Amaia.
Camino por los jardines delanteros del hospital. Es otoño y los árboles desnudan sus ramas mientras el frío se incrementa y se acompasa al pesado temor en mi pecho... Diara es lo único que tengo, el último recuerdo de mamá y de la felicidad que un día conocimos. Ella lo es todo para mí.
—Señorita Mountbatten.
La enfermera que atiende a mi hermana se acerca con tranquilidad.
»La señorita Diara ha despertado y quiere verla.
Vuelvo a respirar.
—Gracias.
—El doctor hablará después con usted.
Asiento.
»Debería regresar a casa, usted también necesita descanso.
—Es muy amable, pero no me gusta dejar sola a mi hermana.
—Ella será medicada y dormirá toda la noche. Así que puede ir a casa y regresar temprano en la mañana.
Me abrazo para darme un poco de calor.
»Si usted también se enferma ¿quién cuidará de ella? —intento hablar, pero no puedo—. Es una buena hermana, pero también es humana y necesita reposo.
—Está bien, me iré después de hablar con ella y mañana regresaré antes de que despierte.
Al entrar en su habitación, una que casi que le pertenece, porque siempre regresa a la misma, Diara está con la mascarilla de oxígeno. Se apresura a quitársela cuando me ve.
—Amaia.
— ¿Qué haces? El médico te va a regañar.
—Estoy bien, te lo prometo.
Extiende la mano para que la tome y es lo que hago, me acomodo a su lado, para acariciarle el cabello.
»No debes hacer algo que no quieres.
—Hablemos sobre eso después.
—Hablemos ahora —Pausa para tomar aire—. Me opongo a ese matrimonio.
—Tú y tu vicio de escuchar tras las paredes.
—Esta vez no tuve que hacerlo. Sus gritos llegaron más rápido.
—...Lo siento.
—No quiero que te cases de esta forma. No conocemos a ese hombre y tú misma has dicho que tiene una amante.
—...Ya escuchaste a papá. Tal vez no sea verdad.
—Amaia.
Le sonrío.
—Estoy bien, no tienes que pensar en eso. Tu salud es más importante.
—Preferiría morir antes de aceptar que te cases con ese hombre.
— ¡Detente! —Me alejo enfadada— No vuelvas a decir algo tan horrible.
Una corriente de aire entra en la habitación consiguiendo que su cabello revolotee al igual que el mío, por lo que me apresuro a la ventana para cerrarla. El cielo está negro por completo y así es como se siente mi alma cada que ella dice algo como eso.
— ¿Aún lo recuerdas?
—No sé a qué te refieres.
—A ese... chico —lo dice con voz débil— Solías hablarme sobre él y durante mucho tiempo esperaste a que regresara —pausa— Una vez me dijiste que te irías de casa si él te lo pedía.
—Tonterías —Niego—. Cosas de niños. Me sorprende que aún lo recuerdes.
Ruedo los ojos.
—Te observo Amaia, siempre lo hago.
—Es porque soy muy bonita —sonrío—, pero no tan bonita como tú.
Vuelvo a acercarme, para ocupar mi lugar.
» ¿Debería trenzarte el cabello?
— ¿De verdad lo has olvidado?
—Por supuesto, fue hace años. Ni siquiera recuerdo su nombre.
—Solías llamarlo por un apodo.
—Ya, Diara, eso fue hace mucho tiempo, ahora soy una adulta. Tengo veintidós años. Sería una tonta si aún lo recordara. Estoy segura que incluso si lo encuentro en la calle no lo reconoceré.
Suspira.
—Aun así, no quiero que te cases con ese hombre.
—No es momento de hablar sobre eso, lo más importante es que te recuperes para regresar a casa.
—Prométeme que no lo harás.
Sonrío y ella me toma de las manos.
»Prométemelo de verdad —insiste y sé que no lo dejará pasar.
—Sí, ya pensaré en algo. Nadie me obligará a hacer lo que no quiero. ¿Lo sabes, verdad?
Ella asiente y parece más tranquila. Le acomodo la mascarilla y la enfermera ingresa para colocarle una vía en el brazo.
—Descanse señorita Diara y sueñe con algo bonito.
Ella me mira.
—Entonces soñaré con Amaia.
La enfermera me mira y asiente.
—Será un sueño hermoso.
Ruedo los ojos y sólo me marcho cuando me aseguro de que mi hermana está dormida por completo.
Al entrar en casa voy de inmediato al despacho de mi padre. Entre los papeles apilados sobre el escritorio reúno las facturas médicas, las cuentas de cobro del banco y descubro que también tenemos deudas con varios prestamistas.
Me dejo caer en la silla y al meter la mano en el bolsillo de mi abrigo me entero de que me he quedado con uno de los inhaladores de Diara.
—Debe haber alguna forma... pero ¿cuál?
Mis atención va al techo, tan alto y tan necesitado de pintura nueva y varios arreglos. Ya no da cuenta de la opulencia de antaño.
—El matrimonio con Gael Belmonte es la única opción.
Levanto la cabeza para encontrarme con el responsable de todo este desastre.
— ¿No deberías preguntar por la salud de tu hija?
—Es la única opción —Reitera al tiempo que extiende unos papeles, pero no los recibo.
Sus ojos no abandonan los míos. Tiene unos surcos negros que atenúan la claridad de sus cristalinos azules y profundizan las arrugas.
—Podríamos vender la empresa... Sé que es el legado de la familia, pero podríamos empezar de nuevo.
— ¿Crees que no he hecho cuentas? Incluso si vendemos todo y nos quedamos con la ropa que tenemos puesta no alcanzaría para pagar todas las deudas.
—Tu habilidad para el desastre es sorprendente.
Arrebato los papeles para leer.
—Aunque no lo creas he intentado encontrar otras soluciones, pero ésta es nuestra única salvación.
Leo los detalles:
—El matrimonio será legítimo y absoluto. Sin excepción, en caso de divorcio, si quien lo solicita de manera irrevocable es la esposa, la familia Mountbatten no sólo deberá reembolsar cada centavo recibido, sino que también pagará una multa equivalente al doble de la suma inicial.
Enarco una ceja.
—El señor Belmonte de verdad quiere esta unión para su hijo.
—El padre, pero ¿y si el hijo es quien solicita el divorcio?
—Sigue leyendo —insta.
Vuelvo los ojos a los papeles.
—Parágrafo primero: Si es el esposo quien exige el divorcio de manera irrevocable, la familia Belmonte sólo lo concederá bajo dos condiciones inquebrantables: Primera, que la pareja haya compartido mínimo un año entero bajo el mismo techo y que haya nacido un hijo o haya sido concebido. El infante heredará el apellido de la madre, pero estará bajo la tutela de la familia Belmonte.
Mi ceja se eleva cada vez más al mirar a mi padre.
—Al menos si me divorcio no me exigen tiempo y un hijo —Me burlo.
—En realidad... continúa.
Se frunce mi entrecejo, pero de nuevo me concentro en el documento.
—Parágrafo segundo: Si la esposa solicita el divorcio y no cuenta con los medios para reembolsar la suma exigida ni pagar la multa, podrá saldar la deuda de otra manera: Deberá convivir con su esposo durante mínimo dos años y concebir un hijo. El niño llevará el apellido de la madre, pero quedará bajo la tutela absoluta de la familia Belmonte.
Lanzo los papeles sobre el escritorio.
—Estoy sentenciada... y, a los ojos de ellos, no soy más que una hembra destinada a engendrar su legado —protesto.
—Si lo ves bien no es un mal acuerdo.
Me froto los ojos.
— ¿No es más fácil venderles el apellido? Firmo un papel y que se lo den a todos sus descendientes.
—Las leyes de Velmaria no lo permiten, menos si se trata de un apellido noble.
—Pero éste ya no es un imperio, las leyes deberían cambiar, así como ha cambiado la sociedad.
—Ahora pueden aparecer nuevos ricos como la familia Belmonte, pero ni por todo el oro que posean, podrá comprar un apellido ancestral, menos uno tan importante que fue ligado a la realeza.
—Es una estupidez.
—El apellido sólo puede ser otorgado a los hijos, ni siquiera los cónyuges pueden adquirirlo.
Mis palmas caen sobre el escritorio.
—Estoy condenada —reitero y el teléfono de mesa suena.
Dejo caer la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, intentando hallar otra solución. Papá contesta. Son monosílabos, por lo cual no presto atención. Los acreedores no respetan horarios para hacer sus cobros.
— ¿La infección se ha complicado doctor?
De inmediato toda la atención va en dirección a los gestos de mi padre. Él asiente mientras me observa.
— ¿Diara? —pregunto con temor. Él asiente y le arrebato el teléfono.
— ¿Qué sucede con mi hermana?
—Señorita Mountbatten, la condición de Diara no está mejorando, acaba de tener otra crisis.
—Iré de inmediato.
—Espere —me detiene el médico al otro lado de la línea—. Hay un nuevo tratamiento, está en fase experimental, pero podría estabilizarla.
—Lo haremos —afirmo.
—Es costoso, muy costoso.
Un suspiro áspero escapa de mis labios mientras la pintura desvencijada de las paredes grita que hace mucho tiempo no hay dinero.
—Entiendo —Es lo único que puedo decir.
—No es necesario que venga, ha sido intubada y continuará sedada. Sin embargo, sus crisis aumentarán si no probamos algo más.
El teléfono resbala por mi pecho mientras enfoco la atención en mi padre en medio de la agonía que supone que mi hermana siga sufriendo.
— ¿Cuándo recibirías el dinero de los Belmonte? —indago sin demasiada emoción.
—Cuando te cases. —Traga saliva.
No vacilo. Diara me odiará, pero... pero no hay nada en el mundo que me importe más que ella, ni siquiera yo.
—Entonces llámalos —digo con voz inquebrantable—. Si quieren su matrimonio, que sea mañana mismo.
Amaia.El aire esparce el aroma a hojas secas, acompañado de un viento gélido que se filtra poco a poco entre los árboles cada vez más desnudos, con tapetes dorados a sus pies.—Es hora.Anuncia mi padre en el momento en que la luz del atardecer se refleja melancólica sobre el camino de piedra que conduce a la iglesia.— ¿El dinero? —indago.—Luego de la boda.—Lo primero son las facturas del hospital y el nuevo tratamiento. ¿Lo sabes, verdad?—Lo sé Amaia, no soy el hombre desalmado que tú imaginas.Aprieto el ramo de dalias burdeos y anaranjadas entrelazadas con rosas blancas y hojas de eucalipto. El sudor humedece la cinta color vino que lo ata.—Diara no puede enterarse aún.—Se enterará.—Pero, no aún —insisto.—Haré lo posible.Un sonido extraño retumba en los oídos, pero no sale de la iglesia, sino de mi pecho.»Estarás bien. —No hables sobre lo que no sabes.—Tampoco es fácil para mí.—Debe ser difícil vender a una de tus hijas. —Soy sarcástica.Pero, más que furia es la tr
Amaia“Odio hasta que la muerte nos libere”La música resuena por el salón de eventos de la mansión de Los Belmonte, mientras continúo escuchando esa frase en mi cabeza y la copa de vino en mi mano me ofrece la única compañía de la noche. En definitiva, las risas, bailes y conversaciones de los demás no son reflejo del abismo que existe entre él y yo... mi querido amigo de la infancia, mi esposo.No pierdo detalle de él a través de la multitud. Está con su padre y algunos socios bebiendo whisky con una expresión impenetrable, incluso no me ha devuelto ni una sola mirada desde que salimos de la iglesia... cada uno por su lado.Puedo entender que no estuviera de acuerdo con este matrimonio, aunque fue algo que no consideré hasta ahora y desde luego que comprendo que tenga cierto resentimiento hacia mí por casarse con alguien que de forma evidente no ama... Mi pecho duele ante esta nueva realidad, pero... aún así, no he sido yo quien lo propició, fue su padre, ¡debería ser a él a quien m
Amaia.Sostengo una copa de vino en cada mano mientras me abro paso entre los invitados. La mirada fija en Gael y en esa mujer que en definitiva sólo puede ser ella: La viuda García.Es rubia, esbelta y elegante, quizá con doce años más que yo, pero aún joven y hermosa. Algo que no intenta ocultar con el vestido negro que se aferra a su figura. No se inmuta cuando me paro frente a ellos. Su mano se mantiene enganchada al brazo de mi esposo como si quisiera dejar claro cuál es su posición. Sonrió con frialdad.—Es bueno compartir con los amigos los momentos importantes —digo con voz tranquila, pero lo suficientemente clara para que los oídos curiosos a mi alrededor escuchen—. Compartir la felicidad de un matrimonio o la tristeza de la viudez es fundamental —agrego.Extiendo una de las copas de vino hacia ella. Arquea una ceja, como si analizara mi movimiento. Sin embargo, con una sonrisa de burla toma la copa sin soltar a Gael. Él sólo nos observa.—Estoy de acuerdo, compartir entre do
Gael.El golpe seco de la puerta resuena en el baño cuando la empujo hacia adentro. Mantengo mi agarre firme sobre su mano, al punto que sé que puede ser doloroso, pero ella se resiste a quejarse. La empujo atrapándola entre la pared y mi cuerpo. Sus ojos color miel se clavan en los míos sin dejar ir ese brillo desafiante.— ¿A qué estás jugando? —cuestiona con voz tensa.Intenta alejarse, pero la acorralo contra la pared, una mano se apoya con firmeza a su lado bloqueando su escape.—Esto no es un juego —asevero con tono áspero—. Quiero que entiendas algo desde ya y es que este matrimonio es de papel. No hay nada entre nosotros y nunca lo habrá.Sostiene mi mirada, pero algo en su expresión parece de dolor. No obstante, parpadea y cambia de inmediato su postura, para verse más erguida y como si se preparara para la batalla.—Qué alivio. —Una fina línea se curva en sus labios—. Creí que tendría que lidiar con un esposo devoto.Suelto un risa seca, sin ningún rastro de humor. Atrapo su
Amaia.La casa, testigo de un linaje que la levantó con orgullo, ahora se desmorona conmigo, su última heredera, con un destino ya sellado: venderme para salvarlo todo.—...O te casas con él, o nos hundimos para siempre —sentencia mi padre.El peso de sus palabras bien podría aplastarme por completo.— ¿Por qué no te casas tú? El blanco siempre ha sido tu color.—Amaia...Aprieto las cuentas de cobro en mi mano, suman millones de dracmas que desde luego no tenemos.—No hay otra salida —asevera.Mis ojos se hipnotizan con el movimiento de sus labios, pero aun así no puedo aceptarlo.—Todo esto es tú culpa —suelto.— ¡Amaia!— ¡Eres tú quien ha despilfarrado el dinero! Tú y tus malos negocios, tú y tus malas decisiones ¡Eres el responsable de nuestra desgracia!Desde la habitación de al lado, la tos de Diara frena mis palabras. Esa tos áspera, continúa y agónica que me recuerda en todo momento que ella necesita tratamiento y que de no recibirlo podría empeorar hasta... no me atrevo a pe