Los enormes ventanales del salón de reuniones del Parlamento dejan pasar la luz del mediodía, iluminando las largas mesas de madera noble donde se sientan los miembros más influyentes del reino. Nobles, ministros y consejeros, ocupan sus lugares con expresión solemne. Alejandro, el rey, se encuentra en la cabecera, su postura recta y mirada afilada, proyectando autoridad absoluta.No le agrada esta reunión, pero es un deber que no puede evitar. Desde que ascendió al trono, ha sabido que el Parlamento es un equilibrio necesario dentro de su gobierno. Un grupo de hombres que, si bien no tienen poder sobre él, sí ejercen una influencia considerable en la política del reino.El canciller, un hombre mayor con cabello blanco y mirada astuta, se aclara la garganta y rompe el silencio.—Majestad, es un honor tenerle entre nosotros en esta sesión. Hay asuntos de estado que requieren su atención, pero antes de abordar otros temas… —se detiene por un instante, como midiendo sus palabras– creemos
El sol apenas comienza a teñir el cielo con tonos dorados cuando Brígida cruza las puertas del Palacio Real. A pesar de su avanzada edad, su andar es firme y su presencia imponente. No es común que alguien como ella, una curandera y sanadora, sea recibida con tanta cortesía en la corte, pero Brígida no es una visitante cualquiera.Las doncellas la observan con curiosidad mientras avanza por los pasillos, hasta que una figura conocida aparece frente a ella: la Reina Madre.—Brígida —la saluda la reina con una leve sonrisa—, siempre es un placer verte por estos pasillos.—Majestad —responde la anciana con una inclinación de cabeza—, el placer es mío.Ambas mujeres se observan durante unos segundos, como si compartieran un secreto que nadie más pudiera comprender.—¿Vienes por Eleonora?—Así es —afirma Brígida—. He venido a llevármela por unas horas.La Reina Madre asiente, sin mostrar objeción alguna.—Es bueno que salga a tomar aire fuera del palacio.Brígida ladea la cabeza, observánd
El sol cae lentamente, tiñendo el cielo de un naranja suave mientras Eleonora regresa al palacio. El peso de lo que ha descubierto durante su encuentro con Brígida la hace caminar en silencio. La vieja cabaña de la curandera queda atrás, pero los pensamientos sobre sus vidas pasadas la persiguen sin descanso. Sin embargo, hay algo más, algo más profundo que la inquieta.Hay algo en Brígida que no logra entender. Sabe que no es solo una simple curandera, no solo una sabia en las artes de la sanación. Hay mucho más en ella, algo que Eleonora puede sentir, aunque no comprende del todo qué es. El misterio que la rodea es tan denso como el aire de la cabaña, y Eleonora necesita respuestas.Con pasos firmes y el alma cargada de inquietud, cruza la gran puerta del palacio y se dirige directamente a sus aposentos. El día ha sido largo y difícil, pero algo la impulsa a seguir buscando en su interior. Algo tiene que cambiar en su comprensión de todo lo que está sucediendo, y ella sabe que Brígi
La noche se cierra sobre el palacio como un manto de sombras pesadas. En los aposentos de Eleonora, la oscuridad es apenas interrumpida por el tenue resplandor de una vela que parpadea junto a su lecho. Su respiración es errática, agitada, y su piel arde con el fuego de una fiebre intensa.En su sueño, se ve a sí misma en otra vida, en un carruaje junto a Alejandro. La noche es fría, la carretera sinuosa. Él sostiene su mano con fuerza, sus ojos, llenos de amor y urgencia.—No me sueltes —le suplica ella.Pero el destino es cruel. Un golpe repentino sacude el carruaje y lo hace volcar. Gritos, crujidos de madera y el dolor desgarrador de la separación. Eleonora cae en la nada, su mano buscando desesperadamente la de Alejandro, pero no la encuentra. Solo el vacío.El sueño cambia. Ahora está en un salón de baile iluminado con candelabros dorados. Viste un hermoso vestido azul y Alejandro está frente a ella, pero no la mira con amor. Su mirada es fría, distante. Hay otra mujer a su lado
Eleonora lleva una semana escondiéndose de Alejandro. Se despierta tarde, se duerme temprano o al menos finge hacerlo. A veces, se encierra en la biblioteca o en los jardines traseros, lejos de los pasillos que él suele frecuentar. Ha perfeccionado el arte de la evasión, convirtiendo cada encuentro con él en un reto que logra sortear con astucia.Pero Alejandro no es un hombre fácil de engañar. Ha notado cada uno de sus movimientos, cada excusa torpemente disfrazada, cada ausencia en los momentos en los que antes se cruzaban con naturalidad. Y aunque cualquier otro hombre podría haberse enfurecido, él lo ha tomado con diversión.Sabe que su esposa no podrá esconderse toda la vida.Así que, por el momento, la deja ganar.Pero solo por ahora.Esa tarde, Alejandro decide llegar temprano a la cena, algo poco habitual en él. Quiere sorprenderla, atraparla antes de que pueda huir otra vez.Se sienta en la cabecera de la mesa con una expresión neutra mientras los sirvientes disponen los plat
Eleonora aún siente el ardor en su palma tras la bofetada. Su respiración es errática, y su pecho sube y baja con fuerza mientras observa cómo Alejandro, sin decir una palabra, se aleja de ella. La habitación se siente de repente demasiado grande, demasiado fría, demasiado vacía sin su presencia.Él no la enfrenta. No le devuelve la mirada con desafío. No le exige explicaciones ni intenta retomar lo que empezó con ese beso. Simplemente se va, con el ceño fruncido y una sombra de confusión en sus ojos.Ella aprieta los labios, intentando comprender qué acaba de suceder. Se suponía que debía estar furiosa con él, pero hay algo más en su interior, algo que la inquieta, que la hace sentir vulnerable.Y Alejandro… Alejandro está huyendo.En su propia habitación, el rey cierra la puerta tras de sí y apoya la frente contra la madera. Su pulso retumba en sus oídos. Su boca aún arde con el sabor de Eleonora, su piel aún recuerda la calidez de su cuerpo. Maldice en voz baja y se pasa una mano p
El salón continúa iluminado por la luz cálida de los candelabros. La música sigue envolviendo el ambiente, las risas y conversaciones llenan los espacios mientras las parejas giran en la pista de baile. Todo parece normal, pero para Alejandro nada lo es.Desde que terminó el primer baile con Eleonora, su cuerpo se siente inquieto, su mente atrapada en una maraña de pensamientos y deseos que no debería albergar. Quiere volver a tomarla entre sus brazos, pero lucha contra sí mismo.No puede darse ese lujo.No todavía.Eleonora, por su parte, siente la misma tensión. Su piel aún recuerda el roce de sus manos, la presión de su agarre, la forma en que sus ojos se oscurecieron con un sentimiento que ella reconoce demasiado bien.Pero no puede quedarse ahí de pie, esperando que él la busque.Así que hace lo que mejor sabe hacer: buscar una salida.Con pasos elegantes y medidos, se aleja de la pista y se dirige a la Reina Madre. El aire a su alrededor se siente más liviano cuando se encuentra
El viento frío de la mañana sacude las banderas en lo alto del castillo cuando Eleonora cruza los pasillos en dirección al gran salón de reuniones. Su vestido azul oscuro ondea con cada paso firme que da, su porte regio es digno de una reina.La noche anterior, la reina madre la convocó en privado.—Alejandro va a necesitar de nosotras —dice con una seriedad que pocas veces muestra—. En la reunión de mañana, los buitres querrán atacarlo.Eleonora la observa con atención.—¿Por qué esta vez?La reina madre entrecierra los ojos.—Porque su ambición no tiene límites. Francisco de Gálvez, sobrino lejano de mi esposo, quiere disputar el trono para su hijo. Alega que, dado que Alejandro aún no ha dado un heredero y su hijo sí tiene una esposa dispuesta a concebir, el linaje real estaría más asegurado con él.Eleonora siente una punzada de indignación.—¿Qué tan peligroso es?—Más de lo que parece —responde la reina madre—. Si el Parlamento se inclina a su favor, aunque Alejandro sea el rey,