CAPÍTULO 2: Infartada

Por fin estoy en el patio delantero y al parecer todos los estudiantes están reunidos aquí. 

Mi ansiedad disminuye en gran medida al pensar que ya no tendré que llegar al aula justo cuando todos están sentados en silencio, prestando atención al maestro que ya habrá empezado la clase, decir “buenos días” y buscar un lugar vacío mientras todos voltean a verme y el profesor me pone en su lista negra por impuntual; ya me ha pasado en ocasiones anteriores y me alegra que por esta vez no se repetirá.

Por suerte no han empezado las clases y hay muchos estudiantes aquí; algunos simplemente hablan y bromean entre amigos, pero hay unos en particular que me causan mucha gracia, ya que no respetan el espacio público y se meten mano mientras se besuquean como si quisieran quitarse la ropa y tener sexo aquí mismo. Por otra parte, hay quienes también parecen más tranquilos y solitarios, algunos simplemente están absortos en sus celulares y otros leen un libro; los últimos en definitiva me agradan más.

Empiezo a buscar con la mirada a mi amiga Rachel y no me es difícil encontrarla recostada en la esquina de un muro con los brazos cruzados y el ceño fruncido; sin embargo, al ver que levanto la mano para llamar su atención, parece que se le ha caído un peso de encima, aunque el semblante de su rostro vuelve a ser el mismo de antes cuando comienza a caminar hacia mí como queriendo cometer un asesinato.

Por su cara de pocos amigos, puedo pensar que se había cansado de esperarme y tal vez ya había asumido que no vendría y la dejaría sola el primer día. 

Somos tan inseparables que, si alguna de las dos decide ausentarse a las clases, la otra lo pasaría fatal. Tenemos más amigos fuera, pero en este lugar únicamente seremos ella y yo por ahora, y tal vez por los siguientes cuatro años y medio, que es el aproximado de lo que duran nuestras carreras.

—¡Maldita impuntual! —dice mientras me asesina con la mirada—. ¡Creí que no vendrías!

—¡Oye!, calma o creeré que estás a punto de asesinarme.

—De hecho, ya estaba ideando cómo hacerme una peluca con tu hermosa cabellera.

Suelto una carcajada mientras la abrazo, consiguiendo que la arruga de su frente se alise un poco.

—No deberías reclamarme. —Levanta una ceja confundida—. ¿Qué te parece si te encargas de encontrar a ese chico que hace que rompa mi despertador, lo reprendes a él y de paso me lo presentas? —Esboza una sonrisa y niega con la cabeza—. Porque en realidad ¡MUERO!, de ganas por conocerlo.

—Algún día, amiga, algún día…

Me abraza por el hombro y caminamos juntas por el patio hacia la que parece ser la cafetería.

👋≧◉ᴥ◉≦

Me estoy muriendo de hambre y el sándwich gigante que pido me parece poco para llenar mi estómago, que está a punto de devorar todos mis órganos, ya que no alcancé a desayunar en casa.

Terminamos de comer y volvemos al patio, pero el corazón se nos sube a la garganta cuando lo encontramos vacío; al parecer ya todos los estudiantes entraron a las aulas, así que corremos adentro para buscar las nuestras, rogando al cielo no tener que dar explicaciones.

Rachel no estudiará la misma rama de psicología que yo, por lo tanto, no estaremos juntas en todas las clases, pero compartiremos unas cuantas; sin embargo, en el horario de hoy no coincidimos en ninguna; de todas formas, la acompaño primero a buscar su aula y por fortuna la encontramos rápidamente.

Mientras corro buscando la mía, trato de recogerme el pelo en una media cola y reviso mi peinado en el reflejo de una de las paredes antes de tocar la puerta; nadie viene a abrirme y hay silencio, así que decido mover la manija y esta se abre con un corto chirrido.

Por lo menos la mitad de los estudiantes ya están ubicados en sus puestos y trato de pasar desapercibida mientras busco un lugar en la ventana; sin embargo, siento varios pares de ojos masculinos puestos en mi trasero, seguido de los chiflidos de aquellos mismos buitres.

Mirándolos de reojo parecen ser los más guapos del instituto, pero simplemente los ignoro. No me agradan los hombres que se comportan de esa manera por muy buenos que estén; ese tipo de comportamientos son una señal de que les falta madurar, así que me hago la “ciega sordomuda” como Shakira, y me acomodo en uno de los pupitres vacíos de la ventana que da a la calle.

El profesor de sociología no tarda mucho en llegar al aula y la clase se pone interesante cuando nos obliga a todos a presentarnos frente a los demás, y al final nos enseña cómo hablar de uno mismo no es tan difícil como parece.

👋≧◉ᴥ◉≦

Durante toda la clase, aquellos chicos populares me siguen molestando; se acercan e intentan conversar conmigo de cualquier tontería, pero los mantengo ignorados, fastidiada por su intensidad.

«¿Acaso no hay más chicas en clase?» 

Obviamente, hay un montón de niñas coquetas que no les quitan los ojos de encima, y están tan embobadas con ellos que ya agotaron todas sus reservas de saliva, pero estoy segura de que estos hombres se fijan en mí porque soy nueva, o tal vez porque voy al gimnasio; se me nota bastante el entrenamiento, principalmente de la cintura hacia abajo, y ese tipo de hombres se interesan especialmente en una sola cosa: “un buen culo”.

Para nuestra segunda clase me traslado a la siguiente aula: la 407. 

Aquellos guapitos coquetos me siguen, lanzándome piropos por todo el camino, obligándome a torcer los ojos de disgusto más seguido, pero ni siquiera con mi cara de culo me los puedo quitar de encima. 

Me ubico de nuevo en el mismo lugar, cerca de la ventana, y trato de distraerme leyendo un libro, a pesar de que no puedo concentrarme teniendo casi todas las miradas masculinas presentes encima de mí.

El maestro no aparece y los minutos se vuelven eternos cuando mi paciencia empieza a agotarse, mientras aquellos desocupados siguen lanzando comentarios indirectos sobre mí; estoy tan harta que soy capaz de enseñarles que no solo entreno el culo, levantando la mesa y estrellándola contra todos ellos; sin embargo, la llegada de una maestra en específico me salva de cometer una locura.

La mujer parece tener unos treinta y tantos; es alta, rubia y de ojos claros, tiene piel de porcelana y unas preciosas curvas, junto con unos pechos enormes, que, por fortuna, llaman la atención de cada ser masculino presente.

Se presenta como “Eva”, la maestra de filosofía, y nos manifiesta que estaremos solos un rato, debido a que el profesor de Jack, de neurociencia, se encuentra resolviendo unos asuntos importantes con el director.

La noticia me cae de perlas porque puedo aprovechar para salir a despejarme un rato y lo hago; me levanto de mi asiento, percatándome de que aquellos chicos siguen embelesados con los melones de la maestra que son seis veces más grandes que mis naranjitas. Le lanzan piropos a pesar de que podría ser la madre de cualquiera de ellos (una madre muy sexi, claro) y ella solamente sonríe, pidiéndoles coquetamente que se pongan a estudiar, mientras yo aprovecho para escabullirme hacia la puerta.

“Al parecer es de aquellas gallinas que les gusta calentar huevos de codorniz”.

👋≧◉ᴥ◉≦

Camino por el pasillo, contemplando los alrededores, mientras admiro los diseños del suelo y las paredes del instituto, con el objetivo de conocer las instalaciones, y de repente me cruzo con un hombre muy apuesto de unos treinta y cinco años; alto, rubio, de ojos verdes y contextura atlética, que mantiene una mirada severa al verme, recorriéndome rápidamente de pies a cabeza y se detiene frente a mí:

—Señorita, su estilo es muy bonito, pero, procure no usar ropa corta en el instituto, no queremos que los alumnos se desconcentren.

Abro la boca para responderle, pero en cuanto suelta la última palabra, se aleja rápidamente girando en una esquina antes de que pueda defenderme, así que reprimo mis ganas de seguirlo para exigirle que renueve él mi armario y decido continuar mi camino.

Más adelante me encuentro con un pasillo más oscuro que los demás a la derecha y tiene unas escaleras al fondo; enseguida viene a mi mente esa escena de los hermanos Grimm en el cuento “Barba azul” y me dan escalofríos; sin embargo, como toda chica inteligente en una película de terror, empiezo a caminar hacia allá y bajo las escaleras.

La puerta se abre tras un leve empujón de mi palma y me encuentro con la sorpresa de que no es un cuarto lleno de cadáveres colgados en las paredes, sino una hermosa y lujosa biblioteca gigantesca, que sin duda podría convertirse en mi sitio favorito.

Tiene estantes tan altos que miden tres veces mi estatura, o por lo menos eso es lo que puedo calcular, aunque considerando mi altura de un metro y medio, puede ser que en realidad no sean tan enormes, pero desde mi perspectiva se ven inmensos.

Recorro los pasillos del enorme salón, que es diez veces más grande que mi casa y no sé por dónde empezar a buscar algo de mi interés, así que opto por preguntarle a la bibliotecaria que está descansando en un sillón detrás del enorme escritorio; la chica resulta ser muy amable y me guía rápidamente hacia los estantes indicados.

Casi de inmediato encuentro un libro que llama mi atención y me ubico rápidamente en una mesa individual con un cómodo sillón para leer. Al fondo está la puerta, justo enfrente de mí, por si se me olvida que tengo clase, solo basta con levantar la mirada (si es que lo consigo) y podré acordarme de ir al aula.

Intuyo que han pasado aproximadamente unos diez minutos desde que empecé la lectura, cuando un ruido de pasos en las escaleras rompe el siniestro silencio, interrumpiendo mi lectura. 

Levanto la mirada para averiguar de quién se trata y…

«¡Dios mío!»

No puedo creer lo que ven mis ojos cuando la puerta se abre…

El libro empieza a temblar sobre mis manos mientras los latidos de mi corazón se aceleran y puedo jurar que estoy a punto de tener un infarto…

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