Julie camina apresurada por los pasillos del palacio, su respiración aún pesada por el sueño interrumpido. Se había dormido tarde, atormentada por la angustia de los últimos acontecimientos, y cuando al fin cayó rendida, la mañana llegó demasiado pronto.—¡Maldición! —murmura, apretando el paso.Mientras avanza, una figura se cruza en su camino: Camila, otra doncella del palacio. Su porte es impecable, con una sonrisa amable y una mirada serena, pero algo en su expresión la hace parecer demasiado ensayada.—Julie —la saluda con dulzura—. Justo te buscaba.Julie frunce el ceño, impaciente.—¿Ocurre algo?Camila sostiene una pequeña bandeja con una taza de porcelana humeante.—Es para la reina —explica—. Anoche no debió dormir bien, después de todo lo que ha pasado. Pensé en prepararle un té relajante.Julie la observa con algo de extrañeza, pero la lógica en su ofrecimiento es innegable. Eleonora ha estado nerviosa desde el incidente de la serpiente.—Es un gesto muy amable, Camila —co
Tras largas horas de deliberación, Alejandro ha tomado su decisión. La justicia debe impartirse con firmeza y rapidez para evitar nuevas traiciones.Reunidos en la gran sala del consejo, el rey y la reina se encuentran frente a las dos doncellas acusadas. Camila, con el rostro desencajado, apenas puede sostenerse en pie; sus rodillas tiemblan y sus manos están unidas en un ruego silencioso. Clara, en cambio, mantiene la barbilla en alto, pero sus ojos delatan miedo.—Camila —anuncia Alejandro con voz solemne—. Has participado en este acto de traición, aunque no hayas sido la mente detrás del crimen. Has confesado, pero eso no te exime de castigo. Por lo tanto, pasarás seis meses en los calabozos, alimentada solo con pan y agua.Un sollozo escapa de los labios de la doncella, pero no se atreve a protestar. Alejandro gira su atención hacia Clara.—Y tú, Clara. Intentaste asesinar a tu reina con veneno y con una serpiente. Tus crímenes no tienen redención. Serás colgada en la horca al am
La tarde se tiñe de gris, cuando Brígida llega al castillo. El viento golpeando las ventanas y una tensión latente en el ambiente. Eleonora la recibe en sus aposentos, con una sonrisa cansada pero sincera. La sanadora nota de inmediato las sombras bajo sus ojos y el peso invisible que lleva sobre los hombros.—Me alegra verte, Brígida. Quisiera haberte visitado en la cabaña, pero Alejandro ha insistido en que permanezca aquí hasta que se descubran a los responsables de lo sucedido con Clara —dice Eleonora, sirviéndole una taza de infusión caliente.Brígida la observa con una mezcla de orgullo y preocupación. Eleonora ha crecido, ha madurado, se ha convertido en una reina fuerte y valiente. Pero también ve el peligro que la rodea.—Eres una mujer admirable, Eleonora —dice con suavidad, tomando la taza entre sus manos—. Has luchado con firmeza por el pueblo y por los niños. Es un acto noble y maravilloso. Pero quiero que comprendas algo, querida: cuanto más alto se levanta una estrella,
El tiempo transcurre sin grandes cambios en el castillo. La amenaza sigue latente, pero los enemigos permanecen ocultos en las sombras, esperando el momento oportuno para actuar. Alejandro y Eleonora saben que Francisco de Gálvez es el más probable instigador de las conspiraciones, pues su deseo de usurpar el trono es evidente. Sin embargo, no pueden apresurarse a acusarlo sin pruebas, lo que los obliga a mantenerse en constante vigilancia. Pese a la tensión, Eleonora y Alejandro continúan con su labor en el reino. La escuela que han impulsado está casi terminada, y ambos deciden visitarla para supervisar los avances. No van solos; Julie los acompaña, mostrando su entusiasmo por ver cómo los niños del pueblo pronto tendrán un lugar donde aprender. Además, un grupo de guardias los escolta discretamente, pues Alejandro no quiere correr riesgos innecesarios. El viaje transcurre sin contratiempos. Al llegar, el bullicio de los trabajadores y el sonido de herramientas golpeando la madera
Felipe entra en el despacho de su padre con el gesto endurecido. Ha estado retrasando este encuentro por más de dos semanas desde que recibió la carta, no tiene el menor interés en escuchar los reclamos de Francisco de Gálvez. Sin embargo, sabe que tarde o temprano este enfrentamiento era inevitable.Francisco lo recibe con una mirada severa, reclinado en la silla, de brazos cruzados. No hay cordialidad ni afecto en su tono cuando le habla.—Espero que no creas que puedes seguir ignorándome, Felipe. He sido paciente, pero mi paciencia tiene un límite.Felipe respira hondo, manteniendo la compostura.—Dime directamente lo que quieres, padre.Francisco entrecierra los ojos, molesto por la actitud desafiante de su hijo.—Quiero saber qué estás haciendo en la escuela que construyen los reyes. Quiero saber por qué pierdes tu tiempo con campesinos y niños en lugar de asumir el lugar que te corresponde.Felipe niega con la cabeza, cansado de la misma conversación de siempre.—El lugar que me
El reino está cubierto por total oscuridad. Eleonora se encuentra en un vasto campo de batalla, el aire es denso, pesado, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Frente a ella, Alejandro yace en el suelo, su armadura hecha jirones, la sangre empapando la tierra a su alrededor. Intenta correr hacia él, pero sus piernas no responden, como si el suelo la retuviera con cadenas invisibles. Gritos y relinchos llenan el aire, el rugido de las llamas devorando aldeas enteras.La escena cambia abruptamente. Ahora está en el castillo, las paredes están agrietadas, el mármol ennegrecido por el fuego. Siente el frío del acero en su garganta y, al girarse, ve a una figura encapuchada con una espada ensangrentada. De repente, la capucha cae y es Alejandro quien la mira con ojos vacíos, sin alma, sin vida. Su boca se mueve, pero no emite sonido alguno. Su esposo se desvanece ante sus ojos como ceniza arrastrada por el viento.Otro cambio. Se encuentra en una llanura nevada. A lo lejos, la sombr
A pesar de las pesadillas que la atormentan, Eleonora decide no dejarse vencer por el miedo. Sabe que no puede caer en la desesperanza justo ahora, no cuando tantos niños esperan por el lugar que con tanto esfuerzo ella y Alejandro han ayudado a construir. La escuela representa un nuevo comienzo para el reino, un símbolo de esperanza en medio de la tensión creciente. Así que se viste con elegancia, sin extravagancia, con un vestido sencillo en tonos crema que deja claro que está ahí como reina, pero también como mujer del pueblo.El gran día ha llegado. Desde temprano, el castillo es un hervidero de movimiento. Carros cargados de libros, instrumentos y materiales parten hacia la colina donde se alza la escuela. Alejandro da órdenes con firmeza, mientras Felipe y Julie supervisan los detalles finales de la organización. Eleonora se toma un momento para mirar el horizonte desde su balcón. El cielo está despejado, el sol brilla con fuerza, y por un instante, se permite pensar que quizás
Alejandro se encuentra sentado en el sillón de su escritorio. Aún falta unas horas para el alba, pero es la hora propicia para recibir la visita que ha estado esperando por varios días.El aire está enrarecido, no por el clima, sino por la tensión que se respira desde días atrás. En el centro de la estancia hay tres hombres encapuchados, enviados directamente desde los confines del reino. Espías. Hombres fieles a la corona, entrenados para desaparecer en las sombras y aparecer solo cuando traen noticias que podrían cambiar el curso de la historia.Alejandro les hace un gesto con la mano. Los guardias se retiran, y la puerta se cierra tras ellos con un golpe sordo.—Hablen —ordena el rey, de pie, las manos tras la espalda, el rostro endurecido.Uno de los espías se adelanta. Su voz es baja, casi un susurro, pero en la sala se escucha con nitidez.—Mi señor, los reinos del Este han sellado su alianza. El rey de Borania y la reina viuda de Lirven están uniendo sus ejércitos. Se entrenan