuesta.

—No, claro que no. Antonia la adoraba. Usted era su hermana sin importar que tuvieran diferente madre y siempre fueron muy unidas. Usted sufrió mucho con su muerte.

La respuesta la alivia, aunque solo un poco. Clarisa regresa a su habitación, decidida a buscar más respuestas. Ahora está más segura que nunca: necesita hacer otra regresión.

Tres días después, Brígida regresa para llevarla de nuevo a la cabaña. Una vez allí, Eleonora se deja guiar hacia esa relajación profunda que le permite viajar en busca de respuestas.

Las visiones llegan con fuerza. Ahora es Antonia. A su lado está Eleonora, ambas niñas pequeñas, jugando en los prados del palacio. Su felicidad es interrumpida por una mujer hermosa, pero cuya presencia irradia un odio asfixiante.

—Antonia, ¿cuántas veces te he dicho que no te juntes con esa? Ella nos robó a tu padre. Por su culpa creciste sin su cariño —grita Celia mientras la aparta con un fuerte tirón.

Antonia llora por el dolor y la confusión. Solo quiere jugar con su hermana, sin entender por qué eso está mal.

—No llores. Eres la futura esposa del rey. Compórtate como tal —ordena Celia mientras la arrastra lejos.

La visión cambia. Antonia es ahora mayor, pero está gravemente enferma. Eleonora llora junto a su lecho, suplicando entre lágrimas.

—Hermana, por favor no te mueras. Toma mi cuerpo si quieres. Cambia mi vida por la tuya, pero no me dejes sola.

Antonia sufre por el dolor de Eleonora, pero sabe que no hay esperanza. Lo que más le atormenta es imaginar lo que su madre hará cuando ella ya no esté para defenderla.

Eleonora despierta de golpe. Su corazón late con fuerza. Ahora lo entiende todo. Su hermana se sacrificó por ella, ofreciéndole su vida.

Clarisa deja de existir en ese momento. Ahora sabe quién es. Es Antonia. Es Eleonora.

Su destino está claro, y hará honor al sacrificio de su hermana.

—Hay algo que no entiendo. En los pocos recuerdos que he visto, Eleonora nunca se defendió de mi madre. Soportó cada desplante y cada maltrato sin ninguna queja. ¿Por qué? —Clarisa, que ahora empieza a aceptar su identidad como Eleonora, mira a Brígida con frustración y desconcierto –Me avergüenza ser hija de alguien tan despiadado.

Brígida suspira, debatiéndose entre hablar o callar. Su mirada se torna más seria, casi maternal.

—Eleonora, no juzgues tan rápido lo que no comprendes —dice al fin, escogiendo cada palabra con cuidado—. Te aseguro que no conoces ni un pestañeo de la realidad. Hay secretos que el tiempo y el destino revelarán cuando estés lista. No siempre las cosas son lo que parecen, y los actos más silenciosos a veces son los más valientes. Aprende a ser paciente.

Las palabras de Brígida parecen un enigma que se clava en la mente de Eleonora, pero esta asiente. Acepta que, por ahora, no tiene más remedio que recibir la verdad a cuentagotas. Aunque le duele.

Sin embargo, hay algo que no puede soltar. Algo que duele más que cualquier revelación pendiente.

—Brígida —dice, su voz apenas un susurro lleno de pesar—. Es una broma cruel de la vida haber sido madre… solo para abandonar a mi hijo recién nacido. ¿No crees?

Un atisbo de tristeza asoma en los ojos de Brígida, aunque intenta ocultarlo detrás de una sonrisa compasiva.

—Ay, mi querida Eleonora… —comienza con suavidad, acercándose a ella—. Tu hijo no fue un abandono. Fue el último acto de amor hacia tu hermana.

Las palabras caen como un rayo sobre Eleonora. Frunce el ceño, perpleja, sintiendo que el suelo se mueve bajo sus pies.

—¿Mi hermana? —repite en voz baja, sin comprender del todo.

Brígida no dice más. Solo la observa, en silencio, dejando que las semillas de sus palabras germinen lentamente en la mente de Eleonora.

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