Julie espera expectante la llegada de Eleonora. Estas salidas con Brígida son recurrentes, al igual que el hecho de que nunca le permiten acompañarlas.
—Mi lady, su baño está listo. Debe descansar. Solo faltan unos días para su boda, y debe lucir maravillosa —dice Julie con entusiasmo mientras prepara el agua perfumada. Eleonora la escucha en silencio, pero una emoción desconocida empieza a crecer en su interior. Por primera vez en esta vida, se siente ansiosa por su futuro esposo. La sensación es extraña, dulce, y a la vez inquietante. Sin decir nada, camina hacia su habitación con la certeza de que no podrá escapar de ese destino. Esa noche, después de cenar, se recuesta en su cama, pero los sueños la invaden una vez más. Esta vez, sin embargo, no son pesadillas. Dos niñas juegan en los prados del palacio. "Eleonora, siempre te voy a querer", dice una mientras abraza a la otra. Un perro cachorro corre a su alrededor mientras ambas recolectan flores. El sueño cambia de golpe. Ahora está con Alejandro, sentados en la rama de un árbol. "Tú serás mi reina", asegura él mientras acaricia su cabello con ternura. Clarisa despierta de madrugada. No puede volver a conciliar el sueño. Algo en esos sueños la deja inquieta, como si fueran más recuerdos que fantasías. Se levanta y va en busca de Julie. —Julie, ¿tienes sueño? Necesito preguntarte algo —dice mientras sacude con suavidad a su doncella, que duerme profundamente. Julie se incorpora de inmediato, frotándose los ojos. —¿Qué necesita, mi lady? —pregunta con voz somnolienta, pero dispuesta a ayudar. —No recuerdo casi nada. Necesito saber todo sobre mi pasado. No sé quién soy. ¿Por qué mi madrastra me odia? Julie guarda silencio unos segundos, tratando de ordenar sus pensamientos. Finalmente, comienza a hablar con cautela. —Antes de que usted y su media hermana nacieran… —¿Media hermana? —la interrumpe Eleonora, con el corazón acelerado. —Sí, Antonia —responde Julie, y el solo nombre hace temblar a Eleonora. —Antes de que nacieran, su padre y su madrastra estaban enamorados. Querían casarse, pero los padres de él no lo permitieron. Ella era una humilde campesina y no era adecuada para ser la esposa de un duque. Eleonora escucha en completo silencio mientras Julie continúa. —Su abuelo obligó a su padre a casarse con su madre, pero él no dejó por completo a Celia, su madrastra. Se le permitió tenerla como concubina. Julie hace una pausa antes de añadir: —Un año después nacieron usted y Antonia. Antonia, hija de Celia, la concubina y usted, hija de Sonia, la legítima esposa. Con el tiempo, su padre empezó a enamorarse de su madre y a alejarse de Celia. Eso la enfureció. Desde entonces, creo que nació el odio hacia usted. Y todo empeoró cuando Antonia murió. Eleonora siente que el aire le falta. Toda esa información la aturde. —¿Antonia también me odiaba? —pregunta con miedo a la respuesta. —No, claro que no. Antonia la adoraba. Usted era su hermana sin importar que tuvieran diferente madre y siempre fueron muy unidas. Usted sufrió mucho con su muerte. La respuesta la alivia, aunque solo un poco. Clarisa regresa a su habitación, decidida a buscar más respuestas. Ahora está más segura que nunca: necesita hacer otra regresión. Tres días después, Brígida regresa para llevarla de nuevo a la cabaña. Una vez allí, Eleonora se deja guiar hacia esa relajación profunda que le permite viajar en busca de respuestas. Las visiones llegan con fuerza. Ahora es Antonia. A su lado está Eleonora, ambas niñas pequeñas, jugando en los prados del palacio. Su felicidad es interrumpida por una mujer hermosa, pero cuya presencia irradia un odio asfixiante. —Antonia, ¿cuántas veces te he dicho que no te juntes con esa? Ella nos robó a tu padre. Por su culpa creciste sin su cariño —grita Celia mientras la aparta con un fuerte tirón. Antonia llora por el dolor y la confusión. Solo quiere jugar con su hermana, sin entender por qué eso está mal. —No llores. Eres la futura esposa del rey. Compórtate como tal —ordena Celia mientras la arrastra lejos. La visión cambia. Antonia es ahora mayor, pero está gravemente enferma. Eleonora llora junto a su lecho, suplicando entre lágrimas. —Hermana, por favor no te mueras. Toma mi cuerpo si quieres. Cambia mi vida por la tuya, pero no me dejes sola. Antonia sufre por el dolor de Eleonora, pero sabe que no hay esperanza. Lo que más le atormenta es imaginar lo que su madre hará cuando ella ya no esté para defenderla. Eleonora despierta de golpe. Su corazón late con fuerza. Ahora lo entiende todo. Su hermana se sacrificó por ella, ofreciéndole su vida. Clarisa deja de existir en ese momento. Ahora sabe quién es. Es Antonia. Es Eleonora. Su destino está claro, y hará honor al sacrificio de su hermana. —Hay algo que no entiendo. En los pocos recuerdos que he visto, Eleonora nunca se defendió de mi madre. Soportó cada desplante y cada maltrato sin ninguna queja. ¿Por qué? —Clarisa, que ahora empieza a aceptar su identidad como Eleonora, mira a Brígida con frustración y desconcierto –Me avergüenza ser hija de alguien tan despiadado. Brígida suspira, debatiéndose entre hablar o callar. Su mirada se torna más seria, casi maternal. —Eleonora, no juzgues tan rápido lo que no comprendes —dice al fin, escogiendo cada palabra con cuidado—. Te aseguro que no conoces ni un pestañeo de la realidad. Hay secretos que el tiempo y el destino revelarán cuando estés lista. No siempre las cosas son lo que parecen, y los actos más silenciosos a veces son los más valientes. Aprende a ser paciente. Las palabras de Brígida parecen un enigma que se clava en la mente de Eleonora, pero esta asiente. Acepta que, por ahora, no tiene más remedio que recibir la verdad a cuentagotas. Aunque le duele. Sin embargo, hay algo que no puede soltar. Algo que duele más que cualquier revelación pendiente. —Brígida —dice, su voz apenas un susurro lleno de pesar—. Es una broma cruel de la vida haber sido madre… solo para abandonar a mi hijo recién nacido. ¿No crees? Un atisbo de tristeza asoma en los ojos de Brígida, aunque intenta ocultarlo detrás de una sonrisa compasiva. —Ay, mi querida Eleonora… —comienza con suavidad, acercándose a ella—. Tu hijo no fue un abandono. Fue el último acto de amor hacia tu hermana. Las palabras caen como un rayo sobre Eleonora. Frunce el ceño, perpleja, sintiendo que el suelo se mueve bajo sus pies. —¿Mi hermana? —repite en voz baja, sin comprender del todo. Brígida no dice más. Solo la observa, en silencio, dejando que las semillas de sus palabras germinen lentamente en la mente de Eleonora.Alejandro también se prepara para el matrimonio que le ha sido impuesto. No siente amor por Eleonora. La conoce desde que eran niños y, aunque alguna vez fueron buenos amigos, esa conexión se ha desgastado desde el momento en que se les impuso el compromiso.En su corazón, solo hay espacio para Antonia, su verdadero amor. Con tan solo ocho años, fue él mismo quien pidió comprometerse con ella. En aquel entonces, estaba seguro de que pasarían toda una vida juntos. Antonia sería su reina, y juntos transformarían el reino en un lugar próspero y maravilloso. Pero ese sueño terminó abruptamente con la trágica muerte de Antonia."No hay rey sin reina", le dijo su madre tiempo después. "Tienes que casarte con una mujer que pueda darte descendencia y ser tu apoyo. Eleonora ha sido tu amiga, te conoce mejor que nadie, y tú a ella. No hay mejor elección". Esas palabras fueron como un golpe directo a su alma.¿Cómo podía casarse con la hermana de la mujer que había amado tanto? Aquello no solo p
Ocho doncellas llegan al palacio con el propósito de preparar a Eleonora para su boda. Su misión es dejarla impecable: maquillaje, peinado y vestimenta, todo cuidado hasta el más mínimo detalle. Estas mujeres han sido enviadas personalmente por la reina madre, quien, consciente de la tensa relación entre Eleonora y su madrastra, no permitiría que algo tan importante como este día quedara bajo el control de alguien que no busca su bienestar.Cuando las jóvenes entran en la habitación, Clarisa—ahora Eleonora– se siente invadida. No está acostumbrada a tanta atención, a tantas manos ajenas rozando su piel con delicadeza, pero sin pedirle permiso. La visten como si fuera una muñeca de porcelana, con movimientos precisos y mecánicos, siguiendo cada paso con absoluta perfección.La tela del vestido es exquisita: un marfil perlado que resplandece bajo la luz de los candelabros, bordado a mano con hilos dorados que recorren la falda como enredaderas de un bosque encantado. Su corsé, ajustado
La celebración se extiende hasta altas horas de la noche. La catedral ha sido testigo del juramento sagrado que une a Alejandro y Eleonora, y ahora el palacio se convierte en el escenario de un festín fastuoso en honor a los recién casados.El gran salón resplandece con la luz de cientos de candelabros y antorchas. Los músicos tocan melodías alegres, mientras los invitados brindan con copas de oro llenas de vino especiado. Nobles, duques y miembros del parlamento asisten con sonrisas bien ensayadas, observando cada movimiento de la nueva reina con disimulada curiosidad.Eleonora, o más bien Clarisa, se siente atrapada en una jaula de oro. Su vestido, tan hermoso como incómodo, pesa sobre ella como un recordatorio de la vida que ahora debe llevar. Cada palabra de cortesía que pronuncia es un esfuerzo. Cada sonrisa, un disfraz.A su lado, Alejandro se mantiene frío y distante. Es el centro de todas las miradas, pero apenas le dirige una a su esposa. Desde la ceremonia, solo ha intercamb
El sol aún no ha alcanzado a salir por completo cuando la reina madre cruza los pasillos del palacio con paso firme y decidido. Su vestido de terciopelo azul se desliza sobre el mármol pulido, reflejando la dignidad de una mujer que ha gobernado entre las sombras por años. Detrás de ella, un grupo de mucamas la sigue en silencio, con baldes de agua perfumada, sábanas limpias y cepillos de cerdas suaves.El destino de la comitiva es claro: los aposentos de la nueva reina.Nadie cuestiona su presencia. Es tradición que la reina madre supervise, al menos de manera discreta, la primera mañana de una pareja real recién casada. No es solo una cuestión de protocolo, sino de deber. La consumación del matrimonio es una prueba de que la unión ha sido legítima y que, tarde o temprano, se asegurará la descendencia del reino.Cuando la gran puerta se abre ante ellas, su mirada entrenada escanea la habitación con rapidez. La chimenea aún conserva brasas encendidas, las cortinas están ligeramente co
Los enormes ventanales del salón de reuniones del Parlamento dejan pasar la luz del mediodía, iluminando las largas mesas de madera noble donde se sientan los miembros más influyentes del reino. Nobles, ministros y consejeros, ocupan sus lugares con expresión solemne. Alejandro, el rey, se encuentra en la cabecera, su postura recta y mirada afilada, proyectando autoridad absoluta.No le agrada esta reunión, pero es un deber que no puede evitar. Desde que ascendió al trono, ha sabido que el Parlamento es un equilibrio necesario dentro de su gobierno. Un grupo de hombres que, si bien no tienen poder sobre él, sí ejercen una influencia considerable en la política del reino.El canciller, un hombre mayor con cabello blanco y mirada astuta, se aclara la garganta y rompe el silencio.—Majestad, es un honor tenerle entre nosotros en esta sesión. Hay asuntos de estado que requieren su atención, pero antes de abordar otros temas… —se detiene por un instante, como midiendo sus palabras– creemos
El sol apenas comienza a teñir el cielo con tonos dorados cuando Brígida cruza las puertas del Palacio Real. A pesar de su avanzada edad, su andar es firme y su presencia imponente. No es común que alguien como ella, una curandera y sanadora, sea recibida con tanta cortesía en la corte, pero Brígida no es una visitante cualquiera.Las doncellas la observan con curiosidad mientras avanza por los pasillos, hasta que una figura conocida aparece frente a ella: la Reina Madre.—Brígida —la saluda la reina con una leve sonrisa—, siempre es un placer verte por estos pasillos.—Majestad —responde la anciana con una inclinación de cabeza—, el placer es mío.Ambas mujeres se observan durante unos segundos, como si compartieran un secreto que nadie más pudiera comprender.—¿Vienes por Eleonora?—Así es —afirma Brígida—. He venido a llevármela por unas horas.La Reina Madre asiente, sin mostrar objeción alguna.—Es bueno que salga a tomar aire fuera del palacio.Brígida ladea la cabeza, observánd
El sol cae lentamente, tiñendo el cielo de un naranja suave mientras Eleonora regresa al palacio. El peso de lo que ha descubierto durante su encuentro con Brígida la hace caminar en silencio. La vieja cabaña de la curandera queda atrás, pero los pensamientos sobre sus vidas pasadas la persiguen sin descanso. Sin embargo, hay algo más, algo más profundo que la inquieta.Hay algo en Brígida que no logra entender. Sabe que no es solo una simple curandera, no solo una sabia en las artes de la sanación. Hay mucho más en ella, algo que Eleonora puede sentir, aunque no comprende del todo qué es. El misterio que la rodea es tan denso como el aire de la cabaña, y Eleonora necesita respuestas.Con pasos firmes y el alma cargada de inquietud, cruza la gran puerta del palacio y se dirige directamente a sus aposentos. El día ha sido largo y difícil, pero algo la impulsa a seguir buscando en su interior. Algo tiene que cambiar en su comprensión de todo lo que está sucediendo, y ella sabe que Brígi
La noche se cierra sobre el palacio como un manto de sombras pesadas. En los aposentos de Eleonora, la oscuridad es apenas interrumpida por el tenue resplandor de una vela que parpadea junto a su lecho. Su respiración es errática, agitada, y su piel arde con el fuego de una fiebre intensa.En su sueño, se ve a sí misma en otra vida, en un carruaje junto a Alejandro. La noche es fría, la carretera sinuosa. Él sostiene su mano con fuerza, sus ojos, llenos de amor y urgencia.—No me sueltes —le suplica ella.Pero el destino es cruel. Un golpe repentino sacude el carruaje y lo hace volcar. Gritos, crujidos de madera y el dolor desgarrador de la separación. Eleonora cae en la nada, su mano buscando desesperadamente la de Alejandro, pero no la encuentra. Solo el vacío.El sueño cambia. Ahora está en un salón de baile iluminado con candelabros dorados. Viste un hermoso vestido azul y Alejandro está frente a ella, pero no la mira con amor. Su mirada es fría, distante. Hay otra mujer a su lado